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TANNENBERG

Atormentado por la presencia de Rennenkampf a su espalda, Ludendorff tenía mucha prisa en enfrentarse lo antes posible con Samsonov. Dio órdenes para que la primera fase de la batalla comenzara el 25 de agosto. Había que llevar a cabo un ataque en Usdau por parte del I Cuerpo del general Von François con la finalidad de envolver el ala izquierda de Samsonov. François protestó. Su artillería pesada y parte de su infantería se estaban reponiendo todavía del largo viaje que les había llevado desde el frente de Gumbinnen.[1] Atacar, sin un pleno apoyo de la artillería y sin poder contar con toda la munición indispensable para la operación, arguyó, sería exponerse a un fracaso, ya que si dejaba libre la ruta de retirada de Samsonov, éste podría escapar a la destrucción. Fue apoyado, en este sentido, por Hoffmann y el general Scholtz, del XX Cuerpo, el cual, aunque había estado combatiendo a los rusos el día anterior, le aseguró por teléfono a François que podía mantenerse en sus posiciones sin su apoyo.

Entretanto, con un caso de insubordinación, el segundo día de su nuevo mandato, Ludendorff, llevado por la ira, se trasladó en coche al cuartel general de François, haciéndose acompañar por Hindenburg y Hoffmann. En respuesta a su insistencia, Von François dijo: «Si da la orden, como es natural, atacaré, pero mis soldados se verán obligados a luchar con la bayoneta».[2] Para demostrar quién era el que mandaba allí, repitió la orden que ya había dado. Hindenburg no dijo nada durante la entrevista, y cuando ésta hubo terminado acompañó otra vez a Ludendorff. Hoffmann, que iba en otro coche, se detuvo en la estación ferroviaria más cercana, la de Montovo, el lugar más próximo en el que había comunicación telefónica y telegráfica con el cuartel general. Allí, un oficial le entregó dos mensajes inalámbricos de los rusos que habían sido interceptados. Ambos habían sido descifrados. El primero había sido enviado por Rennenkampf a las cinco y media de la mañana, y el otro, por Samsonov a las seis de la mañana. Las órdenes de Rennenkampf, que daban los recorridos para el Primer Ejército, revelaban que su línea objetivo para el día siguiente no le llevaría lo bastante lejos como para amenazar por la espalda al Ejército alemán. Las órdenes de Samsonov revelaban que había interpretado mal el repliegue de Scholtz y daba direcciones y horarios para un movimiento de persecución de lo que él creía un ejército derrotado.[3]

Nunca se le había hecho un regalo así a un comandante desde que un traidor griego condujo a los persas por el paso de las Termópilas. Aquellos personajes que señalaban unas órdenes tan concretas y precisas hicieron recelar al general de división Grünert, el superior inmediato de Hoffmann. Éste escribió más tarde: «Me preguntaba una y otra vez si podíamos dar crédito a aquellos mensajes. ¿Y por qué no habíamos de creerlos? […]. Por mi parte, los consideré auténticos desde la primera hasta la última palabra». Hoffmann alegaba tener conocimiento personal de una rencilla privada entre Rennenkampf y Samsonov en la Guerra Ruso-japonesa, en la que había estado como observador alemán. Señaló que los cosacos siberianos de Samsonov, después de haber librado una valiente batalla, habían sido obligados a abandonar las minas de carbón de Yentai, ya que la división de caballería de Rennenkampf había estado inactiva, a pesar de haber recibido órdenes de apoyar a Samsonov, y que Samsonov y Rennenkampf habían llegado a pelearse a puñetazos en una violenta discusión en el andén de la estación de ferrocarril de Mukden. Era además evidente, alegó triunfante, que Rennenkampf no se apresuraría a acudir en ayuda de Samsonov. Dado que se trataba menos de una cuestión de ayudar a Samsonov que de perder o ganar la batalla, es altamente discutible si Hoffmann creía en su propia historia o solamente lo intentaba.

Después de hacerse cargo de los mensajes, él y Grünert corrieron en su coche tras Hindenburg y Ludendorff y, tras alcanzarles al cabo de pocas millas, Hoffmann ordenó a su chofer que se pusiera a la altura del otro coche y, sin detenerse, entregó los mensajes. Los cuatro oficiales se detuvieron finalmente para estudiar la situación. Se revelaba claramente que el ataque planeado para el día siguiente, en el curso del cual los cuerpos de Mackensen y Below habían de atacar el ala derecha de Samsonov, podía efectuarse sin temer una interferencia por parte de Rennenkampf. Según diferentes interpretaciones, señalaba o no que François podía aplazar su ataque hasta poder contar con todos sus hombres y todo su material. Poco dispuesto a ceder una sola pulgada de su autoridad, Ludendorff, al regresar a su cuartel general, ratificó las órdenes dadas a François.

Al mismo tiempo despachó las órdenes necesarias para llevar a la práctica el plan general para el doble envolvimiento el día siguiente, 26 de agosto. En la izquierda alemana, el cuerpo de Mackensen, apoyado por el de Below, debía atacar el extremo derecho de Samsonov, que ya había ocupado sus posiciones: en Bischofsburg, con su caballería en Sensburg, frente a los lagos en donde hubiesen podido enlazar con Rennenkampf, en el caso de que éste hubiera estado allí. Su ausencia dejaba sin defensa el flanco que los alemanes esperaban poder envolver. En el centro, el XX Cuerpo de Scholtz, apoyado ahora por una división de la Landwehr y la 3.ª División de la reserva del general Von Morgen, debía reanudar la batalla del día anterior. En la derecha alemana, Von François, tal como se le había ordenado, debía iniciar el ataque que había de envolver el ala izquierda de Samsonov.

Todas las órdenes fueron enviadas antes de la medianoche del 25 de agosto. A la mañana siguiente, Ludendorff se sintió dominado por un ataque de nervios cuando un avión de reconocimiento informó de movimientos de Rennenkampf en su dirección.[4] A pesar de que Hindenburg estaba seguro de que el Octavo Ejército «no tenía que vacilar un solo momento» en dejar sólo unos destacamentos en contra de Rennenkampf, Ludendorff se sentía dominado por las antiguas dudas. «Rennenkampf avanzaba como una oscura nube cargada de truenos hacia el noroeste», escribió. «Sólo tenía necesidad de enfrentarse con nosotros para derrotarnos». Comenzó a experimentar los mismos temores que había sentido Prittwitz y volvieron las antiguas vacilaciones: no sabía si dirigir todas sus fuerzas contra Samsonov o abandonar la ofensiva contra el Segundo Ejército ruso y volverse de nuevo contra el Primero. El héroe de Lieja «parecía haber perdido un poco los nervios», escribió más tarde Hoffmann, que de todos los escritores militares es el que más pródigamente atribuye este estado a sus compañeros de armas. Incluso Hindenburg recuerda que en aquellos momentos, «graves dudas» dominaban a su compañero, y fue él, según su propia confesión, quien le dio nuevos ánimos a su jefe del Estado Mayor, «y de este modo, se recuperó de aquella crisis interna».

