Capítulo 50
T.J.

Ben llamó a la puerta y salí a recibirlo. Tenía el ojo a la funerala, entre morado y azul.

—Joder… Lo siento, tío.

—No pasa nada. Por suerte para ti, no soy rencoroso.

—Es tu mejor virtud, sin duda.

—Hay un montón de gente del instituto que ha vuelto a casa por Navidad. ¿Te apetece ir a una fiesta?

—Claro. ¿Dónde?

—En casa de Coop. Sus padres se han ido a las Bahamas esta mañana.

Cogí mi abrigo.

—Vámonos.

Cuando llegamos, había por lo menos veinte de mis antiguos compañeros de clase apiñados en el salón de Nate Cooper. La música sonaba a todo trapo. Nos recibieron con una ovación y varios de ellos vinieron a estrecharme la mano y darme palmadas en la espalda. A algunos no los veía desde que había empezado el tratamiento del Hodgkin, porque aquel año apenas asistí a clase. Se me hizo raro darme cuenta de que todos habían acabado la secundaria menos yo.

Alguien me pasó una cerveza. Querían que les contara de la isla y no tuve inconveniente en contestar a todas sus preguntas. Ben debió de explicarles cómo se había ganado un ojo a la funerala, porque nadie preguntó por Anna.

Iba por mi segunda cerveza cuando una chica rubia se sentó en el sofá a mi lado. Tenía el pelo largo e iba maquillada a tope

—¿Te acuerdas de mí? —me preguntó.

—Más o menos. Lo siento, no recuerdo tu nombre.

—Alex.

—Íbamos a la misma clase, ¿no?

—Sí —tomó un sorbo de cerveza—. Has cambiado mucho desde que íbamos a segundo.

—Bueno, de eso hace cuatro años.

Apuré la cerveza y busqué a Ben con la mirada.

—Tienes buen aspecto. Me cuesta creer que hayas estado todo este tiempo en una isla desierta.

—No había más remedio —me levanté—. Bien, me marcho. Ya nos veremos.

—Eso espero.

Encontré a Ben en la cocina.

—Oye, yo me abro.

—No puedes irte todavía, tío. Sólo son las doce.

—Estoy cansado. Me voy a la cama.

—Menudo muermo estás hecho, pero bueno, lo entiendo.

Ben me chocó los cinco y me fui.

Al salir pensé en Anna y regresé a casa sonriendo.