La impaciencia hizo que Taro espoleara su caballo para que se pusiera al galope siempre que pudiera, cabalgando al frente de sus hombres, pese a saber que seguramente no era la mejor idea. Quería dar alcance a Hannah lo antes posible y, de tener que esperar a sus criados, estaba convencido de que llegaría demasiado tarde.
Sabía qué ruta tomarían los extranjeros, ya que había dado órdenes a sus hombres personalmente de que los llevaran por ese camino, y pudo así calcular aproximadamente cuánto habrían progresado. Suponía que estarían por los alrededores del vado. Solo había uno en varios kilómetros a la redonda, y dado que conocía muy bien el trazado del terreno, tomó un atajo que lo llevaría hasta allí.
Cuando ya estaba cerca, oyó gritos y decidió llevar a cabo una aproximación cautelosa, por si acaso el grupo había sido víctima de una emboscada. Desmontó y caminó hacia delante quedamente, para observar desde detrás de unos arbustos, con sus cinco sentidos a flor de piel. Procuró no pensar en Hannah a merced de un ronin o de cualquier otra escoria, pero cuando vislumbró lo que había fuera del bosque, la escena con la que se encontró era mucho peor de lo que había imaginado.
—¡Por todos los dioses…! —siseó, apretando los puños con tanta fuerza que el cuero de sus guantes protestó con un crujido.
Vio a Hannah inmediatamente. Llevaba puesto otra vez el infernal kimono escarlata y era fácil de distinguir, aunque no alcanzaba a entender por qué se encontraba sola en medio de un río salvaje. Horrorizado, vio que resbalaba y se sumergía. Vislumbró al resto de la gente y captó la indecisión que se podía leer en todos los rostros. A pesar de que Marston-san estaba gritando algo, nadie le prestaba la más mínima atención, y Taro no vio a ningún otro extranjero por allí.
—Imbéciles —musitó, y decidió que no serviría de nada pretender que intentaran ayudar a rescatar a Hannah. Solo él estaba realmente interesado en ella y, si quería que se salvara, se dio cuenta de que tendría que encargarse de ello personalmente. Sus ojos enfocaban a Hannah a medida que el río la arrastraba corriente abajo. El rojo de su ropa facilitaba la tarea de seguir su progreso, pero el agua la hacía bajar muy rápido. Corrió de regreso a su caballo y lo puso al galope, desandando el camino por donde había venido para evitar una zona de espesa maleza, y volviendo después para seguir el curso del río por la orilla, donde los arbustos eran más ralos. Enseguida dobló un recodo, tratando de adelantarse a Hannah por un amplio margen.
El temor lo hizo cabalgar como llevado por el viento y su caballo debía de haberse contagiado de los sentimientos de su amo, porque prácticamente volaba sobre un terreno escabroso. Cuando Taro consideró que estaba lo suficientemente adelantado respecto a Hannah, tiró con fuerza de las riendas y descabalgó de un salto, antes incluso de que el animal se hubiera detenido del todo. Corrió hacia la orilla del agua, arrancándose el sombrero, la armadura y los zapatos. Saltando sobre una pierna mientras llevaba a cabo esta última maniobra, se adentró en el río con tiempo de sobra.
Ojalá Hannah esté bien.
No la había visto sacar la cabeza desde hacía unos minutos y eso lo tenía preocupado. Se veían puntos de rojo y destellos ocasionales de hilo dorado y plateado, cuando el sol se reflejaba en la tela al emerger, de vez en cuando; pero por lo que Taro veía, había dejado de nadar.
—¡Hannah! —gritó, tanto para liberar sus propias emociones como para llamarla. No hubo respuesta.
Taro se arrojó al agua. Él era fuerte, pero aun así se enfrentaba a una lucha titánica por contrarrestar la corriente, que estaba completamente decidida a llevárselo por delante también a él. Lo único que quería era llegar al centro del río, el lugar al que él juzgaba que se dirigía Hannah, pero tuvo que librar una batalla extremadamente dura para conseguirlo.
