Capítulo 62
T.J.

En verano, Ben y yo alquilamos un piso de dos habitaciones en la tercera planta de un viejo edificio a cuatro manzanas de Wrigley Field. Sus padres se habían mudado a Florida tras comunicarle que estaban hasta la coronilla de la nieve y el frío. A Ben le daba igual, puesto que tanto él como su hermano mayor pasaban la mayor parte del año en la residencia de la universidad, en otro estado, pero necesitaba un sitio donde vivir hasta que se reiniciaran las clases en otoño.

—¿Quieres compartir piso conmigo, Callahan? —me había propuesto—. Podríamos montar buenas juergas.

—¿Por qué no? —le contesté.

Si Anna estaba tan empeñada en que no me perdiera nada, irme a vivir con mi mejor amigo parecía lo más adecuado.

Ben estaba acabando la carrera de Ciencias Empresariales y había empezado a hacer prácticas en un banco del centro. Tenía que ponerse corbata cada día.

Yo me las arreglé para que me dieran trabajo en una obra, y todos los días a las siete de la mañana estaba en algún barrio de las afueras, levantando la estructura de madera de una casa. Uno de los compañeros de la cuadrilla me llevaba en coche porque le venía de paso. Él me enseñó todo lo que necesitaba saber y procuraba que no quedara como un completo inútil. Aquello era un poco como construir la cabaña en la isla, aunque ahora usaba una pistola de clavos y había madera más que disponible.

Los de la cuadrilla no eran demasiado habladores, por lo que no tenía que mantener una conversación con nadie si no me apetecía. A veces no se oía más sonido que el de las herramientas y el rock de toda la vida que emitía una minicadena. Nunca me cubría el torso, y no tardé en ponerme casi tan moreno como en la isla.

Por la noche, Ben y yo tomábamos cerveza. Echaba de menos a Anna y pensaba en ella a todas horas. Dormía fatal sin ella a mi lado. Ben se abstenía de mencionarla siquiera, pero parecía preocupado por mí.

Maldita sea, hasta yo estaba preocupado por mí.