Plymouth, Devon, 1 de junio de 1611
—¡Maldición! —exclamó Hannah Marston, de un modo impropio para una dama, y arrojó disgustada su lápiz de grafito. Aterrizó en el suelo y salió rodando hasta desaparecer, pero Hannah ni se molestó en ir a recogerlo. No tenía sentido, ya no lo iba a necesitar.
Sentada en el banco de la ventana del pequeño cuarto que compartía con su hermana mayor, Kate, había estado bosquejando de mala gana una vista del puerto de Plymouth. Se veía desde su privilegiada atalaya, la tercera planta de una casa situada en lo alto de una loma y que daba al muelle, que se divisaba a lo lejos. Sin embargo, no era el resultado de sus esfuerzos lo que la enojaba, sino el taconeo que procedía de la escalera exterior. La paz y el sosiego de los que había disfrutado durante la ausencia de su hermana no abundaban en un hogar que solía estar abarrotado de gente, y la soledad le había resultado de lo más grata. Le habría gustado que hubiera durado más.
Desde luego que Hannah debería haber dado a conocer su presencia en el mismo instante en que Kate y otra joven se precipitaron al interior de la estancia, entre risitas algo histéricas. En cambio, se encorvó aún más en su rincón y tiró subrepticiamente de la cortina, con la esperanza de pasar inadvertida. Tal vez, con un poco de suerte, su hermana no se quedaría mucho tiempo.
—No te lo vas a creer —susurró Kate, y cerró dando un portazo—. Estuve dando un paseo por la cubierta del barco con el capitán mientras padre inspeccionaba la carga y, al cabo de un rato, fingí que me desvanecía. Naturalmente, el capitán tuvo que cogerme en brazos y llevarme al camarote principal, y me estrechó muy fuerte contra él mientras me trasladaba allí. Sentí un escalofrío por todo el cuerpo.
—Cielos —siseó la otra muchacha, la mejor amiga de Kate, Eliza, cuya voz Hannah había reconocido de inmediato.
—Sí, pero espera, eso no es todo. Escucha. —Kate bajó el tono, pero Hannah aún podía oírla perfectamente—. Me dejó en su litera y, cuando fingí recuperarme y abrí los ojos, estaba arrodillado muy cerca de mí. Fue increíblemente emocionante, y la expresión de su cara… Bueno, luego me susurró que quería que nos viéramos en el jardín la noche de mi fiesta de compromiso. Padre lo ha invitado, ¿sabes?
Hannah ahogó un grito, pero como Eliza también lo hizo, su hermana no la oyó. Hannah se tapó la boca con la mano para impedir que de ella escaparan más ruidos involuntarios.
—Pero, Kate, ¿qué pasa con el señor Forrester? —replicó Eliza—. No habrás olvidado tu compromiso, ¿verdad? ¿Cómo puedes verte con otro hombre en semejantes circunstancias?
—Oh, Henry. —Con el tono empleado, Kate lo relegó a un papel de nula importancia—. No sospechará nada en absoluto si soy precavida. Tal vez debería alegar una repentina jaqueca. Sí, o bien rasgar el dobladillo de mi vestido para tener que hacer un arreglo. Henry estará bastante borracho para cuando terminemos de cenar. Ya ha sucedido antes.
—¡Kate! —Eliza parecía estar escandalizada y, detrás de la cortina, Hannah apretó los dientes. Testaruda y egocéntrica, Kate era una experta a la hora de proceder con modos a los que Hannah solo podía aspirar en sueños. Pero ¿esto? Esto se salía de toda norma, pensó Hannah. Definitivamente, esta vez su hermana estaba yendo demasiado lejos.
—No lo entiendo —añadió Eliza—. ¿Por qué te casas con el señor Forrester, si a quien amas es al capitán Rydon?
—Para ascender en la escala social, naturalmente.