El agua estaba fría, tanto que casi paralizaba, pero su esfuerzo le confirió el calor suficiente como para proseguir. Divisó algo escarlata que estaba a punto de pasar a su lado como un rayo. Con una fuerza nacida de la desesperación, se abrió camino por el agua aún más rápido para poder alcanzarlo. Lo logró por un pelo y agarró un puñado de tela, que atrajo hacia sí al tiempo que pateaba en el agua para mantenerse a flote. Tras comprobar que Hannah seguía, en efecto, dentro del kimono, echó a nadar de vuelta a la orilla, arrastrándola tras de sí, tirando de su túnica.
Taro sabía que el tiempo era un factor crucial. Podía incluso ser ya demasiado tarde, pero se negó a pensar en ello. En cambio, se concentró en proceder con la mayor rapidez posible. Justo cuando creía que había agotado sus últimas reservas, sus pies tocaron fondo y consiguió apoyarse en las rocas y los cantos rodados para impulsarlos a los dos más rápidamente hacia tierra firme. En cuanto el agua le llegó a la cintura, levantó a Hannah por encima del agua y recorrió caminando el resto del trecho.
—¿Hannah? ¿Me oyes?
La dejó suavemente sobre el musgo e intentó deshacerle el obi, para poder oír si su corazón seguía latiendo. Sus pálidas mejillas estaban aún más blancas de lo habitual y su piel se notaba helada al tacto. Sus propios dedos estaban demasiado fríos para forcejear con los nudos del cordón que mantenía el obi en su sitio y, en lugar de seguir intentándolo, se sacó un cuchillo del bolsillo y lo cortó. No tardó más que un momento en liberarla de parte de su atuendo y llevó el oído a su pecho. No oyó nada.
—¡Kumashiro-sama!
Taro alzó la vista y se encontró con el intérprete, Hoji, arrastrándose hasta la orilla, no muy lejos de donde Taro permanecía arrodillado.
—¿Está viva? —resolló el hombre, con signos evidentes de estar exhausto, pero avanzando a gatas para llegar hasta Hannah.
—No lo sé.
Taro aún no había perdido la esperanza. Colocó las manos en el punto en el que se encontraría el corazón y apretó con fuerza.
—¿Qué estáis haciendo, mi señor?
—Una vez vi a mi sensei hacerle esto a alguien. Lo devolvió a la vida.
Taro no apartó los ojos de Hannah y siguió apretando a intervalos regulares, tal y como había visto hacer a Yanagihara. Al poco, sus esfuerzos se vieron recompensados cuando Hannah escupió de repente y volvió la cabeza hacia un lado para expulsar una enorme cantidad de agua. Taro le levantó ligeramente los hombros y la sostuvo mientras ella esputaba un poco más.
—Alabados sean los dioses —murmuró.
—Y todos los espíritus —añadió Hoji.
Taro levantó la vista y vio que ese hombre mayor estaba parpadeando furiosamente, como si intentara reprimir las lágrimas, pero como estaba empapado, costaba discernirlo. Se sonrieron el uno al otro y Taro dejó escapar un gran suspiro de alivio.
—¿Taro? —La débil voz de Hannah volvió a atraer su atención—. ¿Qué…? ¿Cómo…?
—Chist, no intentes hablar, te lo explicaré más tarde. Ahora vamos a quitarte esta ropa empapada.
Apartó el kimono rojo y llamó a su caballo, que no se había alejado demasiado. Era una montura obediente y se acercó al trote, bufando y resoplando suavemente, mientras Taro se levantaba a coger las riendas.
—Buen chico —susurró; a continuación, estiró el brazo para desabrochar la silla. De debajo sacó una manta que utilizó para abrigar a Hannah.
—Has venido a por mí —susurró Hannah, y entonces frunció el ceño—. Taro, tengo que… hablar contigo.
—Ahora, no, Hannah-chan, ya hablaremos después.
—Pero no habrá un después si no te lo digo ahora. —Hannah parecía resuelta, a pesar de la terrible experiencia por la que acababa de pasar.
—¿Qué quieres decir? —Taro se sentó en el suelo y la atrajo hacia sí para intentar darle un poco de calor. Cerca de allí, Hoji se estaba despojando de algunas de sus ropas y daba saltitos para intentar recuperar su propio calor corporal. Taro también tenía frío, pero, sabiendo que Hannah estaba a salvo, no le importaba gran cosa.
