A bordo del Sea Sprite, 14 de julio de 1611
Lejos de la fetidez de las aguas de pantoque, los mareos de Hannah remitieron. Enseguida estuvo en condiciones de ingerir la comida que ayudaba a preparar, que era más o menos la misma cada día, mayormente una especie de estofado. Era igual para todos los hombres y constaba de sus raciones correspondientes de carne o pescado en salazón, galletas, mantequilla y guisantes secos cocidos, reducido todo a una pasta glutinosa. Aun así, nadie se quejaba, y normalmente Hannah estaba lo bastante hambrienta como para comerse cualquier cosa.
Sin embargo, Hoji no comía lo que cocinaban. Dedicaba por lo menos una hora al día a pescar, para poder seguir alimentándose adecuadamente. Para sorpresa de Hannah, algunas veces se comía el pescado crudo, mojado en vinagre, pero normalmente lo asaba ligeramente sobre un brasero. Cocinaba y se comía su comida con un par de palillos a los que llamaba o-hashi, evitando los habituales cuchara y cuchillo. Ella lo observada, fascinada, mientras él manejaba diestramente aquellos simples instrumentos. Ni una sola vez se le cayó un trozo de comida y siempre apuraba su plato hasta la última migaja. Hannah también advirtió que contaba con un pequeño aprovisionamiento personal de verduras frescas y encurtidas con el que complementaba su dieta. Tras varios días de monótona comida de barco, le entró la curiosidad.
—¿Puedo probar eso, por favor?
—¿Pescado?
—Mmm… no, las verduras.
—Harry-san tiene que comer los dos, solo buenos juntos.
—Pero…
—Por favor, prueba. Pescado es bueno.
Hannah se quedó mirando el bocado crudo que él le tendía, buscando la manera de rechazarlo sin ofenderlo. El olor la hizo retroceder.
—La verdad, mmm… preferiría comerlo cocinado, aunque estoy segura de que estará muy bueno como lo tomas tú. Si te gustan esas cosas, quiero decir.
—Por favor, prueba. Muy bueno para ti.
Hannah estaba en una encrucijada, pero como quería probar a toda costa las verduras, asintió.
—Vale, de acuerdo. Gracias.
Hoji le ofreció una buena ración y le enseñó cómo usar los hashi. Tardó un poco en conseguir que los palillos funcionaran remotamente como ella quería. Pero al final logró coger un trozo de pescado crudo, lo mojó en vinagre y se lo llevó a la boca. Cerró los ojos y se preparó para un escalofrío. Estaba segura de que el sabor del pescado le resultaría viscoso y desagradable.
No estuvo tan mal, aunque sí lo suficiente, y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para tragárselo. Abrió los ojos y miró a Hoji.
—Mmm, no es tan horrible como pensaba. De hecho —dijo masticando un poco más—, los he probado peores. Aun así, si no te importa, creo que me ceñiré a las verduras.
Hoji sonrió y asintió, como diciendo «te lo advertí».
—Ahora comes con Hoji-san, mucho mejor. Compro más verduras en próximo puerto, suficientes para Harry-san también. Pero, por favor, prometes probar pescado cada día. Acostumbrarte.
—Bueno, puede que lo haga, pero…
Hannah no creía que fuera a acostumbrarse nunca al pescado crudo, pero entonces se acordó de la alternativa. Estofado revenido para todos, menos para el capitán Rydon; a él se le preparaba un menú especial. De pronto el pescado se le antojó infinitamente más apetecible, ya estuviera o no cocinado. Y tal vez, pasado un tiempo, dejaría de notar el olor.
—Eres muy amable. Creo que me gustará.
Al cabo de unos días, Hannah estaba con Hoji junto a la barandilla, observándolo en su sesión diaria de pesca. Insistía en el silencio, pese a que Hannah estaba convencida de que era imposible que los peces los oyeran hablar. De hecho, el ruido que producían las velas henchidas por la brisa y la espuma que levantaban las olas que lamían el casco del barco eran mucho más fuertes que cualquier sonido que pudiera emitir ella.