Hannah reconoció los términos que había usado su padre para persuadir a su hija mayor de que aceptara el matrimonio. En aquel momento, Kate se había mostrado inclinada a rechazar la oferta del señor Forrester, menospreciando a su pretendiente. No era exactamente la clase de hombre en el que se habría fijado una joven hermosa como Kate. No obstante, su hermana no era sino una mercenaria, y cuando le evidenciaron las ventajas no tardó en cambiar de opinión. Hannah torció el gesto. Ella nunca se habría dejado influenciar por el dinero y un título si su corazón pertenecía a otro. Un hombre como…
—El capitán Rydon, bueno, tal vez tenga todo lo que una mujer desee en ciertos aspectos —continuó Kate, con otra risita—, y te garantizo que Henry no lo tiene; pero se pasa la mayor parte del tiempo fuera, navegando, y nada me asegura que vaya a volver. Me pasaría meses y meses muerta de aburrimiento. Y si me caso con Henry, seré lady Forrester en cuanto muera su padre; mientras que, si me caso con el capitán, mi situación actual no mejorará ni un ápice. De esta forma puedo disfrutar de ambos.
Rio con una sonora carcajada y se arrancó a bailar por la habitación.
—Créeme, Eliza, estoy ansiosa por que llegue el banquete. ¿No es emocionante?
—No has aceptado verte con él, ¿verdad? —La pregunta de Eliza le llegó en forma de un susurro ahogado.
—Oh. —Kate hizo otra pirueta—. No exactamente, pero puede que me aventure a salir al jardín por error y… ¿quién sabe lo que puede pasar?
Hannah oyó que se cerraba la puerta principal y miró por la ventana, hacia la calle. El objeto de la conversación se alejaba tranquilamente de la casa con paso firme, el pelo rubio reluciente como el oro bajo el sol, antes de ponerse el sombrero ladeado. Debió de haber regresado a la casa con el padre de ella para hablar de negocios, pero ahora el capitán Rydon parecía no tener desvelo alguno. Y, a decir verdad, ¿por qué iba a tenerlo?, se preguntó Hannah, cuando había por ahí mujeres tan estúpidas como su hermana para complacer todas sus necesidades. De habérselo pedido a Hannah, ella jamás habría accedido a verse con él a solas, a no ser que estuvieran, como mínimo, prometidos. Aquello era ir demasiado lejos.
Sofocó un suspiro. Tenía que admitir que era un hombre muy apuesto. Aquellos centelleantes ojos suyos tenían extraños efectos sobre las entrañas de una chica, y cuando te sonreía resultaba del todo imposible no admirarlo. Solo con pensarlo se le aceleraba el ritmo cardíaco.
—Qué mala eres. —Eliza hablaba casi con envidia, aunque su tono también la reprobaba levemente.
—La verdad es que no. Estoy segura de que podré mantener al capitán a cierta distancia por una temporada. Al fin y al cabo, lo que excita a los hombres es la emoción de la caza, ¿no es eso? Así que, tal vez, cuando falte menos para la boda, ya veremos.
—Ten cuidado, Kate, todavía faltan unos cuantos meses para tus nupcias, ¿recuerdas? No querrás que el señor Forrester empiece a sospechar. O sea… ¿estás segura de que tu marido no notará nada durante vuestra noche de bodas?
—No, me aseguraré de que haya bebido lo suficiente, así no se acordará de nada y podré afirmar que cumplí con mi deber. —Kate parecía muy complacida de su propia astucia—. En cualquier caso, todas las novias saben que no está de más llevar un frasquito de sangre de pollo. Ya sabes, para asegurarse de que las sábanas acaben adecuadamente manchadas.
Hannah se alegraba enormemente de que su hermana fuera a casarse, ya que así, por fin, se iría de casa. Ellas dos no eran muy amigas, precisamente. Kate siempre había sido la belleza oficial de la casa, con su reluciente cabello rubio y su escultural figura, mientras que el indomable pelo rojo vivo de Hannah y su constitución menuda quedaban lejos de tamaña perfección. Había procurado no sentir celos de la belleza de su hermana, pero no era fácil, sobre todo cuando sus padres parecían favorecer a su hija mayor a todas horas. No obstante, ahora Hannah también empezaba a compadecerse profundamente del desafortunado señor Forrester. Iba a tener que aguantar a Kate en su lugar, y Hannah se preguntaba si tendría idea de dónde se estaba metiendo.
