EL DESASTRE: LORENA, ARDENAS, CHARLEROI, MONS
«Es un pensamiento glorioso y horrible —escribió Henry Wilson en su diario el 21 de agosto— el de que, antes de que termine la semana, se habrá librado la batalla más grande que haya conocido la humanidad».[1] Cuando escribía estas palabras, la batalla ya había empezado. Del 20 al 24 de agosto todo el frente del Oeste quedó enrojecido por la batalla; en realidad, fueron cuatro batallas, mencionadas por la historia colectiva con el nombre de «las Batallas de las Fronteras». Comenzando por la derecha en Lorena, donde la lucha proseguía desde el 4 de agosto, sus resultados se comunicaban a lo largo de la frontera hacia la izquierda, de tal modo que la Batalla de Lorena ejercía sus efectos sobre las Ardenas, y los de ésta sobre el Sambre y el Mosa, en la Batalla de Charleroi, y Charleroi sobre Mons.
La mañana del 20 de agosto, en Lorena, el Primer Ejército del general Dubail y el Segundo Ejército del general De Castelnau se habían lanzado en un sangriento castigo contra las defensas de los alemanes en Sarrebourg y Morhange. La offensive à outrance fue contenida demasiado pronto por la artillería pesada, las alambradas y los nidos de ametralladoras. Al preparar las tácticas de asalto, los mandos franceses habían calculado que en veinte segundos la infantería podía recorrer cincuenta metros antes de que el enemigo tuviera tiempo de llevarse el fusil al hombro, apuntar y disparar. Con las ametralladoras, el enemigo sólo necesitaba ocho segundos para disparar, en lugar de veinte. Las Regulaciones de Campaña[2] habían calculado igualmente que la metralla de los 75 «neutralizaría» las defensas y obligaría al enemigo a mantener baja la cabeza y «a disparar sin apuntar al blanco». Por el contrario, tal como Ian Hamilton había advertido desde la Guerra Ruso-japonesa, un enemigo bajo el fuego de la propia artillería, si estaba atrincherado tras parapetos, podía continuar disparando por los agujeros directamente sobre el atacante.
A pesar de los reveses que habían sufrido, los dos generales ordenaron un avance para el día 20 de agosto. Sin el apoyo de artillería, sus tropas se lanzaron contra las líneas fortificadas alemanas. El contraataque de Rupprecht, que el OHL no había tenido el valor de prohibir, se inició aquella misma mañana con un intenso fuego de artillería, que provocó grandes huecos en las filas francesas. El XX Cuerpo de Foch del ejército de Castelnau formaba la punta del ataque. El ataque fue frenado ante Morhange. Los bávaros, cuyo ardor combativo Rupprecht había tenido que contener durante tanto tiempo, se desperdigaron por territorio francés y, tan pronto como alguien lanzaba el grito de «francs-tireurs», saqueaban, fusilaban e incendiaban. En la antigua ciudad de Nomeny, en el valle del Mosela, entre Metz y Nancy, cincuenta ciudadanos fueron fusilados o pasados por la bayoneta el 20 de agosto, y lo que quedó de sus casas, después de haber sido reducidas a escombros por la artillería, fue incendiado por orden del coronel Von Hannapel, del 8.° Regimiento bávaro.
Cuando estaba luchando duramente a lo largo de todo el frente, el ejército de Castelnau fue atacado por su flanco izquierdo por un destacamento alemán procedente de la guarnición de Metz. Cuando su izquierda inició la retirada, con todo el resto de sus reservas mezcladas en la lucha, Castelnau comprendió que sus esperanzas de avance se habían esfumado y renunció a continuar la batalla. La retirada —la palabra prohibida, la idea prohibida— era la única alternativa en aquella situación. Si supo reconocer, tal como afirman los más duros críticos del «Plan 17», que la obligación y el deber del Ejército francés no era atacar, sino defender el territorio francés, es difícil adivinarlo. Ordenó un repliegue general a la línea defensiva del Grand Couronné, puesto que no le quedaba otro remedio que proceder en este sentido. A su derecha el Primer Ejército de Dubail, a pesar de sufrir severas bajas, defendía sus posiciones e incluso había logrado avanzar. Cuando su flanco derecho quedó al descubierto, a causa de la retirada de Castelnau, Joffre ordenó al Primer Ejército que se retirara, al igual que su vecino. La «repugnancia» de Dubail por tener que abandonar unos territorios que había conquistado después de varios días de duras luchas era enorme, y su antigua antipatía por Castelnau no quedó en modo alguno suavizada por una retirada que, según él, «mi ejército no tiene ninguna necesidad de emprender».
A pesar de que los franceses no conocían aún la matanza de Morhange, ya se había apagado la brillante llama de la doctrina de la ofensiva. Murió en el campo de Lorena, en donde al final de aquel día no quedaba otra cosa visible que montones de cadáveres, como si hubiera pasado un huracán de muerte. Fue una de aquellas lecciones, tal como escribió un superviviente, «por medio de las cuales Dios enseña la ley a los reyes». El poder de la estrategia defensiva, que había de transformar la inicial guerra de movimientos en una guerra de posiciones que iba a durar cuatro largos años y a consumir una generación de vidas europeas, se reveló en toda su intensidad en Morhange. Foch, el padre espiritual del «Plan 17»,[3] el hombre que decía: «Sólo hay un medio para defendernos: atacar tan pronto como estemos preparados para ello», iba a experimentarlo allí mismo. Durante cuatro años de incesantes luchas, de matanzas inútiles, los dos beligerantes trataron de aprender la lección. Al final fue Foch quien se llevó la victoria. Pero entonces la lección aprendida resultó falsa para la guerra siguiente.
El 21 de agosto, el general De Castelnau se enteró de que su hijo había muerto en el campo de batalla. A los oficiales de su Estado Mayor, que intentaron expresarle sus condolencias, les dijo, después de unos momentos de silencio, una frase que se convertiría en una especie de eslogan en Francia poco después: «Caballeros, hemos de continuar».[4]
Al día siguiente, el tronar de la artillería pesada de Rupprecht sonó incesante. Cuatro mil granadas cayeron sobre Ste. Geneviève, cerca de Nomeny, en un bombardeo que duró setenta y cinco horas. Castelnau consideró que la situación era tan grave como para ordenar la retirada detrás del Grand Couronné para defender Nancy. «Fui a Nancy el 21 —escribió Foch más tarde— y me enteré de que querían evacuar la ciudad. Les dije que el enemigo se encontraba a cinco días de Nancy y que el XX Cuerpo estaba allí. ¡No pasarían por encima del XX Cuerpo!».[5] Ahora la metafísica de la sala de conferencias se convertía en el «Attaquez!» del campo de batalla. Foch arguyó que, con las líneas fortificadas a sus espaldas, la mejor defensa era pasar al contraataque, y salió victorioso en su punto de vista. El 22 de agosto vio una oportunidad. Entre las zonas fortificadas de Toul y Epinal existía una brecha natural llamada Trouée de Charmes, por la que los franceses habían confiado en canalizar el ataque alemán. Los reconocimientos demostraron que Rupprecht, al continuar su ofensiva en dirección a Charmes, exponía su flanco al ejército de Nancy.
El movimiento de Rupprecht había sido decidido en otra de aquellas conversaciones telefónicas con el OHL. El éxito de los ejércitos alemanes en el ala izquierda, donde obligaron a replegarse a los franceses de Sarrebourg y Morhange, tuvo dos resultados: le fue conferida a Rupprecht la Cruz de Hierro, de Primera y Segunda Clase —un resultado relativamente inofensivo—, y reavivó la visión del OHL de una batalla decisiva en Lorena. Tal vez, a fin de cuentas, se dijeron, la potencia alemana podía vencer en un ataque frontal. Tal vez Epinal y Toul resultarían tan vulnerables como Lieja y el Mosela, y no serían un obstáculo mayor de lo que había sido el Mosa. Tal vez, a fin de cuentas, los dos ejércitos del ala izquierda lograran avanzar a través de la línea fortificada francesa y, en cooperación con el ala derecha, efectuar un doble envolvimiento. Tal como nos ha relatado el coronel Tappen, ésta era la perspectiva que brillaba ante los ojos del OHL.
