5

Plymouth, Devon, 4 de junio de 1611

Fue el baile más largo de su vida.

Hannah se movía mecánicamente con una falsa sonrisa pegada en la cara, pero no podía reprimir un escalofrío cada vez que sus manos entraban en contacto con las del señor Hesketh. Este parecía ajeno a su desventura y seguía sonriéndole con aquella peculiar expresión de triunfo, que persistía en sus ojos. A cada oportunidad que se le presentaba, sus dedos se demoraban en algún punto durante más tiempo del necesario. Hannah tuvo que morderse la lengua para no lanzarle una dura reprimenda.

Por fin la música cesó. El señor Hesketh colocó en la base de la espalda de Hannah una mano protectora de la que, en medio de la multitud como estaban, no consiguió escapar enseguida. Echó un vistazo a su alrededor una vez más, tratando de hallar algún motivo para apartarse de él, pero no vio nada.

—He estado intentando visitaros, señorita Hannah, pues tengo un asunto en particular del que os quería hablar —estaba diciendo Hesketh—, pero por desgracia los negocios me lo han impedido.

—Ah, ¿sí? —Hannah apenas si prestaba atención a sus palabras y siguió escudriñando la sala en busca de Jacob o algún otro conocido al que usar como excusa.

—Sí, iba a…

Un silencio expectante cayó entre los allí reunidos, seguido de un apagado clamor colectivo. El señor Hesketh también se quedó callado. Su boca se abrió de par en par por el asombro. Al igual que todos los demás, estaba mirando hacia la puerta del salón. Hannah se volvió a mirar a su vez.

—Ahí está —musitó alguien—. Oooh, ¿verdad que tiene un aspecto muy extraño?

—Muy raro, desde luego.

—Madre, ¿por qué es tan oscuro?

—Mirad esos ojillos maléficos. Pura malicia, si quieren que les diga mi opinión.

El que así hablaba musitó una breve oración.

Hannah estiró el cuello para ver a aquel misterioso ser. En cambio, divisó al capitán Rydon de pie junto a la puerta, con su pelo dorado brillando bajo un rayo de sol. Al principio pensó que estaba solo, pero entonces reparó en que se encontraba junto a un hombre que, en comparación, se veía pequeño y moreno. El extraño iba vestido con una especie de calzones bombachos y una raída chaqueta de seda con cinturón. Hannah jamás había visto ropajes como aquellos.

—Aquí está, buena gente. Este es Hodgson, el pequeño chino que me traje en mi último viaje. Le salvé la vida, así que ha jurado servirme hasta que él salve la mía.

El capitán sonrió orgulloso a los invitados, la mayor parte de los cuales miraban ahora groseramente al hombre, como si fuera un engendro de la naturaleza. El propio extranjero se limitó a inclinar educadamente la cabeza.

—¿Hodgson? ¿Qué clase de nombre es ese para un chino? —murmuró alguien.

—No es su verdadero nombre, por supuesto, el suyo nos resultaría demasiado difícil de pronunciar —rio Rydon, mientras el extranjero permanecía impasible.

Hannah miraba igual que hacían los demás. Debía admitir que el hombre tenía un aspecto extraño. Poseía unos ojos poco corrientes y una naricilla respingona, pero a ella no le parecía feo, exactamente. Diferente, sí, pero no feo.

—No me gustaría encontrármelo en un callejón oscuro —susurró alguien a su espalda—. Me daría un susto de muerte.

Hannah miró con el ceño fruncido en dirección a quien había hablado, una robusta mujer de amplias proporciones. El hombre no daba tanto miedo, a decir verdad era diminuto en comparación con la señora. Hannah estuvo tentada de defenderlo, pero se las arregló para mantener la boca cerrada. En lugar de eso, se zafó por fin de la mano del señor Hesketh con un gentil:

—Disculpadme, pero debo hablar sin falta con mi hermano Edward.

