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EL CAMBIO DE DIRECCIÓN DE VON KLUCK

«Llegó un coche —escribió el señor Albert Fabre, cuya casa en Lassigny, veinte millas al norte de Compiègne, fue ocupada por los alemanes el 30 de agosto—, y de él descendió un oficial de modales arrogantes e impresionantes. Avanzó, mientras los oficiales que estaban formando grupos delante de la casa le abrían paso. Un hombre alto y majestuoso, de rostro afeitado lleno de cicatrices, de rasgos duros y una mirada penetrante. En la mano derecha llevaba un fusil de soldado y la izquierda se apoyaba en la empuñadura de un revólver. Se volvió repetidas veces, golpeando el suelo con la culata de su fusil, y luego se detuvo en una pose teatral. Nadie se atrevía a acercarse a él y la verdad es que atemorizaba». Atónito ante esa aparición doblemente armada, el señor Fabre recordó a Atila y se enteró, entonces, de que su visitante era el «ya demasiado famoso Von Kluck».[1]

El general Von Kluck, el «último hombre a la derecha» en el esquema de Schlieffen, estudiaba en aquellos momentos una decisión histórica. El 30 de agosto se sentía muy próximo a un momento de crisis. Sus tropas en la parte más a la derecha habían obligado a replegarse a unidades del ejército de Maunoury, alcanzando un éxito que Kluck consideraba definitivo. Su persecución en el centro no había logrado dar alcance a los ingleses, pero los uniformes, botas y municiones que éstos habían arrojado a la cuneta en su esfuerzo por alejar a sus hombres del frente de batalla, confirmaban a Von Kluck en su opinión de que se trataba de un ejército derrotado.[2] A su izquierda, una división que había prestado a Von Bülow para ayudarle en la Batalla de Guise, informaba de la huida francesa del campo de batalla. Kluck estaba firmemente decidido a no darles tiempo para reponerse.

Los informes sobre la dirección de la retirada de Lanrezac indicaban que la línea francesa no se extendía tanto hacia el oeste como él había creído. Kluck confiaba en que podría envolverlos al norte de París, haciendo innecesario un amplio movimiento hacia el oeste y el sur de la ciudad. El cambio obligaba a una nueva dirección de su avance: en lugar de hacia el sur, habría de continuar hacia el sureste y, de este modo, se le ofrecía la ocasión de cerrar la brecha entre su ejército y el de Bülow. Al igual que todos los demás, había comenzado la campaña con la confianza en recibir refuerzos procedentes del ala izquierda. Los necesitaba ahora para sustituir los cuerpos que había tenido que dejar en el frente de Amberes, la brigada de Bruselas, las diversas unidades para vigilar sus líneas de comunicación, por no mencionar las bajas sufridas en los combates. Pero los refuerzos no llegaban. Moltke no había destinado ninguna unidad del ala izquierda al ala derecha.

Moltke tenía muchas preocupaciones. Fiel a su temperamento, «el sombrío Julius» se sentía poco animado por el avance de sus ejércitos conquistadores, pues estaba deprimido por las dificultades de este avance. Ya estaban en el día 30 del Plan y éste preveía que la victoria sobre Francia debía conseguirse entre los días 36 y 40. Aunque sus comandantes del ala derecha continuaban informando de que los franceses y los ingleses habían sido «derrotados de un modo definitivo» y hablaban de «aniquilamiento» y «huida», Moltke no estaba contento.[3] Observaba con recelo un comunicado que faltaba: ¿por qué tan pocos prisioneros? «Una victoria en el campo de batalla tiene poca importancia —solía decir su viejo jefe Schlieffen— si no da como resultado un rompimiento del frente o un envolvimiento. Aunque obligado a replegarse, el enemigo puede establecerse en otro sector para renovar la resistencia, a la que momentáneamente ha renunciado. La campaña continuará [„.]».[4]

A pesar de sus recelos, Moltke no fue a investigar personalmente la situación, ni siquiera se movió del cuartel general, basándose en los informes para obtener una visión sobre la situación. «Es descorazonador —le escribió a su esposa el 29 de agosto— lo poco que sospecha der hohe Herr [el káiser] de la gravedad de la situación. Se siente animado por un espíritu de victoria que yo odio como la muerte».[5]

El 30 de agosto, los ejércitos alemanes se aproximaban al punto culminante de su campaña. El OHL avanzó de Coblenza a Luxemburgo, a diez millas al otro lado de la frontera francesa. Ahora se encontraban en un territorio, aunque no oficialmente, al menos emotivamente, enemigo y que, por razones tanto de proximidad como de sentimiento, era un foco de informes aliados. Circulaban rumores sobre la llegada de ochenta mil rusos que acudían a ayudar a los franceses e ingleses. El OHL trataba de conseguir información y de averiguar el punto de desembarco de estas unidades en los puertos del Canal de la Mancha. La noticia del desembarco de tres mil marines ingleses en Ostende, cuando llegó a Luxemburgo, ya había sido hinchada a las mismas proporciones que la anterior, y añadió aparente realidad a los temores de los alemanes.[6]

Además del espectro de los rusos a sus espaldas, Moltke estaba preocupado por los huecos en sus frentes, especialmente entre los ejércitos de su ala derecha.[7] Existía una brecha de veinte millas entre Kluck y Bülow, otra de veinte millas entre Bülow y Hausen, y una tercera casi tan ancha entre Hausen y el duque de Württemberg. Moltke se percataba plenamente de que estos espacios debían ser cubiertos por unidades procedentes del ala izquierda, a la que ahora había mezclado en la batalla por el Mosela. Se sentía culpable por la insistencia de Schlieffen en que lo correcto era abandonar el ala izquierda a la defensiva con un mínimo de fuerzas y enviar todas las divisiones disponibles en ayuda del Primer y Segundo Ejércitos. Pero la visión de una rotura de la línea fortificada francesa continuaba incitando los ánimos en el OHL. Indeciso, Moltke, el 30 de agosto, mandó a su experto en artillería, el comandante Bauer, para hacer una inspección personal del frente de Rupprecht.[8]

