28

—¿Crees que podría visitar al niño. Yukiko-san? —pregunto Hannah al día siguiente—. Me gustaría comprobar con mis propios ojos que está ileso.

Yukiko lo sopesó un momento, y luego asintió.

—No veo por qué no. Enviaré a alguien para que le pregunte al señor Kumashiro si está permitido, solo para asegurarme.

El criado regresó enseguida y les dijo que Hannah sería bienvenida, así que se encaminó hacia allí de inmediato con la única compañía de Yukiko.

—Será mejor no atosigar al chiquitín con muchas visitas —dijo la mujer—. Aún es muy pequeño, no queremos asustarlo.

Hannah se preguntó si su peculiar imagen causaría temor en el niño, pero su experiencia le decía que a los bebés no les costaba demasiado aceptar las cosas. Todos los que había conocido hasta el momento eran curiosos en extremo y lo encontraban todo emocionante. Tenía un buen puñado de primos pequeños y les encantaba que Hannah les enseñara cosas nuevas.

El pequeño heredero del señor Kumashiro disponía de sus propias y amplias dependencias. Las condujeron hasta una gran habitación soleada donde había desperdigados una cantidad más grande de lo habitual de mullidos cojines. Entre ellos, un niño pequeño y enérgico deambulaba como un pato, parándose a coger e inspeccionar varios objetos, como pelotas de seda, animales tallados en madera y complicados sonajeros. A Hannah le pareció que el niño tenía todo lo que podía desear, a excepción de una madre.

Había dos niñeras en la sala, ambas con la mirada clavada, casi con fanatismo, en el objeto de su cometido. Hannah imaginó que debían de estar aterrorizadas ante la posibilidad de ser castigadas si el niño sufría algún daño, después de lo que acababa de ocurrir. No podía culparlas, pero en esa habitación parecía improbable. Allí ni siquiera podía hacerse daño si se caía, dado lo mullido de los tatamis.

Hannah y Yukiko saludaron a las doncellas; entonces Hannah se arrodilló en el suelo delante de Ichiro.

—Hola, Ichiro-chan —dijo, y le sonrió. Se señaló a sí misma—. Soy Hannah. Ha-nah.

Estaba sentada muy quieta, mientras él la miraba con unos grandes ojos serios. Era como si estuviera decidiendo si hablar o no con ella. Al final, debió de considerarla aceptable, porque le ofreció la pelota de seda que tenía en la mano.

—¿Para mí? ¡Vaya, muchas gracias!

Hannah sonrió aún más ampliamente y aceptó la ofrenda. Entonces lanzó la pelota al aire, pero fingió fallar la recepción y cayó al suelo.

—¡Oh!

Hizo una mueca cómica y recuperó la pelota. Ichiro se rio.

—¿Otra vez? —preguntó, sonriéndole. Él asintió, así que repitió la rutina nuevamente. Esta vez él se rio de buena gana, con un adorable gorgoteo que parecía brotarle de lo más profundo. Hannah echó un vistazo a las niñeras, que se habían mostrado un poco vacilantes la primera vez que se dirigió a Ichiro. Ahora se las veía más relajadas, así que Hannah decidió quedarse un rato a jugar con él. Le encantaban los niños y sabía que disfrutaría pasando un rato con el pequeño. Y esperaba que también él disfrutara.

Taro estaba resuelto a pasar más tiempo con su hijo después del incidente casi fatal del estanque. El suceso lo había afectado profundamente. Ya antes sabía que el niño le era muy preciado, pero ahora se había dado cuenta de lo mucho que significaba Ichiro para él. La idea de que tal vez tuviera que dejarlo en Edo muy pronto para no poder verlo en semanas y semanas le generaba tanta impotencia que le entraban ganas de pegar a alguien. No obstante, era algo que no estaba en sus manos cambiar, por eso estaba decidido a aprovechar al máximo el tiempo del que disponía.

Estaba terminando su almuerzo cuando le comunicaron la petición de Hannah.