Contemplando el mar infinito, se sentía insignificante.
—Somos tan increíblemente pequeños, ¿verdad? Sería tan fácil que una gran ola nos engullera, y entonces desapareceríamos, sin más.
—Es destino —dijo Hoji—. Si vas a morir, vas a morir. Aquí, en tierra; es igual. Hay que aceptar destino.
—Supongo que tienes razón, pero aun así…
Hannah no podía evitar pensar en el gran riesgo que había asumido, solo para acabar con su vida de forma prematura ahí fuera. Se estremeció, pero, con determinación, trató de conducir sus pensamientos por otros derroteros. Si era la voluntad de Dios que ella viviera, entonces viviría. Solo podía rezar pidiendo ayuda.
Volvió a apoyarse en la barandilla, contenta de observar a Hoji, que esperaba pacientemente a que picara el siguiente pez. Sentía curiosidad por el enigmático hombrecillo, que se estaba convirtiendo rápidamente en una figura paterna para ella. Había hablado extensamente acerca de su país, pero nunca hacía referencia a sí mismo. Hannah tuvo en ese momento la osadía de preguntarle algunas cosas.
—¿Por qué siempre comes pescado, Hoji-san?
—Soy un samurái. Samurái habitualmente no come carne.
—¿Qué es samurái?
—Personas importantes, guerreros, algunas veces posee tierras.
—Ah, ¿quieres decir como nuestros nobles? ¿Señores y damas?
—Sí. Como ellos. Nosotros llamamos a señor «daimio». Daimio es hombre muy poderoso, jefe de… ¿cómo dices?
—¿Familia? ¿Clan?
—Soh neh. Eso es. Todos en familia de daimio, samurái, clase alta. Daimio posee muchas tierras. Todos samurái guerreros muy duros, entrenan mucho para no sentir frío, hambre o dolor. Vive vida sencilla. Lucha con espadas o arco y flechas. Fuerza, honor y militar… ¿coraje?
—¿Valiente, quieres decir?
—Sí. Esos son más importantes para samurái.
—Pero ¿por qué? ¿Hay muchas guerras en tu país?
—A veces. Muchas luchas entre clanes. Incluso hijas de samurái entrenadas para luchar.
Hannah torció el gesto.
—Pero, Hoji-san, si eres un noble, ¿por qué diantre trabajas aquí como cocinero del capitán Rydon?
—Porque ahora soy ronin.
—¿Cómo has dicho?
—Si samurái pierde amo por deshonor o porque amo es derrotado en batalla, convierte en ronin. Mi amo murió en batalla, la mayoría de sus hombres también. Ronin tiene que vagar, intentar encontrar otro amo para servir, pero es muy difícil. No confías en desconocidos. Muchos ronin son ahora ladrones o piratas.
—¿Eso hacías cuando el capitán te encontró?
—No. Trabajaba para hombre portugués. Lucho por defender barco de los piratas. Navego por todas partes: China, India, muchos lugares. Yo estaba en puerto cuando conocí capitán.
—Entiendo. ¿Y no tienes ninguna posibilidad de volver a encontrar a un amo japonés al que servir de nuevo?
Hannah lo compadecía. Debía de ser muy difícil convertirse en un paria sin tener ninguna culpa, pensó.
—Tal vez. Es destino. Ya veremos, neh?
Dio media vuelta y Hannah comprendió que el tema estaba zanjado y no quiso seguir presionándolo.
Hannah siempre había sido inquisitiva por naturaleza, quería aprender todo lo que pudiera.
—Por favor, ¿le preguntarás al piloto, Hoji-san? Me gustaría saber qué ruta llevamos.