En el cuartel general de Rupprecht, Bauer no halló ningún plan concreto y, cuando visitó el frente, los comandantes y los oficiales le dieron opiniones contradictorias. Algunos, remarcando la retirada de divisiones enemigas, se sentían muy confiados en un éxito inminente. Otros se quejaban de aquellas «montañas cubiertas de bosques» a lo largo del Mosela, al sur de Toul, en donde el ataque era detenido, y añadían que, incluso en caso de éxito, expondrían su flanco a un ataque desde Toul y carecerían de comunicación, dado que todas las carreteras y vías de ferrocarril pasaban por la ciudad fortificada. En primer lugar deberían conquistar Toul. Nuevamente, en el cuartel general del Sexto Ejército el antiguo entusiasmo agresivo del príncipe Rupprecht había cedido al conocimiento de que estaba embarcado en una «labor difícil y desagradable».

Para Bauer, que representaba el Mando Supremo, el informe francés de la retirada de los galos en aquel frente era un mal síntoma, puesto que significaba que el enemigo retiraba fuerzas para destinarlas a oponerse al ala derecha alemana. Regresó al OHL con la conclusión, como le dijo a Moltke, de que, aunque el ataque sobre Nancy-Toul y el Mosela «no carecía de buenas posibilidades», requería un gran esfuerzo que «no estaba justificado» en aquel momento. Moltke le dio la razón… y no hizo nada. No se atrevía a dar la orden de defender aquella ofensiva que le había costado ya tanto, y el káiser deseaba cabalgar triunfalmente por las calles de Nancy. No despachó ninguna orden al Sexto Ejército indicando un cambio en los planes, y continuaron los esfuerzos a gran escala en el frente del Mosela.

Von Kluck se resentía de la falta de refuerzos en el momento decisivo. Pero lo que le impulsó a tomar la decisión de cambiar de dirección hacia el interior no fue tanto la necesidad de estrechar su frente como su convencimiento de que los franceses ya habían sido derrotados y que sólo tenía que rodearlos. En lugar de rozar el Canal de la Mancha con su manga, pasaría junto a París por el interior en una persecución directa del ejército de Lanrezac. Al actuar en este sentido, expondría su flanco a un ataque por la guarnición de París o las fuerzas de Maunoury, que se replegaban hacia París delante de él. Significaba un peligro que no ignoraba, pero al que no concedía la importancia que se merecía. Juzgaba insuficientes los efectivos a las órdenes de Maunoury y no consideró la posibilidad de que fueran reforzados, puesto que suponía que los franceses, replegándose derrotados y en completo desorden, nunca podrían realizar una maniobra así. Además, creía que todas sus fuerzas estaban ligadas por la fuerte presión del ejército del príncipe heredero alrededor de Verdún y por los ejércitos de Rupprecht a lo largo del Mosela. Uno de sus propios cuerpos, el IV de la reserva, quedaría frente a París, y bastaría para guardar el flanco de su ejército mientras él se deslizaba hacia el este, frente a la capital. A fin de cuentas, había quedado demostrado, en las maniobras militares en Alemania, que las fuerzas de una guarnición, dentro de un campo fortificado, no realizan salidas, y el IV Cuerpo de la reserva, de esto estaba convencido, podía hacer frente a las desordenadas unidades que estaban al mando de Maunoury. Habiéndose enterado, a través de una carta capturada, de las intenciones de sir John French de abandonar el frente de combate y replegarse tras el Sena, consideraba el CEB, su oponente directo hasta entonces, como una unidad sin valor alguno.[9]

En el sistema alemán, a diferencia del francés, Kluck, como comandante con mando, gozaba de la mayor independencia posible. Debidamente aleccionados, con sus ejercicios sobre mapas y con muchas maniobras, era admitido por todos que un general alemán daría con la solución correcta cuando se enfrentara con un problema militar, de un modo automático. A pesar de que se trataba de una desviación de la estrategia original, el plan de Kluck de ignorar París y continuar tras los ejércitos que se retiraban era la solución «correcta» ahora que se le presentaba la posibilidad de aniquilar a los ejércitos franceses en el campo, sin necesidad de rodear París. De acuerdo con la teoría militar alemana, un campo fortificado no debe ser atacado hasta que las fuerzas móviles puedan ser dominadas por una abrumadora superioridad. Una vez destruidas éstas, entonces pueden recogerse los frutos de la victoria. Aun cuando la atracción de París era muy fuerte, Kluck decidió no dejarse tentar alejándose del sendero del correcto proceder militar.

A las 6:30 de la tarde del 30 de agosto recibió un mensaje de Bülow que le hizo adoptar una resolución. Le invitaba a desviarse hacia el interior con el fin de ayudarle «a obtener la mayor ventaja posible de la victoria» sobre el Quinto Ejército francés. Si Bülow en realidad solicitaba ayuda para explotar la victoria que había obtenido en St. Quentin o para compensar la derrota sufrida en Guise es algo que aparece, a pesar de las palabras que usó, poco claro. Pero dado que esta invitación se correspondía plenamente con lo que, en realidad, deseaba hacer Von Kluck, éste tomó una decisión. Los objetivos que señaló para el avance del día siguiente ya no eran en dirección sur, sino sureste, en dirección a Noyon y Compiègne con el fin de cortar la retirada del Quinto Ejército francés. A las tropas, que ya protestaban alegando que tenían los pies doloridos, que no habían descansado desde que comenzó el avance sobre Lieja dieciséis días antes, sus órdenes del 31 de agosto les decían: «De nuevo, por consiguiente, hemos de pedir a las tropas que fuercen la marcha».[10]

El OHL, informado por Kluck de que el Primer Ejército cambiaría de dirección hacia el interior a la mañana siguiente, dio inmediatamente su conformidad. Preocupado por los vacíos existentes, Moltke observó un peligro en los tres ejércitos del ala derecha, que no podrían apoyarse mutuamente cuando llegara el momento de asestar el golpe final. Los números habían caído por debajo de la densidad prescrita para una ofensiva, y si Kluck debía aferrarse al plan original de rodear París, el frente se extendería en otras cincuenta millas, o incluso más. Aprovechando el movimiento de Kluck como una feliz solución, Moltke dio su aprobación aquella misma noche.