—Pero, señorita Hannah, no había acabado de deciros…

Fingió no haberlo oído y se abrió paso entre la muchedumbre, sopesando la idea de intentar rescatar al chino. Sabía lo que era que te miraran tan fijamente (su pelo rojo se encargaba de ello) y se compadecía de él. No obstante, no tardó en darse cuenta de que no sería necesario. La atención de la que era objeto no parecía estar afectándolo lo más mínimo. Hodgson permanecía sereno y se limitaba a escudriñar la sala con curiosidad. Cuando sus ojos se cruzaron con los de Hannah, ella esbozó lo que esperaba que fuera una sonrisa de complicidad. Creyó verlo inclinar levemente la cabeza como signo de agradecimiento. Entonces él sonrió para sí y Hannah se extrañó. ¿Qué podía encontrar tan divertido en una situación tan incómoda como esa?

—¿Dónde dijo que lo encontró?

—¿Lo mantiene encerrado a cal y canto?

—Cuéntenos más cosas sobre sus viajes, capitán Rydon.

Llegaban exclamaciones y preguntas desde cada rincón, ahora que los invitados se habían puesto a hablar a la vez. Todo el mundo quería que les relatara la historia de cómo había salvado la vida del extranjero y todos querían oír hablar a Hodgson. Hannah se fijó en que su hermana hacía un puchero, sin duda enojada por haber dejado de ser el centro de atención. Aun así, incluso Kate pareció fascinada cuando el chino dio un paso al frente para complacerlos.

—Buena noche —dijo, y acompañó estas palabras con una cortés reverencia. Añadió algunas palabras vacilantes, la mayor parte de las cuales sonaron como un galimatías. Los invitados las recibieron con risitas tontas y sofocadas.

—Es de lo más pintoresco, sin duda.

—Bueno, qué esperaban de un bárbaro.

Hannah sacudió la cabeza y se retiró a un rincón una vez más, asegurándose de perder de vista al señor Hesketh. Volvió a torcer el gesto cuando vio que tocaban al señor Hodgson subrepticiamente en varias ocasiones. Era como si los invitados no se creyeran que fuera real, y se preguntó si afrontaría ella semejante situación sin perder los estribos.

Oyó fragmentos del relato del capitán y escuchó el relato, en contra de su voluntad inicial.

—Hodgson trabajaba como mercenario… sí, al servicio de un comerciante portugués… emboscada en la oscuridad… oí los gritos, de modo que acudí al rescate, por supuesto…

La imagen del gallardo capitán abalanzándose contra los ladrones con su espada en alto tomó forma en la mente de Hannah, y suspiró. Habría sido algo digno de ver, estaba segura, y no era de extrañar que los ladrones hubiesen huido.

Al final los invitados se aburrieron del tema y le dieron permiso a Hodgson para que deambulara por allí. Hannah lo estuvo observando un rato, mientras él trazaba un circuito por la sala, analizando con interés todo lo que veía. Se detuvo a palpar algunos tapices. Hannah advirtió que su madre entornaba los ojos con suspicacia, pero él volvió a dejar las colgaduras en su sitio con extrema delicadeza. Sin embargo, siempre que tropezaba con alguno de los invitados, o apenas se acercaba a ellos, estos retrocedían, prorrumpiendo en indisimuladas exclamaciones. Parecía como si su sola presencia supusiera alguna clase de contaminación. Hannah no daba crédito. Para ella no era más que un hombre normal y corriente.

Dejó reposar su cabeza contra la pared y cerró los ojos. Un dolor punzante le golpeaba la frente. Con un desesperado anhelo por escapar, fue a situarse junto a su madre.

—Mamá, ¿puedo retirarme ahora, por favor? Me duele terriblemente la cabeza.

—No, no, ni hablar. Sería una grosería para con los prometidos. Ve a la cocina y que Emma te haga una tisana. —La señora Marston despachó a su hija de mala manera—. Venga, date prisa. Nuestra querida Kate se lo está pasando maravillosamente, estoy segura de que no te echará de menos un ratito. Y me consta que el señor Hesketh querrá pedirte otro baile.

