Capítulo 54
T.J.

Llevé la última caja escaleras arriba, hasta el nuevo piso de Anna, un pequeño apartamento a un cuarto de hora del de su hermana.

—¿Dónde quieres que la deje? —pregunté al entrar, sacudiendo la cabeza, mojada por la lluvia.

—Donde puedas.

Me tendió una toalla. Me quité la camiseta empapada y me sequé.

—No encuentro las sábanas. Mientras estabas fuera han traído la cama.

Las buscamos hasta dar con ellas, y luego la ayudé a hacer la cama.

—Vuelvo enseguida —dijo.

Al poco regresó con un pequeño objeto que dejó sobre la mesilla de noche y conectó al enchufe más cercano.

—¿Qué es eso? —pregunté, tumbándome en la cama.

Anna pulsó un botón y el rumor de las olas llenó la habitación, casi sofocando el repiqueteo de la lluvia contra la ventana.

—Es un reproductor de sonidos. Lo encargué en Bed Bath y Beyond.

Se acostó a mi lado. Le cogí la mano, se la besé y luego la atraje hacia mí. Se relajó, y su cuerpo se fundió con el mío.

—Soy feliz. ¿Eres feliz, Anna?

—Sí —contestó.

La estreché entre mis brazos. Oyendo la lluvia y el oleaje, casi podíamos creer que seguíamos en la isla y nada había cambiado. Anna no me pidió que me instalara en su piso, pero tampoco hizo falta, ya que, en realidad, nunca me aparté de su lado. A veces dormía en casa de mis padres porque sabía que eso los complacía, y Anna y yo íbamos a menudo a visitarlos o a cenar en familia. Hasta llevó a Grace y Alexis de compras un par de veces, para regocijo de mis hermanas.

Anna no me dejaba ayudarla con el alquiler, así que pagaba todo lo demás, algo que ella aceptaba a regañadientes. Mis padres habían abierto una cuenta bancaria a mi nombre cuando era un niño para que pudiera disponer del dinero al cumplir los dieciocho, así que ahora ese dinero me pertenecía. El saldo de la cuenta me permitiría mantenerme sin dificultad, comprar un coche y costear mis estudios. Mis padres querían saber qué planes tenía —de hecho, me lo preguntaban a todas horas—, pero yo no estaba seguro. Anna no se había pronunciado al respecto, pero era evidente que esperaba que acabara la enseñanza secundaria.

A veces la gente nos reconocía por la calle, sobre todo cuando íbamos juntos, pero poco a poco Anna fue sintiéndose cada vez más cómoda en público. Salíamos todos los días, al parque o a dar largos paseos, aunque quedaran varias semanas para la llegada de la primavera. También íbamos al cine, y a veces a comer a algún restaurante, aunque Anna disfrutaba más quedándose en casa. Me cocinaba cualquier cosa que me apeteciera, y poco a poco fui ganando peso. Ella también, dicho sea de paso. Cuando acariciaba su cuerpo ya no notaba huesos protuberantes, sino suaves curvas.

Por la noche, se ponía las zapatillas deportivas y salía a correr hasta caer rendida. Al volver, se quitaba la ropa empapada en sudor, se daba una larga ducha caliente y se metía en la cama, donde yo la esperaba. Apenas le quedaban energías para hacer el amor antes de caer en un profundo sueño. Aún tenía alguna que otra pesadilla, y a veces le costaba dormir, pero nada que ver con lo de antes.

A mí me gustaba nuestro día a día. No lo hubiese cambiado por nada.

—Ben me ha invitado a pasar el fin de semana con él —comenté mientras desayunábamos, unas semanas después.

—Está en la Universidad de Iowa, ¿verdad?

—Sí.

—Me encanta ese campus. Te lo pasarás en grande.

—Me voy el viernes, aprovechando que uno de sus amigos puede llevarme en coche.

—Échale un vistazo a la universidad, y no sólo a los bares. Puede que te apetezca estudiar allí más adelante.

Me abstuve de decirle que no tenía el menor interés en ir a una universidad en otro estado, lejos de ella. De hecho, no tenía el menor interés en ir a ninguna universidad.

***

Una pirámide de latas de cerveza de casi dos metros se alzaba en precario equilibrio en un rincón de la habitación de Ben. Me abrí paso entre cajas de pizza vacías y montones de ropa sucia. Libros de texto, zapatillas deportivas y botellas de refresco llenaban cada palmo de suelo.

—Tío, ¿cómo puedes vivir así? —le dije—. Y juraría que alguien se ha meado en el ascensor.

—Es probable —contestó Ben—. Aquí tienes tu carnet.

Examiné con gesto escéptico el carnet de conducir que me tendía.

—¿Desde cuándo mido metro setenta y seis, tengo el pelo rubio y veintisiete años?

—Desde este momento. ¿Listo para bajar al bar?

—Claro. ¿Dónde dejo mis cosas?

—Donde quieras, tío.

El compañero de habitación de Ben se había ido a casa por el fin de semana, así que dejé caer mi bolsa de deporte sobre su cama y lo seguí.

—Vayamos por la escalera —sugerí.

Hacia las nueve de la noche ya estábamos bastante achispados. Miré el móvil, pero no había ningún mensaje de Anna. Se me ocurrió llamarla, pero sabía que Ben me daría la paliza con el tema, así que volví a guardar el móvil.

Ben invitó a varios colegas a una ronda de chupitos en nuestra mesa. Nadie me reconoció. Pasé inadvertido entre la multitud, como cualquier estudiante universitario, que era exactamente lo que quería.

Me tocó sentarme entre dos chicas completamente borrachas. Una de ellas apuró un chupito de vodka mientras la otra se llevaba el vaso a los labios y hacía una pausa. Se inclinó hacia mí con ojos vidriosos y dijo:

—Estás como un tren.

Se terminó el vodka de un trago y acto seguido vomitó sobre la mesa. Yo me levanté de un brinco, empujando la silla hacia atrás.

Ben me indicó por señas que lo siguiera y salimos del bar. Respiré hondo varias veces para que el aire frío se llevara el hedor de mis fosas nasales.

—¿Tienes hambre? —preguntó Ben.

—Siempre.

—¿Pizza?

—Estupendo.

Nos sentamos a una mesa del fondo.

—Anna me sugirió que echara un vistazo al campus. Dice que debería plantearme la posibilidad de venir a estudiar aquí cuando haya aprobado el examen de convalidación de secundaria.

—Tío, eso sería una pasada. Podríamos compartir piso. ¿Te lo planteas?

—No.

—¿Por qué no?

Estaba lo bastante ebrio como para serle franco.

—Sólo quiero estar con ella.

—¿Con Anna?

—Pues claro, atontado. ¿Con quién si no?

—¿Y ella qué quiere?

La camarera nos sirvió una gran pizza de pepperoni y salchicha. Me zampé dos trozos antes de contestar.

—No estoy seguro.

—¿No estarás pensando en… qué sé yo, casarte y tener hijos?

—Me casaría con ella mañana mismo —mastiqué un bocado de pizza—. Lo de tener hijos quizá pueda esperar un poco.

—¿Querrá ella esperar?

—No lo sé.