Hannah se cuidaba mucho de no aventurarse fuera de la cocina siempre que Rydon tenía invitados. No quería arriesgarse a toparse con su hermano ni con ningún otro extranjero.
«Con las mejillas más rosadas y redondeadas, ya no aparentas ser un chico tanto como antes», le había advertido Hoji. Esto la tenía preocupada, pero no podía hacer gran cosa al respecto. Sin duda, una vez que se embarcaran de regreso a casa, volvería a perder peso. De momento, se mantenía apartada.
Poco a poco, cada día, la temperatura iba aumentando, y tras pasarse horas en la húmeda cocina, una tarde salió afuera un momento a respirar un poco de aire fresco. El jardín tenía un aspecto estupendo bajo la tenue luz de un atardecer de principios de verano. Hechizada, Hannah fue a dar un paseo para fijarse en la simétrica perfección. Era una vista muy sosegadora y respiró profundamente.
Al volverse a su pesar para regresar adentro, alguien salió a la galería que recorría el lateral de la casa y se tropezó con ella. Hannah levantó los ojos y se quedó petrificada.
Era Jacob.
Él también se quedó paralizado y mirándola fijamente, sin dar crédito a lo que veía, aunque no por mucho tiempo. Antes de que le diera tiempo a escapar, él alzó las manos rápidamente y le oprimió los brazos con fuerza.
—¿Hannah? —siseó—. Por amor de Dios, ¿qué estás haciendo aquí?
Hannah se mordió el labio mientras un escalofrío, propiciado por ese encuentro, le recorría todo el cuerpo. No tenía ni idea de cómo explicárselo todo y, a pesar de haber tenido más de dos años para pensar en algo que decir cuando se viera en esa situación, su lengua se negó a funcionar. Tragó saliva con dificultad al tiempo que sus piernas empezaban a flaquear.
—Yo… esto, yo… vine con el capitán Rydon —logró articular finalmente.
El rostro de Jacob dejó de expresar incredulidad para traslucir ira. Por un instante, movió los labios como si no consiguiera que le salieran las palabras, pero entonces estalló.
—¿Te has pasado los últimos dos años a bordo de Sea Sprite? ¿Qué significa esto? ¿Me estás diciendo que eres la ramera de Rydon? ¡El muy canalla! De todas las ruines vilezas…
Hannah ahogó un grito, dejando que todo su trémulo ser diera paso a la indignación.
—¡No, por supuesto que no! ¿Cómo puedes pensar algo así?
—Bueno, ¿y qué se supone que debo pensar? Ninguna chica decente se pasa dos años a bordo de un barco lleno de hombres. Yo… no puedo ni expresar con palabras el espanto que me causas. Por no mencionar lo extremadamente decepcionado que estoy.
Hannah respiró hondo. Veía con claridad meridiana que estaba temblando de la rabia contenida, y sabía que tenía que tranquilizarlo para que pudiera escucharla.
—Jacob, sé lo que debe de parecer, pero lo puedo explicar. Fue todo un estúpido error —empezó a decir, pero él no le dio opción a continuar.
Levantó una mano y la cortó.
—No, no necesito ninguna explicación. No tengo ni idea de qué fue lo que te empujó a tomar una medida tan desesperada, a no ser que fuera tu falta de disposición a casarte con el señor Hesketh, pero…
—Pues claro que no quería casarme con él —lo interrumpió Hannah—. Tú viste lo que pasó y prometiste hablar con padre, pero no cambió nada.
—Lo hice, pero padre me aseguró que el señor Hesketh era un hombre perfectamente respetable. Simplemente se entusiasmó un poco.
—¿Pero es que te has vuelto loco? —Hannah lo miró incrédula—. Pensaba que estabas de mi lado. ¡Ese hombre me agredió!
—Puede que exageraras. Al fin y al cabo, cualquier hombre con el que fueras a casarte tendría derecho a tocarte. No deberías haberte resistido.
—Jacob, no me estás escuchando. —Hannah pateó el suelo exasperada, pero eso no tuvo ningún efecto. Ahora Jacob tenía una expresión fría y dura, si bien sus ojos seguían ardiendo por la ira, como ascuas en una chimenea.
—Bueno, ahora ya no importa, ¿verdad? La cuestión sigue siendo que estás aquí. No serás la única culpable y Rydon no debería haberte animado, pero aun así…
—Él no lo sabe.
—Eso me cuesta creerlo. En cualquier caso, has estado en el barco durante dos años. Tendrás que casarte con ese hombre. No veo otro modo de proteger tu reputación.
