Taro estaba sentado en la galería de la casa del jardín, con la mirada perdida en el follaje. Había acudido allí cada tarde desde que Hannah se marchara, en un vano intento por sosegar su espíritu y hallar de nuevo la paz y la armonía dentro de sí mismo. No sirvió de nada. Había demasiados recuerdos que se negaban a desaparecer. Sobre todo allí.
Quizá debería mandar demoler la casa de baños.
Si cerraba los ojos, podía visualizarla aproximándose por el camino, vestida como las demás damas, si bien tan distinta. No solo en su aspecto, sino también por dentro. Era única, su Hannah, y sabía que nunca volvería a conocer a otra mujer como ella en lo que le quedaba de vida.
No podía olvidar su coraje y su determinación para no reflejar el miedo que él le infundía cuando la trajo por primera vez. Sonrió. Se había mostrado tan transparente, era tan fácil leer en ella por muchos esfuerzos que hiciera por ocultar sus pensamientos. Resultaba evidente que no la habían educado para ello desde la cuna, como ocurría con todos aquí. No obstante, eso a él le gustaba. Le gustaba como le brillaban los ojos siempre que estaban juntos, cómo sonreía y se reía abiertamente cuando algo la divertía. Nunca se cohibía y nunca se proponía cautivarlo. Eso había sido su perdición.
Lo había conquistado, en cuerpo y alma.
Apoyó su cansada frente sobre una mano y suspiró. «Tenía que ser así». Eso era lo que había dicho Yanagihara-san cuando lo informó de la partida de Hannah. «Sed paciente, mi señor, y todo saldrá bien».
Paro Taro no comprendía por qué los dioses querían que pasara por esto. Le parecía que no tenía sentido.
Como evocado por sus pensamientos, Yanagihara apareció por la esquina de un sendero y se aproximaba, apoyándose pesadamente en su bastón.
—Buenas tardes, mi señor.
—Konban wa.
—¿Aún seguís vuestro duelo?
—¿Duelo? No sé si esa es la palabra más adecuada. Digamos que intento olvidar.
—¿Para qué queréis olvidar? La señora Hannah y vos gozaron de su tiempo juntos y ella cumplió con su propósito al venir aquí.
—¿Ah, sí? ¿Cómo es eso?
—¿No os habéis enterado de la noticia? La familia del señor Takaki ha caído en desgracia. Sus dos hijos mayores han estado conspirando contra el shogun y todos van a ser castigados. Quienquiera que tenga relación con ellos está también bajo sospecha, pero como vos ya no tenéis ninguna alianza con ellos, no tenéis nada que temer.
—¿Y tú crees que ese era el propósito de Hannah al venir aquí?
—Estoy seguro. Si no hubiera venido y no hubiera provocado que la señora Reiko actuase como lo hizo, tal vez ahora estaríais casado. Por mucho que el shogun creyera en vuestra inocencia, habríais perdido su favor y viviríais bajo vigilancia perpetua. De modo que, ya veis, las cosas no podían haber salido mejor. Ahora dejad de preocuparos, mi señor. Ya os lo he dicho, todo saldrá bien.
—¿Cómo va a salir bien si ella ya no está?
—Pues haced algo al respecto. Sois un daimio, ¿no es cierto? —lo desafió Yanagihara.
Taro arrugó el entrecejo.
—¿Quieres decir que la traiga de vuelta?
—Pues claro. No vais a quedaros ahí sentado y permitir que esos bárbaros se la lleven, ¿verdad? Nunca educarían bien a vuestro hijo y…
—¿Hijo? ¿Qué hijo? —Taro se puso de pie de un salto. Se daba cuenta de que estaba hablando al borde del grito, pero Yanagihara ni se inmutó siquiera. Simplemente movió la cabeza y suspiró.
—Ah, estos jóvenes. Están completamente ciegos.
Taro fue hasta donde se encontraba el anciano.
—¿Estás seguro de que Hannah lleva en su seno un hijo mío?
—Por supuesto. Pensé que lo sabíais, si no, no lo habría mencionado.
Por un momento, Taro no creyó lo que le decía. Sin duda Yanagihara estaba jugando de nuevo a uno de sus juegos profundos, pero daba igual. Lo único que importaba era que tenía que ir a por Hannah.
—Tengo que darme prisa, o no los alcanzaré antes de que lleguen a la costa.
—Lo haréis, confiad en mí.
—¿Otra de tus profecías, sensei?
Yanagihara sonrió.
—No, esta vez solo es intuición.
—Entonces, espero que no te equivoques. ¡Por todos los dioses, más te vale!