Se originó una crisis diferente cuando el cuartel general descubrió que Von François, que todavía esperaba su artillería, no había iniciado la batalla tal como se le había ordenado. Ludendorff ordenó que la batalla comenzara a las doce. François replicó que el terreno preliminar que el cuartel general suponía que había sido conquistado aquella mañana, no había sido ganado, provocando una explosión que Hoffmann califica de respuesta «poco amable» por parte de Ludendorff. Durante todo el día, François esperó su momento.

Inesperadamente, una llamada telefónica extraordinaria desde el OHL en Coblenza puso fin a las discusiones de François. Ludendorff cogió un auricular y le ordenó a Hoffmann que cogiera el segundo para «enterarse de lo que quieren». Con gran asombro por su parte, oyó al coronel Tappen, jefe de Operaciones en el OHL, que le proponía enviarle tres cuerpos y una división de caballería de refuerzo. Recién llegado del frente del Oeste, Ludendorff, que había trabajado en los planes de movilización y que conocía hasta el menor detalle la densidad por milla de ofensiva, apenas podía dar crédito a lo que estaba oyendo. El plan de Schlieffen dependía de destinar hasta el último hombre disponible a reforzar el ala derecha. ¿Qué podía haber persuadido al OHL a debilitar este frente en tres cuerpos en el punto álgido de la ofensiva? Sorprendido, le dijo a Tappen que no precisaba de aquellos refuerzos en el Este, y que en todo caso llegarían demasiado tarde para la batalla, que ya había comenzado. Tappen repuso que, no obstante, podía contar con estas fuerzas.[5]

Lo que había causado esta decisión crucial era el pánico que había invadido al OHL al ver que los rusos lanzaron su ofensiva dos semanas después de la orden de movilización en lugar de hacerlo a las seis semanas, tal como habían calculado los alemanes. El factor decisivo, en aquellos momentos, tal como nos informa Tappen, fue la «gran victoria» en las fronteras francesas, que «provocó en el OHL la creencia de que la batalla decisiva en el Oeste había sido librada y ganada». Bajo esta impresión, Moltke decidió el 25 de agosto, «a pesar de las objeciones que le fueron presentadas», enviar refuerzos para salvar la Prusia oriental de los rusos.[6] Los lamentos de los fugitivos, las fincas de los junkers saqueadas por los cosacos, las peticiones de las damas de la alta sociedad a la kaiserina para que salvara sus tierras y sus bienes, comenzaban a surtir efecto. Con el fin de despertar los sentimientos antirrusos, el gobierno alemán había distribuido a los refugiados por el mayor número posible de ciudades y logró asustarse a sí mismo. El presidente del Bundesrat de la Prusia oriental se presentó en el OHL para solicitar ayuda para su patria.[7] Un director de Krupp escribió en su diario el 25 de agosto que «la gente decía: “Bah, los rusos nunca llegarán a poner fin a su movilización […]. Durante mucho tiempo podremos permanecer a la defensiva”». Pero ahora todo se le antojaba muy diferente a todo el mundo y todos hablaban ya de abandonar la Prusia oriental.[8] El káiser estaba profundamente afectado. Moltke, personalmente, siempre había estado altamente preocupado por las débiles fuerzas de la Prusia oriental, y tal como ya había escrito antes de la guerra, «todos los éxitos en el Oeste serán inútiles si los rusos llegan a Berlín».[9]

Dos de los cuerpos que ahora retiraba del Oeste habían luchado en Namur, en el punto de unión entre el Segundo y el Tercer Ejércitos alemanes, y a la caída de los fuertes belgas el general Von Bülow había declarado que estaban libres. Conjuntamente con la 8.ª División de caballería, el 26 de agosto fueron enviados a pie —debido a la destrucción de los ferrocarriles belgas—, hasta las estaciones alemanas más cercanas, para su transporte, «lo más rápido posible», al frente del Este. Otro cuerpo ya había llegado a la estación de ferrocarril de Thionville cuando voces más prudentes en el OHL persuadieron a Moltke para anular estas órdenes.[10]

A ochocientas millas al este, el general Samsonov se preparaba para una nueva batalla el 26 de agosto. En su extremo derecho el VI Cuerpo, a las órdenes del general Blagovestchensky, había llegado, tal como se le tenía ordenado, a la zona de cita frente a los lagos, pero Samsonov había dejado aislado este cuerpo mientras él empujaba el grueso de su ejército más en dirección oeste que norte. Aunque esta maniobra le alejara de Rennenkampf o del lugar en donde habría de encontrarse éste, Samsonov estaba convencido de que aquélla era la dirección correcta que había de llevarle entre el Vístula y los alemanes, que, todo lo hacía suponer así, se estaban retirando hacia el oeste. El objetivo de Samsonov era la línea Allenstein-Osterode, con lo que capturaría la línea de ferrocarril alemana, y desde allí, tal como informó a Jilinsky el 23 de agosto, «sería más fácil avanzar hacia el corazón de Alemania».[11]

Pero estaba claro que sus agotadas y semidepauperadas tropas, que apenas habían tenido la fuerza precisa para llegar hasta la frontera, no estaban en condiciones de luchar y mucho menos todavía de adentrarse hasta el corazón de Alemania. Las raciones eran escasas, los soldados ya habían agotado todas las provisiones que llevaban encima, los pueblos estaban abandonados, las cosechas no habían sido aún recogidas, y poco se podía requisar en aquel territorio hostil para los hombres y los caballos. Todos los comandantes de cuerpo solicitaban un alto para reposar. Un oficial del Estado Mayor informó a Jilinsky del «mísero» suministro que se daba a la tropa. «No sé cómo los hombres lo aguantan. Es necesario montar un servicio de requisa organizado».[12] En Volkovisk, a ciento ochenta millas del frente de batalla, Jilinsky estaba demasiado lejos para dejarse inmutar por estos informes. Insistió en que Samsonov continuara la ofensiva «para enfrentarse con el enemigo, que se repliega ante Rennenkampf, y cortarle la retirada hacia el Vístula».[13]