El final estaba a la vista: la prevista derrota de Francia el día 39, con tiempo suficiente para volverse contra Rusia; la prueba de la instrucción, la planificación y la organización alemanas, la fuerza para ganar la guerra y el dominio sobre Europa. Bastaba con acomodar las fuerzas francesas en retirada antes de que pudieran reorganizarse y ofrecer una nueva resistencia. Nada, ni los huecos, ni el fracaso del ejército de Bülow en Guise, ni la fatiga de los hombres, había de impedir la victoria final. Con violenta urgencia Kluck empujó a sus ejércitos hacia delante. Con los oficiales cabalgando por la carretera y los sargentos incitando a sus hombres, aquellas tropas agotadas emprendieron, la mañana del 31 de agosto, una cansina marcha. Puesto que no tenían mapas ni conocían los nombres de los lugares, no sabían tampoco que habían cambiado de dirección. La palabra mágica «París» los animaba a avanzar. Pero nadie les había dicho todavía que éste no era su destino final.

Al hambre se añadía la fatiga. Habían rebasado sus propias líneas de suministro, que funcionaban de modo deficiente debido a la destrucción de los puentes y los túneles de ferrocarril en Bélgica. Las reparaciones no se habían realizado en el tiempo previsto para mantener el ritmo con los ejércitos en avance. El puente de Namur, por ejemplo, no fue reparado hasta el 30 de septiembre. A veces, la cansada infantería, después de un largo día de marcha, descubría que el pueblo en el que habían de pernoctar ya había sido ocupado por su propia caballería. Los soldados de caballería, que debían alimentarse de las confiscaciones, se preocupaban única y exclusivamente de ellos mismos, y frecuentemente se alojaban en lugares, según el propio príncipe heredero, que era oficial de caballería, destinados previamente a la infantería. «Se detenían y entorpecían los movimientos de la infantería cuando el frente se ponía feo», añadió.[11]

El ejército de Von Kluck se enfrentó con una desagradable sorpresa también el 1 de septiembre al dar alcance a los ingleses, que, extraña circunstancia, dado que el comunicado de Kluck decía que se retiraban «en el más completo de todos los desórdenes», se volvieron contra los alemanes y les ofrecieron una dura y tenaz resistencia. Después de un día de desesperada lucha, dentro y en los alrededores de los bosques de Compiègne y Villers-Cotterets, la retaguardia británica contuvo al enemigo mientras el grueso del CEB, con gran disgusto de Kluck, volvía a despegarse. Aplazando la «evidente necesidad» de dar un descanso a sus tropas, Kluck ordenó una nueva marcha para el día siguiente, deslizándose ligeramente hacia el oeste con la esperanza de envolver a los ingleses. Nuevamente lograron escapar «en el último momento» y cruzar el Marne el 3 de septiembre. Ahora se había esfumado la posibilidad de aniquilarlos, y después de haber perdido un tiempo muy valioso, aumentando sus bajas y la distancia de su base, reanudó, de mal humor, el avance hacia el interior persiguiendo a los ingleses.[12]

«Nuestros hombres están agotados»,[13] escribió un oficial alemán del ejército de Kluck en su diario el 2 de septiembre. «Se tambalean hacia delante, con sus caras cubiertas de polvo, sus uniformes destrozados. Parecen unos espantapájaros vivos». Después de cuatro días de marcha a un promedio de veinticuatro millas diarias, «marchaban con los ojos cerrados, cantando a coro para no quedarse dormidos […]. Sólo la seguridad de una rápida victoria y una entrada triunfal en París los mantenía en pie […]. De no ser por ello, hubiesen caído agotados y se hubieran quedado dormidos donde hubieran caído». El diario revela un problema que cada día adquiría mayor importancia en el avance alemán, sobre todo hacia el este, en donde las tropas de Bülow y Hausen avanzaban por la Champagne. «Beben demasiado, pero esto los hace continuar hacia delante. Hoy, después de la inspección, el general estaba furioso. Quería hacer desaparecer esta borrachera general, pero hemos logrado disuadirle de que dictara unas órdenes demasiado severas. Si abusamos de la severidad este ejército no avanzará. Los estimulantes son necesarios para combatir una fatiga anormal». «Todo eso se arreglará cuando lleguemos a París», concluyó esperanzado el oficial, que, al parecer, tampoco tenía conocimiento de que habían alterado la dirección de la marcha.