Hannah miró en dirección a la mesa a la que Kate estaba sentada junto a su futuro esposo. Advirtió que Henry tenía uno de sus brazos alrededor de los hombros de Kate, del que esta trataba de desembarazarse sin mucho éxito. Hannah vio que Kate le lanzaba una mirada implorante al capitán, que ahora estaba apoyado contra la pared, a pocos metros de distancia. No obstante, él no parecía tener mucha prisa por acudir al rescate de la joven, y se encogió levemente de hombros.

Hannah suspiró y enfiló hacía el pasillo, inundado por la corriente. Allí se desplomó en el último peldaño de la escalera y apoyó la cabeza en la pared. No podía soportar ver a su hermana o al capitán ni un segundo más. Solo conseguirían hacerla pensar en su supuesta asignación.

—Disculpa, dama, ¿no sientes bien?

Hannah dio un brinco y alzó los ojos para ver el rostro del chino. Abrió la boca para contestar, pero de ella no salió ningún sonido.

—¿Enferma? —volvió a preguntar, alargando la mano para tocarle la frente. Ella retrocedió un escalón, apartándose bruscamente de su alcance inmediato, antes de caer en la cuenta de que su actitud no era mejor que la de las personas que habían hecho crueles comentarios acerca de él. Se deslizó de nuevo hasta el último peldaño.

—¡No! No, yo… es decir, sí. Me… me duele la cabeza.

Él dio un paso atrás y sonrió, luego se inclinó educadamente.

—No tienes miedo, solo quiero ayudar.

Hannah se relajó un poco mientras él se ponía a hurgar en una pequeña bolsa que llevaba colgada del cinturón.

—Ah, koko ni aru. Ten. —Sacó una ampollita y se la tendió—. En bebida, pones tres gotas, dolor de cabeza se va.

Sonrió y volvió a inclinarse, ofreciéndole la ampolla.

—Oh, vaya, gracias, pero no estoy segura de poder aceptarlo.

—Por favor, dama. Pondrás mejor, te prometo. —Asintió y volvió a inclinarse una vez más—. Voy a buscar, ¿sí?

Hannah tomó el diminuto recipiente con recelo, entonces esperó mientras él iba a buscar una bebida. Regresó, sorprendentemente rápido con una cerveza ligera y administró él mismo la dosis con gran ceremonia. Hannah no tuvo el valor de rechazarlo y se lo bebió.

—Bien. Ahora, descansa, pronto sentirás mejor —dijo Hodgson.

—Gracias. Sois muy amable.

Hannah lo miró y se sintió de nuevo avergonzada por el trato que había recibido anteriormente.

—Yo, bueno, siento que todo el mundo se quedara mirándoos —le espetó, con la intención de que sus palabras lo compensaran. Para su sorpresa, él dibujó una enorme sonrisa en su rostro.

—Está bien —dijo—. Yo también los miro. Tu gente… muy feos, pero ahora ya acostumbrado.

Hannah ahogó un grito. ¿Los encontraba feos a todos?

—¿Lo dice en serio? —exclamó, y de repente estalló en una sonora carcajada. Ahora entendía por qué se había reído. Y añadió—: Supongo que eso significa que estamos empatados.

Ya había dejado de palpitarle la cabeza y la habitación ya no le daba tantas vueltas como antes. Él asintió.

—Sí.

Le chispeaban los ojos y Hannah se sintió aún más cercana a él.

—¿Volvemos al salón? —dijo—. ¿U os gustaría que os buscara algo para comer? Os habéis perdido la cena de antes.

—Gracias, pero ya comido. Debo ir. Capitán dice no me quedo mucho rato.

—Ah, ya veo.

Hannah quería pedirle que se quedara un poco más, a hacerle compañía, pero sabía que no podía actuar en contra de los deseos del capitán. Después de todo, Hodgson era su sirviente.

—Muy bien. Gracias otra vez por acudir en mi ayuda.

Dozo onegai shimasu —dijo él, palabras que ella interpretó como un «no hay de qué»—. Sayonara.

Con otra profunda reverencia, se fue.

Hannah estuvo sentada en las escaleras durante mucho rato, viéndolo marchar y deseando que hubiera podido quedarse.

Al día siguiente al banquete, fue convocada para acudir al despacho de su padre, a quien encontró detrás de su escritorio y, como de costumbre, con la madre de Hannah rondando cerca.