Esta versión de lo que hacía el enemigo se basaba en lo que le había contado Rennenkampf, y puesto que éste no había mantenido el menor contacto con los alemanes después de la Batalla de Gumbinnen, sus informes sobre los movimientos de los alemanes se basaban, única y exclusivamente, en lo que le dictaba su fantasía. Sin embargo, Samsonov tuvo la certeza, a causa de los movimientos de ferrocarriles y otras pruebas, de que no se enfrentaba con un ejército que se encontraba en plena retirada, sino con un ejército perfectamente organizado que marchaba a su encuentro. Recibía continuos informes sobre la concentración de una nueva fuerza enemiga —el cuerpo de Von François— que se dirigía sobre su flanco izquierdo. Al reconocer el peligro que se cernía sobre su izquierda, mandó un oficial a Jilinsky para que le persuadiera de la necesidad de avanzar con su ejército en dirección oeste en lugar de continuar hacia el norte. Con el desdén normal de un alto comandante por las precauciones de un comandante en primera línea, Jilinsky lo consideró como un deseo de ponerse a la defensiva y, «rudamente», le replicó al oficial: «Ver al enemigo donde no existe es cobardía. No quiero que el general Samsonov sea un cobarde. Insisto en que continúe la ofensiva».[14] Su estrategia, según un compañero de armas, se parecía al poddavki, un juego ruso de damas que consiste en ir perdiendo todas las piezas menos una.

La noche del 25 de agosto, a la misma hora en que Ludendorff despachaba sus órdenes, Samsonov dispuso sus fuerzas. En el centro, el XV y XII Cuerpos, a las órdenes de los generales Martos y Kliouev, con una división del XXIII Cuerpo mandada por el general Kondratovitch, que habían de cargar con el peso de la ofensiva en dirección a la línea Allenstein-Osterode. El flanco izquierdo del ejército lo componía el I Cuerpo del general Artomonov, apoyado por la otra división del XXIII Cuerpo. A cincuenta millas de distancia, el VI Cuerpo defendía el flanco derecho. Dado que la técnica de reconocimiento de la caballería rusa no era muy eficiente, Samsonov desconocía que el cuerpo de Mackensen, que había sido visto abandonar, dominado por el pánico, el escenario de Gumbinnen, había sido reorganizado y que, a marchas forzadas, conjuntamente con el cuerpo de Below, había ocupado sus posiciones en el frente y ahora avanzaba sobre su derecha. En un principio ordenó al VI Cuerpo que defendiera sus posiciones «con el fin de proteger el flanco derecho del ejército», y luego cambió de parecer y le ordenó que regresara «a toda prisa» para apoyar el avance del centro hacia Allenstein. En el último minuto de la mañana del 25, cambió la orden y señaló que se había de proteger el flanco derecho. Pero en aquellos momentos, el VI Cuerpo ya se hallaba en marcha hacia el centro.[15]

En la retaguardia, el presentimiento de desastre dominaba completamente al Alto Mando ruso. El 24 de agosto, Sujomlinov, el ministro de la Guerra, que no se había tomado la molestia de montar fábricas de armamento pues no creía en las armas de fuego, le escribió al general Yanushkevich, jefe del Estado Mayor: «Por el amor de Dios, dicte órdenes para recoger todos los fusiles. Hemos enviado ciento cincuenta mil a los serbios, nuestras reservas están casi agotadas y la producción en las fábricas es muy baja».[16] A pesar del fervor de aquellos valientes oficiales, como el general que había gritado «¡Guillermo a Santa Helena!», el ambiente que dominaba entre los altos jefes del Ejército era muy sombrío.[17] Entraron en la guerra sin sentir la menor confianza y luchaban ahora sin fe. Los rumores de pesimismo en el cuartel general llegaron, como es lógico, a oídos del embajador francés en San Petersburgo. El 26 de agosto Sazonov le dijo que Jilinsky «consideraba que una ofensiva en la Prusia oriental estaba condenada al fracaso». Añadió que Yanushkevich se había mostrado de acuerdo con esta declaración y que había protestado enérgicamente contra una ofensiva. El general Danilov, el segundo jefe del Estado Mayor y su auténtico cerebro, insistía, sin embargo, en que Rusia no podía defraudar a Francia y que debía pasar al ataque, a pesar de los «indudables riesgos» que ello entrañaba.

Danilov acompañaba al gran duque en el Stavka, el cuartel general supremo en Baranovichi. Un lugar tranquilo entre bosques, en donde el Stavka debía permanecer durante todo un año. Se había elegido Baranovichi debido a que era el punto de enlace de la línea de ferrocarril norte-sur con la línea principal entre Moscú y Varsovia. Los dos frentes, el alemán y el austriaco, eran dirigidos desde allí. El gran duque, con su séquito personal, los altos oficiales del Estado Mayor y los agregados militares aliados, dormían y comían en los vagones del tren, dado que la casa elegida por el comandante en jefe estaba demasiado lejos del edificio empleado por el Servicio de Operaciones y de Información. Fueron construidos unos tejados sobre los vagones para protegerlos del sol y de la lluvia, así como una valla de madera, y en el jardín de la estación, una especie de comedor de verano. No reinaba ninguna pompa, pero tampoco se notaba allí ninguna clase de sacrificio.[18]

Danilov estaba disgustado por el hecho de que Rennenkampf hubiese perdido todo contacto con el enemigo y por las deficientes comunicaciones, ya que, a causa de ello, Jilinsky desconocía dónde se encontraban los ejércitos, y éstos tampoco podían comunicarse entre sí. Cuando llegó la noticia al Stavka de que Samsonov había establecido contacto con el enemigo la jornada del 24 al 25 de agosto y estaba a punto de lanzarse a la batalla, el temor de que Rennenkampf no lograra formar la segunda punta de la tenaza comenzó a agudizarse. El 26 de agosto, el gran duque visitó a Jilinsky en su cuartel general en Volkovisk para insistir en que Rennenkampf acelerara su marcha. En su indolente persecución, que había iniciado el 23 de agosto, Rennenkampf había pasado por delante de las antiguas posiciones alemanas en el Angerapp que el Octavo Ejército había abandonado en su gran marcha hacia el sur. Las pruebas de una rápida partida confirmaban la impresión de que se trataba de un enemigo derrotado. De acuerdo con las notas de uno de sus oficiales de Estado Mayor,[19] consideraba que era un error empujar demasiado violentamente a los alemanes, dado que entonces podrían llegar demasiado pronto al Vístula y Samsonov no dispondría del tiempo necesario para cortarles la retirada. Rennenkampf no persiguió al enemigo demasiado de cerca para cerciorarse personalmente de la situación y sacar sus propias conclusiones, ni tampoco esta omisión pareció preocupar a Jilinsky, que creía a ciegas la versión que le había transmitido Rennenkampf.