Mientras estas perspectivas eran discutidas por Moltke y sus consejeros, llegó una llamada telefónica del general Von Krafft, el jefe de Estado Mayor de Rupprecht, que deseaba saber si debían continuar el ataque o detenerse. Siempre se había partido de la premisa de que, una vez que los ejércitos de Rupprecht hubiesen detenido la ofensiva inicial francesa y estabilizado el frente, deberían detenerse, organizar sus defensas y destinar todas las fuerzas libres a reforzar el ala derecha. Una alternativa conocida como «Caso 3», sin embargo, había sido cuidadosamente prevista y hacía referencia a un ataque a través del Mosela, pero sólo por orden expresa del OHL.[6]
—Hemos de conocer de un modo concreto cómo continuar las operaciones —dijo Krafft—. Supongo que hemos de atenernos al «Caso 3».
—¡No, no! —replicó el coronel Tappen, el jefe de Operaciones—. Moltke no lo ha decidido todavía. Si espera usted cinco minutos podré darle las órdenes que desea.
Antes de cinco minutos volvió con una respuesta sorprendente:
—Continúe la persecución en dirección a Epinal.[7]
Krafft estaba atónito. «En aquellos momentos tuve la sensación de que había sido tomada una de las decisiones más importantes de la guerra».
«Continúe la persecución en dirección a Epinal» significaba la ofensiva a través de Trouée de Charmes, embarcar al Sexto y Séptimo Ejércitos en un ataque frontal contra la línea fortificada francesa en lugar de tenerlos en reserva, para reforzar el ala derecha. Rupprecht atacó enérgicamente al día siguiente, el 23 de agosto. Foch contraatacó. Durante los días siguientes el Sexto y Séptimo Ejércitos alemanes se enfrentaron en combate con el Primero y Segundo Ejércitos franceses, que estaban apoyados por las baterías de Belfort, Epinal y Toul. Mientras continuaba esta batalla, en otros puntos también se luchaba.
El fracaso de la ofensiva en Lorena no desconcertó a Joffre. Al contrario, vio en el violento contraataque de Rupprecht, que comprometía en la lucha al ala izquierda alemana, el momento propicio para lanzar su ofensiva contra el centro alemán. Después de enterarse de la retirada de Castelnau, la noche del 20 de agosto, Joffre dio la señal para el ataque en las Ardenas, la maniobra central y básica del «Plan 17».[8] Al mismo tiempo que el Tercer y Cuarto Ejércitos entraban en las Ardenas, ordenó al Quinto Ejército que iniciara la ofensiva a través del Sambre contra el «grupo norte» del enemigo; así era como el GQG llamaba al ala derecha alemana. Dio esta orden a pesar de que acababa de enterarse, por medio del coronel Adelbert y de sir John French, de que no podía confiar, como estaba previsto, con la ayuda de los ingleses y los belgas. El Ejército belga, con la excepción de una división estacionada en Namur, se había replegado. El Ejército inglés, en opinión de su comandante, aún tardaría de tres a cuatro días en estar listo para entrar en acción. Además de estos cambios en las circunstancias, la Batalla de Lorena había revelado peligrosos errores. Éstos ya habían sido reconocidos el 16 de agosto, cuando Joffre dictó instrucciones a todos los comandantes del Ejército sobre la necesidad de «esperar el apoyo de la artillería» y de impedir que la tropa se «expusiera impremeditadamente al fuego enemigo».[9]
Sin embargo, Francia había confiado en el «Plan 17» como su único medio para obtener una victoria decisiva, y el «Plan 17» exigía la ofensiva… en aquel momento y no más tarde. La única alternativa posible hubiese sido pasar a la defensiva a lo largo de todo el frente. Pero teniendo en cuenta la instrucción recibida, los planes que habían sido estructurados, el modo de pensar y el espíritu de los organismos militares franceses, esto era completamente inconcebible.
Además, el GQG estaba convencido de que el Ejército francés disfrutaría de una superioridad numérica en el centro. El Estado Mayor no lograba librarse de las garras de la teoría que había dominado todos sus planes: que los alemanes eran muy débiles en el centro. En esta creencia, Joffre dio la orden para la ofensiva general en las Ardenas y en el Sambre para el 21 de agosto.
La región de las Ardenas no es adecuada para una ofensiva. Hay bosques, colinas empinadas desde el lado francés y muchos ríos. César, que tardó diez días en cruzar la región, describió aquellos secretos y oscuros bosques como «un lugar lleno de horror», sendas misteriosas, envueltas siempre en la neblina. Grandes extensiones habían sido taladas y cultivadas desde entonces, las carreteras, los pueblos e incluso dos o tres ciudades de mayor importancia habían sustituido a los bosques de César, pero grandes extensiones de terreno estaban cubiertas todavía de frondosos bosques, y las carreteras eran pocas y propicias para la emboscada. Oficiales del Estado Mayor francés habían recorrido la región antes del año 1914 y conocían perfectamente las dificultades que presentaba. A pesar de sus advertencias, se eligió las Ardenas como el punto para lanzar la ofensiva, puesto que se calculaba que allí la fuerza alemana sería menor. Los franceses se habían persuadido a sí mismos de que era el terreno más favorable, dado que estaban en inferioridad de condiciones en cuanto a artillería pesada, pero disfrutaban de superioridad en artillería de campaña.[10] Las memorias de Joffre, aunque siempre usan el pronombre «yo», fueron compiladas y escritas por una serie de colaboradores militares, y representan una versión muy cuidadosa y virtualmente oficial del pensamiento que dominaba en el Estado Mayor antes y durante el año 1914.[11]
El 20 de agosto, en el GQG sospecharon que los movimientos enemigos al otro lado del frente indicaban que unidades alemanas se dirigían al Mosa, ya que las Ardenas estaban relativamente «desprovistas» de enemigos. Puesto que Joffre intentaba convertir su ataque en un movimiento por sorpresa, prohibió los reconocimientos por la infantería, ya que podrían establecer contacto y provocar escaramuzas con el enemigo antes de lanzar el ataque principal. En efecto, consiguieron la sorpresa…, pero ésta lo fue también para el lado francés.
El extremo inferior de las Ardenas limita con Francia en la frontera superior de Lorena, donde está localizada la cuenca de Briey. La región había sido ocupada por el Ejército prusiano en 1870, pero, dado que aún no había sido descubierto el proceso de refinar los minerales de fósforo, Briey no había sido incluida en aquella parte de Lorena anexionada por Alemania. El centro de la región minera era Longwy, a orillas del Chiers, y el honor de conquistar Longwy había sido reservado al príncipe heredero, comandante del Quinto Ejército alemán.
A los treinta y dos años, el heredero imperial era una criatura de torso estrecho, delgado, alto y con cara de zorro, que no se parecía en nada a sus cinco robustos hermanos, que la emperatriz, a intervalos anuales, había regalado a su esposo. Guillermo, el príncipe heredero, daba la impresión de fragilidad física y, según las palabras de un observador americano, «de una capacidad mental normal»,[12] a diferencia de su padre. Del mismo modo que a su padre, le gustaban las actitudes teatrales y sufría del compulsivo antagonismo filial tan frecuente en los hijos mayores de los reyes. Se había convertido en el jefe y miembro de la opinión militarista más agresiva y su fotografía era vendida en las tiendas de Berlín con la siguiente leyenda: «Sólo con la espada podemos conquistar el lugar al sol al que tenemos derecho y que nos es negado».[13] A pesar de su educación para el mando militar, su instrucción, a los treinta y dos años, aún no había alcanzado un grado muy elevado. Era coronel de los Húsares de la Calavera y había prestado un año de servicio en el Estado Mayor, pero nunca había tenido mando sobre una división o un cuerpo. Sin embargo, el príncipe heredero opinaba que su experiencia en el Estado Mayor y su participación en las maniobras durante aquellos últimos años, «le conferían una base teórica para mandar grandes unidades».[14] Su confianza no hubiese sido compartida por Schlieffen, que era enemigo del nombramiento de comandantes jóvenes y sin experiencia. Temía que pudieran lanzarse a una «wilde Jagd nach dem Pour le Mérite» —una caza salvaje en busca de la más alta condecoración—, y no obedecer un plan estratégico.
