Después de que se cubrieran los espejos y se rasgaran las vestiduras; después de que su padre sacara el viejo libro de oraciones de su abuelo y se pusiera a rezar sin tregua; después de bajar a su madre del tren de Karlsbad y meterla de nuevo en su vieja cama de plumas como si en lugar de todas aquellas temporadas de tomar los baños, simplemente, hubiera estado dando una cabezadita; después de que su padre dejara de rezar y, tras vaciar seis botellas de vino, enviara aviso a Julius, en Breslau, y a Alfred, en Francia, finalmente, Eva salió del rincón de la biblioteca de su padre donde había estado cosiendo y cosiendo: una mera excusa para pincharse con la aguja. Entonces se disculpó y se dirigió al dormitorio de Henriette, a la cama de Henriette. Se tumbó entre las sábanas de su hermana e inhaló el olor a agua de azahar, a pan de levadura madre, a violetas, y comprendió que arrastraría aquella vergüenza durante el resto de su vida. Aquella vergüenza no iría a ninguna parte y, si quería seguir respirando día tras día, tendría que hacerle un lugar; viviría en estado puro en su interior, en su corazón y en sus huesos.
Ellos no sabían nada. Ninguno de ellos lo sabía, pero Eva llegó a convencerse de que, de algún modo, de alguna manera, lo sabían. No pudo hablar durante los dos días siguientes, pero el tercero se miró en el espejo de marco dorado del tocador de su hermana y dijo: «Lo siento.» Manchó el espejo con sus dedos y repitió: «Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento.» Sus manos manosearon el atroz reflejo mientras las palabras «lo siento» eran como cuchillos en su lengua. Deseó poder decírselo a las habitaciones llenas de dolientes; deseó experimentar aquel agudo dolor una y otra vez, pero sabía que articular su culpabilidad sería, por encima de todo, egoísta. Sus padres corrían el riesgo de perder no a una, sino a sus dos hijas, y solo ella tenía el poder de contener su pérdida.
Y sabía que no había un final para aquel «lo siento», para aquella corta e incesante frase. No existía ningún lugar al que aquellas palabras pudieran ir.