—¿Los demás pueden vernos? —preguntó Hannah, con la voz todavía ronca y debilitada.
—No, están río arriba, bastante lejos. Te llevaré de vuelta con ellos enseguida para recoger tus pertenencias y para informarles de que te llevo conmigo. Esas extrañas leyes suyas no son válidas en este país, así que tendrán que negociar conmigo conforme a nuestras reglas.
—¡No! No debes hacer eso.
Taro frunció el ceño y la miró con la inquietud reflejada en los ojos.
—Nani? ¿No quieres quedarte?
—Sí que quiero, pero, si lo hacemos como tú dices, no funcionará. Tienes que volver con ellos solamente con el kimono y decirles que no pudiste salvarme. Di… di que me hundí, que desaparecí. No pudiste cogerme, era demasiado tarde.
—Hannah, ¿acaso se te ha subido toda esa agua a la cabeza?
—No, te lo juro, estoy completamente en mis cabales. La cuestión es que mi hermano nunca dejará que me quede aquí contigo, pase lo que pase, así que tienes que convencerlos de que he muerto.
—¡Pero eso es algo terrible! —Taro estaba conmocionado—. Seguro que podremos convencerlo. Parece un hombre razonable y solo quiere lo mejor para ti.
—Sí, pero para él eso significa llevarme de vuelta a casa, a Inglaterra. Nunca entenderá que estoy mejor aquí, créeme. Conozco a Jacob, puede llegar a ser muy tozudo cuando se lo propone. No dejaría a su hermana con lo que él considera un puñado de paganos, en ningún caso.
—Tiene razón, mi señor. —Hoji intervino en la conversación, en un tono sombrío, pero serio—. Si deseáis que permanezca aquí, es la única forma de hacerlo. He oído hablar a Marston-san con el capitán. Él cree que la ha salvado de un destino peor que la muerte.
—Esto es ridículo. —A Taro le asaltó otro pensamiento—. ¿Y el otro extranjero?
—Está muerto —dijo Hoji—. Intenté salvarlo, pero creo que su caballo lo dejó inconsciente de una coz y se ahogó antes de que pudiera alcanzarlo.
—Entiendo.
A Taro todo eso no le gustaba nada, pero quería que Hannah se quedara y tenía que admitir que ella conocía mejor a su hermano. Si ese era el precio que había que pagar, que así fuera. Suspiró.
—Está bien, si estás segura de que es la única manera, Akai.
—Estoy segura, completamente.
—Entonces, quédate aquí mientras yo vuelvo con Hoji-san. Iremos lo más rápido posible.
—No, esperad un momento. —Hoji lo miró con gesto grave.
—¿Qué ocurre? No tenemos mucho tiempo.
Taro estaba impaciente por seguir con aquello y sabía que cualquier retraso era perjudicial para Hannah.
—¿Alguien os ha visto llegar hasta aquí?
—No, creo que no.
—Entonces, dejad que vaya yo solo —le rogó Hoji—. Si Marston-san os ve, podría sospechar. Es mejor que sea yo el que le lleve el kimono y le dé la mala noticia. No tiene motivos para no creerme. Él sabe que me preocupo por Hannah-chan.
Taro miró a Hannah, que asintió brevemente.
—Hoji-san tiene razón —susurró—. Será mejor que no te veas implicado en modo alguno. Y eso significa que podemos irnos inmediatamente.
Aquello zanjaba el asunto para Taro. Cuanto antes llevara a Hannah a algún lugar en el que pudiera entrar en calor, mejor.
—De acuerdo, pero, por favor, ven a buscarnos después, si te puedes escapar, Hoji-san. Hannah querrá saber cómo ha ido.
Hannah se sentía terriblemente culpable por engañar a su hermano de esa manera. Probablemente sería un pecado mortal, pero esperaba que Dios pudiera perdonarla y no siguiera castigándola. Consideraba que ya había sufrido bastante y estaba segura de que Dios no la había llevado hasta ese punto para nada.
Sentía de todo corazón que su destino pasaba por quedarse con Taro.
Ahora era una mujer libre. Si bien no había deseado la muerte de Rydon, no dejaba de ser un alivio saber que uno de sus problemas estaba resuelto. Hannah también se sentía agradecida por que su hermano estuviera sano y salvo, y esperaba que lograra regresar a Inglaterra con la maravillosa mercancía que, según le había dicho, había logrado negociar por fin. Su padre estaría contento.