Hannah ideó y descartó al menos un centenar de planes, mientras se hundía más y más en la melancolía. Se pasaba la mayor parte del tiempo tendida en el palanquín, con las cortinas cerradas y fingiendo estar enferma, para que nadie la molestara. Al final, Jacob se acercó hasta ahí y, golpeando un lado del palanquín, y le ordenó que saliera.
—Te tiene que dar un poco el aire y tienes que hacer algo de ejercicio, o vas a ir de mal en peor —le dijo. Ella abrió la boca con ánimo de alegar que ya lo había hecho, pero él levantó una mano—. No, no pienso irme mientras no salgas de ahí. Un paseo corto, es lo único que te pido. No puedes estar tan enferma si me puedes mirar así.
Hannah refunfuñó, pero al final hizo lo que le decía. Jacob le ofreció su brazo y ella se apoyó en él mientras caminaba despacio, como si siguiera encontrándose débil; sin embargo, él ignoró ese detalle y la llevó adonde los demás no pudieran oírlos.
—Hannah, tenemos que hablar sin falta acerca de todo lo que has pasado durante los largos meses de tu cautiverio. Soy consciente de que este tema debe de resultarte doloroso, pero necesito saber exactamente lo que sucedió. Y quizá hablar te ayude a reconciliarte con todo ello, y así ya no tendrás que estar compungida.
—No, no lo haré. De todas formas, ¿qué más da ya? —Hannah miró al frente, al tiempo que se tragaba un nudo que se le estaba formando en la garganta solo de pensar en aquellos buenos ratos que pasó con Taro.
—Bueno, si hubieras sido… maltratada, de alguna forma, podría pedirle a Will Adams que presente una queja formal. A fin de cuentas, aquí tienen unas leyes muy estrictas.
—¡No! —Hannah se percató de que su reacción había sido un poco extrema y procuró moderar el tono—. Es decir, por favor, no lo hagas. Te juro que nadie me ha puesto la mano encima sin mi consentimiento.
Jacob la miró ceñudo.
—¿Y eso qué significa?
—Estoy bien. No me han hecho daño. ¿Qué más quieres? Ahora ¿puedo volver al palanquín, por favor? Es verdad que estoy indispuesta, ¿sabes?
Jacob adoptó una expresión testaruda.
—Si me estás diciendo lo que creo que me estás diciendo, ¿no crees que deberíamos hablarlo?
Hannah se volvió hacia él y lo miró a los ojos.
—Jacob, no hay nada de qué hablar. Agradezco que te preocupes por mí, de verdad, te estoy sinceramente agradecida, pero me gustaría dejar atrás este episodio de una vez por todas. ¿Podemos hablar de otra cosa, por favor? Si cambio de idea, te lo diré.
Él vaciló, y entonces asintió.
—Está bien. Si estás tan segura.
—Sí, te lo prometo. Gracias, Jacob.
Asaltada por un impulso, le rodeó el cuello con los brazos y le dio un arrebatado abrazo. A continuación se fue andando hacia su palanquín, apretando los dientes para evitar derramar ninguna lágrima hasta encontrarse a salvo en el interior.
Una hora más tarde, la caravana se detuvo, esta vez junto a un río de rápida corriente. Hannah se volvió a bajar de su vehículo y Hoji fue a recibirla.
—Tenemos que cruzar todos a pie —dijo—. Es más seguro.
—No recordaba que fuera tan ancho la última vez que pasé por aquí. —Hannah se quedó mirando el torrente que bajaba a gran velocidad, arrastrando ramas y barro—. ¿Estás seguro de que se puede vadear en este punto?
—Sí. Ha llovido mucho últimamente. Baja de las montañas. Lo cierto es que tenemos suerte de que no esté aún peor.
Un par de valientes se abrieron paso hasta el otro lado con una cuerda, que ataron bien tensa por encima del agua. Había pasaderas en casi todo el trayecto, pero estaban sumergidas y resbalaban. El volumen de agua era muy superior a lo normal y eso hacía muy difícil mantener el equilibrio. Con todo, no tenían alternativa si querían llegar a la costa, y la larga hilera de hombres y caballos empezó a avanzar hacia la otra orilla.
Hannah esperaba su turno, pero Rydon se adentró en el agua con su habitual impaciencia, dando grandes zancadas y tirando de su caballo.
—Menudo atajo de mujerzuelas —gritó—. No es más que un poco de agua, por todos los demonios.
—Esperad, Rydon —le gritó Jacob, pero el capitán prefirió no escuchar, tan tozudo como siempre.
—¿Qué hace? —exclamó Hannah—. ¿Por qué no se agarra a la cuerda? Qué hombre tan insensato.
