Mi madre estaba sentada en la sala, tomando café, cuando llegué a casa a las nueve de la mañana del día de Año Nuevo.
—Hola, mamá. Feliz Año Nuevo —la abracé y me senté—. Anoche me quedé a dormir en casa de Anna.
—Eso supuse.
—¿Tendría que haber llamado?
Aparte de salir con Ben o acudir a las citas médicas que mi madre había programado, no me había separado de mi familia desde mi regreso. Sabía que entenderían que quisiera ver a Anna, pero no se me había ocurrido decirles que pasaría la noche fuera.
—Hubiese estado bien. Así no me habría preocupado.
«Mierda». Me pregunté cuántas noches habría pasado en blanco en los últimos tres años y medio, y me sentí como un perfecto cretino por no haber telefoneado.
—Perdona, mamá. No se me ocurrió llamarte. La próxima vez lo haré.
—¿Te apetece un café? Puedo prepararte el desayuno.
—No, gracias. He comido en casa de Anna —hubo un silencio—. No has dicho nada sobre lo mío con ella, mamá. ¿Qué piensas al respecto?
—No es lo que hubiese deseado para ti, T.J. —empezó, negando con la cabeza—. Ninguna madre lo desearía. Pero entiendo cómo debían de ser las cosas en la isla. En esas circunstancias, lo raro sería que no surgiera un vínculo fuerte con la otra persona.
—Es una chica fantástica.
—Lo sé. Por eso la contratamos —mi madre dejó la taza de café sobre la mesa—. Cuando aquel avión cayó al mar, una parte de mí murió, T.J. Me culpé por ello. Sabía lo enfadado que estabas por tener que pasar el verano lejos de casa, pero me daba igual. Le dije a tu padre que necesitábamos unas vacaciones en algún lugar lejano para que tú pudieras concentrarte en los estudios, sin distracciones. En parte, era cierto. Pero lo hice sobre todo porque sabía que en cuanto volviéramos a casa te irías con tus amigos y apenas te vería. Por fin te encontrabas bien y sólo pensabas en volver a hacer todo lo que hacías antes de enfermar. Pero fue egoísta por mi parte. Lo único que quería era pasar el verano con mi hijo —tenía los ojos anegados en lágrimas—. Ahora eres un hombre hecho y derecho, T.J. Has sufrido más en estos veinte años que la mayoría de personas a lo largo de toda su vida. No voy a oponerme a tu relación con Anna. Ahora que te tengo de vuelta, sólo quiero que seas feliz.
Por primera vez, reparé en lo mucho que había envejecido. Tenía cuarenta y cinco años, pero un desconocido le habría echado diez más.
—Gracias por ser tan comprensiva, mamá. Anna es muy importante para mí.
—Lo sé. Pero estáis en momentos muy distintos de la vida. Temo que acabes sufriendo.
—No pasará, tranquila.
La besé en la mejilla y fui a mi habitación. Me acosté en la cama y pensé en Anna, apartando de mi mente lo que mi madre acababa de decir sobre los distintos momentos de la vida.