A través de Francia, al igual que cuando cruzaron Bélgica, los alemanes dejaban atrás un sendero de guerra ennegrecido y rojo. Los pueblos eran incendiados, los habitantes, fusilados, las casas, saqueadas, los vagones de artillería, arrastrados por los jardines y los caballos, obligados a entrar en las casas, cavaron letrinas en el panteón familiar de Poincaré en Nubécourt.[14] El II Cuerpo de Kluck, que pasó por Senlis, a veinticinco millas de París, el 2 de septiembre, fusiló al alcalde y a otros seis rehenes civiles.[15] Una lápida en las afueras de la ciudad, al borde de un campo, indica el lugar donde fueron enterrados:

Eugène Odène, alcalde

Émile Aubert, curtidor

Jean Barbier, carretero

Lucien Cottreau, camarero

Pierre Dewerdt, chofer

J.-B. Elysée Pommier, ayudante de panadero

Arthur Régant, marmolista

El 2 de septiembre fue un día feliz para el general Von Hausen, que se alojó en el castillo del conde de Chabrillon, en Thugny, junto al Aisne.[16] Al ocupar el dormitorio de la condesa, el general quedó muy satisfecho al descubrir por sus tarjetas de visita que había nacido como condesa de Lévy-Mirepois, lo que le hizo dormir aún con mayor placer en su cama. Después de comer un faisán que uno de sus oficiales había cazado en el parque del castillo, Hausen mandó hacer un inventario de la cubertería de plata y se lo dejó a un anciano en el pueblo.

Aquella noche, Moltke, que después de un nuevo examen de la situación estaba atemorizado porque el cambio de dirección de Kluck, hacia el interior, exponía su frente por el lado de París, dictó una nueva Orden General.[17] En lo que hace referencia al ala izquierda, revelaba claramente su indecisión. Confirmaba los cambios de planes de Kluck, ordenando al Primer y Segundo Ejércitos que «alejaran a los ejércitos franceses en dirección sureste, lejos de París». Al mismo tiempo trataba de protegerse contra un posible peligro, ordenando al ejército de Kluck que siguiera «en escala tras el Segundo Ejército» y se hiciera «responsable de los flancos de los ejércitos».

¡En escala! Para Kluck, el insulto era aún mucho peor que haberle puesto a las órdenes directas de Von Bülow. Aquel Atila de rostro sombrío, empuñando el fusil en una mano y el revólver en la otra, el hombre que tenía que señalar el ritmo del ala derecha, no estaba dispuesto a marchar detrás de nadie. Dictó sus propias órdenes a su Primer Ejército «para continuar mañana, 3 de septiembre, el avance por el Marne, con el fin de empujar a los franceses en dirección sureste».[18] Consideraba suficiente, con vistas a proteger su flanco expuesto cara a París, dejar atrás dos de las unidades más débiles, el IV Cuerpo de la reserva, que ya había dejado una brigada en Bruselas, y la 4.ª División de caballería, que había sufrido graves bajas durante la lucha del 1 de septiembre contra los ingleses.

El capitán Lepic, un oficial del cuerpo de caballería de Sordet, había emprendido una misión de reconocimiento, al noroeste de Compiègne, el 31 de agosto, la primera mañana en que Kluck había cambiado de dirección, cuando distinguió a corta distancia una columna de caballería enemiga compuesta de nueve escuadrones, seguidos, quince minutos después, por una columna de infantería con baterías de artillería, vagones de suministro y munición y una compañía de ciclistas. Vio que se dirigían hacia la carretera de Compiègne y no hacia la que llevaba directamente por el sur hacia París. Sin saber que era uno de los primeros testigos de una maniobra histórica, el capitán Lepic se mostró más interesado en informar de que los ulanos habían cubierto sus cascos tan llamativos con pedazos de ropa y que preguntaban las direcciones a los habitantes en un mal francés, diciendo: «English, English». Su informe sobre la dirección de su marcha no fue de gran utilidad para el GQG. La ciudad y el castillo de Compiègne, se dijeron, con toda seguridad atraen a los alemanes, y lo más probable es que prosigan por la carretera de Compiègne en dirección a París. Y tampoco las dos columnas que había visto el capitán Lepic representaban el grueso del ejército de Kluck.[19]

También los franceses sabían, el 31 de agosto, que la campaña se estaba acercando a su punto culminante. Su segundo plan, el del 25 de agosto, de trasladar el centro de gravedad a la izquierda en un esfuerzo por detener el ala derecha alemana, había fracasado. La misión del Sexto Ejército, el cual, conjuntamente con el Quinto Ejército y los ingleses, había de fortificarse en el Somme, había fracasado igualmente. Ahora, la tarea del Sexto Ejército, por orden de Joffre, era «defender París».[20] Los ingleses, tal como dijo en privado, «ne veulent pas marcher»,[21] y el Quinto Ejército, con Kluck persiguiéndolo por uno de los flancos, continuaba en peligro de ser envuelto. Mientras, se había recibido la alarmante noticia de que una avanzadilla de la caballería de Kluck ya había penetrado entre el Quinto Ejército y París, en el espacio dejado libre por la retirada de los ingleses. Tal como el coronel Pont, el jefe de operaciones de Joffre, le señaló claramente a su jefe, «parece imposible oponer al ala derecha suficientes fuerzas para detener la maniobra de envolvimiento».[22]

Era necesario un nuevo plan. El objetivo inmediato era sobrevivir. En el GQG, Joffre, con sus dos lugartenientes, Belin y Berthelot, y el jefe de la Sección de Operaciones, discutieron sobre lo que cabía hacer en aquellas circunstancias.[23] En la «capilla» de la ofensiva, los cálidos vientos habían traído consigo nuevas ideas, «resistir» hasta que los ejércitos franceses pudieran estabilizarse en una línea desde la cual reanudar la ofensiva. Mientras tanto, se había reconocido que el avance alemán extendería sus fuerzas «a lo largo de un tremendo arco, desde Verdún a París». Esta vez el plan era, en lugar de oponerse al ala en avance del ejército alemán, aislarlo por medio de un ataque contra su centro, volviendo a la estrategia del «Plan 17». Pero ahora el campo de batalla estaba en el centro de Francia. Una derrota francesa esta vez no sería un revés en las fronteras, sino una derrota final.