El papel del Quinto Ejército del príncipe heredero, conjuntamente con el Cuarto Ejército, al mando del duque de Württemberg, había de ser el eje del ala derecha, avanzando lentamente por el centro mientras el ala derecha hacía su maniobra de envolvimiento. El Cuarto Ejército debía avanzar por las Ardenas septentrionales sobre Neufchâteau, mientras que el Quinto Ejército avanzaría a través de las Ardenas meridionales sobre Virton y las dos ciudades francesas fortificadas, Longwy y Montmédy. El cuartel general del príncipe heredero en Thionville, llamado Diedenhofen por los alemanes, en el que tomaba su rancho como un soldado corriente, compuesto de sopa de col, patatas y ternera hervida, era complementado, como concesión a un príncipe, con pato salvaje, ensalada, frutas, vino, café y cigarros. Rodeado por los rostros «graves y sombríos»[15] de la población nativa y celoso de la gloria que había sido conquistada en Lieja y del avance del ala derecha, el príncipe heredero y su Estado Mayor esperaban febrilmente poder lanzarse al ataque. Por fin, el 19 de agosto, llegó la orden de marcha.
Frente al ejército del príncipe heredero estaba el Tercer Ejército francés, a las órdenes del general Ruffey. Solitario apóstol de la artillería pesada, Ruffey era conocido, por su elocuencia a favor de los grandes cañones, como «le poète du canon».[16] No sólo había osado poner en duda la omnipotencia del 75, sino que incluso había propuesto el uso de los aeroplanos como arma ofensiva y la creación de unas Fuerzas Aéreas de tres mil aviones. La idea no mereció la menor aprobación. «Tout ça c’est du sport!»,[17] exclamó el comandante de la École Supérieure, el general Foch, en 1910. Para su uso en el Ejército, añadió en aquella ocasión, «l’avion c’est zéro!». Al año siguiente, durante las maniobras, el general Gallieni, empleando un avión de reconocimiento, capturó a un coronel del Consejo Superior de Guerra y a todos sus oficiales. En el año 1914 el Ejército francés hacía uso de la aviación, pero el general Ruffey continuaba siendo considerado un hombre de «demasiada imaginación». Además, como había revelado falta de respeto por las opiniones de sus oficiales de Estado Mayor, se había ganado varios enemigos en el GQG antes de entrar en las Ardenas. Su cuartel general estaba en Verdún y su tarea era echar al enemigo hacia la línea Metz-Thionville y reconquistar la cuenca de Briey en el curso de su avance. Mientras hacía retroceder al enemigo a la derecha del centro alemán, su vecino, el Cuarto Ejército, al mando del general De Langle de Cary, lo haría retroceder por la izquierda. Los dos ejércitos franceses se abrirían paso por el centro y atacarían el ala derecha alemana por el flanco.
El general De Langle, un veterano del año 1870, había sido conservado como oficial con mando, a pesar de que ya había llegado a la edad de retiro un mes antes de estallar la guerra. Hombre ágil, fuerte y muy enérgico, se parecía físicamente a Foch y, al igual que éste, en las fotografías siempre daba la impresión de ir a lanzarse hacia delante. En efecto, el general De Langle estaba dispuesto a lanzarse a la acción y se negaba a que lo apartaran de su objetivo proporcionándole noticias poco reconfortantes. Su caballería, que combatía cerca de Neufchâteau, se había tropezado con una fuerte oposición y había sido obligada a retirarse. Una expedición de reconocimiento realizada por un oficial del Estado Mayor le había prevenido nuevamente. El oficial había hablado en Arlon con un preocupado funcionario del gobierno luxemburgués que le había dicho que los alemanes habían concentrado «grandes fuerzas» en los bosques cercanos. El coche en que viajaba el oficial fue ametrallado durante el viaje de regreso, pero su informe fue considerado «pesimista»[18] en el cuartel general del Cuarto Ejército. Había llegado el momento de demostrar valor y no discreción; el momento de avanzar con rapidez y sin vacilaciones. Tras la batalla recordaría que había estado en desacuerdo con la orden de Joffre de atacar «sin haber procedido antes a un detenido reconocimiento», y escribió: «El GQG deseaba la sorpresa, pero fuimos nosotros los sorprendidos».[19]
El general Ruffey estaba más preocupado que sus vecinos. Tomaba mucho más en serio los informes de los campesinos belgas que hablaban de fuerzas alemanas ocultas en los bosques y en los trigales. Cuando telefoneó al GQG y explicó sus cálculos sobre las fuerzas enemigas que se le oponían, no le prestaron la menor atención.[20]
Una densa capa de niebla se cernía sobre todas las Ardenas la mañana del 21 de agosto. El Cuarto y Quinto Ejércitos alemanes habían avanzado durante los días 19 y 20 fortificando sus posiciones. Esperaban un ataque francés, aunque no sabían cuándo ni dónde. En la densa niebla las patrullas de la caballería francesa enviadas a explorar el terreno «iban completamente a ciegas».[21] Los ejércitos enemigos, que avanzaban a través de los bosques y entre las colinas, incapaces de ver más allá de unos pasos, se tropezaron con ellos antes de que supieran con quién se las tenían que ver. Tan pronto como las primeras unidades establecieron contacto y sus comandantes se percataron de que la batalla había sido iniciada, los alemanes se atrincheraron. Los franceses, cuyos oficiales, en las instrucciones que habían recibido antes de la guerra, desdeñaban instruir a sus tropas en las prácticas defensivas, y que llevaban encima el menor número posible de picos y palas, se lanzaron a un attaque brusquée a la bayoneta. Fueron abatidos por el fuego de ametralladora. En otras refriegas, los 75 franceses demolieron unidades alemanas que fueron cogidas por sorpresa.
Durante el primer día, los encuentros fueron aislados y de carácter preliminar, pero el 22 de agosto los bajos de las Ardenas estaban azotados por una violenta batalla. En combates separados en Virton, Tintigny, Rossignol y Neufchâteau tronaban y llameaban los cañones, los hombres se lanzaban los unos contra los otros, caían los heridos y se iban amontonando los muertos. En Rossignol, los argelinos de la 3.ª División Colonial francesa fueron rodeados por el VI Cuerpo de Ejército del príncipe heredero y lucharon durante seis horas hasta que quedaron muy pocos supervivientes. Su comandante de división, el general Raffenel, y un comandante de brigada, el general Rondoney, resultaron muertos. Durante la guerra del año 1914, los oficiales caían como si se tratara de soldados rasos.
En Virton, el VI Cuerpo francés, a las órdenes del general Sarrail, atacó a un cuerpo alemán por el flanco con su fuego de los 75. «El campo de batalla fue luego un espectáculo inconcebible», escribió un oficial francés horrorizado.[22] «Miles de muertos quedaron de pie, apoyándose los unos contra los otros». Los oficiales de St. Cyr iban a la batalla con plumas y guantes blancos, pues era considerado muy chic morir llevando puestos los guantes blancos. Un sargento francés anónimo llevaba un diario: «Los cañones retroceden a cada disparo. Cae la noche y se asemejan a unos ancianos que sacan sus lenguas y escupen fuego. Montones de cadáveres, alemanes y franceses, cubren todo el campo de batalla con sus fusiles empuñados. Llueve y se oye el estallar de los obuses […], un estallido ininterrumpido. El fuego de la artillería es lo peor. He pasado toda la noche oyendo los gemidos de los heridos […], algunos de ellos eran alemanes. Continúa el cañoneo. Y cuando cesa volvemos a oír el gemido de los heridos en los bosques. Cada día hay dos o tres hombres que se vuelven locos».[23]
En Tintigny, un oficial alemán también llevaba un diario: «No puede uno imaginarse nada más horrible. Hemos avanzado demasiado rápidamente […]. Un civil ha disparado contra nosotros […]. Ha sido fusilado en el acto […]. Hemos recibido órdenes de atacar el flanco enemigo en el bosque […]. Hemos perdido la dirección […]. El enemigo ha abierto fuego […]. Las granadas caían sobre nosotros como fuego del infierno».[24]
El príncipe heredero, que no deseaba ser superado por Rupprecht, cuyas victorias en Sarrebourg y Morhange ya eran conocidas por todo el mundo, instaba a sus fuerzas a igualar los «prodigios, valor y sacrificios»[25] de sus compañeros en armas. Había trasladado su cuartel general a Esch, en Luxemburgo, y desde allí seguía la batalla en grandes mapas que colgaban de las paredes. El suspense les atormentaba, las comunicaciones telefónicas con Coblenza eran muy malas, el OHL «estaba demasiado atrás», la lucha era terrible y las pérdidas, horripilantes, Longwy aún no había sido conquistada, pero «tenemos la impresión de haber rechazado la ofensiva enemiga». «Sabemos que las unidades francesas se retiran en desorden, pues ya no se trata de un repliegue ordenado».