—Desde luego —dijo—. Tiene mi permiso.

Sin embargo, la idea de que Hannah fuese a visitar a su hijo le despertó curiosidad. No pudo evitar preguntarse qué le parecería a Ichiro y por qué quería ella ver al pequeño. Poniéndose en pie, tomó una resolución: iría a comprobarlo con sus propios ojos.

Mientras se encaminaba hacia los aposentos de su hijo, oyó el eco de la risa del niño. Sonrió. Le encantaba aquel sonido y siempre le complacía cuando era él quien conseguía arrancárselo. El pequeño Ichiro era normalmente un niño muy serio y solo se reía cuando se estaba divirtiendo de verdad. Taro tenía curiosidad por ver qué era lo que tanto lo deleitaba hoy.

Abrió la puerta de la sala de juegos solo una rendija, con intención de observar antes de entrar. Lo que vio le causó tal sorpresa que lo dejó boquiabierto. Hannah estaba tendida de espaldas en el suelo, encima de un montón de cojines. Estaba levantando a Ichiro, arriba y abajo, de tal modo que debía de estar produciéndole un considerable dolor de brazos, mientras el niño estiraba los suyos, como si fuera un pájaro en pleno vuelo. Cada vez que lo levantaba, chillaba de risa.

Mo! —gritaba tan pronto ella lo bajaba, que era su manera de decir «más» u «otra vez», como bien sabía Taro. Hannah lo satisfacía.

Taro advirtió que a Hannah se le había soltado el pelo y que lo tenía extendido desordenadamente a su alrededor, pero ella parecía ajena a la imagen que presentaba. Era un atractivo panorama, sensual de un modo absolutamente inconsciente, que le provocó una punzada de deseo en todo el cuerpo, si bien se obligó a no alentar esa sensación, al menos por el momento. En lugar de eso, estuvo observando su interacción con Ichiro. Resultaba bastante evidente que ella se estaba divirtiendo tanto como su hijo, y Taro estaba maravillado.

Era obvio que Hannah estaba hecha para la maternidad.

Él nunca había visto a ninguna otra mujer jugar con semejante abandono y se dio cuenta de que le gustaba. Le gustaba inmensamente. Y a Ichiro también, eso estaba claro.

Tampoco pudo evitar comparar ese comportamiento con el modo en que Reiko trataba a Ichiro: con pretendido interés, pero nunca con auténtica afabilidad. Pese a intentarlo con todas sus fuerzas, no logró encontrar ni un solo instante en el que Reiko hubiera interactuado verdaderamente con el pequeño. Se limitaba a darle instrucciones en un tono más apropiado para niños más mayores y que él no llegaba a entender.

Taro continuó mirando a Hannah mientras ella, por fin, se incorporaba y decía.

—Ya basta, necesito descansar. Después, más, neh?

Sin embargo no soltó a Ichiro, sino que lo estrechó en sus brazos y se sentó, con él aún en el regazo. El niño se reclinó contra ella, gozando claramente de la atención y la seguridad de su abrazo. Cuando un mechón del pelo de Hannah le cayó sobre el hombro, el niño lo agarró y se lo enrolló en el puño. Era como si quisiera aferrarse a su nueva amiga.

Taro vio que Hannah torcía el gesto al tirar Ichiro del pelo con más fuerza, pero no lo reprendió, sencillamente lo acercó más a ella. Ver a su hijo así abrazado, en manos de la mujer que, según empezaba a percibir, deseaba por encima de las demás, hizo que Taro tragara saliva. En su interior algo cambió y un sentimiento de calidez lo inundó por entero. Su hijo necesitaba una madre y él necesitaba una esposa.

¿Acaso Ichiro acababa de elegir por él?

—¡Ah, señor Kumashiro!

Hannah levantó la vista cuando las dos niñeras ahogaron un grito y se postraron, junto con Yukiko. Se le cortó la respiración al verlo y el corazón le dio un vuelco. En pie, tras cruzar la puerta, con el aspecto formidable de siempre, pero en lugar de miedo, Hannah sintió una punzada de anhelo tan fuerte que tuvo que morderse el labio.