Rydon había soltado la cuerda para poder tirar de las riendas de su aterrado caballo con las dos manos. Hannah sacudió la cabeza al verlo. El animal necesitaba ánimos y palabras tranquilizadoras, no fuerza bruta. Cuando más tiraba Rydon, más se plantaba el caballo, relinchando con todas sus fuerzas. Hannah vio el blanco de sus ojos mientras trataba de liberarse de las riendas, que Rydon mantenía bien sujetas, y de retroceder al mismo tiempo.
—¡Vamos, condenado! —gritó Rydon.
Hannah vio que el caballo reculaba, aterrorizado. Agitando las patas delanteras, coceó a Rydon en el pecho y este cayó derribado, de espaldas en el agua. Hannah observó horrorizada, con los ojos abiertos de par en par, esperando a que Rydon se levantara, farfullando y enojado. No sucedió.
—¡Rydon!
Jacob gritó y trató de alcanzar las riendas del caballo, que salió huyendo para regresar a tierra firme.
—¡Que alguien se haga con este animal, ahora mismo! —ordenó, pero todos se habían quedado inmóviles, con los ojos clavados en el río, y Jacob fue arrastrado por el aterrorizado caballo, que trataba de escapar. Solo una persona se movió, pero no en dirección a Jacob.
Hoji salió disparado hacia el agua, aullando en la lengua de Rydon:
—¡Capitán-san! ¡Ya voy!
—No, Hoji, no lo hagas.
Hannah fue tras él, con la intención de sacarlo de allí.
—Es demasiado peligroso. No puedes salvarlo —dijo, al borde del sollozo, con el miedo atenazándola por dentro. Aunque alcanzó a agarrar a Hoji por la manga, él se zafó y Hannah se vio obligada a detenerse a pocos pasos de la orilla, donde el agua ya empezaba a salpicar su kimono.
—Tengo que hacerlo. Le debo la vida. —Hoji continuó, con tenacidad.
—No, no quiero perderte. ¡Por favor, para!
Pero Hoji o bien no la oía o no quería oírla. Se fue adentrando en el río y se lanzó al agua cerca del lugar en el que Rydon había desaparecido. Hannah lo vio emerger para respirar y volver a sumergirse de nuevo. Se mordió el labio. Hoji le había dicho que sabía nadar, pero no tenía idea de si era bueno o no. En todo caso, necesitaría ayuda para sacar a Rydon, si lo encontraba. Tomó una decisión: tenía que intervenir.
Como si el grito de Hoji los hubiera despertado de un hechizo, los hombres de la escolta entraron por fin en acción. Algunos salieron corriendo detrás de Jacob para ayudarlo con el caballo, mientras que otros se apresuraron a llegar al borde del río y empezaron a vadearlo detrás de Hannah, gritándole que regresara. Ella fingió no oírlos, echó mano de la cuerda y siguió avanzando hacia el centro.
—¡Por el amor de Dios, Hannah! —oyó gritar a Jacob a su espalda, pero lo ignoró, demasiado concentrada en no perder el equilibrio. El agua bajaba más arremolinada a medida que Hannah se internaba en el río y su túnica empezó a pesar excesivamente. Contempló la posibilidad de quitarse la ropa, pero no podía desatarse el obi con una sola mano y necesitaba la otra para sujetarse a la cuerda.
La cabeza de Hoji volvió a asomar, pero seguía sin haber rastro de Rydon.
—¡Hoji, ya basta! Se ha ido —gritó Hannah, pero él negó con la cabeza y lo intentó de nuevo.
Estaba muy cerca de él cuando un golpe de agua especialmente fuerte le hizo perder pie, pillándola por sorpresa. La cuerda estaba resbaladiza y se le escurrió entre los dedos. Con la cabeza sumergiéndose en el agua, tanteó en busca de algún asidero. Sus manos tocaron grandes cantos rodados, pero la corriente era demasiado fuerte y no conseguía aferrarse a ellos. El agua la empujaba hacia el fondo y la arrastraba. Pasado el vado, el río se hacía más amplio y profundo, y Hannah fue rápidamente propulsada río abajo, volteada por la corriente. No podía hacer nada por resistirse y solo conseguía agitar furiosamente los brazos y las piernas para mantenerse a flote.
Logró sacar la cabeza por encima del agua para tomar un poco de ese aire que tanto necesitaba, pero se le hacía más difícil a cada brazada, con el peso de sus ropas tirando de ella hacia el fondo. Fue presa del pánico, no conseguía nadar; tragó un poco de agua, lo que la hizo toser y esputar. Sabía a lodo y a tierra, y escupió para enjuagarse la boca, notando la lengua rasposa por la arenilla. Al salir a la superficie una vez más, creyó haber oído la voz de Taro llamándola y pensó que estaba sufriendo alucinaciones. Al momento, su cabeza golpeó contra algo duro y no quedó más que oscuridad.