Y esto era lo que ocurría efectivamente. En el último momento, antes de la batalla, el general Ruffey se dejó arrastrar por la ira al descubrir que tres divisiones de reserva, unos cincuenta mil hombres que habían formado parte de su ejército, ya no pertenecían al mismo.[26] Joffre las había retirado, en respuesta a la amenaza de la ofensiva de Rupprecht para formar un ejército especial de Lorena compuesto por estas tres divisiones y otras cuatro que había sacado de otros puntos del frente. El ejército de Lorena, a las órdenes del general Maunoury, comenzó a formarse el 21 de agosto, entre Verdún y Nancy, para proteger el ejército de Castelnau y el flanco derecho en su avance a través de las Ardenas. Ésta fue una de las reorganizaciones de última hora que demostraban claramente la flexibilidad del Ejército francés, pero que en aquel momento obtuvo un resultado negativo. Redujo la potencia de Ruffey y mantuvo inmóviles siete divisiones en aquel momento crucial. Ruffey alegó posteriormente que si hubiera podido contar con aquellos cincuenta mil hombres, hubiese podido ganar la Batalla de Virton. Cuando un oficial del GQG llegó a su cuartel general durante la batalla, Ruffey explotó: «Ustedes en el GQG nunca han leído los informes que nosotros les hemos mandado. No tienen la menor idea respecto a las intenciones del enemigo […]. Díganle ustedes al generalísimo que se comporta de un modo mucho peor que en el año 1870, que no sabe absolutamente nada, que por todas partes reina la incapacidad».[27] Éste no era un mensaje del agrado del Olimpo, donde Joffre y sus dioses achacaban toda la culpa a la incapacidad de sus comandantes y de la tropa, entre ellos Ruffey.
Aquel mismo día, 22 de agosto, el general De Langle experimentaba uno de los momentos más dolorosos para un comandante mientras esperaba nuevas noticias del frente. Atado, «lleno de angustia»,[28] a su cuartel general en Stenay, en el Mosa, a veinte millas de Sedán, recibía malas noticias de ambas partes. El instinto de correr a luchar con sus unidades sólo podía contrarrestarlo recordando que un general no debe perderse entre sus hombres, sino que debe dirigir sus movimientos a distancia. Conservaba la sangre fría ante su Estado Mayor, «y demostrar aquel control de sí mismo en los momentos cruciales» resultaba muy difícil.
Cuando finalizaba el día iban conociéndose las terribles bajas sufridas por el Cuerpo Colonial. Otro cuerpo, aunque mal dirigido por su comandante según la opinión de De Langle, se hallaba en retirada, poniendo en peligro a todos sus vecinos. «Grave derrota en Tintigny, pues todas las tropas luchan en situaciones desfavorables», informó a Joffre, comunicando las bajas y la desorganización de sus unidades, lo que hacía completamente imposible llevar a cabo las órdenes que había recibido el 23 de agosto. Pero Joffre no le dio el menor crédito. Con gran serenidad informó a Messimy, incluso después de haber recibido el informe de De Langle, de que los ejércitos habían tomado posiciones «allí donde el enemigo era vulnerable, para asegurarse de esta forma una superioridad numérica».[29] Había sido realizada la obra del GQG. Incumbía ahora a la tropa y a sus comandantes completar la obra, dado que disfrutaban «de superioridad numérica». Repitió esta seguridad a De Langle, insistiendo en que, puesto que contaba con sólo tres cuerpos enemigos frente a él, había de reanudar la ofensiva.
En realidad, las tropas en las Ardenas no gozaban de ninguna superioridad, sino todo lo contrario. El ejército del príncipe heredero incluía, además de los tres cuerpos que los franceses habían identificado, dos cuerpos de la reserva con el mismo número de soldados que los cuerpos en activo, al igual que el ejército del duque de Württemberg. Juntos comprendían un número mayor de hombres y armas que el Tercer y Cuarto Ejércitos franceses.
La lucha prosiguió durante el 23 de agosto, pero al final de aquel día ya se sabía que la flecha francesa no había dado en el blanco. El enemigo no había sido «vulnerable» en las Ardenas, tal como habían esperado. A pesar de la potencia masiva de su ala derecha, su centro no había sido débil.
Los franceses no habían logrado romper su frente por el centro. Con el grito de «En avant!», esgrimiendo los sables, con todo el orgullo del Ejército francés, los oficiales habían conducido a sus compañías al ataque… contra un enemigo que se atrincheraba y vomitaba fuego con sus cañones de campaña. Los uniformes grises, que se confundían con la niebla y las sombras, habían derrotado a los pantalón rouge, demasiado visibles. Una destrucción sólida, metódica y pertinaz había vencido al élan. Los dos ejércitos franceses en las Ardenas estaban en retirada, el Tercero se replegaba sobre Verdún y el Cuarto, sobre Stenay y Sedán. No habían logrado recuperar las minas de Briey, que durante cuatro años más servirían para forjar las municiones alemanas para la larga guerra. Sin aquellos minerales, posiblemente Alemania no hubiera podido luchar.[30]
Sin embargo, la noche del 23 de agosto, Joffre no se percató aún de lo completa que era la derrota en las Ardenas. La ofensiva había sido «momentáneamente detenida», le telegrafió a Messimy, pero añadió: «Haré todo lo posible para reanudar la ofensiva».[31]
El ejército del príncipe heredero pasó aquel día por Longwy, y dejando que la fortaleza fuera ocupada por las tropas de asalto y los pioneros, siguió avanzando con órdenes de alejar al Tercer Ejército francés de Verdún. El príncipe, que hacía menos de un mes había sido prevenido por su padre para que obedeciera a su jefe de Estado Mayor en todo y por todo, quedó «profundamente conmovido» aquel día de triunfo al recibir un telegrama de «papá Guillermo» concediéndole lo mismo que a Rupprecht, la Cruz de Hierro de Primera y de Segunda Clase. El telegrama pasó de mano en mano para que todos lo pudieran leer. Muy pronto sería el propio príncipe el que distribuiría las medallas, en una «túnica de blancura inmaculada», caminando entre dos filas de soldados y distribuyendo Cruces de Hierro que cogía de una cesta que le llevaba un asistente. En aquel entonces, sin embargo, tal como informó un oficial austriaco, la Cruz de Hierro de Segunda Clase se concedía con tal frecuencia que, prácticamente, uno sólo podía evitarla suicidándose, pero aquel día el vencedor de Longwy, como pronto había de ser apodado, se había ganado la gloria, lo mismo que Rupprecht, y si entre todas las adulaciones el espíritu de Schlieffen hubiera dicho algo sobre «vulgares victorias frontales» sin maniobras de envolvimiento o aniquilamiento del enemigo, o hubiera hecho alguna despectiva insinuación a la «salvaje caza de medallas», nadie le hubiese prestado la menor atención.
Mientras tanto, en el Sambre, el Quinto Ejército de Lanrezac había recibido órdenes de Joffre de atravesar el río y, «apoyándose sobre la fortaleza de Namur», con su ala izquierda pasando por Charleroi, tomar como objetivo el «grupo norte» del enemigo. Un cuerpo del Quinto Ejército había de continuar en el ángulo de los dos ríos para proteger la línea del Mosa contra un posible ataque alemán desde el este. Aunque Joffre no tenía autoridad para dar órdenes a los ingleses, su orden invitaba a sir John French a cooperar en esta acción avanzando «en la dirección general de Soignies», es decir, cruzar el Canal de Mons. El canal es una extensión del Sambre que conduce la navegación hasta el Canal de la Mancha por el Escalda. Forma parte de una vía fluvial constituida por el Sambre desde Namur a Charleroi y por el canal desde Charleroi hasta el Escalda, y era un obstáculo a la ruta del ala derecha alemana.
Según las previsiones del plan alemán, el ejército de Von Kluck debía llegar a esta línea el 23 de agosto, mientras que el ejército de Bülow, que en su camino debía conquistar la fortaleza de Namur, la alcanzaría antes y la cruzaría al mismo tiempo.