El piloto, el señor Walker, era un individuo parlanchín y Hannah no creía que le molestara la pregunta. Como oficial de navegación, ella sabía que mantendría un gráfico de su progresión y que tendría una cosa llamada «derrotero», con instrucciones de aquellos que habían navegado antes que ellos por la misma ruta. Hannah había oído a su padre y a su hermano hablar sobre ellos. Hoji también le dijo que el señor Walker empleaba diversos instrumentos para intentar determinar su posición, aunque, según entendió Hannah, estas mediciones no eran de todo exactas. Tenía curiosidad por saber cuánto duraría el viaje y qué países irían dejando atrás a su paso.
—Navegamos hacia costa berberisca de noroeste de África —la informó Hoji—. De camino, pasamos cerca de Portugal.
Hannah ya se había enterado de que viajaban en dirección a un grupo de islas llamadas Canarias, donde se reabastecerían de comida y agua fresca. Se solía tardar entre tres y cuatro semanas en llegar allí.
El clima se fue templando manifiestamente a medida que progresaban en su viaje hacia el sur. Abajo, en la cocina, el calor apenas se podía soportar cuando encendían el fuego para cocinar. No obstante, Hoji no parecía sufrirlo ni lo más mínimo, y Hannah casi se molestaba por ello. Se preguntaba si se debería a su rígida formación como guerrero, o simplemente al hecho de que pertenecía a otra raza. ¿Acaso los japoneses no notaban el calor? ¿Ni el frío? No quería preguntar, por si lo ofendía en algún sentido, de modo que se limitó a decir:
—¿No pasaste por aquí cuando viniste a Inglaterra? ¿No recuerdas estos lugares?
—No, solo cocino, quedo aquí abajo. No bueno navegando. Piloto dice pronto pasamos cabo San Vicente.
Hoji interrumpió lo que estaba haciendo y la miró con la cabeza ladeada.
—¿Por qué quieres saber, Harry-san? ¿Trabajo demasiado duro para ti? —Luego añadió—: ¿Por qué subes a barco?
Hannah había estado pensando en qué decirle si alguna vez le hacía esa pregunta, pero ahora que lo había hecho se dio cuenta de que quería que él supiera la verdad. Le habló de Ezekiel Hesketh y la negativa de sus padres a escucharla.
—Mmm. Hija tiene que obedecer a padres, aunque matrimonio malo.
Ese fue el veredicto de Hoji. Hannah frunció el ceño. Algo le había hecho creer que él se pondría de su parte. Ahora lo consideraba su amigo y su mentor, y se sintió herida por sus palabras. Sin embargo, él captó su expresión y se apresuró a añadir:
—Yo sé, diferente en tu país, neh? ¿Padres normalmente preguntan?
Hannah se relajó un poco.
—Bueno, a veces. —Suspiró—. Puede que me precipitara, pero, en serio, ese hombre…
Se estremeció.
—No lo puedo explicar, Hoji-san, pero la sola idea de que me tocara… Bueno, preferiría morir, para serte sincera.
—¿Harías seppuku? —Hoji parecía sorprendido, aunque su semblante permaneció inescrutable.
—¿Qué?
—En Japón, cuando ya no hay honor, hombre se mata. Damas también. Seppuku.
Hoji efectuó un gesto cortante sobre su abdomen y Hannah torció el gesto.
—¿Te cortas en el estómago?
—Sí. Espada especial.
—Uf, suena horrible. Tiene que haber otra manera de hacerlo, si quieres quitarte la vida.
Hoji pareció ofenderse.
—Seppuku única manera, única manera honorable. Tienes segunda persona detrás que corta cabeza si espada no es bastante profunda.
Hannah sintió un escalofrío, pero decidió callarse sus impresiones acerca de ese asunto. Estaba claro que era un tema que afectaba a Hoji muy directamente.
—Entiendo —fue todo lo que dijo—. ¿Y es solo para los samuráis o para todo el mundo?
—Solo samurái, normalmente. Necesita permiso de amo.