La pregunta que se planteaba era la siguiente: ¿cómo y cuándo lanzar aquel «movimiento hacia delante»?; ¿o acaso debía continuar la retirada hasta una línea a cuarenta millas detrás del Sena? Proseguir la retirada significaba ceder al enemigo más territorio, pero la barrera del Sena proporcionaría un momento de respiro para todos los ejércitos, que se concentrarían allí y se recuperarían, sin una presión directa por parte del enemigo. Dado que el principal objetivo de los enemigos era destruir los ejércitos franceses, «nuestro objetivo principal es sobrevivir», insistió Belin. Adoptar una «actitud prudente» y reorganizarse detrás del Sena era, además de un deber nacional, el mejor recurso para frustrar los planes enemigos. Belin argumentó en este sentido, apoyado fervientemente por Berthelot. Joffre escuchó… y al día siguiente dictó la Orden General número 4.

Era el 1 de septiembre, víspera del aniversario de Sedán, y las perspectivas de Francia aparecían tan trágicas como en aquella ocasión. El agregado militar francés acababa de informar oficialmente de la derrota rusa en Tannenberg. La Orden General número 4,[24] en contraste con el tono tan firme de la orden que siguió al desastre en las fronteras, reflejaba el escaso optimismo del GQG después de una semana de invasión. Ordenaba una continuada retirada para el Tercer, Cuarto y Quinto Ejércitos, y fijaba el Sena y el Aube como límite de este movimiento, «sin que sea obligatorio alcanzar este límite». Decía que tan pronto como el Quinto Ejército «hubiera escapado a la amenaza de envolvimiento», los ejércitos «reanudarían la ofensiva», pero, al contrario que la orden anterior, no fijaba ni el tiempo ni el espacio. Sin embargo, ya contenía la génesis de la futura batalla, puesto que hablaba de conseguir refuerzos de los ejércitos de Nancy y Epinal para participar en la nueva ofensiva, y señalaba que las «tropas móviles de los campos fortificados de París tomarían parte en la acción general».

Ésta y otras órdenes dictadas durante los cuatro días siguientes fueron objeto de vivas discusiones entre los partidarios de Joffre y los de Gallieni en una larga y penosa controversia sobre los orígenes de la Batalla del Marne. No cabe la menor duda de que Joffre no pensaba en una batalla general, sino en la batalla que, en el momento definitivo, habría de librarse finalmente. Él preveía que la batalla tendría lugar cuando los cinco ejércitos alemanes «llegaran a situarse entre París y Verdún» y los ejércitos franceses ocuparan sus posiciones en el centro de Francia. Joffre creía que todavía podía contar con una semana para hacer sus preparativos, pues le dijo a Messimy, cuando fue a despedirse de él el 1 de septiembre, que pensaba reanudar la ofensiva el día 8 de ese mes, y le anunció que sería llamada «la Batalla de Brienne-le-Château».[25] Una ciudad, a veinticinco millas tras el Marne, a medio camino entre este río y el Sena, Brienne había sido el escenario de la victoria napoleónica sobre Blücher, lo que le parecía un buen augurio a Joffre. Bajo la amenaza de la retirada y la persecución de los alemanes que se aproximaban, su sangre fría y su sensación de serenidad y confianza impresionaron de nuevo a Messimy.

Pero esto no aliviaba la situación de París, que se encontraba sin protección por la retirada de los ejércitos hasta el Sena. Joffre llamó a Millerand y le dio un breve resumen de la situación militar.[26] Declaró que la «acentuada» retirada de los ingleses había descubierto el flanco izquierdo del ejército de Lanrezac, de modo que la retirada debía continuar hasta que Lanrezac lograra despegarse del enemigo. Le dijo que había dado órdenes a Maunoury para que se replegara sobre París y se pusiera «en relación» con Gallieni, aunque Joffre no dijo nada de colocar el Sexto Ejército a las órdenes de Gallieni. Señaló que las columnas enemigas tomaban una dirección ligeramente desviada de París, lo que podía ofrecerles algún «respiro», aunque, sin embargo, consideraba «urgente y esencial» que el gobierno abandonara París sin pérdida de tiempo, aquella misma noche o a la mañana siguiente.

Gallieni, informado de esta situación por un excitado gobierno, llamó a Joffre, que no le contestó, pero Gallieni le envió el siguiente mensaje: «No estamos en condiciones de resistir […]. El general Joffre debe comprender que si Maunoury no puede resistir, París tampoco podrá hacer frente al enemigo. Han de ser incorporados tres cuerpos activos a las fuerzas del campo fortificado».[27] A última hora de aquella tarde, Joffre llamó e informó a Gallieni de que colocaba el ejército de Maunoury a sus órdenes. Estas fuerzas se convertirían ahora en las tropas móviles del campo fortificado de París. Tales tropas eran tradicionalmente mandadas de un modo independiente respecto del ejército de campaña, y podían no ser enviadas a una batalla general, si así lo creía oportuno su comandante. Pero Joffre no tenía intención de renunciar a estas fuerzas. Aquel mismo día solicitó del ministro de la Guerra que pusiera el campo fortificado de París y todas sus fuerzas bajo la autoridad del comandante en jefe, «para permitirle emplear las fuerzas móviles de la guarnición en el campo de batalla si se presentaba la ocasión». Millerand, que estaba bajo la atracción de Joffre como lo había estado Messimy, dio las órdenes oportunas el 2 de septiembre.