Según el plan inglés, expuesto en la orden de marcha de sir John French, el CEB alcanzaría el canal el 23, el mismo día que los alemanes. Pero ninguno de los ejércitos tenía conocimiento aún de esta coincidencia. Las avanzadillas de las columnas británicas debían llegar antes a la línea, es decir, al anochecer del 22. El 21, el día en que Lanrezac recibió la orden de cruzar el Sambre, el CEB, del que se confiaba que podría «cooperar en la acción»,[32] llevaba un día de retraso en la marcha con respecto a los franceses. En lugar de luchar conjuntamente, como se había planeado, los dos ejércitos, debido al retraso de los ingleses en ponerse en marcha y al deficiente enlace a causa de las desafortunadas relaciones que reinaban entre sus comandantes, iban a librar dos batallas separadas, Charleroi y Mons. Durante la batalla, sus cuarteles generales sólo estuvieron a una distancia de treinta y cinco millas.
En el corazón del general Lanrezac ya había muerto la doctrina de la ofensiva. No podía ver el cuadro completo, tan claro ahora, de tres ejércitos alemanes que convergían sobre su frente, pero sí presentía su presencia. El Tercer Ejército de Hausen avanzaba hacia él desde el este, el Segundo Ejército de Bülow, desde el norte, y el Primer Ejército de Kluck, sobre el Ejército inglés desde su izquierda. No conocía sus nombres, ni tampoco su número, pero sabía que estaban allí. Sabía o deducía por los reconocimientos efectuados que avanzaban en mayor número de lo que él podría disponer. La evaluación de la potencia enemiga no es exacta, sino una cuestión de unir los diversos informes recibidos de los reconocimientos efectuados, y trazar un cuadro para encajar con una teoría preconcebida o responder a las exigencias de una estrategia especial y particular. Lo que un Estado Mayor hace con las informaciones que obran en su poder depende de su grado de optimismo o pesimismo sobre lo que desean o temen creer, y a veces, de la sensibilidad o intuición del individuo.
Para Lanrezac y el GQG los mismos informes sobre la potencia alemana al oeste del Mosa formaban dos panoramas diferentes. El GQG veía un débil centro alemán en las Ardenas. Lanrezac, en cambio, presentía una gran ola que rodaba hacia el Quinto Ejército directamente por su ruta. El GQG calculaba la potencia alemana al oeste del Mosa en diecisiete o dieciocho divisiones. Por su parte, contaban con las trece divisiones de Lanrezac, un grupo independiente de dos divisiones de la reserva, las cinco divisiones británicas y una división belga en Namur, lo que hacía un total de veintiuna, por lo que consideraban que poseían una confortable superioridad numérica. El plan de Joffre era que esta fuerza contuviera a los alemanes detrás del Sambre hasta que el Tercer y Cuarto Ejércitos franceses rompieran el centro alemán en las Ardenas, y luego todos juntos avanzaran en dirección norte para arrojar a los alemanes de Bélgica.
El Estado Mayor inglés, que era dirigido de hecho, aunque no por su rango, por Henry Wilson, estaba de acuerdo con estos cálculos del GQG. En su diario del 20 de agosto, Wilson anotó la misma cifra de diecisiete o dieciocho divisiones para los alemanes al oeste del Mosa, y añadió tranquilo y feliz: «Cuantas más mejor, dado que esto debilitará su centro». De nuevo en Inglaterra, lejos del frente, lord Kitchener se sentía dominado por la ansiedad y los negros pensamientos. El 19 de agosto, telegrafió a sir John French informando de que los alemanes barrían la región al norte y oeste del Mosa, y que lo que él ya le había prevenido «parece ser que se está convirtiendo en realidad». Solicitó ser informado continuamente y al día siguiente repitió este ruego. Lo cierto es que las Fuerzas Armadas alemanas al oeste del Mosa no eran diecisiete o dieciocho divisiones, sino treinta, siete cuerpos activos y cinco cuerpos de la reserva, cinco divisiones de caballería, además de otras unidades. El ejército de Von Hausen, que aún no había cruzado el Mosa, pero que formaba parte del ala derecha, debía lanzar al combate otros cuatro cuerpos con ocho divisiones. Mientras que en el conjunto de la Batalla de las Fronteras la superioridad numérica alemana era de uno y medio a uno, la superioridad del ala derecha era casi de dos a uno.
El núcleo principal de esta fuerza era el ejército de Lanrezac, y él lo sabía. Se daba cuenta de que los ingleses, después de su desgraciada entrevista con su comandante, no estaban preparados y no podía confiar en ellos. Sabía que las defensas belgas se hundían en Namur. Uno de los cuerpos que le había sido asignado en el reciente cambio de unidades, y que había de defender su flanco izquierdo al oeste de Charleroi, todavía no había ocupado sus posiciones el día 21 de agosto. Si atacaba por el Sambre, tal como se le había ordenado, temía ser rebasado en su flanco por las fuerzas alemanas que descendían por su izquierda, y entonces los alemanes tendrían la ruta libre hacia París. El principio que él había enseñado en St. Cyr y en la École Supérieure, el principio que impulsaba y dominaba al Ejército francés, era «atacar al enemigo allí donde se tropezara con él».[33] Pero ahora veía frente a sí una calavera.
Lanrezac vacilaba. Le escribió a Joffre que, si emprendía la ofensiva al norte del Sambre, el Quinto Ejército «habría de luchar solo», ya que los ingleses aún no estarían preparados para establecer contacto con él. Si los dos debían actuar al unísono, entonces el Quinto Ejército se vería obligado a esperar hasta el 23 o el 24. Joffre replicó: «Dejo a su juicio el momento de iniciar la ofensiva», pero el enemigo no era tan condescendiente.[34]
Destacamentos del ejército de Bülow, cuyas principales fuerzas ya atacaban Namur, descendieron hacia el Sambre el 21 de agosto, logrando cruzarlo en dos puntos entre Namur y Charleroi. Lanrezac les había dicho a las tropas del Quinto Ejército que, para su propia ofensiva, esperaba la llegada de los «ejércitos vecinos» y que, mientras tanto, había que impedir que los alemanes cruzaran el Sambre. Los preparativos defensivos no figuraban en el vocabulario militar francés, y por este motivo el X Cuerpo, que defendía aquel sector, no se había atrincherado, ni instalado alambradas, ni había organizado ninguna clase de defensas en la orilla sur, sino que esperaba únicamente el momento de lanzarse sobre el enemigo.[35] «Con el redoble de los tambores y las banderas en alto», pero sin preparación de artillería, los franceses se lanzaron, efectivamente, al asalto. Después de un duro pero corto combate, fueron rechazados y, hacia el anochecer, el enemigo continuaba en posesión de Tamines y de otro pueblo en la margen sur del río.
Confundiéndose con los disparos de los fusiles y el estallido de los obuses se percibía un sonido más sordo, como un gigantesco tambor a mucha distancia. Los monstruosos cañones alemanes habían iniciado el bombardeo de los fuertes de Namur. Los cañones 420 y 305 que habían sido retirados del frente de Lieja habían sido emplazados nuevamente y arrojaban sus granadas de dos toneladas sobre la segunda fortaleza belga. Las granadas «llegaban produciendo un largo silbido»,[36] escribió una inglesa que conducía una ambulancia en Namur. Parecían dirigirse directamente sobre el que las oía donde éste estuviera y estallar a sólo una yarda de donde se encontrara. La ciudad tembló durante dos días bajo el terrible tronar de las explosiones sobre los fuertes y sus alrededores. Y se repitieron los mismos efectos que en Lieja: los gases explosivos, los muros de cemento armado que se venían abajo, los hombres que enloquecían en las cámaras subterráneas. Aisladas del resto del Ejército belga, las tropas de la guarnición y de la 4.ª División se consideraban abandonadas. El comandante Duruy, oficial de enlace de Lanrezac en Namur, regresó al cuartel general del Quinto Ejército para informar de que no creía que los fuertes pudieran resistir durante otro día si los franceses no acudían en su ayuda. «Han de ver a los franceses con las banderas desplegadas y a las bandas de música interpretando himnos triunfales.[37] Han de escuchar una banda militar», suplicó. Los tres batallones franceses, un regimiento de unos 3000 hombres, fueron enviados aquella misma noche y se unieron a los defensores de Namur a la mañana siguiente. Éstos eran unos 37 000 hombres. La fuerza alemana que se había lanzado al asalto de Namur del 21 al 24 de agosto, ascendía a entre 107 000 y 153 000 hombres, con entre 400 y 500 piezas de artillería.