—Bueno, yo no quería decir que cometería suicidio realmente. Además, matarse uno mismo es pecado.
—Ah, so desu neh? ¿De verdad?
Ambos guardaron silencio durante un rato. Los únicos sonidos que se oían eran el rítmico repiqueteo de sus cuchillos contra las tablas de cortar y el siseo que causaban las salpicaduras del agua hirviendo cada vez que Hannah echaba dentro de la enorme olla un pedazo de carne salada.
—Bueno, eso ya no es problema. —La voz de Hoji rompió el silencio y Hannah casi se corta un dedo del susto. Él le sonrió—. Ahora aquí, todo bien.
Hannah le devolvió la sonrisa.
—Sí, tienes razón. No tiene sentido ni siquiera pensarlo. El señor Hesketh ya no me querría, ni aunque volviera allí. —Se echó a reír abiertamente—. Menos mal.
Después de más vientos adversos y dos tormentas, los barcos ingleses arribaron por fin a las islas Canarias. Llevaban una semana de retraso, cosa que puso al capitán Rydon de peor humor de lo habitual; pero al menos los cuatro barcos habían logrado llegar más o menos al mismo tiempo. Eso fue un pequeño milagro en sí mismo.
—¡Moveos, maldita sea! ¡No tenemos todo el día, panda de gandules inútiles, escoria!
Su voz se oía por todo el barco, gritando órdenes e imprecaciones, y Hannah procuraba mantenerse alejada de él, como hacía siempre. Comoquiera que había oído los comentarios de su padre acerca de la importancia esencial de la velocidad en aquel viaje, comprendía la frustración de Rydon. Con todo, no le parecía justo que la tomara con la tripulación. Al fin y al cabo, ellos no eran los responsables del mal tiempo.
Lo cierto era que las semanas que Hannah había pasado a bordo de su barco le habían abierto los ojos en más de un aspecto. No había tardado mucho en darse cuenta de que el hombre por el que se había sentido atraída no existía. Era solo un papel que Rydon interpretaba para aquellos a los que quería impresionar. El hombre auténtico, el que veía ahora, no se parecía en nada a aquel que protagonizó sus bobas fantasías.
El hombre auténtico era insoportable.
Fui una verdadera ilusa, como dijo Kate, pensó. Había sido tan ingenua como para juzgar al capitán por las apariencias, si bien, en su defensa, tenía que reconocer que probablemente no fue la única. Aun así, no podía evitar sentirse agradecida por haber destapado su rostro genuino. Su encaprichamiento con él se había borrado de un plumazo y era todo un alivio.
La ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, la isla central del archipiélago, era un bullicioso puerto.
—El gran Cristóbal Colón en persona hizo escala aquí mismo de camino a las Américas —oyó decir Hannah a alguien. Habría dado su brazo derecho porque le permitieran bajar a tierra a explorar, sobre todo después de haber visto las maravillosas playas de arena que bordeaban la costa. Por no mencionar los numerosos puestos y tiendas del mercado. Pero no se atrevió a salir del barco por si se cruzaba con Jacob, y además no tenía dinero. Cuando los demás miembros de la tripulación recibieron su paga, a ella no le dieron nada y no osó preguntar. Asumió que era parte de su castigo por haberse colado como polizón.
Estuvo pensando si debía buscar a Jacob, pero temía que fuera a embarcarla sola en un navío de regreso a Inglaterra. O aún peor, que se sintiera obligado a acompañarla, echando así por tierra la empresa de la familia Marston. Ninguna de esas opciones la atraía lo más mínimo, y finalmente se inclinó por seguir ocultándose.
Oyó a Rydon bramar una orden a Hoji-san, y cuando él respondió «Hai, capitán-sama», Rydon añadió, malhumorado:
—Basta ya de esa jerigonza infernal. Llevas con nosotros el tiempo suficiente como para haber aprendido a hablar como una persona normal.
