3. En el hogar

Mi padre amaba a su grupo familiar, era honesto, valiente y generoso, pero irascible.

Tenía muy pocos conocimientos religiosos pero gozaba de esa cultura que adquieren muchos hindúes mediante frecuentes visitas a los templos y audiciones de arengas religiosas. En sus últimos tiempos comenzó a leer el Gita a instancias de un brahmán muy culto, amigo de la familia, y se acostumbró a repetir diariamente algunos versos en voz alta en el momento de profesar el culto.

La impresión más descollante que mi madre me ha dejado en la memoria es la de santidad. Era una persona profundamente religiosa. Ni siquiera podía imaginar el tomar sus comidas sin cumplir antes con sus plegarias cotidianas. Uno de sus deberes diarios era ir al Haveli, el templo vishnavaíta. Tan lejos como alcanza mi memoria, no recuerdo que haya pasado por alto ningún Chaturma[1]. Se comprometía a los votos más arduos y los observaba sin vacilaciones. La enfermedad no constituía una excusa para aflojar su observancia. Me acuerdo de una vez que cayó enferma mientras cumplía el voto de Chandrayana[2]: no permitió que la enfermedad interrumpiera el cumplimiento de su promesa. Realizar consecutivamente dos o tres ayunos para ella no era nada. Vivir con una comida por día durante los Chaturmas le era habitual. No contenta con eso, durante uno de los Chaturmas ayunaba día por medio. Había prometido que, en otro de los Chaturmas, no tomaría ningún alimento sin antes ver el sol. Nosotros, que en aquella época éramos unos niños, nos quedábamos mirando fijamente el cielo en espera de anunciarle a nuestra madre la salida del sol. Todo el mundo sabe que en el apogeo de la estación de las lluvias a menudo el sol no condesciende a mostrar su rostro. Recuerdo días en que ante su súbita aparición corríamos a anunciárselo a nuestra madre. Ésta se apresuraba a salir para verlo con sus propios ojos, pero en ese momento desaparecía el fugitivo sol, privándola de su alimento. «No importa», decía alegremente, «Dios no quiso que hoy comiera». Y volvía a emprender la rutina de sus obligaciones.

Autobiografía, 1948, pp. 12-13