En cuanto a ella, era imposible saber lo que le depararía el futuro, pero siempre que Taro estuviera involucrado, le daba igual.
—¡Aquí estás, por fin!
Habían vuelto al castillo de Shiroi aquella tarde y Taro había estado esperando a que Hannah se diera un baño y se cambiara de ropa. Tuvo que vestirse con algunas de las prendas de Taro para emprender el camino de regreso, pero ahora volvía a ir ataviada como una dama. Cruzó el jardín caminando con pasos rápidos, levantándose los pesados ropajes para facilitar sus movimientos. Taro salió apresuradamente a su encuentro a mitad de camino.
—Akai —susurró hundiendo la cara en su pelo, mientras ella sonreía y se lanzaba a sus brazos. Él la levantó en el aire y la hizo girar, abrazándola con fuerza, sin dejar que volviera a poner los pies en el suelo—. ¿Por qué has tardado tanto?
Le acarició la suave mejilla y miró aquellos preciosos ojos azules. Cómo había echado de menos aquella mirada transparente.
—Intenté meterle prisa a la sirvienta, pero querían que estuviera perfecta para ti.
—Siempre lo estás, Hannah-chan. No te hacen falta todos esos ungüentos, créeme. —De pronto la miró, poniéndose serio—. Pero ¿estás absolutamente segura de que quieres quedarte? Lo di por hecho cuando fui a buscarte, pero puede que me equivocara.
—Pues claro que quiero quedarme, más que nada en el mundo. En cuanto abrí tu regalo, supe que marcharme había sido un error, pero no sabía qué hacer. —Se apoyó en él—. Todavía me siento fatal por hacer creer a Jacob que he fallecido, pero mientras tú me quieras, merece la pena. Nadie lo sabrá nunca si guardamos el secreto hasta que zarpen rumbo a casa. Y de todos modos, podría haber muerto en el viaje. ¿Quién sabe lo que hubiera podido suceder?
—Sí. —Taro frunció el ceño levemente—. Hoji-san insistió en que tenías razón y parece que te adora.
—Hoji se ha portado muy bien conmigo. Es mi amigo, mi gran amigo y mentor. Estoy tan contenta de que haya podido volver para quedarse con nosotros una temporada. ¿A Jacob le importó que se fuera?
—No, al parecer le dijo a Hoji-san que había cumplido su voto con el capitán y que por lo tanto, era libre de marcharse. Además, obviamente, él no les dijo que venía aquí. —Le sonrió—. La pérdida de tu hermano es mi ganancia. He convertido a Hoji-san en uno de mis consejeros.
—¡Oh, Taro, eso es maravilloso! Gracias.
—Será un honor para mí tener a mi servicio a un hombre tan leal. Tengo que redactar un documento para nombrarlo formalmente.
Hannah se mordió el labio.
—Hay otra cosa que creo que debería contarte.
—¿Y qué es? —Taro podría haber imaginado lo que le iba a decir a continuación, pero quería oírlo de sus propios labios.
—Estoy encinta.
Taro sonrió.
—En realidad, ya lo sabía. Yanagihara-san me lo dijo. Solo espero que el bebé no sufriera ningún daño en nuestra reciente aventura.
—Creo que no, me encuentro bien. —Vaciló—. ¿Te alegras? ¿De verdad?
—Más de lo que podría expresar con palabras. Sí, ya sé que no será fácil para nosotros ni para nuestros hijos, pero nos las arreglaremos.
Hannah se acercó aún más a él.
—Entonces, me alegro. Este es mi sitio.
—Sí, creo que es nuestro destino estar juntos. Añorarás a tu gente, pero supongo que eso es inevitable.
—A ti te añoraría más. Es lo que en mi lengua llamamos «amor», y una vez que lo sientes, ya no se puede remediar. Y yo estoy decididamente enamorada de ti.
—Ah, eso lo explica todo. Yo también debo de estar enamorado, por eso no hallaba la armonía después de que te marcharas.
—Juntos nos aseguraremos de no volver a perderla.
Él se rio entre dientes.
—Desde luego, mi pequeña gai-jin.