Una justificada indignación por él, sumada a la envidia que le tenía a su hermana por haber atraído la atención del capitán, la inundó hasta tal punto que se olvidó de su determinación por permanecer oculta. Descorrió la cortina y salió de su escondrijo. Eliza, asustada, profirió un gritito, mientras que Kate se limitó pestañear, sorprendida.
—En serio, Kate, no puedes hacer eso, estaría muy mal —protestó Hannah—. Voy a contárselo a madre ahora mismo.
Kate la miró de arriba abajo como si no fuera más que una miserable pulga fastidiosa. Entornó los ojos y puso los brazos en jarras.
—Ah, no, no lo harás o juro que te haré la vida imposible.
—De todos modos, ya me la haces imposible, y esto no está bien. El pobre señor Forrester va a ser un cornudo incluso antes de casarse. Ni siquiera tú deberías caer tan bajo.
El rostro de Kate se sonrojó de ira.
—¿Cómo te atreves a decirme lo que debo o no debo hacer, pequeña ilusa? Y de todas formas, ¿qué sabrás tú de estas cosas? —Veleidosa como era siempre, se paró en seco y puso cara de inocente—. Además, ¿quién ha dicho que fuera a hacer otra cosa que hablar con el capitán Rydon en el jardín? ¿Qué hay de malo en cruzar unas palabras con él?
—No era eso lo que estabas insinuando.
La expresión de Kate volvió a alterarse, mudando a engreída.
—Ya sé lo que pasa: estás celosa. —Se dirigió a Eliza—. Hannah se ha encaprichado con el capitán solo porque una vez le habló gentilmente. Siempre que viene por aquí le lanza miraditas, como un perrito faldero con un amo nuevo. Aunque dudo mucho que él se haya dado cuenta. ¿Por qué iba a hacerlo?
Se echó a reír y miró con intención maliciosa los rebeldes rizos cobrizos que se escapaban de debajo del bonete de Hannah. Eliza rio tontamente.
—No estoy celosa. Me importa un bledo lo que él haga —le espetó Hannah como respuesta, pero sintió que el color que la delataba le teñía las mejillas y Kate enarcó sus delicadas cejas.
—Tal vez debería revelarle el secreto —se mofó—. Estoy segura de que le divertiría mucho saberse objeto de tu afecto. Después de todo, está acostumbrado a las mujeres adultas, y no a las niñas pequeñas.
—Tengo diecisiete años, no soy una niña.
—Bueno, viéndote nadie lo diría. —Kate sonrió satisfecha. Echó una mirada a la delgada figura de Hannah antes de recorrer con las manos la suya propia, tan redondeada. Hannah apretó los dientes. Era cierto que su cuerpo aún no había desarrollado las generosas proporciones del de Kate, y era muy consciente de que la mayoría de los hombres preferirían a su hermana sin asomo de duda, pero eso no la convertía a ella en una niña.
—El capitán Rydon sabe perfectamente la edad que tengo y… —Hannah se interrumpió. De todos modos, no servía de nada discutir ese tema.
—En realidad —le dijo Kate a Eliza, dándole la espalda a Hannah como si ya no estuviera en la habitación—, probablemente Hannah también querría a Henry, viendo el buen partido que es. Ella jamás podría ni soñar con igualarlo.
—¿De qué estás hablando? ¿Por qué iba yo a querer a tu prometido?
Kate se volvió al punto, con los ojos danzando y conteniendo la risa.
—Porque es mucho mejor que el hombre que padre tiene en mente para ti, por supuesto.
—Padre ni siquiera ha pensado todavía en mi matrimonio, ha estado demasiado ocupado concertando el tuyo.
—En eso te equivocas, hermana querida. Lo oí hablar con madre acerca de este tema hace solo dos días y el nombre de Ezekiel Hesketh surgió en la conversación en no pocas ocasiones.
La sonrisa de satisfacción volvió a dibujarse en el semblante de Kate, al tiempo que Hannah notaba que su rostro se quedaba lívido.
—Ezekiel Hes… No, te lo estás inventando. ¡Te odio!