Hannah se percató de que Hoji fruncía el ceño cuando regresó a la cocina y supo que Rydon había herido sus sentimientos. Ella le tocó el hombro.
—A mí me gusta tu lengua, Hoji-san. Suena encantadora. Ojalá supiera hablarla.
El semblante de Hoji se iluminó.
—Ahora yo enseño, neh? Buena idea si vamos a mi país. Ven, sentamos en cubierta. Aire sienta bien en piel.
La mayor parte de la tripulación había ido a tierra y Hannah sabía que no regresarían hasta que no hubiera más remedio. Hoji caminaba delante de ella por la cubierta vacía en dirección al castillo de proa, cuando encontraron un sitio a la sombra donde sentarse. La brisa era, en efecto, muy bien recibida y Hannah volvió la cabeza hacia ella, disfrutando de su suave caricia.
—Bueno, ¿por dónde empezamos? —le preguntó a Hoji con una sonrisa.
Él se señaló a sí mismo y dijo:
—Watashi wa: yo.
A continuación señaló a Hannah.
—Anata wa: tú. Dices después, por favor.
Hannah hizo lo que le decía, y su lección progresó entre grandes risas, mientras se las veía con la curiosa pronunciación de la lengua de Hoji. No había oído nada semejante en toda su vida, pero tenía buen oído para imitar acentos y muy pronto complació a su profesor con sus esfuerzos.
—Bien, muy bien. Hacemos palabras cada día, pronto aprendes a hablar.
Hannah se rio.
—No estoy tan segura. Creo que tardaré años en aprenderlo todo. ¿Cuánto tardaste tú en aprender mi lengua?
—Navego ahora una año con capitán. Aún no hablo bien.
—Claro que sí. Yo te entiendo y eso es lo único que importa, hacerse entender, ¿no?
—Tal vez. Mejor si aprendes nihon-go, mi lengua, luego hablamos más.
Abandonaron las islas Canarias tras una semana de estancia y los largos días de sol se hicieron interminables. Hannah empezó a sentirse como si viviera en un sueño sin fin. Anhelaba sentir de nuevo el suelo firme, inmóvil bajo sus pies, y deshacerse de la sal que se adhería a todo. Para no pensar en ello, se concentraba en sus lecciones de japonés con Hoji. Además, cuando empezaba a sentirse abatida, él siempre estaba allí para animarla con los relatos de sus aventuras. Parecía ser capaz de leer en ella como en un libro abierto y, con frecuencia, se anticipaba a su estado de ánimo.
—¿Cansada de océano? —le preguntó un día, y Hannah tuvo que sonreír ante su perspicacia—. Si quieres ver mi país, tienes que estar en barco mucho tiempo.
—Lo sé, lo sé, lo siento. La perseverancia no ha sido nunca una de mis mayores virtudes. ¿Nunca te cansas de esto? Sol infinito, dieta monótona, agua por todas partes.
Él sonrió y se encogió de hombros.
—Es destino. Un día viaje terminará. Paciencia es muy importante. Te da wa, armonía.
—Ojalá pudiera verlo de ese modo. Ahora, por favor, enséñame algo más de tu idioma. Me distrae de otras cosas.
Estaba aprendiendo con rapidez y mantenían pequeñas conversaciones cada día acerca de las tareas que estaban llevando a cabo y sobre los objetos que tenían a su alrededor. Hoji estaba satisfecho con sus progresos y le hablaba en japonés siempre que podía.
—Es muy amable por tu parte que te tomes la molestia de enseñarme —dijo Hannah.
—Es agradable para mí poder hablar mi propia lengua. Durante mucho tiempo, solo tu lengua. Terrible para mis oídos —replicó Hoji con una sonrisa.
Hannah sabía que estaba bromeando, pero se dio cuenta de que había una parte de verdad en lo que decía. Se alegró de poder recompensarlo a su manera por todo lo que había hecho por ella. Era un amigo de verdad.