—Mi señor —dijo, y se inclinó todo lo que pudo, con el niño aún en brazos. Se preguntó si estaría enojado con ella por jugar con el niño, aunque esperaba que no. Contuvo el aliento, esperando a ver lo que decía o hacía, pero pronto se hizo patente que no estaba molesto.

—Buenos días —dijo, y se adelantó, dejándose caer en el suelo para sentarse con las piernas cruzadas junto a Hannah y su hijo. Estiró los brazos e Ichiro emitió un alegre ruidito, despegándose del regazo de Hannah para ir con su padre. Taro acogió al niño en su pecho antes de levantarlo, como había hecho Hannah, pero con la emoción añadida de lanzarlo al aire un pequeño trecho antes de volver a cogerlo. Ichiro se rio aún más.

—Así que has venido a ver a mi hijo —dijo el señor Kumashiro entre lanzamiento y lanzamiento, y dedicándole a Hannah una mirada que ella no acabó de descifrar.

—Sí, espero que no os importe. Quería comprobar que estaba bien y… bueno, me encantan los niños.

—Eso es evidente. —Esbozó una sonrisa y ella se relajó un poco—. ¿Crees que debería darle una nueva madre?

Hannah parpadeó, atónita. No se esperaba una pregunta tan directa y no supo qué contestar.

—Yo… bueno, sois vos quien debéis tomar esa decisión, mi señor. Es decir, parece que cuidan muy bien de él y… Pero, por supuesto, todo niño necesita una madre.

—Eso mismo pienso yo. Reflexionaré sobre ello.

Dicho esto, cambió súbitamente de tema y concentró su atención en Ichiro durante la siguiente media hora.

—Debo regresar a mis dependencias —dijo Hannah en un momento dado, pero él hizo un gesto de negación.

—No, quédate —ordenó, de modo que ella lo hizo, pese a saber que no debía.

—¿Me acompañas a dar un paseo por el jardín, Hannah-san?

Hannah no estaba segura del todo de si se trataba de una orden o de una petición; en cualquier caso, estaba dispuesta a complacerlo, así que daba igual. Le daba miedo lo mucho que deseaba pasar más tiempo aún en compañía del señor Kumashiro, pero no podía resistirse.

Echaron a andar por uno de los senderos, caminando en silencio, con los guardaespaldas de Kumashiro siguiéndolos un poco retrasados, junto con Yukiko. Hannah intentó caminar unos cuantos pasos por detrás de él, como le correspondía, pero, tal y como había sucedido en Hirado, él le indicó que se adelantara.

—¿Te gusta mi jardín? —preguntó.

—Por supuesto. ¿Cómo podría no gustarme? —Hannah sonrió—. Es increíblemente hermoso, pero estoy segura de que eso ya lo sabéis.

Se le escapó una risa burbujeante.

—Si hubierais visto el jardín de la casa de mis padres, en Inglaterra, os habríais quedado espantado. En comparación, esto me parece el dominio de un rey.

Él negó con la cabeza.

—El shogun tiene jardines aún más grandes.

—¿Pero vos preferís este? —adivinó Hannah.

—Sí, porque es mío y todos mis antepasados han añadido algo con el paso de los años. Eso lo hace especial para mí.

—¿Y vos? ¿Habéis añadido algo? —osó preguntar Hannah.

—Todavía no, pero lo estoy pensando. Tiene que ser algo diferente, y sin embargo tiene que casar con lo que ya hay aquí, para que parezca que siempre estuvo ahí. No es fácil conseguirlo. Tal vez puedas dedicar algún rato a contarme cosas sobre los diseños de los jardines extranjeros. Podría darme nuevas ideas.

—Será un honor.