—¿Qué? ¿Por qué tendría que casarme con Rydon? Debía de haber más de un centenar de hombres en ese barco y, además, estaba bajo la protección de Hoji-san. Él es el único hombre con el que he estado a solas.
A pesar de la luz menguante, vio que Jacob se ponía lívido.
—Aún peor, un infiel. —Sus labios se transformaron en una línea inflexible—. Bien, es evidente que no te puedes casar con él, ni con ninguno de los marineros. Tendrá que ser responsabilidad del capitán, que tuvo que haber sancionado tu presencia allí desde el principio.
—Sí, pero él cree que soy un chico. Mírame, llevo ropa masculina, la he llevado desde el primer momento. Él nunca me vio, salvo cuando ya estaba sucia y escuálida. Pregúntale a él, te dirá que me llamo Harry. Harry Johnson.
—Es ridículo —se burló Jacob—. Cualquiera que tenga ojos en la cara se da cuenta de que eres una chica.
—Ahora, tal vez sí. Pero no durante el viaje —insistió Hannah.
—Bueno, no importa. Estoy decidido. No puedo permitir que esta situación se prolongue y desde luego no puedo llevarte a casa deshonrada. Padre me mataría. Tendrá que haber boda.
Hannah se quedó mirándolo.
—¡Jacob, por Dios! No puedes hablar en serio. ¿De verdad esperas que me case con Rydon? ¿Como si tal cosa?
Una perspectiva que dos años atrás la habría hecho saltar de alegría, ahora la repugnaba. Sabía, sin miedo a equivocarse, que el Rydon del que se había enamorado tan absurdamente era una ilusión creada únicamente a partir de sus propias nociones del amor romántico. Debía de haber estado completamente ciega. El auténtico Rydon no era alguien con quien ella deseara pasar ni tan siquiera una noche, mucho menos el resto de su vida.
Jacob la miró.
—Nunca he hablado tan en serio en toda mi vida.
—Jacob, por favor, escúchame. Lo que intenté fue irme contigo. Simplemente me subí al barco equivocado.
—¿Y qué demonios te hizo pensar que yo te daría la bienvenida a bordo? Nunca he oído semejante estupidez. Eres una chica. Tu lugar está en casa.
—Lo sé, pero…
—Y por eso precisamente te casarás mañana. Ahora mismo voy a ir a hablar con Rydon. Tenemos que salvaguardar tu reputación.
—No hace falta. No tengo intención que quedarme en Plymouth cuando regresemos. Me iré a otra parte, estoy segura de que encontraré algún trabajo, aunque sea como una simple fregona. Sabe Dios que ya bastante practiqué en casa. Nadie me querrá de vuelta, eso seguro. Incluso adoptaré un nombre nuevo.
—Ahora no estás diciendo más que tonterías. Si te casas con Rydon, todo irá bien.
Hannah apretó los puños. Deseaba pegar a Jacob con todas sus fuerzas, aunque sabía que eso no solucionaría nada.
—No, me niego —dijo con los dientes apretados—. No pienso casarme con él.
—Lo harás, y es mi última palabra. Mientras estemos aquí, yo soy el cabeza de familia y harás lo que yo te diga.
Se dio media vuelta para marcharse, poniendo punto y final a la discusión.
La rabia y la frustración hacían hervir por dentro a Hannah.
—Muy bien, como tú quieras, Jacob Marston. Pero te odiaré hasta el día en que me muera por forzarme a un matrimonio que a mí me resulta despreciable. No pienso volver a hablarte jamás. Ya no te considero mi hermano.
Se fue con la cabeza bien alta, pero, en la seguridad de la cocina, con Hoji, cedió a las lágrimas de desesperación. Sabía que a Hoji le disgustaban las muestras de cualquier tipo de emoción, pero tras exponerle la situación, esta vez no dijo nada y abandonó la estancia discretamente.
Pasado un rato, Hannah se sentó a la entrada de la cocina, mirando la oscuridad. Sus lágrimas se habían agotado, pero la ira seguía recorriéndole las venas.
—No puede obligarme —musitaba—. Huí de un matrimonio repulsivo, solo tengo que volver a hacerlo. Por lo más sagrado, Jacob no es mi guardián.
Llevada por un impulso, se levantó, cruzó el jardín y salió por la portezuela. Afuera, la calle estaba sorprendentemente vacía, cosa que le convenía. No estaba de humor para ver o hablar con nadie, de modo que, cuanto más tiempo permaneciera así, mejor. Dando rienda suelta a su furia, salió en estampida por la calle que bajaba hacia el puerto, sin pensar verdaderamente hacia dónde se dirigía.
Cualquier sitio era mejor que permanecer allí.
