Quiero expresar mi profundo agradecimiento a George Wallace por su entusiasta relato, y a Tom Wallace, su padre, por sus acertados comentarios. Gracias a Dan Smetanka por ser mi primer y notable editor y por percibir el potencial de esta novela, a Elisabeth Dyssegard por sus interesantes contribuciones y a Elizabeth Sheinkman, mi fantástica agente y querida amiga, por acompañarme, paso a paso, durante todo el camino. También agradezco de corazón la ayuda, en las primeras etapas de la obra, de Helen Schulman, Merrill Feitell, Halle Eaton y Tanya Larkin. Gracias a Robert Ach por su generosa ayuda y su interés en aquella etapa de la historia. Gracias a Candy Schweder por sus recuerdos familiares y a Suzanne Weisman por su atención.
En Santa Fe, gracias a la admirable Betty Mae Hartman; a Thomas Jaehn, del Museo de Historia; a Amy Verheide, del Museo de Fotografía; a Cynthia Leespring por la visita guiada y sus conversaciones; a Marilyn McCray, de La Posada; a Nicholas Potter Books; a la librería Collected Works Bookstore y a Catherine Levy, Walker Barnard, Alexandra Eldridge y Peter Drake por hacer de Santa Fe no solo un lugar fascinante, sino también acogedor.
Doy gracias a mi padre, Stuart Hershon, por su interés en la historia, y a mi madre, Judy Hershon, por hablarme de la Sociedad Histórica Judía de América. También al Instituto Leo Baeck, donde tuve la suerte de conocer a Michael Simonson y Anke Kaklbrenner, cuya pericia, sentido del humor y paciencia han sido inestimables. John Voigtmann, grazie, eres el mejor tipo de jugador.
Estoy en deuda con Ellen Umansky, Jenn Epstein, Caroline Wallace, Jen Albano y Ondine Cohane por sus imaginativas contribuciones después de leer con atención los borradores de esta novela. Y con mi talentosa editora, Susanna Porter.
Gracias, también, a Jillian Quint, Patricia Nicolescu y a todos los empleados de Random House. Gracias a Clark Buckner por enviarme libros sobre San Francisco y a todos los miembros de la familia en expansión: Hershon-Buckner-Smith-McConnell y también a Inez Velasquez Guzman. Por último, quiero dar las gracias a Derek Buckner, mi marido, por sus inspiradas sugerencias y por más de lo que puedo expresar.