Las órdenes que Jilinsky le transmitió a Rennenkampf, el día después de la visita del gran duque, eran las de perseguir a un enemigo que suponía que todavía se batía en retirada y protegerse contra una posible salida alemana desde la fortaleza de Königsberg contra su flanco. Habían tenido la intención de cercar Königsberg con seis divisiones de la reserva, pero éstas todavía no habían llegado. Ahora Jilinsky dio instrucciones de bloquear Königsberg con dos cuerpos hasta que llegaran las divisiones de la reserva y con los otros dos cuerpos perseguir «a las tropas enemigas para impedir que buscaran refugio en Königsberg y de las que se supone se retiran hacia el Vístula». Puesto que «se suponía» que el enemigo se replegaba, no creía que pudiera constituir una amenaza para Samsonov y no dio prisas a Rennenkampf para que estableciera contacto con el ala derecha de Samsonov, tal como se había planeado en un principio. Se limitó a decirle que las «operaciones conjuntas» del Primer y Segundo Ejércitos tenían como objetivo presionar a los alemanes que se replegaban en dirección al mar y lejos del Vístula. Dado que los dos ejércitos rusos no estaban en contacto ni avanzaban en la misma dirección, la palabra «conjuntas» no podía aplicarse.[20]

La mañana del 26 de agosto, el VI Cuerpo de Samsonov inició su marcha en dirección al centro, obedeciendo las órdenes que él no sabía que habían sido anuladas. Una división ya estaba en marcha cuando la otra recibió la noticia de que las fuerzas enemigas habían sido vistas a unas seis millas detrás de ellos hacia el norte. Suponiendo que se trataba de tropas que huían ante la presión de Rennenkampf, el comandante de división ruso decidió dar la vuelta y atacarlas. Estas fuerzas eran, realmente, el cuerpo de Mackensen, que se dirigía hacia el ataque. Cayeron sobre los rusos y, mientras luchaban para salvarse, la otra división, que ya había avanzado ocho millas, fue llamada desesperadamente para ayudarles. Emprendió de nuevo el camino ya andado, y después de recorrer diecinueve millas se enfrentó, al final de aquel día, con otro cuerpo enemigo: el de Bülow. Se había perdido el contacto entre las dos divisiones rusas. El comandante de cuerpo, el general Blagovestchensky, «perdió la cabeza», en palabras de un crítico militar inglés.[21] El comandante de división, cuya unidad había estado en combate durante todo el día, había sufrido cinco mil bajas y la pérdida de dieciséis piezas de artillería, y ordenó el repliegue por propia iniciativa. Durante la noche, órdenes y contraórdenes aumentaron la confusión y las unidades bloqueaban las carreteras. Al amanecer, el VI Cuerpo era una unidad totalmente desorganizada y continuaba replegándose. El ala derecha de Samsonov había sido derrotada.

Mientras ocurría esto, su centro, compuesto por dos cuerpos y medio, se lanzaba a la ofensiva. El general Martos estaba en el centro complicado en una dura lucha. Su vecina a la izquierda, una división del XXIII Cuerpo, fue rechazada, quedando al descubierto su flanco. A su derecha, el general Kliouev, con el XIII Cuerpo, conquistó Allenstein, pero al enterarse de que Martos se encontraba en una situación delicada corrió a su encuentro, dejando que Allenstein fuera ocupada por el VI Cuerpo, que Kliouev suponía que marchaba en esta dirección. El VI Cuerpo nunca alcanzó su objetivo, como es de suponer, y quedó abierta una brecha en Allenstein.

A unas pocas millas detrás del frente, en el cuartel general del Segundo Ejército en Neidenburg, el general Samsonov estaba cenando con su jefe de Estado Mayor, el general Potowsky, y con el agregado militar inglés, el comandante Knox, cuando la derrotada división del XXIII Cuerpo invadió las calles. En la confusión que se originó, todo el mundo se creía perseguido, y desde una ambulancia alguien gritó: «¡Llegan los ulanos!». Al oír la conmoción, Samsonov y Potowsky, un individuo muy nervioso y que era conocido por algún motivo como el «Loco Mullah», salieron corriendo a la calle. Vieron a primera vista el estado de las tropas. Los hombres estaban «terriblemente agotados, habían estado sin pan ni azúcar durante tres días». «Durante dos días, mis hombres no han recibido ninguna clase de suministros», les dijo el comandante de un regimiento.[22]

Aunque todavía no había recibido la confirmación del desastre del VI Cuerpo, a su derecha, Samsonov comprendió, al final de aquel día, que no se trataba ya de envolver al enemigo, sino de impedir que sus hombres fueran envueltos por los alemanes. Decidió, sin embargo, no poner punto final a la batalla, sino lanzarse de nuevo a la misma al día siguiente, con su cuerpo en el centro, en un esfuerzo desesperado para contener a los alemanes hasta que Rennenkampf les asestara el golpe decisivo. Despachó órdenes al general Artomonov, comandante del I Cuerpo, que defendía el frente opuesto al de François en el extremo izquierdo ruso, «de proteger el flanco del ejército […] a cualquier precio».[23] Estaba convencido de que «ni siquiera una gran superioridad enemiga puede vencer al famoso I Cuerpo», y añadió que el éxito de toda la batalla dependía de la resistencia que pudieran oponer.