Taro se revolvía en su futón, incapaz de conciliar el sueño. Salía para el norte al día siguiente, tras permanecer en el sur varias semanas de más respecto a lo que había planeado. Aún no había dado con una buena excusa para ir a visitar a la muchacha extranjera, y de mala gana había tomado la decisión de que había que tomar más medidas solapadas. Para llevar a término su plan, no obstante, primero tenía que ser visto partiendo, para que nadie sospechara que pudiera estar involucrado.
Suspiró por enésima vez y se incorporó. No servía de nada, el sueño lo esquivaba. Tal vez debería salir a divertirme un poco, pensó, algo bastante fácil de conseguir en una ciudad portuaria. Siempre había por ahí marineros de jarana. Lo único que tenía que hacer era seguir el ruido.
Despachó a sus guardaespaldas, que se pusieron firmes al salir él del dormitorio.
—No, quedaos —ordenó—. Puedo cuidar de mí mismo.
Se había vestido con sencillez, para no llamar la atención, y en lugar de sus dos espadas, se llevó solo un par de dagas afiladas, ocultas entre sus ropas. Nadie adivinaría que era un daimio, especialmente de noche.
La ciudad no era grande y no tardó en encontrar el camino hacia la zona de diversión. Alguien cantaba estridentemente, se oían risas y chillidos procedentes de varios puntos, y Taro se quedó parado un momento, tratando de decidir hacia dónde ir. A pesar de la urgencia por salir, en realidad no estaba de humor para divertimentos. Estaba pensando si entrar en la siguiente posada y pedir un poco de sake, cuando oyó un grito agudo. Sin pensárselo dos veces, enfiló hacia el lugar de donde provenía el tumulto.
Hannah había caído tarde en la cuenta de que huir en un país extranjero era una soberana estupidez. La ira la había cegado tanto que no pensaba con claridad. Pero cuando el enérgico paseo hubo disipado la rabia más incontrolable, la asaltó el instinto de supervivencia y se paró.
Solo que era demasiado tarde.
Un grupo de jóvenes salió en tropel de una casa cercana, obviamente de la peor calaña, y la vieron inmediatamente. Antes de tener ocasión de salir corriendo, la rodearon, y uno de los del grupo (aparentemente su autoproclamado jefe) empezó a asediarla con preguntas.
—¿Qué haces fuera tan tarde, chico gai-jin? ¿Es que no sabes que es peligroso?
Hannah guardó silencio, con la esperanza de que la dejaran tranquila si no les contestaba.
—¿No sabes hablar? ¿Se te ha comido la lengua el gato? ¿O es que no nos entiendes, eh?
—Sí, vosotros esperáis que os den todas las comodidades, pero no levantáis ni un dedo por nosotros, ¿no? —intervino otro.
—Dejadme en paz —dijo Hannah, para demostrar que hablaba su lengua.
—Ah, pero si habla. Vaya, vaya, vaya. —El jefe se acercó y rodeó a Hannah por los hombros con el brazo, zarandeándola un poco—. Pues venga, vamos a divertirnos un poco. Quiero ver qué hacéis los extranjeros para pasar un buen rato.
—No, suéltame. Tengo que volver. Me echarán de menos —dijo Hannah, intentando quitárselo de encima. Pero era como una lapa y parecía tener el brazo pegado a ella.
—Eh, nada de eso —le replicó—. Tú te vienes con nosotros y se acabó.
—¡He dicho que no! —Hannah sentía que el pánico se apoderaba de ella. Totalmente desesperada, le dio una patada al chico en la espinilla, pensando que eso le haría aflojar el brazo, si bien el efecto fue el contrario.
El brazo se le enrolló como una serpiente alrededor de la garganta desde detrás y empezó a apretar.
—Quieres jugar duro, ¿eh? Te voy a enseñar yo lo que es jugar duro.
Sin pensarlo, Hannah chilló; luego se dio cuenta de que era absurdo, por no decir femenino. Nadie podía oírla, y si lo hacían, no acudirían a rescatarla. ¿Cómo podía solucionarlo? Profirió un sollozo de auténtico terror, pero tragó con dificultad y procuró defenderse. Hundió el codo en el pecho del chico y pataleó y corcoveó, pero solo consiguió que el brazo que tenía en torno al cuello apretara más fuerte. Hannah volvió a gritar, aunque esta vez fue un grito de frustración.
Justo cuando pensaba que se le agotaba el aire, algo grande y oscuro se precipitó contra los dos jóvenes que tenía más cerca y los apartó de su camino. Alguien gritó:
—Chikusho!