Por fin Gallieni contaba con un ejército. Las fuerzas de Maunoury, de las que ahora podía disponer, comprendían una división en activo que formaba parte del VII Cuerpo, una brigada de nativos marroquíes y cuatro divisiones de la reserva: la 61.ª y la 62.ª, a las órdenes del general Ebener, y la 55.ª y 56.ª, que habían luchado tan valientemente en Lorena.[28] Joffre consintió en añadir, ya que de todas formas no estaba bajo su control, la 45.ª División de zuavos de Argelia, que había desembarcado en París, y un cuerpo en activo del ejército de campaña. Al igual que Kluck, eligió uno que había sufrido elevadas pérdidas, el IV Cuerpo del Tercer Ejército, que había luchado en las Ardenas. Recibía refuerzos y su envío desde el frente del Tercer Ejército en Verdún al frente de París era una maniobra de aquellas de las que Von Kluck consideraba completamente incapaces a los franceses. Las tropas del IV Cuerpo, fue informado Gallieni, llegarían por tren a París del 3 al 4 de septiembre.

En el mismo momento en que recibió la orden verbal de Joffre de asumir el mando sobre el Sexto Ejército, Gallieni se trasladó al norte para establecer contacto con su nuevo comandante. Atravesó entre los fugitivos que abandonaban París ante el avance alemán, y en sus rostros se reflejaba «el terror y la desesperación». En Pontoise, en las mismas afueras de París hacia el noroeste, en donde se concentraban las divisiones 61.ª y 62.ª, reinaba un completo caos. Las tropas que habían tomado parte en los combates estaban agotadas y la población, dominada por el pánico ante el retumbar de los cañones y los informes sobre la presencia de los ulanos en las zonas vecinas.[29] Después de hablar con el general Ebener, Gallieni fue a entrevistarse con Maunoury en Creil, junto al Oise, treinta millas al norte de París.[30] Dio instrucciones a Maunoury para que volara los puentes sobre el Oise y procurara retrasar el avance enemigo mientras se replegaba hacia París, pues bajo ninguna circunstancia debía permitir que el enemigo se interpusiera entre él y la capital.

A su regreso a París, observó un panorama más feliz que cuando salió de la capital: los espléndidos zuavos de la 45.ª de Argelia, que se dirigían a ocupar sus posiciones. Con su abigarrado aspecto proporcionaban nueva confianza a los parisienses.

Pero en los ministerios, el ambiente que reinaba era fatal. Millerand había informado de aquellos hechos «tan descorazonadores» al presidente: «Todas nuestras esperanzas se han esfumado, nos retiramos en toda la extensión del frente, el ejército de Maunoury se repliega sobre París […]». En su calidad de ministro de la Guerra, Millerand se negó a asumir la responsabilidad si el gobierno permanecía una sola hora más en la capital. Poincaré se enfrentó con «el hecho más triste de mi vida». Decidió que toda la Administración se trasladara a Burdeos.[31]

Al regresar a la ciudad aquella noche, Gallieni se enteró, por Millerand, de que toda la autoridad civil y militar de la ciudad más admirada de Europa estaría en sus manos. Con la excepción del prefecto del Sena y del de la policía, «estaría solo». El prefecto de policía, del que dependería, se había hecho cargo de su oficina hacía escasamente una hora. El antiguo prefecto, el señor Hennion, cuando se enteró de que el gobierno abandonaba la ciudad, se negó rotundamente a continuar en la capital, y cuando le ordenaron que permaneciera en su puesto, dimitió «por razones de salud». Para Gallieni, la marcha del gobierno tenía, al menos, la ventaja de hacer desaparecer a aquellos que querían convertir París en ciudad abierta, y ahora quedaba en libertad para defender la capital como campo fortificado. Aunque prefería «trabajar sin la presencia de los ministros», opinaba que «uno o dos deberían haberse quedado en París para guardar las apariencias».[32]

Temiendo que los alemanes pudieran hacer acto de presencia ante las puertas de París en el curso de los dos días siguientes, permaneció toda la noche en compañía de su Estado Mayor, «tomando disposiciones para presentar batalla al norte de la ciudad, entre Pontoise y el Ourcq», es decir, en una zona de cuarenta y cinco millas de ancho. El Ourcq es un pequeño río que desemboca en el Marne, al este de París.

A última hora de la noche se recibió una información en el GQG que hubiera podido impedir que el gobierno abandonara la capital. Durante el día le fue entregada una maleta al capitán Fagalde, oficial del Servicio de Información en el Quinto Ejército.[33] Había sido encontrada junto al cadáver de un oficial de caballería adscrito al ejército de Kluck, que había sido atacado y muerto, cuando viajaba en su coche, por una patrulla francesa. En la maleta había documentos, entre ellos un mapa manchado de sangre, que presentaba las líneas de avance para cada uno de los cuerpos de Kluck y el punto que habían de alcanzar al final del día siguiente. Las líneas de todo el ejército señalaban en dirección sureste, desde el Oise hacia el Ourcq.

El GQG interpretó correctamente el hallazgo del capitán Fagalde, que revelaba la intención de Kluck de pasar junto a París entre el Sexto y el Quinto Ejércitos, en un desesperado esfuerzo por rebasar el flanco izquierdo del frente francés. Si también se percataron de que esto no significaba un ataque directo contra París, no se tomaron la molestia de informar en este sentido al gobierno. Cuando a la mañana siguiente el coronel Penelon, oficial de enlace entre el GQG y el presidente, informó a Poincaré del cambio de dirección de Kluck, no le indicó que el gobierno no tenía necesidad de abandonar la capital. Al contrario, Joffre mandó decir que el gobierno debía partir, que las intenciones de Kluck no eran verdaderas, pues sus columnas ya se encontraban en Senlis y Chantilly, a veinte millas de distancia, y que París estaría pronto al alcance de la artillería enemiga.[34] Hasta qué punto el significado del cambio de dirección de Kluck fue comprendido por Poincaré y Millerand, es difícil de decir. Durante las guerras y las crisis, no hay nada que quede claro o sea incierto hasta que ha pasado algún tiempo. En el aire se respiraba un ambiente de urgencia, incluso de pánico. Después de haber tomado una decisión, el gobierno se enfrentaba con dificultades para dar marcha atrás. Millerand, de todos modos, era partidario de abandonar la capital.