A la mañana siguiente, el día 27 de agosto, llegó el momento, esperado con tanta impaciencia, de la ofensiva de François. Había llegado su artillería. A las cuatro de la mañana, antes de que saliera el sol, fue iniciado un terrible e ininterrumpido bombardeo sobre el I Cuerpo en Usdau. En el Alto Mando alemán, Hindenburg estaba muy sereno y tranquilo, y Ludendorff, sombrío y grave; con Hoffmann detrás, abandonaron su cuartel general provisional en Löbau, que estaba a una distancia de veinte millas, para ocupar posiciones en una colina desde donde Ludendorff tenía la intención de «coordinar» las operaciones de los cuerpos de François y Scholtz. Antes de que llegaran a la colina recibieron la noticia de que Usdau había sido ocupada. Pero antes de que fuera confirmada recibieron un segundo informe desmintiendo el primero. La artillería continuaba su fuego. En las trincheras rusas, los hombres del «famoso I Cuerpo», depauperados al igual que sus compañeros del XXIII y carentes de todo deseo de lucha, huían bajo la lluvia de metralla, abandonando sobre el campo de batalla tantos muertos como soldados que huían. A las once de la mañana el I Cuerpo había abandonado el campo y la batalla había sido ganada, única y exclusivamente, por la artillería, y Ludendorff, cuyas prematuras órdenes hubieran podido hacerla perder, anunció que el Segundo Ejército ruso «había sido derrotado».[24]

Pero no había sido derrotado, y descubrió que, «en contraste con otras guerras», la batalla no había sido ganada en un día. El avance de François tropezaba aún con oposición al este de Usdau, mientras que los dos cuerpos rusos en el centro, una formidable masa humana, continuaban atacando; la amenaza de Rennenkampf se cernía todavía sobre sus espaldas. Las carreteras estaban bloqueadas por los refugiados y los rebaños de ganado, pues la población entera de los pueblos estaba en camino. También los soldados alemanes estaban agotados y también ellos veían fantasmas por todas partes y gritaban: «¡Llegan los cosacos!». A su regreso a Löbau, el Alto Mando se enteró, horrorizado, de que el cuerpo de François había emprendido la huida y que «restos» de sus unidades llegaban a Montovo.[25] Una rápida llamada telefónica confirmó que las tropas en retirada del I Cuerpo podían ser vistas desperdigadas en grupos frente a la estación del ferrocarril. Si el flanco de François había sido derrotado, entonces podía darse por perdida la batalla, y durante unos momentos la perspectiva de una derrota, la retirada tras el Vístula y el abandono de la Prusia oriental surgió repentinamente en la mente de todos, como ya había aparecido anteriormente en la mente de Prittwitz. Descubrieron entonces que las tropas en Montovo pertenecían a un batallón que, después de luchar detrás de Usdau, había renunciado a la lucha.

A última hora de aquel día, la certeza de que los alemanes «no se replegaban tras el Vístula», sino que, al contrario, avanzaban contra las fuerzas de Samsonov, llegó hasta el cuartel general de Jilinsky. Ahora, por fin, telegrafiaba a Rennenkampf, avisándole que el Segundo Ejército era atacado y que tenía que cooperar «avanzando su flanco izquierdo lo máximo posible»,[26] pero los objetivos que se le señalaban estaban demasiado al oeste y no estaba lo suficientemente adelantado para ser de alguna utilidad, ya que, además, no se le hizo mención alguna de que forzara la marcha.

La batalla se encontraba en su tercer día. Dos ejércitos, ahora completamente mezclados en la lucha, combatían de un modo confuso y desordenado en un frente de más de cuarenta millas. Un regimiento avanzaba y otro se replegaba, se abrían huecos, el enemigo rompía por los mismos o no lo hacía. Tronaba la artillería, se hundían las trincheras, los escuadrones de la caballería y las unidades de la infantería y la artillería avanzaban y retrocedían a través de pueblos y bosques, entre los lagos, a través de los campos y las carreteras. Las granadas estallaban en las granjas y en las calles de las ciudades y pueblos. Un batallón que avanzaba bajo la protección de la artillería desaparecía tras el humo y la niebla lo ocultaba. Las columnas de prisioneros obstaculizaban a las tropas que avanzaban hacia el frente de combate. Las brigadas conquistaban nuevos terrenos y los volvían a perder, se entrecruzaban las líneas de comunicaciones o se comunicaban con una división equivocada. Los comandantes perdían contacto con sus unidades, los coches de los oficiales del Estado Mayor corrían de un lado a otro, los aviones de reconocimiento alemanes sobrevolaban el frente tratando de reunir toda la información posible. Los comandantes de los ejércitos intentaban averiguar lo que sucedía realmente y despachaban órdenes que se recibían o no, y que tal vez no concordaban con lo que sucedía en realidad en el frente de combate. Trescientos mil hombres luchaban en aquel espacio, avanzaban y retrocedían, disparaban sus armas, se emborrachaban cuando ocupaban un pueblo, se tendían en los bosques cuando llegaba la noche, y al día siguiente proseguía la lucha y se libraba la gran batalla del frente oriental.

El general Von François inició la batalla al amanecer del día 28 con otro gran ataque de artillería. Ludendorff le ordenó que girara hacia la izquierda para aliviar la presión sobre el cuerpo de Scholtz, que él creía que estaba «terriblemente agotado». Haciendo caso omiso de esta orden, François continuó su avance directamente hacia el este, decidido a completar el envolvimiento del flanco de Samsonov y a impedir su retirada. Después del éxito que había tenido en su desobediencia el día anterior, Ludendorff casi le suplicó a François que obedeciera sus órdenes.[27] El I Cuerpo «prestaría el mejor servicio al ejército obedeciendo mis instrucciones», le dijo. Pero François no le prestó la menor atención y dirigió sus unidades hacia el este, dejando parte de las mismas a lo largo de la carretera para evitar que el enemigo pudiera escapar.

Preocupados por el centro, Ludendorff y Hindenburg esperaban el resultado de la batalla en el cuartel general de Scholtz, en el pueblo de Frögenau, a unas dos millas de distancia de un pueblo más pequeño incluso, Tannenberg. Las órdenes eran despachadas desde Frögenau. Ludendorff se sentía nuevamente atemorizado por Rennenkampf. Preocupado por el cuerpo de Scholtz, enojado con François, molesto por las «muy deficientes comunicaciones telefónicas» que le ponían en contacto con su insubordinado comandante y por la ausencia total de comunicaciones telefónicas con Mackensen y Below, en su ala izquierda, el general no estaba «satisfecho» de ningún modo.[28] Mackensen y Below, confundidos por aquellas órdenes contradictorias de seguir, primero en una dirección y luego en la otra, mandaron en avión a un oficial del Estado Mayor para que aclarara la situación. Fue objeto de una «recepción poco agradable», dado que ninguno de los dos cuerpos estaba en el lugar en que debía. Hacia el atardecer, sin embargo, los dos marchaban en una dirección más satisfactoria. Mackensen avanzaba tras el ala derecha rusa, que había sido desarticulada, y Below avanzaba hacia la brecha en Allenstein para atacar el centro ruso. Ahora el avance de François parecía más justificado, y Ludendorff despachó nuevas órdenes para que continuara en la dirección que ya había emprendido.