Aquella noche del 21 de agosto sir John French informó a Kitchener de que no creía que se librara ninguna batalla seria antes del 24. «Creo conocer perfectamente la situación y la considero favorable para nosotros»,[38] escribió. Pero no la conocía tan a fondo como se imaginaba. Al día siguiente, mientras las tropas inglesas marchaban por la carretera de Mons «en la dirección general de Soignies», las patrullas de caballería informaron de que un cuerpo alemán marchaba por la carretera Bruselas-Mons e igualmente en dirección a Soignies. Por sus posiciones podían alcanzar el pueblo aquella misma noche. No era posible que el enemigo esperara la fecha del 24 que se había fijado sir John French. Un aviador alemán aportó noticias más alarmantes al informar de que otro cuerpo alemán marchaba por una carretera bastante alejada para envolver el flanco izquierdo británico. Envolvimiento. Repentinamente, con sorprendente claridad, la amenaza brilló ante los ojos de los ingleses…, por lo menos ante los ojos de la Sección de Información. «La maniobra que lo barrerá todo», de la que lord Kitchener hablaba eternamente, ya no era una idea, sino columnas de hombres vivos. Los comandantes del Estado Mayor, bajo la influencia de Henry Wilson, sin embargo la rechazaban. Aferrándose, lo mismo que Wilson, a la estrategia francesa, no se sentían más inclinados que el GQG a aceptar un punto de vista alarmista sobre el ala derecha alemana. «La información que ha recogido usted y que ha transmitido al comandante en jefe parece ser un poco exagerada»,[39] decidieron, y no alteraron la orden de marcha para el flanco izquierdo.
Confiaban en seguir por la senda de pasados triunfos. Diez millas al sur de Mons cruzaron por Malplaquet, en la frontera entre Francia y Bélgica, y vieron junto a la cuneta el monumento que señalaba el lugar en donde Marlborough derrotó a los ejércitos de Luis XIV y se ganó la inmortalidad en una canción popular francesa. Delante de ellos, entre Mons y Bruselas, estaba Waterloo. Regresando al campo de batalla victorioso, casi en el centenario de la batalla, no podían sentirse menos confiados.
Cuando las avanzadillas de sus columnas se acercaban a Mons el día 22, parte de un escuadrón de caballería que exploraba la carretera norte del canal vio a un grupo de cuatro jinetes que cabalgaban en su misma dirección. Se les antojaron poco familiares. En el mismo instante, los desconocidos jinetes vieron a los ingleses y se detuvieron. Hubo un momento de silenciosa pausa mientras comprendían que estaban viendo al enemigo. Los ulanos se volvieron para reunirse con el resto del escuadrón perseguidos por los ingleses, que les dieron alcance en las calles de Soignies.[40] En una corta escaramuza los ulanos se vieron «dificultados por sus largas lanzas y muchos de ellos las arrojaron». Los ingleses mataron a tres o cuatro y abandonaron victoriosos aquel pequeño campo de batalla. El capitán Hornby, jefe del escuadrón, mereció la DSO por ser el primer oficial británico que había matado a un alemán con la nueva espada de caballería. La guerra había sido iniciada en un estilo muy correcto, con los más esperanzadores resultados.
Después de haber establecido este primer contacto, en la carretera de Soignies, tal como se había planeado, los comandantes del Estado Mayor no veían ningún motivo para variar sus cálculos sobre la potencia o posición de los alemanes. Las fuerzas alemanas que se oponían a los ingleses eran calculadas ahora por Wilson en uno o, como máximo, dos cuerpos y una división de caballería, lo que resultaba inferior a los dos cuerpos y la división de caballería del CEB. El enérgico carácter de Wilson, su alta moral y su reconocida familiaridad con la región hacían que rechazase de plano los informes que recibía. La muerte de sir James Grierson, que entre los ingleses había sido el que más a fondo había estudiado la teoría y la práctica militar alemana, proporcionaba a Wilson y sus teorías, que eran un duplicado de las del GQG, un mayor impulso. La batalla era esperada con gran confianza por el Estado Mayor y los comandantes de cuerpo, aunque no tanto por parte de sir John French.
El hombre estaba de un pésimo humor. Sus vacilaciones eran casi las mismas que las de Lanrezac. Cuando el general Smith-Dorrien, que acababa de llegar a Francia para reemplazar a Grierson, se presentó el día 21, le dijeron que «había de dar la batalla en la línea del Canal de Condé».[41] Cuando Smith-Dorrien preguntó si esto significaba pasar a la ofensiva o mantenerse a la defensiva, le dijeron que debía «obedecer órdenes». Un hecho que preocupaba a sir John French era el desconocimiento que tenía del plan de batalla de Lanrezac en su flanco derecho, ya que temía que pudiera abrirse una brecha entre ellos. El 22 por la mañana subió a su coche para dirigirse a conferenciar personalmente con su vecino, pero cuando le dijeron que Lanrezac se hallaba camino del cuartel general del cuerpo en Mettet, en donde el X Cuerpo se encontraba en plena batalla, regresó sin haberlo visto. En su cuartel general le esperaba una buena noticia: la 4.ª División, que en un principio había sido dejada en Inglaterra, había llegado a Francia y se hallaba camino del frente. La sombra del avance alemán por Bélgica y la retirada del Ejército belga a Amberes habían inclinado a Kitchener a enviar esta división.
El general Von Kluck quedó más sorprendido aún que los ingleses al encontrarse con la caballería en las calles de Soignies. Hasta aquel momento —tan efectivas habían sido las medidas de seguridad francesas e inglesas— no sabía que los británicos estaban frente a él. Sabía que habían desembarcado, dado que había leído la noticia en los periódicos belgas, que publicaban el comunicado oficial de Kitchener anunciando la llegada sin novedad del CEB «al territorio francés». Este comunicado, del 20 de agosto, fue la primera noticia que Inglaterra, el mundo y el enemigo tuvieron del desembarco. Kluck continuaba completamente convencido de que habían desembarcado en Ostende, Dunkerque y Calais, sobre todo porque así deseaba creerlo, ya que su intención era «atacar y dispersar» a los ingleses conjuntamente con los belgas antes de dirigirse contra los franceses.[42]
Ahora, mientras avanzaba desde Bruselas, temía una salida belga desde Amberes contra su retaguardia y un posible ataque contra su flanco a cargo de los ingleses que se desplegaban misteriosamente, así lo creía él, en algún lugar de Bélgica a su derecha. Continuó dirigiendo su ejército en dirección oeste con el fin de encontrarse con los ingleses, pero Bülow, que temía una brecha, dio órdenes de que se dirigiera más hacia el interior. Kluck protestó, pero Bülow insistió. «En caso contrario —dijo—, el Primer Ejército puede alejarse demasiado y no estar en condiciones de apoyar al Segundo Ejército».[43] Al descubrir a los jinetes ingleses frente a él en Soignies, Kluck intentó de nuevo dirigirse hacia el oeste con el fin de encontrar y atacar el flanco del enemigo. Cuando de nuevo Bülow se lo prohibió, elevó una firme protesta al OHL. Los conocimientos del OHL sobre el paradero de los ingleses eran mucho más vagos que los conocimientos de los aliados sobre el ala derecha alemana. «Desde aquí tenemos la impresión de que no han tenido lugar desembarcos de importancia»,[44] contestó el OHL, y rechazó la proposición de Von Kluck. Privado de la oportunidad de envolver al enemigo y condenado a un ataque frontal, Kluck avanzó a regañadientes sobre Mons. Las órdenes que dio para el 23 de agosto eran cruzar el canal, ocupar la región situada al sur y empujar al enemigo sobre Maubeuge mientras cortaba su retirada desde el oeste.
