Capítulo 12
T.J.

Uno de los aspectos más duros de la vida en la isla era el aburrimiento. Dedicábamos cierto tiempo a recolectar comida y leña, salíamos a pescar dos o tres veces al día, pero aun así nos quedaban demasiadas horas libres. Explorábamos la isla y nos bañábamos, pero también hablábamos mucho, y al cabo empecé a sentirme tan cómodo con Anna como con mis amigos. Ella me escuchaba de verdad.

Me preguntó cómo lo llevaba. Se supone que los tíos somos duros, y desde luego a Ben y a mí nunca se nos hubiese ocurrido sentarnos a hablar de cómo nos sentíamos, pero le confié que notaba una sensación rara en el estómago cada vez que me preguntaba si algún día nos rescatarían. Le dije que a veces tenía miedo. Y que no siempre lograba conciliar el sueño. Ella dijo que también le pasaba.

No obstante, me gustaba compartir cama con Anna. A veces se acurrucaba junto a mí, con la cabeza apoyada en mi hombro, y en una ocasión, estando yo acostado de lado, me abrazó desde atrás, pegando el pecho a mi espalda y encajando las rodillas en mis corvas. Lo hizo dormida y sé que no significó nada, pero fue muy excitante. Nunca había pasado toda la noche con una chica. Emma y yo sólo habíamos dormido juntos unas horas, y en buena medida porque ella estaba muy enferma.

Me gustaba Anna. Muchísimo. Sin ella, la isla habría sido un muermo total.

***

Nadie vino a rescatarnos, así que a finales de agosto me salté la cita con el oncólogo. Anna me lo recordó un día, mientras desayunábamos.

—Me preocupa lo de tu médico —dijo, tendiéndome un trozo de pescado asado—. Cuidado, que quema.

—Me encuentro perfectamente —contesté, soplando para enfriar el pescado.

—Ya, pero estuviste muy enfermo.

—Ajá.

Me pasó la botella de agua. Bebí un sorbo y la dejé en la arena.

—Cuéntame qué pasó —pidió.

—Mi madre creía que era la gripe. Tenía fiebre y empecé a sudar por las noches. Perdí unos kilos. Luego el médico me encontró un bulto en el cuello que resultó ser un nódulo linfático inflamado. Entonces me hicieron una serie de pruebas: radiografías, biopsia, resonancia magnética y tomografía. Diagnosticaron un linfoma de Hodgkin en estadio tres.

—¿Empezaste enseguida con la quimio?

—Sí. Pero no surtió efecto. Además me encontraron un tumor en el pecho, así que también tuvieron que darme radiación.

—Madre mía —partió un trozo de fruta del pan y me dio el resto.

—No fue nada divertido —continué—. No hacía más que entrar y salir del hospital.

—¿Cuánto tiempo estuviste enfermo?

—Cerca de año y medio. Al principio, la cosa no pintaba nada bien. Los médicos no lo tenían claro.

—Debió de ser aterrador, T.J.

—Bueno, intentaban mantenerme en la inopia, y eso me ponía de los nervios. Supe que estaba grave porque de pronto nadie me miraba a la cara cuando preguntaba algo. O cambiaban de tema. Eso sí que da miedo.

—Me lo creo.

—Al principio, mis amigos venían a verme a menudo, pero al ver que no mejoraba, algunos dejaron de venir —bebí otro sorbo de agua y le pasé la botella—. ¿Te acuerdas de mi amigo Ben?

—Sí.

—Él siguió visitándome cada día, sin fallar ni uno. Se pasaba horas viendo la tele conmigo, o sentado en una silla junto a mi cama, cuando tenía tantas náuseas que no podía moverme ni hablar. Mis padres mantenían largas conversaciones con el médico, en el pasillo o donde fuera, y yo le pedía a Ben que desplegara las antenas. Él me contaba todo lo que decían, fuera lo que fuese. Comprendía que yo quería saber la verdad, ¿entiendes?

—Claro que sí. Me parece que es un gran amigo, T.J.

—Sí que lo es. ¿Y tú, tienes alguna amiga especial?

—Sí, se llama Stefani. Nos conocemos desde que íbamos a la guardería.

—Eso es mucho tiempo.

Ella asintió.

—Los amigos son importantes. Comprendo que quisieras pasar el verano con los tuyos.

—Sí —dije, pensando en toda la gente que había dejado en Chicago y que seguramente me daba por muerto.

Anna se levantó y se acercó a la pila de leña.

—¿Me lo dirás si notas algún síntoma?

Cogió un trozo de leña y la arrojó al fuego.

—Claro. Sólo te pido que no te pases el día preguntándome si me encuentro bien. Mi madre lo hacía, y me sacaba de quicio.

—No lo haré. Pero me preocuparé un poquito.

—Ya. Yo también.