Habían llegado a un lugar que las damas de Hannah llamaban «el jardín de la armonía». Era una sección hecha enteramente de grava y piedrecillas, donde se dibujaban formas rastrilladas. Tenía grandes cantos rodados intercalados, la mayoría con formas bellas o poco habituales, lo que dotaba de calma al conjunto.

Hannah comprendió por qué proporcionaba wa interior a quien lo contemplaba.

—Sentémonos —dijo el señor Kumashiro, y llamó por señas a un criado que portaba una manta que, obviamente, había sido traída con ese propósito. Se sentó con las piernas cruzadas en el borde de la grava y Hannah se arrodilló a su lado—. Ahora, enséñame a escribir como los extranjeros, por favor.

—¿Cómo? ¿Aquí?

—Sí. Es un buen sitio para practicar. Mira. —De dentro de la manga sacó un bastoncillo de bambú y bosquejó un kanji en la grava—. Mi sensei solía traerme aquí cuando era pequeño. Ahorra papel.

—Claro, entiendo. —Hannah tomó el bastón cuando él se lo ofreció—. Muy bien. Nuestra escritura es mucho más sencilla que la vuestra, de modo que deberíais poder aprenderla rápidamente. Solo hay veintisiete símbolos, o letras, como las llamamos nosotros, cada una de las cuales representa un sonido. Son las siguientes…

Lo captó rápido, efectivamente, y ambos se embebieron en la lección. En un momento dado, Hannah colocó su mano sobre la de él para guiarlo mientras formaba una de las letras más intrincadas, y aquel mínimo contacto le provocó un escalofrío. Lo soltó tan pronto como pudo, pero no antes de que él hubiera vuelto la cara para mirarla a los ojos por un instante.

—Yo… esto, estáis haciendo progresos —dijo.

Él asintió y sonrió.

—Lo sé.

De algún modo, Hannah tuvo la sensación de que sus palabras tenían un significado oculto, pero no se permitió pensar en ello. De todos modos, probablemente sería cosa de su imaginación. No había motivo para que él sintiera la chispa de atracción que prendía dentro de ella a cada pequeño roce, se dijo. Para él, seguro que no había dejado de ser una extranjera fea.

—¿Estás casada, Hannah-san? —le preguntó de repente.

—Lo estuve. —Hannah se mordió el labio, pensando en cómo explicar las extraordinarias circunstancias de su matrimonio—. Sin embargo, el matrimonio será anulado. Mi… esposo y yo hemos acordado que no encajamos.

—Entiendo. Así que eres una mujer libre. El matrimonio se terminó.

—Sí.

Hannah no se molestó en añadir que el asunto era algo más complicado. Ella no tenía ni idea de cómo se gestionarían esas cosas en Japón, pero por lo que a ella respectaba, el matrimonio había concluido. Para empezar, nunca había dado su consentimiento y tenía el permiso por escrito de Rydon para anularlo. No había vuelta atrás.

—Bueno, no tiene nada de deshonroso. Los matrimonios no siempre funcionan y, cuando esto sucede, el marido puede decidir que deben separarse.

Hannah no sabía qué decir. El señor Kumashiro seguramente no lograría entenderlo si tratara de explicarle que en Inglaterra el asunto se vería de manera distinta. Ni siquiera ella estaba segura de si otros la culparían del fracaso del matrimonio. Se producían anulaciones y, por lo que ella había oído, a menudo los dos miembros de la pareja volvían a casarse, cada uno por su lado. Tampoco es que a ella le importase. Se había pasado dos años pensando que su reputación estaba completamente arruinada y, por mucho que Jacob intentase rectificar ese hecho, no lo había conseguido. Hiciera lo que hiciera ahora, ella estaba al margen y quién sabe lo que le depararía el futuro. Ni siquiera sabía si algún día saldría de aquel lugar ni si volvería a ver su país de origen.

Un repiqueteo interrumpió sus pensamientos e hizo que los dos se volvieran. Hannah vio a un hombre muy viejo acercarse por el camino, lentamente, con la ayuda de un bastón. Estaba casi completamente calvo, con el rostro y la coronilla bruñidos por el sol, y llevaba una barba blanca de chivo que ondeaba con la brisa.