Era el 2 de septiembre, el Día de Sedán, y había «llegado el odiado momento».[35] Cuando se enteró de que habían sido tomadas las disposiciones necesarias para que el gobierno abandonara la ciudad a medianoche en lugar de hacerlo durante el día a la vista del público, aumentó «la ira y la humillación» de Poincaré. El Gabinete insistía en que su presencia era legalmente necesaria en la sede del gobierno; incluso la señora de Poincaré, que insistía en continuar su labor en los hospitales de París como gesto público, no fue autorizada a permanecer en la ciudad. El embajador norteamericano, Myron Herrick, fue a despedirles con lágrimas en los ojos.

Para Herrick, al igual que para todo el mundo en la capital francesa en aquellos momentos, «el terrible avance de los alemanes no puede ser detenido», como le escribió a su hijo. Le había sido aconsejado por los alemanes que se refugiara en la provincia, ya que «barrios enteros» de París podrían ser destruidos. Sin embargo, estaba decidido a quedarse y le prometió a Poincaré proteger los museos y los monumentos de París con la bandera norteamericana, colocándolos «bajo la custodia de la humanidad».[36] Ya se había forjado un plan, que estaba en consonancia con la desesperación y el estado de ánimo de la hora. «Si los alemanes llegaban a las afueras de la capital y exigían la rendición, él personalmente trataría de hablar con su comandante en jefe, y si era preciso, con el káiser». Como encargado de su embajada, creía poder conseguir esta entrevista. Meses después, cuando los amigos que se habían quedado en París aquella primera semana de septiembre se contaban a sí mismos entre los elegidos, Gallieni solía decir: «No olviden ustedes que también había un Herrick».

A las siete, Gallieni se fue a despedir de Millerand. El Ministerio de la Guerra, en la Rué Saint Dominique, estaba «triste, oscuro y desierto», y el patio, lleno de camiones en los que cargaban los documentos que debían ser trasladados a Burdeos. Lo que quedaba fue quemado. Reinaba un ambiente «lúgubre». Gallieni encontró a Millerand en un cuarto vacío. Ahora que el gobierno abandonaba París, Millerand no vacilaba en permitir que París y todos los que continuaban en la ciudad cayeran bajo el fuego enemigo. Sus órdenes a Gallieni fueron defender París «à outrance».

—¿Se da cuenta, señor ministro, del significado de las palabras «à outrance»? —preguntó Gallieni—. Significan la destrucción, la ruina y la voladura de los puentes en el centro de la ciudad.

À outrance —repitió Millerand.

Al despedirse, fijó su mirada en Gallieni, como si fuera un hombre al que no volvería a ver nunca más, pues, según dijo Gallieni, «estaba convencido de que me quedaba para caer en la lucha».[37]

Unas horas más tarde, al amparo de la oscuridad, con un sigilo que se habían impuesto ellos mismos y que les llenaba de vergüenza, los ministros y los miembros del Parlamento subieron al tren en dirección a Burdeos, disimulando este momento poco glorioso en una noble declaración dirigida al público a la mañana siguiente: «Para resistir y luchar», decía el comunicado. Francia resistiría y lucharía, mientras que, en los mares, Inglaterra cortaría las comunicaciones del enemigo con el resto del mundo y los rusos «seguirían su avance y asestarían el golpe decisivo al corazón del Imperio alemán». No consideraron oportuno informar en aquellos momentos sobre el alcance de la derrota rusa. Con el fin de dar el mayor «élan y eficacia» a la resistencia francesa, el gobierno, a petición de los militares, se trasladaba «momentáneamente» a un lugar en donde pudiera permanecer en comunicación directa con el resto del país. «Franceses, seamos dignos de estas circunstancias trágicas. Alcanzaremos la victoria final (mediante nuestra indómita voluntad, nuestras fuerzas y nuestra tenacidad) negándonos a sucumbir».

Gallieni dictó un bando muy breve para alejar aquellos rumores que decían que París había sido declarada ciudad abierta y para dar a entender claramente a todo el mundo lo que le esperaba. Su proclama apareció en las paredes de la capital a la mañana siguiente:

¡EJÉRCITO DE PARÍS! ¡CIUDADANOS DE PARÍS!

Los miembros del gobierno de la República han abandonado París para dar un nuevo impulso a la defensa nacional. He recibido la orden de defender París contra el invasor. Esta orden la cumpliré hasta el final.

El gobernador militar de París, comandante

del ejército de París, GALLIENI

París, 3 de septiembre de 1914[38]

El shock de la población fue mucho mayor, pues la política del GQG, publicando unos comunicados muy poco explícitos, no les había informado de la gravedad de la situación. El gobierno parecía haber desertado sin causa justificada. Se les criticaba por su partida nocturna y se les llamaba «tournedos à la Bordelaise», y la muchedumbre que asaltaba las estaciones de ferrocarril inspiró una parodia de «La Marsellesa»:

Aux gares, citoyens!

Montez dans les wagons![39]

Aquéllos fueron «días de ansiedad»[40] para el gobierno militar de París. Mientras los ejércitos se replegaban al norte y al este de la ciudad, el problema de hasta cuándo resistir y cuándo destruir los ochenta puentes de la región era motivo de renovadas preocupaciones. Los comandantes en todos y cada uno de los sectores, tan pronto como habían logrado el paso de sus propias tropas, tenían prisa por volar los puentes con el fin de cortar la persecución. Las órdenes del GQG indicaban no permitir que un puente cayera en manos del enemigo, añadiendo al mismo tiempo que los puentes serían necesarios para lanzar la nueva ofensiva. Tres mandos diferentes operaban en la zona: Gallieni, Joffre y, geográficamente entre éstos, sir John French, cuya principal preocupación, desde la visita de Kitchener, era demostrar que no dependía de nadie. Los ingenieros de París que habían sido apostados en los puentes se sentían abrumados por las órdenes contradictorias. «Todos los preparativos son un desastre», confesó un oficial de ingenieros al general Hirschauer.