Aquel día, 22 de agosto, Bülow se tropezaba con tantas dificultades con Hausen, que estaba a su izquierda, como con Kluck, a su derecha. La tendencia de éste era continuar avanzando, mientras que la de Hausen era la de retrasarse. Dado que las unidades de avance de su ejército estaban embarcadas en el Sambre contra el X Cuerpo de Lanrezac, Bülow planeaba una batalla de aniquilamiento, después de un gran ataque conjunto de su propio ejército y el de Hausen. Pero el día 22, Hausen aún no estaba preparado. Bülow se lamentó amargamente de la «insuficiente cooperación» por parte de su vecino. Hausen se quejó, con igual acritud, de «sufrir las continuas demandas de ayuda de Bülow». Dispuesto a no esperar más, Bülow arrojó tres cuerpos a un violento ataque sobre la línea del Sambre.[45]
Durante aquel día y el siguiente, los ejércitos de Bülow y Lanrezac se lanzaron a la Batalla de Charleroi, uniéndose a la misma el ejército de Hausen al finalizar el primer día. Eran los mismos días en que el Tercer y Cuarto Ejércitos franceses luchaban con poca fortuna entre la niebla y los bosques de las Ardenas. Lanrezac se encontraba en Mettet para dirigir la batalla, un proceso que consistía sobre todo en la espera agonizante de los comandantes de división y de cuerpo para que le informaran de lo que estaba sucediendo. Pero a éstos, a su vez, les resultaba muy difícil saber a qué atenerse, ya que en el fragor de la batalla apenas había un oficial que les pudiera ofrecer un cuadro exacto de la situación. Una prueba visual llegó a Mettet antes que los partes. Un coche que conducía a un oficial herido entró en la plaza en la que Lanrezac y su Estado Mayor esperaban ansiosamente, demasiado preocupados como para permanecer dentro del edificio. El oficial herido fue reconocido como el general Boë, comandante de una división del X Cuerpo. Con el rostro pálido y los ojos entornados, musitó lentamente a Hely d’Ossel, que corrió al coche: «Dígale… dile al general… que hemos resistido… todo lo que hemos podido».[46]
A la izquierda del X Cuerpo, el III Cuerpo, en el frente de Charleroi, informó de «terribles» pérdidas.[47] La ciudad industrial enclavada a ambos lados del río había sido invadida por los alemanes durante el día, y los franceses luchaban desesperadamente para arrojarlos de allí. Cuando los alemanes atacaban en densas formaciones —tal como era su costumbre antes de que aprendieran mejor la lección—, eran unos magníficos blancos para los 75. Pero los cañones del 75, que disparaban quince veces por minuto, habían sido provistos de munición para disparar 2,25 disparos por minuto.[48] En Charleroi, los «turcos» de las dos divisiones de Argelia, todos ellos voluntarios, luchaban tan valientemente como lo habían hecho sus padres en Sedán. Un batallón cargó contra una batería alemana, pasó a la bayoneta a sus servidores y regresó con sólo dos soldados que no habían sido heridos de un total de 1030. En todas partes los galos estaban desmoralizados. Sentían una ira inútil contra los aeroplanos alemanes que actuaban como localizadores de la artillería, y cuyos vuelos sobre sus líneas eran invariablemente seguidos por un ataque de la artillería alemana.
Aquella noche, Lanrezac tuvo que informar de que el X Cuerpo «se había visto obligado a replegarse»[49] después de haber «sufrido terribles bajas», y de que el III Cuerpo estaba luchando violentamente, con «graves bajas entre la oficialidad», y que el XVIII Cuerpo a la izquierda estaba intacto, pero el cuerpo de caballería de Sordet, en el extremo izquierdo, «estaba agotado» y se había visto también obligado a replegarse, dejando una brecha entre el Quinto Ejército y los ingleses. Resultó ser ésta una brecha de dieciséis kilómetros, lo suficientemente ancha para que pudiera pasar un cuerpo enemigo. La ansiedad de Lanrezac era tan grande que rogó a sir John French que atacara el flanco derecho de Bülow con el fin de proporcionar alivio a la presión contra los franceses. Sir John contestó que no podía acceder a la demanda, pero prometió mantener el frente en el Canal del Mons durante veinticuatro horas.[50]
Durante la noche, las posiciones de Lanrezac se vieron más amenazadas aún cuando Hausen lanzó a la lucha cuatro cuerpos de refresco y puso en acción 340 cañones en el Mosa. Atacó durante la noche y conquistó cabezas de puente al otro lado del río, en donde fue contraatacado por Franchet d’Esperey con su Primer Cuerpo, cuya misión era defender el Mosa al lado derecho del frente de Lanrezac. Éste había sido el único cuerpo del Quinto Ejército que había atrincherado sus posiciones.
La intención de Hausen, de acuerdo con las órdenes del OHL, era atacar en dirección suroeste hacia Givet, con lo que confiaba llegar a la retaguardia del ejército de Lanrezac, que podría ser atrapado entre sus fuerzas y las de Bülow y destruido. Bülow, sin embargo, cuyas unidades en este sector habían sido castigadas tan duramente como las del enemigo, estaba decidido a realizar un ataque masivo y definitivo, y ordenó a Hausen que atacara en dirección, a Mettet al grueso del Quinto Ejército, en lugar de hacerlo en dirección suroeste por su línea de retirada. Hausen se quejó, pues se trataba de una clara equivocación, pero obedeció y, durante todo el 23 de agosto, se vio arrastrado a un ataque frontal contra las posiciones fuertemente defendidas y la vigorosa dirección de Franchet d’Esperey y su cuerpo, que dejó abierta la línea de retirada de Lanrezac… una abertura por la que se escapa la oportunidad de una batalla de aniquilación total.
En las claras y cálidas horas del 23 de agosto, el cielo de verano se vio ennegrecido por el estallido de las granadas y los obuses. Aquellas nubecillas negras y grasientas que ensuciaban el cielo habían sido bautizadas por los franceses con el nombre de «marmites», ya que les recordaban las marmitas que se ven en las casas de campo de Francia. «Il plut de marmites». («Llueven cascos de granada»)[51] fue todo lo que dijo de aquel día un soldado francés. En algunos puntos, los franceses continuaban atacando, tratando de arrojar a los alemanes nuevamente al otro lado del río Sambre; en otros lugares aún resistían y, en otros, se retiraban en pleno desorden. Las carreteras estaban bloqueadas por innumerables refugiados belgas, cubiertos de polvo y barro, que cargaban con sus chiquillos y los enseres de sus casas, y avanzaban lentamente hacia el sur sin objetivo determinado tratando únicamente de escapar de los cañones que se oían hacia el norte.
Las columnas de refugiados pasaron por Philippeville, a treinta millas de Charleroi, en donde Lanrezac había establecido su cuartel general aquel día. En el centro de la plaza, con las piernas separadas y las manos a sus espaldas, Lanrezac los contemplaba sobriamente, sin decir nada. Tenía el rostro pálido y las mejillas hundidas. La presión enemiga se cernía sobre él desde casi todos los puntos. No poseía ninguna directriz del GQG. Lanrezac tenía plena conciencia de la brecha que había quedado abierta a causa de la retirada de la caballería de Sordet. Al mediodía llegó la noticia, prevista y sin embargo increíble, de que la 4.ª División belga evacuaba Namur. La ciudad dominaba la confluencia del Sambre y el Mosa, así como también los fuertes de detrás de la ciudad, que pronto caerían en manos de Bülow. No se recibía ninguna noticia del general De Langle de Cary, del Cuarto Ejército, a quien Lanrezac había mandado un mensaje aquella misma mañana rogándole una maniobra para reforzar el sector en donde enlazaban sus fuerzas.
El Estado Mayor de Lanrezac insistía en que se les permitiera un contraataque por parte de Franchet d’Esperey, que veía una brillante oportunidad ante él. Unas fuerzas alemanas en persecución del X Cuerpo, en retirada, le presentaban su flanco. Otros insistían en un contraataque en el extremo izquierdo por parte del XVIII Cuerpo para aliviar la presión sobre los ingleses, que aquel día estaban luchando en Mons contra el grueso de las fuerzas del ejército de Von Kluck. Con gran disgusto de todos ellos, Lanrezac se opuso. Continuó en su impenetrable silencio, sin dar órdenes, esperando. Durante la controversia que años después habían de iniciar los críticos sobre la Batalla de Charleroi, todos explicaron lo que ocurría en el alma del general Lanrezac en aquellos momentos. Para algunos fue un general pusilánime o paralizado, mientras que para otros era un hombre que serenamente calibraba las posibilidades en una situación oscura y peligrosa. Sin órdenes del GQG debía tomar él su propia decisión.