—Ah, aquí estás.

Hannah notó un falso regocijo afectado, como si eso fuera a predeterminarla a favor de lo que quiera que fuera a decirle. Como ya había adivinado de qué se trataba, la estratagema estaba condenada al fracaso.

—¿Me mandasteis llamar? —Se detuvo a unos metros de su mesa y entrelazó las manos a la espalda, para evitar que temblaran.

—Sí, en efecto. Tengo noticias excelentes. He recibido una halagadora petición de matrimonio para ti, y tu madre y yo hemos decidido aceptarla en tu nombre. El señor Hesketh ha estado aquí esta mañana, como no me cabe duda que ya sabrás, y hemos acordado los términos. Y debes saber que son muy generosos.

—Entiendo. ¿No tengo elección? Después de todo, soy yo lo que va a tener que casarse con él.

—No seas impertinente —le recriminó su padre—. Sabes perfectamente que son los padres quienes disponen estas cosas.

—Siempre has sido la predilecta de tus primos más pequeños —intervino su madre—, te adoran. Y dado que el señor Hesketh necesita una esposa que se ocupe adecuadamente de sus hijos, todos pensamos que serías la persona ideal.

—Yo quiero mis propios hijos, no los de otra persona —musitó Hannah.

—También tendrás los tuyos. Unos cuantos más o menos da lo mismo, ¿no crees? Ahora ya sabes que nos preocupamos por tus intereses —añadió su madre, tratando de sonar tranquilizadora, aunque solo consiguió molestar a Hannah aún más.

—¿Mis intereses? ¿Casarme con un hombre lo bastante viejo como para ser mi padre? ¡Es repugnante!

—¡Hannah! —Su madre parecía estar escandalizada, pero su padre alzó una mano para evitar que añadiera nada más.

—Solo tiene treinta y dos años —dijo—, no es una edad tan avanzada. Puede que ahora te lo parezca, pero dentro de unos años pensarás de otra forma. Tu madre y yo somos de la opinión de que necesitas una mano que te apacigüe. El hecho de que el señor Hesketh tenga más experiencia en la vida que tú solo puede ser un factor positivo. Eres demasiado testaruda para tu propio bien. No creas que no te hemos visto corretear descontroladamente con Edward, pese a que ya eres demasiado mayor para esa conducta. Debes aprender a guardar un poco de decoro.

—Yo no corro «descontroladamente», solo…

—Hannah, sencillamente no es decente para una joven de tu edad. No eres una niña, es hora de que actúes con responsabilidad. Sospechamos que necesitas algo que te distraiga, y cuidar de los hijos del señor Hesketh te mantendrá ocupada.

—¡Pero yo no quiero casarme con él! Ya ha enterrado a dos esposas y yo tendría cinco hijastros. ¡Cinco!

—Eso no tiene nada de excepcional. La responsabilidad te ayudará a madurar.

—No me gusta —dijo Hannah con los dientes apretados—. Tiene que haber alguien más con quien pueda casarme. ¡Cualquiera!

—No te pongas tan melodramática. Hesketh es un tipo excelente. Lo conozco desde hace años. No me cabe duda de que te acostumbrarás a él, y tiene capacidad de sobra para manteneros a ti y a su prole. ¡Pero si tiene una bonita casa y muchos criados! No te faltará de nada.

Hannah pestañeó para contener las lágrimas. Quería seguir protestando, pero sabía que no habría consecuencias. Una vez que sus padres decidían algo, se negaban a escuchar argumentos contrarios. A partir de ahora, podía luchar todo lo que quisiera, que al final ellos ganarían. Siempre era así.

Cerró los ojos e intentó escuchar la voz de la razón. Sus padres decían desear lo que fuera mejor para ella y habían escogido al señor Hesketh. Su obligación era aceptar esa elección con buena disposición. Y padre había dicho que el hombre era un «tipo excelente». Él debía de saberlo.

Quizá no fuera tan malo, al fin y al cabo.

Pero, entonces, ¿por qué se sentía como si la llevaran al cadalso?