El 2 de septiembre, por la tarde, los ingleses llegaron al Marne y lo atravesaron al día siguiente. Detrás de Compiègne, las tropas descubrieron que no se trataba de una «retirada estratégica», como les habían dicho sus oficiales. Sus bases en Boulogne y El Havre habían sido evacuadas y todos los depósitos y personal fueron trasladados a Saint-Nazaire y a la desembocadura del Loira.

A un día de marcha detrás de ellos, el Quinto Ejército aún no había logrado salvarse del peligro del envolvimiento.[41] Continuaba el tiempo caluroso, la retirada y la persecución. Desde la Batalla de Guise, el Quinto Ejército había andado de dieciocho a veinte millas al día. Los grupos de desertores saqueaban las granjas y las viviendas y aterrorizaban a la población con los relatos sobre los horrores que hacían los alemanes. Se sucedían los fusilamientos. Un oficial del CEB escribió: «Nunca hubiera considerado posible que los hombres pudieran estar tan cansados y tan hambrientos y, sin embargo, estar vivos». Intentando encontrar un alivio en la situación durante aquellos días, Henry Wilson le dijo al coronel Huguet: «Los alemanes corren demasiado. Van a cometer un grave error y entonces habrá llegado el momento para ustedes».[42]

Hasta aquel momento, Joffre y sus consejeros en el GQG, aunque enterados del cambio de dirección de Kluck hacia el interior, no observaban una oportunidad interesante para atacar su flanco. La persecución de los ingleses por parte de Kluck el 2 de septiembre les dejaba en la incertidumbre de si al final se decidiría por continuar en dirección a París. En todo caso, sus mentes no estaban en París, sino fijas en una batalla general a lo largo del Sena, que no habría de librarse hasta que hubieran establecido un frente sólido. Después de nuevas consultas en el GQG, Joffre adoptó la decisión de continuar la retirada «durante unos días más», para permitir la llegada de los refuerzos del ala derecha. A pesar de que esto significaba debilitar el frente del Mosela, decidió transferir un cuerpo del Primer Ejército y otro del Segundo.[43]

Su decisión fue transmitida secretamente a los comandantes de ejército el 2 de septiembre y fijaba definitivamente la línea de retirada en el Sena y el Aube. El objetivo, explicaba Joffre, «era descargar a los ejércitos de la presión enemiga y permitir su reorganización», y cuando se hubiese conseguido esto y hubieran llegado los refuerzos del este, «pasar en aquel momento a la ofensiva». El Ejército británico sería «invitado a participar entonces en esta maniobra» y la guarnición de París «avanzaría en dirección a Meaux», es decir, contra el flanco de Von Kluck. Aunque no fijaba la fecha, Joffre decía que daría la señal dentro de «pocos días». Los comandantes recibieron la orden de adoptar las «medidas más draconianas» contra los desertores, para que la retirada fuera lo más ordenada posible. Invitó a cada uno de ellos a estudiar la situación y destinar sus mayores esfuerzos a aquella batalla, de la que «depende la seguridad de la patria».

Gallieni, que recibió estas órdenes en París, condenó el plan de Joffre, dado que sacrificaba París y estaba «en desacuerdo con la realidad»,[44] en el sentido de que no tomaba en consideración al enemigo. Creía que la dirección del avance alemán no permitiría a los ejércitos franceses alcanzar el Sena y reorganizarse. Habían llegado hasta él informes aislados sobre el cambio de dirección de Kluck, pero no le habían informado de la documentación que había sido encontrada junto al cadáver de un oficial de la caballería alemana. La noche del 2 de septiembre, en espera de un ataque al día siguiente, durmió en su cuartel general, que había establecido en el Lycée Victor-Duruy, un instituto femenino al otro lado de Los Inválidos.[45] Era un gran edificio, rodeado de altos árboles, que quedaba aislado del público y, puesto que contaba con menos entradas y salidas que Los Inválidos, era más fácil de proteger. Los centinelas fueron apostados en las puertas, conectaron teléfonos de campaña con todos los cuarteles generales de división en el campo fortificado, montaron oficinas para las secciones de operaciones e información, instalaron dormitorios y comedores para todos los oficiales del Estado Mayor, y Gallieni quedó altamente satisfecho de poder contar con «un cuartel general de campaña, lo mismo que en el frente».

Al día siguiente, 3 de septiembre, se enteró definitivamente del movimiento de Kluck en dirección al Marne, que lo alejaba de París. El teniente Watteau, un aviador de la guarnición de París que hizo un vuelo de reconocimiento, observó las columnas enemigas «deslizarse de oeste a este», en dirección al valle del Ourcq. Posteriormente, otro avión que también despegó de París confirmó la noticia.[46]

En la sala del Deuxième Bureau de Gallieni, una silenciosa excitación reinaba entre los oficiales. El coronel Girodon, un oficial que había sido herido en el frente, pero que se consideraba a sí mismo con condiciones para el trabajo en el Estado Mayor, estaba tumbado en un sofá con los ojos fijos en el mapa de la pared, en el que unos alfileres de colores señalaban la dirección del avance alemán. El general Clergerie, jefe del Estado Mayor de Gallieni, entró en la sala cuando apenas se había recibido otro informe de los aviadores ingleses. Una vez más, cambiaron los alfileres, y la dirección del avance de Von Kluck aparecía ahora de un modo que ya no ofrecía la menor duda en el mapa. Clergerie y Girodon exclamaron al unísono: «¡Nos presentan su flanco! ¡Nos presentan su flanco!».[47]