En el preciso momento en que el ambiente de victoria comenzaba a reinar en el cuartel general alemán, llegaron noticias de que las fuerzas de Rennenkampf ya habían emprendido la marcha. Pero todo daba a entender ahora que llegarían demasiado tarde. De hecho, aquella noche el cuerpo más cercano de Rennenkampf se encontraba todavía a veinte millas de Bischofsburg, en donde el VI Cuerpo de Samsonov había sido derrotado dos días antes. Dado que efectuaba un lento avance por territorio hostil, el adelanto de Rennenkampf, al final del día siguiente, 29 de agosto, sería unas diez millas más hacia el oeste, pero no más hacia el sur, y no podría establecer contacto con Samsonov. Y lo cierto es que nunca se llegó a establecer este contacto.

El colapso del «famoso I Cuerpo», en cuya resistencia había puesto tanta fe, además del fracaso del VI Cuerpo en su otra ala, presagiaba el fin del general Samsonov. Sus dos alas habían sido derrotadas, su caballería, la única arma en que era superior numéricamente a los alemanes, no había desempeñado un papel importante en la batalla y había quedado aislada, los suministros y las comunicaciones estaban en completo desorden, y sólo el XV y el XIII Cuerpos continuaban luchando. En su cuartel general, en Neidenburg, ya oía el tronar de la artillería de François, que se acercaba. Se le antojó que sólo podía hacer una cosa. Telegrafió a Jilinsky indicando que partía para el frente de batalla, y luego, después de ordenar que mandaran a Rusia los aparatos de radio, cortó sus comunicaciones con la retaguardia.[29]

Se ha dicho que la razón de esta decisión «se la llevó a la tumba»,[30] pero ésta no es difícil de adivinar. El ejército que había sido puesto bajo su mando se derrumbaba. Se convertía otra vez en un oficial de caballería y un comandante de división, y lo hacía lo mejor que podía. Tomó personalmente el mando, montado a caballo, que era como se sentía más a gusto, y bajo el fuego del enemigo.

En las afueras de Neidenburg, el 28 de agosto, se despidió del comandante Knox, que le había acompañado hasta allí. Samsonov estaba sentado en tierra, rodeado de los oficiales de su Estado Mayor, estudiando unos mapas. Se puso en pie, se llevó a Knox a un lado y le dijo que la situación era «crítica». Dijo que su lugar y deber estaban con el ejército, pero como el deber de Knox era informar a su gobierno, le aconsejó que regresara «mientras pudiera hacerlo». Montó a caballo, se volvió en la silla y dijo con enigmática sonrisa: «El enemigo tiene suerte un día, nosotros la tendremos el otro», y se alejó al galope.[31]

Más tarde, el general Martos, que dirigía la batalla en su sector desde lo alto de una colina, acababa de dar la orden de que una columna de prisioneros alemanes fuera sacada de la línea de combate, cuando, con gran asombro por su parte, se presentó el general, comandante del ejército, a caballo, seguido de los oficiales de su Estado Mayor. Samsonov le preguntó por aquella columna que se retiraba, y cuando le contestó que se trataba de prisioneros, se acercó a Martos, lo abrazó y le dijo tristemente: «Sólo tú nos salvarás».[32] Pero sabía que esto era ya completamente imposible, y aquella misma noche dio la orden de retirada general.

La retirada, durante los dos días siguientes, 29 y 30 de agosto, constituyó un creciente e inenarrable desastre. Los dos cuerpos del centro que habían luchado más tiempo y mejor, los que habían avanzado más lejos y los últimos en retirarse, habían sido también los últimos en escapar y los que habían sucumbido ante el movimiento de envolvimiento alemán. El cuerpo del general Kliouev se encontraba todavía en plena ofensiva cuando Below avanzó por la brecha a su derecha en Allenstein y completó el cerco alrededor del centro ruso. Las tropas de Martos y Kliouev vagaban indefensas por los bosques y los pantanos, en furtivas marchas y en vanos intentos por reagruparse y hacer frente al enemigo mientras el acoso se hacía más y más estrecho. Los alemanes apostaban nidos de ametralladoras en los cruces de aquellas carreteras que eran simples caminos vecinales. Los hombres del cuerpo de Martos, durante aquellos cuatro días, estaban literalmente muertos de hambre.[33] El cuerpo de Kliouev cubrió cuarenta y dos millas durante sus últimas cuarenta horas sin raciones de ninguna clase.

El 29 de agosto, el general Martos y algunos oficiales intentaron hallar una salida por los bosques con una escolta de cinco cosacos. El enemigo disparaba desde todos los lados. El general de división Machagovsky, el jefe de Estado Mayor de Martos, fue muerto por fuego de ametralladora. Uno tras otro, los componentes del grupo fueron cayendo hasta que sólo uno de los oficiales y dos soldados de la escolta quedaron con el general Martos. Como había dejado su macuto en poder de su ayudante, que se había perdido, el general Martos no tenía nada para comer, beber o fumar desde aquella mañana. Uno de los caballos se desplomó; los hombres desmontaron y condujeron a los restantes caballos de las bridas. Se hizo de noche. Intentaron guiarse por las estrellas, pero el cielo estaba nublado. Oyeron cómo se acercaban unas tropas que ellos consideraban amigas, puesto que los caballos avanzaban con paso rápido y firme. De pronto, un foco de luz alemán brilló entre los árboles. Martos montó y trató de escapar, pero abatieron su caballo, cayó y fue hecho prisionero por los alemanes.[34]

Más tarde, en un «pequeño y sucio hotel» en Osterode adonde fue conducido Martos, Ludendorff entró en su cuarto y, hablando un perfecto ruso, le dijo que habían sido derrotados y que la frontera rusa estaba abierta ahora a las fuerzas alemanas. Hindenburg le siguió «y, al verme tan abatido, me cogió de las manos durante largo rato rogándome que me serenara». En un deficiente ruso, con un acusado acento, prometió devolverle su espada a Martos y se despidió con una inclinación de cabeza, al tiempo que le decía: «Le deseo días más felices».