Hannah se precipitó hacia la puerta con pasos enfurecidos, pero su hermana la alcanzó y le pellizcó violentamente el brazo.
—¡Ay!
—Ni una palabra a nadie, ¿me oyes? O lo lamentarás mucho —siseó Kate. Su amenaza vino acompañada de una mirada que prometía un castigo funesto, pero a Hannah eso la traía sin cuidado.
—Haré lo que considere más oportuno —replicó, apretando los dientes.
—¡No lo harás! —Kate levantó la mano, sin duda para administrar un nuevo pellizco, y Hannah alzó las suyas para defenderse. La mala fortuna hizo que Kate se adelantara en el mismo momento en que los nudillos de Hannah impactaban accidentalmente contra la naricita perfecta de su hermana. Brotó la sangre, que chorreó sobre los delicados labios de Kate.
Inmediatamente, esta se puso a chillar con todo lo que le daba su estridente voz, y, por añadidura, a patalear como un bebé enrabietado. Hannah contempló despectiva esos aspavientos por un instante, pero entonces el corazón se le encogió. Ahora sí que la he hecho buena. Como para confirmar su pensamiento, se oyeron unos pasos rápidos por la escalera, se abrió la puerta de golpe y entró su madre, algo sofocada por las prisas.
—¿Se puede saber qué es lo que pasa aquí? —preguntó, analizando la escena con los ojos entreabiertos.
—Oh, mamá, ¡mira lo que ha hecho!
Kate prorrumpió en sonoros lamentos y se abalanzó contra el amplio pecho de su madre. La señora Marston suspiró y sacudió la cabeza mirando a Hannah; luego señaló la puerta, con una expresión de enojo.
—¡Tú, a la cocina! Si no te puedes comportar como una joven dama bien educada, puedes ayudar a la fregona el resto del día. Francamente, estoy perdiendo la esperanza de que alguna vez vayas a eliminar esos modales hombrunos tuyos.
Con la otra mano acunaba la cabeza de su otra hija por detrás, acariciando su encantadora melena rubia con intención de calmarla.
—Déjame ver, mi vida, no será para tanto.
Levantó con preocupación el rostro de Kate y le echó un vistazo a la nariz enrojecida.
Hannah se mordió el labio.
—Pero, madre, ella iba a… —empezó a decir, pero la cortaron de inmediato.
—No quiero oír ni una palabra más. De verdad que estoy empezando a dudar seriamente que vayas a tener alguna vez algo de sesera. ¿Cómo has podido? Y con la fiesta de compromiso de tu hermana tan próxima. Deberías avergonzarte de ti misma.
—¡Eso no es justo! Es Kate la que no tiene vergüenza.
Hannah tragó saliva, procurando contener las lágrimas de frustración que amenazaban con derramarse.
—¡Vete, te digo! Te emplearás en las tareas de la cocina durante lo que queda de semana.
El imperioso dedo señaló otra vez la puerta y Hannah se volvió hacia ella, suspirando. Sabía que no servía de nada. Si hubiera sabido controlar su enfado, podría haber tenido ocasión de convencer a su madre de la perfidia de Kate, pero ahora ya era demasiado tarde. Su hermana había vuelto a ganar.
En su último acto de desafío, Hannah cerró la puerta tan fuerte como pudo, luego se quedó apoyada contra la pared de fuera, frotándose, ausente, su nuevo cardenal. Enfurecida, apretó los puños, sintiéndose impotente.
—¿Por qué? —susurró—. ¿Por qué siempre consigue que se haga todo a su manera?
Sabía que iba en contra de los mandamientos de Dios, pero en ese momento odiaba a su hermana como nunca.
¿Y Ezekiel Hesketh? ¿Podía estar realmente segura de que sus padres nunca habían considerado semejante alianza? Aquel hombre bien podía ser un viudo y un respetable abogado, pero tenía cinco hijos maleducados y era lo bastante viejo como para ser el padre de Hannah. Bueno, casi. Hannah temblaba violentamente y echó a correr escaleras abajo como si la llevaran todos los demonios del infierno.
—No me casaré con él —musitó—. No me pueden obligar.
Pero ella sabía que sí podían.