Y entonces, el que estaba estrangulando a Hannah se encontró de pronto mirando la punta de un cuchillo afilado. Dejó escapar un gemido de pavor.
—Suéltala.
La voz era fría y dura como la hoja del arma y el atacante de Hannah no perdió ni un segundo.
Ahogó un grito y aflojó el brazo en un instante, balbuceando algo sobre que solo se estaban divirtiendo. Enseguida huyó, seguido de cerca por sus compañeros, y la noche se los tragó.
Hannah se dobló sobre sí misma e inhaló grandes bocanadas de aire. Una mano se posó sobre su hombro, pero era un gesto de apoyo, y no se sintió amenazada. Se irguió y miró al señor Kuma. Se preguntó qué estaría haciendo en la calle tan tarde, pero le estaba extremadamente agradecida por que hubiera acudido en su rescate.
—¿Estás herida?
La pregunta fue brusca, pero Hannah creyó detectar un punto de preocupación en su tono. Por lo que pudo ver a la luz de un farol cercano, también estaba ceñudo.
—Estoy bien. Muchas gracias por vuestra ayuda, Kuma-sama.
—¿De verdad son tan estúpidos los gai-jins como para dejar que sus mujeres deambulen solas de noche? —preguntó.
Hannah caía ahora en la cuenta de que le había dicho al borracho que «la» soltara. Se quedó mirándolo fijamente.
—¿Mu… mujeres? —titubeó.
Hizo un gesto de impaciencia.
—No estoy ciego, Akai. Ni soy estúpido. De manera que ¿qué estás haciendo aquí fuera a estas horas de la noche?
—Pues… estaba huyendo —admitió Hannah, aunque ahora que lo decía en voz alta sonaba todavía más estúpido.
—Nani? —bramó él, acentuándose su expresión ceñuda—. ¿Qué?
Hannah negó con un gesto.
—Lo sé, ha sido una idiotez por mi parte, y ya había llegado yo a esa conclusión cuando esos… esos hombres me han encontrado. Ahora me voy directamente a casa, lo prometo.
—Me aseguraré de ello. Ven.
—En serio, no hace falta que me escoltéis. Ahora estaré alerta.
Soltó un bufido.
—¿Y qué vas a conseguir con eso? No estás a la altura de ningún hombre, ¿no crees?
Como para demostrarlo, se abalanzó sobre ella y la cogió en brazos. Hannah ahogó un grito. Aunque probablemente su intención era asustarla un poco, Hannah por el contrario sintió cierta excitación. Solamente en una ocasión había estado en brazos de un hombre, cuando el señor Hesketh… Pero se negaba a pensar en ello. Esto era otra cosa y, por el motivo que fuera, ahora no estaba asustada.
—¡Señor Kuma! Por favor, soltadme. Lo… lo entiendo.
Él lo hizo, aparentemente satisfecho de haber demostrado su argumento.
—Nunca vuelvas a deambular por ahí sola —le dijo muy serio.
—No lo haré, creedme.
Procuró que no le temblara la voz ni un ápice, pero la había desconcertado con su demostración y tuvo que hacer un esfuerzo por calmarse. Él echó a andar en dirección a la casa de Rydon y ella le siguió el paso a su altura, súbitamente agradecida por su presencia.
—Ahora dime de qué huías —le dijo.
—Bueno… de algo que mi hermano quiere que haga y con lo que yo no estoy de acuerdo.
—¿Es mayor que tú, neh, y tu padre no está aquí?
—Eso es.
—Entonces, ¿está en su derecho de decidir por ti, en tu país igual que aquí?
Hannah suspiró y asintió.
—Bien, pues —espetó—. Es tu obligación obedecer. ¿Por qué luchas contra ello?
—No lo sé. —Apretó los dientes. El señor Kuma tenía razón y tal vez Jacob también. Se había portado mal escapándose de una forma tan descarada, por no hablar de lo de esconderse entre cientos de hombres durante tanto tiempo. Podía haberle ocurrido cualquier cosa y, de no haber sido por Hoji, habría estado perdida. Si casarse con Rydon expiaba todo eso, ¿entonces era su obligación pasar por ello? Estaba en juego el honor de su familia, por no decir el suyo propio.
Sintió que se le hundían los hombros por el fracaso. Todo esto lo he provocado yo. Debo asumir las consecuencias.
Habían llegado a la verja de la casa de Rydon y se volvió hacia el señor Kuma para inclinarse ante él.
—Gracias otra vez, mi señor. Sois muy amable y estoy en deuda con vos.
—Dozo. No hay de qué. Tal vez puedas recompensarme pronto.
Con esta frase enigmática, se fue.