—Yanagihara-san. —El señor Kumashiro se levantó e hizo una cortés reverencia ante el anciano, a la que el sensei respondió con todo lo que sus capacidades le permitían—. ¿Qué te trae por aquí esta tarde? Hace un rato estaba hablando de ti y de que solíamos venir aquí juntos cuando yo era más joven.

—Sí que lo hacíamos, en efecto, mi señor. —Yanagihara sonrió, desvelando unas encías desdentadas—. Tiempos felices.

—Esta es la señora Hannah —dijo el señor Kumashiro. Hannah también se había puesto en pie enseguida y ahora se inclinaba profundamente—. Hoy es mi maestra. Estoy aprendiendo kana extranjeros.

—Oh, suena interesante. Es un placer conoceros por fin, Hannah-san. —Yanagihara le devolvió el saludo, luego se irguió todo lo que pudo y se apoyó en su bastón, mientras estudiaba a Hannah con su mirada aún perspicaz.

—Para mí también. He oído hablar mucho sobre vos.

Hannah vaciló, no estaba segura de si sería correcto preguntarle acerca de sus visiones de ella.

Él asintió como si la hubiera comprendido.

—El señor Kumashiro os lo ha contado, ¿eh? Es verdad, predije vuestra llegada, pero no tenía ni idea que de fuerais una dama tan elegante.

—¿Realmente creísteis que era una amenaza? —Hannah no pudo reprimir la carcajada que le brotó del interior—. Lo siento, pero estoy segura de que ahora podréis comprobar que es una idea absurda.

Yanagihara sonrió a su vez.

—Sí, pero hay distintas formas de amenaza. Algunas pueden venir de dentro. —Miró al señor Kumashiro y Hannah vio que este arqueaba las cejas en una silenciosa interrogación. Yanagihara meneó la cabeza y se volvió a mirar de nuevo a Hannah—. Pero tenéis razón, no suponéis una amenaza en modo alguno.

Hannah no estaba segura de si se lo había imaginado, pero notó que, a su lado, el señor Kumashiro se relajaba.

—Entonces, ¿crees que ella…? —preguntó enigmáticamente.

—Sí —dijo Yanagihara, con voz firme—. Sí, es vuestro destino.

Hannah los miró a uno y a otro alternativamente y repetidas veces.

—¿Y cuál es? —preguntó, confundida por este giro en la conversación.

—Que seas mi maestra —respondió el señor Kumashiro delicadamente—. ¿Quieres acompañarnos, sensei?

—No, gracias. Mis viejos huesos prefieren las comodidades de mi cuarto y sus cojines. Pero me gustaría mucho volver a hablar con vos alguna vez, señora Hannah. ¿Tendréis la bondad de venir a visitarme en uno de mis días buenos? Os avisaré.

—Será un honor.

—Bien, bien. Os dejo con vuestra clase, entonces. Adiós.

Siguieron mirando a Yanagihara en silencio mientras este se alejaba. Luego Hannah se volvió hacia el señor Kumashiro.

—Bueno, ¿continuamos? —le sugirió.

—Quizá más tarde —dijo él. Una vez más, Hannah tuvo la impresión de que sus palabras transmitían un mensaje velado, completamente distinto a lo que ella había oído. Taro la miró fijamente, con una leve sonrisa que hizo aparecer sus hoyuelos, y la repentina calidez de sus ojos la obligaron a apartar la vista para ocultar su propio rubor.

—Te veré esta noche, Hannah-san —añadió.

Con la lección obviamente finalizada, él se puso en pie y Hannah lo siguió de regreso al castillo sin mediar palabra, confusa. Tenía el presentimiento de que algo había cambiado entre ellos esa tarde, aunque no sabía si era bueno o malo.

Pero, que Dios la ayudara, ella ya esperaba con impaciencia el momento de volver a verlo.