En los bosques, al norte de Neidenburg, los restos del cuerpo de Martos fueron aniquilados o capturados. Uno solo de los oficiales del XV Cuerpo regresó a Rusia. A unas diez millas al este de Neidenburg, el último del XIII Cuerpo, cuyo comandante, el general Kliouev, había sido igualmente capturado, se atrincheró en un círculo. Con cuatro cañones que habían capturado a los alemanes resistieron al enemigo durante toda la noche del 30 de agosto, hasta que se les acabó la munición, y la mayoría de ellos fueron heridos mortalmente. Los restantes fueron hechos prisioneros.

Aquel día fue lanzado un último ataque ruso, organizado con gran vigor por el general Sirelius, sucesor del general Artomonov, del I Cuerpo, que había sido destituido. Reuniendo varios regimientos desperdigados que aún no habían entrado en combate y unidades de artillería, les agregó una división y lanzó una ofensiva que rompió las filas de François y reconquistó Neidenburg. Pero llegaba demasiado tarde y ya no podía ser sostenida. Este último acto del Segundo Ejército ruso no fue ordenado por el general Samsonov, dado que éste había muerto.

La noche del 29 de agosto también él, al igual que el general Martos, fue apresado en una red, en otra región de los bosques. Él y sus compañeros llegaron a Willenburg, a sólo siete millas de la frontera rusa, pero los alemanes habían llegado allí antes que él. El general y su grupo esperaron en el bosque hasta el anochecer, y luego, dado que era completamente imposible continuar en la oscuridad a caballo por aquella región pantanosa, prosiguieron a pie. Se les acabaron las cerillas y no podían leer la brújula. Cogidos de la mano para no perderse, continuaron avanzando. Samsonov, que padecía asma, estaba agotado. No cesaba de repetirle a Potowsky, su jefe de Estado Mayor: «El zar había confiado en mí. ¿Cómo podré enfrentarme ahora con él después de este desastre?».[35] Después de recorrer seis millas, se detuvieron para descansar. Era la una de la madrugada cuando Samsonov se alejó de ellos por entre los pinos. Un disparo sonó en la oscuridad. Potowsky se dio cuenta en el acto de lo que significaba. Antes, Samsonov ya le había confiado su intención de quitarse la vida. Estaba seguro ahora de que el general había muerto. Los oficiales trataron de encontrar el cadáver en la oscuridad, pero no lo consiguieron. Decidieron esperar hasta el amanecer, pero cuando empezaba a clarear oyeron acercarse a los soldados alemanes. Abandonaron la búsqueda y continuaron en dirección a la frontera, en donde se tropezaron con una patrulla de cosacos, con lo que lograron ponerse a salvo. El cadáver de Samsonov fue hallado por los alemanes, que lo enterraron en Willenburg, en donde en el año 1916, con la ayuda de la Cruz Roja, su viuda lo recuperó y lo pudo enterrar en Rusia.

El silencio se había cernido sobre el Segundo Ejército. En el cuartel general de Jilinsky había cesado toda comunicación, y desde hacía dos días no se sabía nada de Samsonov. Ahora que ya era demasiado tarde, Jilinsky ordenó a la caballería de Rennenkampf que atravesara las líneas alemanas en Allenstein y averiguara lo que le había ocurrido al Segundo Ejército. Esta misión nunca habría de cumplirse, puesto que el Octavo Ejército alemán, después de haber roto uno de los brazos de la tenaza, ya se volvía para hacer frente al segundo.

Casi con alivio comprendieron el alcance de su victoria. El número de enemigos muertos y el de prisioneros y artillería capturada era enorme. Fueron hechos 92 000 prisioneros y se necesitaron seis trenes para llevarlos a la retaguardia, la semana después de la batalla. Fueron capturadas de 300 a 500 piezas de artillería de las 600 con que había contado el Segundo Ejército. Los caballos capturados eran llevados a establos al aire libre, construidos urgentemente para albergarlos. El número de muertos se calculaba en unos treinta mil. El XIII y el XV Cuerpos habían dejado de existir, cincuenta oficiales y dos mil soldados de estos cuerpos fueron los únicos que lograron salvarse. Los sobrevivientes de los dos cuerpos laterales, el I y el VI, que habían sido los primeros en replegarse, ahora ya formaban sólo una división, y el XXIII Cuerpo, un regimiento.[36]

También los vencedores habían sufrido graves pérdidas después de las penalidades y la tensión de la batalla, que había durado seis días, y los nervios estaban destrozados. Cuando Neidenburg, que había cambiado cuatro veces de dueño durante aquellos días, fue reconquistada por los alemanes el 31 de agosto, un nervioso policía militar gritó «Halt!» a un coche que corría veloz por la plaza principal. Cuando el coche en el que iba el general Von Morgen hizo caso omiso de la orden, gritó: «¡Alto! ¡Los rusos!», y disparó. Una ráfaga se abatió sobre el coche y mató al chofer e hirió a un oficial que se sentaba al lado del general. Aquella misma noche, después de escapar con vida de los disparos de sus propios soldados contra él, Von Morgen fue despertado por su asistente, que, al grito de «¡Vuelven los rusos!», salió corriendo llevándose las ropas del general, y éste, «profundamente avergonzado», salió a la calle en ropa interior y esgrimiendo en la diestra su revólver.[37]

Para todos, excepto unos pocos oficiales, había sido aquélla la primera experiencia bélica, y de la excitación originada por el miedo, el agotamiento, el pánico y la violencia de una gran batalla, surgió una leyenda…, una leyenda de millares de rusos que se ahogaban en los lagos o se hundían en las arenas movedizas, hombres a los cuales los alemanes se veían obligados a matar con fuego de ametralladora. «Hasta el final de mis días oiré aquellos gritos», les contó un oficial a sus amigos en Alemania.[38] «Los informes que dicen que los rusos fueron empujados hacia los pantanos y que allí murieron son un mito, pues no se veía ningún pantano por ninguna parte», escribió Ludendorff.[39]

Cuando comenzaron a comprender el alcance de su victoria, los comandantes alemanes se dijeron, tal como escribió Hoffmann en su diario, «que habían ganado una de las batallas más importantes de la historia».[40] Decidieron —según Hoffmann, fue él quien lo sugirió, pero Ludendorff asegura que fue él— llamar la batalla con el nombre de Tannenberg, en retrasada compensación por la antigua derrota que habían sufrido los caballeros teutones a manos de los polacos y lituanos.[41] A pesar de este segundo triunfo, todavía mayor que el de Lieja, Ludendorff no estaba contento, «puesto que el temor a la incertidumbre con respecto al ejército de Rennenkampf había sido demasiado grande». Pero ahora, sin embargo, podía volverse más confiado contra Rennenkampf y, sobre todo, con ayuda de los dos nuevos cuerpos que Moltke le mandaba desde el Oeste.

