Las transacciones comerciales de Raychandbhai ascendían a cientos de miles. Era un experto en perlas y diamantes. Ningún problema de negocios, por complicado que fuera, le resultaba demasiado difícil. Pero todas esas cosas no eran el centro alrededor del cual giraba su vida. Por el contrario, ese centro estaba constituido por la pasión de ver a Dios cara a cara. Entre las cosas que había sobre su mesa de trabajo, invariablemente se podía encontrar su diario y algunos libros religiosos. En el momento en que terminaba sus negocios abría un libro religioso o el diario. Muchos de los escritos suyos que se han publicado son reproducciones de ese diario. Un hombre que inmediatamente después de terminar sus conversaciones sobre importantes transacciones comerciales, comienza a escribir sobre las cosas ocultas del espíritu, evidentemente no puede ser en absoluto un hombre de negocios sino un buscador de la Verdad. Lo vi así, absorto en búsquedas piadosas en medio de los negocios, no una o dos veces sino muy a menudo. Nunca lo vi perder su estado de equilibrio. Ni los negocios ni ninguna otra ligazón egoísta lo ataba a mí y, sin embargo, yo gozaba de un estrecho acercamiento con él. Por entonces yo era un abogado sin clientes; no obstante, siempre que lo veía nos embarcábamos en conversaciones de naturaleza seriamente religiosa. Si bien en esa época me hallaba buscando en las tinieblas —por lo cual no podría afirmarse que tuviera un serio interés en las discusiones religiosas— su conversación me resultaba, empero, de absorbente interés. Posteriormente conocí a muchos conductores y maestros religiosos. He tratado de conocer a la gente principal de las diversas creencias, pero debo decir que nadie me hizo nunca la impresión que me causó Raychandbhai. Sus palabras me llegaban directamente a lo más hondo. Su intelecto me hacía brotar una estima tan grande como su seriedad moral y en lo profundo de mí yacía la convicción de que Raychandbhai nunca me conduciría adrede por caminos equivocados y que siempre me confiaría sus últimos pensamientos. Por ello, en mis momentos de crisis espiritual, Raychandbhai era mi refugio.
Sin embargo, a pesar de la estima que le tenía, no pude entronizarlo en mi corazón como guru mío. El trono ha permanecido vacante y mi búsqueda aún continúa.
Tres personalidades modernas me han cautivado, dejando una huella profunda en mi vida: Raychandbhai por su trato personal, Tolstoy por su libro El reino de Dios está dentro de nosotros y Ruskin por su obra Unto This Last.
Autobiografía, 1948, pp. 112-14