Ben irrumpió en mi habitación periódico en mano.
—Una pregunta —me soltó a bocajarro, con el dedo índice en alto—. ¿Cuántos años tenías cuando empezaste a tirártela? Porque después de ver estas fotos está claro que te la estás tirando.
Si Ben no hubiera estado mirando la foto en que yo salía besando a Anna, quizá hubiese visto venir mi puño antes de que aterrizara contra su cara.
—¡Coño, T.J.! ¿A qué ha venido eso? —preguntó, despatarrado en el suelo y frotándose el pómulo.
—¿No se te ocurre nada más que decirme después de tres años y medio sin verme?
Ben se incorporó en el suelo. El ojo empezaba a hinchársele.
—Joder, tío. Me has hecho daño.
Bajé de la cama y lo ayudé a levantarse.
—No vuelvas a hablar así de Anna.
—¿T.J.? —mi madre asomó la cabeza y reparó en Ben, que seguía con la mano en la cara—. ¿Va todo bien?
—Sí, mamá. Todo perfecto.
—Sí, no pasa nada —le aseguró Ben.
Mi madre nos miró a ambos pero no preguntó qué había sucedido.
—¿Qué quieres comer, T.J.?
—Cualquier cosa.
Cuando mi madre se fue, Ben dijo:
—Así que estás enamorado de ella o algo así…
—Pues sí.
—¿Y ella?
—También.
—¿Lo sabe tu madre?
—Ajá.
—¿Y no ha puesto el grito en el cielo?
—Aún no.
—Bueno, me alegro de que hayas vuelto, tío —Ben me abrazó con torpeza—. Lo pasé bastante mal cuando me dijeron que la habías palmado —añadió, mirando el suelo—. Hablé en tu funeral.
—¿De veras?
Asintió.
Ben tenía que hacer de tripas corazón para hablar delante de toda la clase cuando tocaba expresión oral. No me lo imaginaba pronunciando un discurso nada menos que en mi funeral. Me arrepentí de haberle pegado.
—Te lo agradezco, Ben.
—Sí, bueno… a tu madre la ilusionaba. Oye, vas a cortarte esa melena, ¿no? Pareces una chica, tío.
—Sí, me la cortaré.
Mi madre me preparó una hamburguesa con queso y patatas fritas, y Ben me hizo compañía mientras comía. Mis padres me abrazaron un par de veces y mi madre me besó. Ben seguramente se moría de ganas de hacer algún comentario sarcástico, pero se mordió la lengua y se limitó a sujetarse una bolsa de hielo sobre el ojo y el pómulo para bajar la inflamación. Grace y Alexis también nos acompañaron a la mesa durante un rato, y me pusieron al día sobre la escuela y sus amigas. Apuré mi vaso de coca-cola.
—No nos dan cita con el doctor Sanderson hasta mañana. Creía que quizá pudieran hacernos un hueco, pero al parecer están desbordados.
—No pasa nada, mamá. He esperado tres años, así que no pasa nada por un día más.
Ella se secó las manos en un paño de cocina y me miró.
—¿Quieres comer algo más?
—No, estoy lleno. Gracias.
—Voy a pedirte hora en la peluquería y el dentista.
Apagó el fuego y se fue a llamar por teléfono.
—Y bien, ¿tienes trabajo o qué? —le pregunté a Ben—. Es mediodía y tú aquí, tan pancho.
—Voy a la universidad. Ahora mismo estoy de vacaciones.
—¿Te has apuntado a la universidad? ¿A cuál?
—La de Iowa. Estoy en segundo. Tienes que venir a verme. ¿Y tú, qué piensas hacer?
—Le prometí a Anna que me sacaría el bachillerato. De lo que haré después no tengo ni idea.
—¿Vas a seguir viéndola?
—Sí. Ya la echo de menos. Llevo tres años y medio despertándome a su lado.
—Tío, ¿prometes no pegarme si te hago una pregunta?
—Depende de lo que preguntes.
—¿Cómo es lo vuestro? ¿Es verdad eso que dicen de las tías mayores?
—Anna no es tan mayor.
—Ah, vale. Bueno, pero ¿qué tal es?
—Increíble.
—¿Qué te hace?
—De todo, Ben.