Su triunfo se debía a la intervención de otros muchos comandantes: de Hoffmann, que por razones erróneas había estado firmemente convencido de que Rennenkampf no les perseguiría y había concebido el plan y redactado las órdenes para que el Octavo Ejército se enfrentara con Samsonov; de François, que al desafiar las órdenes de Ludendorff consiguió con ello el envolvimiento del ala izquierda de Samsonov; incluso de Hindenburg, que en el momento crucial le dio nuevos ánimos y tranquilizó sus nervios; y, finalmente, contribuyó aquel factor que nunca figuró en los planes alemanes… el sistema de comunicaciones inalámbrico de los rusos. Ludendorff acabó confiando en la interceptación de los mensajes rusos que sus oficiales reunían durante el día, que eran descifrados o traducidos y que le eran presentados a las once de cada noche. Y cuando se retrasaban, él mismo se presentaba en la sala de comunicaciones para informarse de las últimas novedades recibidas. Hoffmann reconoció que estas interceptaciones habían sido la verdadera causa de la victoria en Tannenberg. «Contábamos con un aliado: el enemigo. Estábamos al corriente de todos sus planes», escribió.[42]

Para la opinión pública, el salvador de la Prusia oriental fue el comandante en jefe nominal, Hindenburg. El anciano general, sacado de su situación de retiro con su viejo uniforme azul, fue transformado en un titán por la victoria. El triunfo en la Prusia oriental fundamentó la leyenda de Hindenburg en Alemania, que ni siquiera la innata malicia de Hoffmann podía minar. Cuando, como jefe del Estado Mayor en el frente del Este, más tarde en la guerra acompañaba a los visitantes por el campo de batalla de Tannenberg, Hoffmann les decía: «Aquí es donde durmió el mariscal de campo antes de la batalla. Aquí es donde durmió después de la batalla. Aquí es donde durmió durante la batalla».[43]

En Rusia, el desastre no llegó inmediatamente a conocimiento de la opinión pública, ya que fue anulado por una gran victoria que habían obtenido los rusos sobre los austriacos en el frente de Galitzia. Numéricamente, fue una victoria aún mayor que la de los alemanes en Tannenberg, que tuvo las mismas consecuencias sobre el enemigo. En una serie de combates librados entre el 26 de agosto y el 10 de septiembre, y que culminó en la Batalla de Lemberg, los rusos causaron 250 000 bajas, hicieron 100 000 prisioneros, obligaron a los austriacos a una retirada que duró 18 días cubriendo 150 millas y diezmaron el Ejército austro-húngaro, sobre todo en lo que hace referencia a los oficiales profesionales, de lo que nunca habría de recuperarse. Mutiló a Austria, pero ya no pudo borrar los efectos de Tannenberg. El Segundo Ejército ruso había dejado de existir, el general Samsonov había muerto y, de los cinco comandantes de cuerpo, dos habían sido capturados y tres, destituidos por incompetencia. En el curso de la Batalla de los Lagos de Masuria, el general Rennenkampf fue arrojado de la Prusia oriental, «perdió sus nervios» —en este caso, la conocida fórmula fue aplicada por Jilinsky—, abandonó su ejército y cruzó la frontera en un coche, completando con ello la ruina de su reputación, su caída en desgracia, y arrastrando consigo a Jilinsky. Pero informó al zar de que había sido Jilinsky «quien había perdido la cabeza y había sido completamente incapaz de controlar las operaciones», con el resultado, que otro actor de la Batalla de Tannenberg iba a figurar entre las bajas.[44]

La deficiencia en instrucción y material, la incompetencia de los generales y la ineficacia de la organización quedaron claramente expuestas en el curso de la batalla. El general Guchkov, el futuro ministro de la Guerra, declaró «que había llegado al firme convencimiento de que la guerra había sido perdida» después de Tannenberg.[45] La derrota dio nuevos impulsos a los grupos proalemanes, que empezaron a alzar su voz abiertamente a favor del fin de las hostilidades. El conde Witte declaró que la guerra arruinaría a Rusia, y Rasputín, que hundiría el régimen. Los ministros de Justicia y del Interior redactaron una memoria dirigida al zar, recomendándole firmar lo antes posible la paz con Alemania, basándose en que las alianzas con las democracias resultarían fatales a la larga. Se les presentó esta oportunidad.[46] Las proposiciones alemanas a Rusia para una paz por separado empezaron poco después de la Batalla del Marne y continuaron durante los años 1915 y 1916. Sea por lealtad hacia los aliados hacia el Pacto de Londres, o por ignorancia de las olas revolucionarias o simplemente por parálisis de la autoridad, lo cierto es que los rusos jamás las aceptaron. En un creciente caos prosiguieron sus esfuerzos bélicos.

Después del desastre, el general marqués de Laguiche, el agregado militar francés, fue a expresar su pésame al comandante en jefe. «Nos alegra haber hecho estos sacrificios por nuestros aliados», replicó cortésmente el gran duque.[47] La ecuanimidad ante la catástrofe era su reacción y también la de los rusos, que, conociendo sus inagotables reservas de hombres, están acostumbrados a aceptar las grandes fatalidades con sorprendente serenidad. El rodillo ruso en el que los aliados habían puesto tantas esperanzas, que después de su debacle en el Oeste era esperado aún con más ansiedad, se había desmoronado en la carretera como si fuera un castillo de naipes. Su prematura marcha y su desesperada lucha habían sido, tal como dijo el gran duque, un sacrificio por un aliado. Sin tener en cuenta el precio que pagó Rusia, el sacrificio cumplía lo que había deseado Francia, aquello por lo que tanta presión habían ejercido: la retirada de fuerzas alemanas del frente occidental. Los dos cuerpos que llegaron demasiado tarde a la Batalla de Tannenberg estarían ausentes de la Batalla del Marne.