Dos semanas después, consulté mi reloj mientras desayunábamos a media mañana (yo aún estaba de vacaciones) y anuncié:
—Tengo que salir dentro de un rato, y hay algo que quiero enseñarte. ¿A qué hora volverás del centro de acogida?
—Creo que a las tres ya estaré de vuelta. ¿Qué pasa? —preguntó apartando el diario.
Me puse el abrigo y cogí los guantes.
—Ya lo verás.
Esa tarde aparqué delante del edificio de ella y le abrí la puerta del coche. Tenía muchas ganas de llevarla a mi lado.
—¿Qué tal se te da esto de conducir? —preguntó cuando me senté al volante.
Solté una risita.
—Muy bien.
A medida que nos alejábamos de la ciudad, su curiosidad iba en aumento. Noventa minutos después, anuncié:
—Ya casi estamos.
Giré a la izquierda tras abandonar la autopista y enfilé el sendero de grava. Volví a girar y me alegré de tener tracción en las cuatro ruedas, porque el camino había quedado sepultado bajo un palmo de nieve. Me acerqué a la pequeña casa azul y aparqué delante del garaje.
—Vamos —dije.
—¿Quién vive aquí?
No contesté. Cuando llegamos a la puerta, saqué la llave y la abrí.
—¿Es tuya? —preguntó Anna.
—Di la paga y señal hace dos meses y hoy he firmado la escritura —Anna entró y la seguí, encendiendo las luces por el camino—. Los anteriores propietarios la construyeron en los años ochenta. Dudo que cambiaran nada desde entonces —comenté sonriendo—. La moqueta azul es el no va más.
Anna pasó revista a todas las habitaciones, abriendo los armarios y comentando las cosas que le gustaban.
—Es perfecta, T.J. Sólo necesita unos pocos arreglos.
—Espero que no te lleves un disgusto cuando la tire abajo.
—¿Qué? ¿Por qué ibas a tirarla abajo?
—Ven aquí —dije, guiándola hasta la ventana de la cocina, que daba al jardín trasero—. ¿Qué ves ahí fuera?
—Campo.
—Cuando cogía el coche y me perdía por esta zona, solía pasar por delante, y un día decidí acercarme a echar un vistazo. Supe enseguida que acabaría comprándola, para tener un terreno sólo mío. Quiero levantar una casa nueva justo aquí, Anna. Para nosotros. ¿Qué te parece la idea?
Se volvió y sonrió.
—Me encantaría vivir en una casa construida por ti, T.J. A Bo también le gustaría este lugar. Es precioso. Y muy tranquilo.
—Eso es porque estamos en el quinto pino. Tendrás que coger el coche todos los días para ir al centro de acogida, y tardarás un buen rato en ir y venir de la ciudad.
—No pasa nada.
Suspiré de alivio. Le cogí la mano y me pregunté si se daría cuenta de que la mía temblaba un poco. Se quedó muda cuando saqué el anillo del bolsillo del pantalón.
—Quiero que seas mi mujer. No quiero pasar el resto de mi vida con nadie más. Aquí podremos vivir tú, yo, nuestros hijos y Bo. Ahora te toca a ti decidir. ¿Te casarás conmigo?
Contuve la respiración, deseando poder deslizar el anillo en su dedo. Sus ojos azules brillaron, una sonrisa iluminó su rostro.
Y dijo que sí.