A última hora de la tarde ocurrió el incidente decisivo de aquel día. Tropas del ejército de Hausen reforzaron y ampliaron una cabeza de puente al otro lado del Mosa, en Onhaye, al sur de Dinant. Franchet d’Esperey envió en el acto una brigada al mando del general Mangin para hacer frente al peligro que amenazaba al Quinto Ejército por la espalda. Al mismo tiempo, por fin, Lanrezac recibía noticias del general De Langle. Nada hubiera podido ser peor. No sólo el Cuarto Ejército no había obtenido ningún éxito en las Ardenas, tal como había informado un anterior comunicado del GQG, sino que se veía obligado a replegarse y dejar indefensa la franja del Mosa entre Sedán y el flanco derecho de Lanrezac. Inmediatamente la presencia de los sajones de Hausen en Onhaye adquirió un cariz más amenazador aún. Lanrezac creía —«Estaba obligado a creerlo»— que aquella fuerza era la avanzadilla de un ejército que gozaría de libertad de movimientos a causa de la retirada de De Langle y que sería reforzado si no era rechazado inmediatamente. No sabía todavía, puesto que aún no había ocurrido, que la brigada del general Mangin, tras una brillante carga con la bayoneta calada, había arrojado a los sajones de Onhaye.
Además de éstos, llegó otro mensaje del III Cuerpo frente a Charleroi comunicando que había sido igualmente atacado, que no había podido contener al enemigo y que se replegaba. El comandante Duruy llegó con la noticia de que los alemanes habían capturado los fuertes al norte de Namur y habían entrado en la ciudad. Lanrezac regresó al cuartel general del cuerpo en Chimay, en donde, tal como escribió más tarde, «recibí confirmación del fracaso del Cuarto Ejército, que se había estado replegando desde la mañana dejando totalmente al descubierto el flanco derecho del Quinto Ejército».
Para Lanrezac el peligro a su derecha se le antojó «agudo». Le perseguía el recuerdo de otro desastre en aquel mismo lugar en que ahora se replegaba De Langle, «en donde cuarenta y cuatro años antes un ejército había sido cercado por los alemanes y forzado a capitular, aquel abominable desastre que hizo irremediable nuestra derrota… ¡Vaya recuerdo!».[52]
Para salvar a Francia de un nuevo Sedán, el Quinto Ejército había de ser salvado de su destrucción. Ahora era evidente para él que los ejércitos franceses se estaban replegando en toda la línea del frente desde los Vosgos al Sambre. Mientras los ejércitos existieran, la derrota no era irremediable, tal como lo había sido Sedán, y la lucha podía seguir. Pero si el Quinto Ejército era destruido, entonces seguiría una derrota completa e irremediable. Un contraataque, aunque muy urgente, ya no podía salvar la situación en su conjunto.
Lanrezac habló por fin. Dio la orden de retirada general. Sabía que le tomarían por un «catastrophard» del que se desprenderían, como en efecto sucedió. «Hemos sido derrotados, pero el mal es remediable. Mientras exista el Quinto Ejército, Francia no está perdida». Aunque este comentario tenga la aureola de las memorias que se escriben cuando ya ha tenido lugar una decisión final, tal vez fue vertido. Los momentos decisivos tienden a evocar frases grandilocuentes, sobre todo a cargo de los franceses.
Lanrezac tomó una decisión que estaba seguro que Joffre no iba a aprobar. «El enemigo amenaza mi derecha en el Mosa —informó—, Onhaye ocupada, Givet amenazada, Namur evacuada».[53] Debido a su situación y al fracaso del Cuarto Ejército, había ordenado el repliegue del Quinto Ejército.[54] Con este mensaje se esfumaba la esperanza francesa de derrotar al viejo enemigo en una guerra de corta duración. Había fracasado la última de las ofensivas francesas. Joffre desaprobó la orden… pero no aquella noche. Durante las amargas horas de la noche del domingo 23 de agosto, cuando todo el plan francés se hundía, cuando nadie sabía a ciencia cierta lo que ocurría en el sector vecino, cuando el espectro de Sedán atormentaba a muchas mentes, además de la de Lanrezac, el GQG no contraordenó el repliegue del Quinto Ejército. Con su silencio, Joffre ratificó la decisión, pero no lo olvidó.
Más tarde, el relato oficial de la Batalla de Charleroi había de afirmar que el general Lanrezac, «creyéndose amenazado a la derecha, ordenó la retirada en lugar de pasar al contraataque». Esto ocurría cuando el GQG, en busca de un cabeza de turco por el fracaso del «Plan 17», exigió cuentas al comandante del Quinto Ejército. En la hora en que tomó su decisión, sin embargo, nadie en el GQG sugirió que solamente él se creía amenazado en su derecha.
En el ala izquierda, ya desde primeras horas de la mañana, los ingleses y el ejército de Kluck habían entablado un duelo por el Canal de Mons, de una anchura de veintiún metros. El sol de agosto atravesaba la neblina y la lluvia de la mañana anunciando un fuerte calor para cuando el día fuera avanzando. Las campanas de las iglesias llamaban a sus feligreses, que se dirigían a escuchar la santa misa con sus negros trajes dominicales. El canal, bordeado por vías de ferrocarril y los grandes tinglados, tenía las aguas negras a causa de los desperdicios de las fábricas de productos químicos.
Los ingleses habían ocupado posiciones a ambos lados del Mons. Hacia el oeste, el II Cuerpo, al mando del general Smith-Dorrien, defendía la franja de quince millas de canal entre Mons y Conde y ocupaba un saliente, al este de Mons, en donde el canal forma un ángulo hacia el norte de unos tres kilómetros de ancho y dos kilómetros y medio de profundidad. A la derecha del I y el II Cuerpo, del general Haig, mantenía un frente diagonal entre Mons y el ala izquierda del ejército de Lanrezac. La división de caballería, al mando del general Allenby, futuro conquistador de Jerusalén, se mantenía en la retaguardia. Frente a Haig estaba la línea divisoria entre los ejércitos de Kluck y Bülow. Kluck se mantenía lo máximo posible hacia el oeste, por lo cual el cuerpo de Haig no fue atacado durante las luchas del 23 de agosto, que habían de ser conocidas para la historia y la leyenda como la Batalla de Mons.
El cuartel general de sir John French estaba en Le Cateau, a treinta millas al sur de Mons. Las cinco divisiones que debía mandar en un frente de cincuenta y seis kilómetros —en contraste con las trece divisiones de Lanrezac, en un frente de ochenta kilómetros— no requerían que se mantuviera tan atrasado. Tal vez la mente vacilante de sir John aconsejaba esta decisión. Preocupado por los informes de los reconocimientos desde el aire y de su caballería, desconfiando de sus vecinos, molesto por la línea en zigzag del frente, que ofrecía un sinfín de posibilidades al enemigo, se sentía tan desgraciado de tener que emprender una ofensiva como el propio Lanrezac.[55]
La víspera de la batalla convocó a los altos jefes del Estado Mayor de ambos cuerpos y de la división de caballería en Le Cateau y les informó de que, «debido a la retirada del Quinto Ejército francés», la ofensiva británica no sería efectuada. Excepto por su X Cuerpo, que no enlazaba con los ingleses, el Quinto Ejército no se replegaba en aquellos momentos, pero sir John French tenía que cargarle la culpa a alguien. Este mismo espíritu de camaradería había impulsado al general Lanrezac el día anterior a cargar la responsabilidad de no haber pasado a la ofensiva a la no aparición de los ingleses. Cuando Lanrezac ordenó a su cuerpo que defendiera la línea del Sambre en lugar de atacar por el mismo, sir John French dictó órdenes de defender la línea del canal. A pesar de que Henry Wilson continuaba confiando en la gran ofensiva en dirección norte que había de arrojar a los alemanes de Bélgica, la posibilidad de un movimiento muy diferente les era ofrecida ahora a los comandantes. El general Smith-Dorrien dio la orden, a las 2:30 de la madrugada, de preparar la voladura de los puentes sobre el canal. Una precaución muy lógica, pero que no había sido tenida en cuenta por los franceses y que fue la causa del elevado índice de bajas durante el mes de agosto de 1914. Cinco minutos antes de iniciarse la batalla, Smith-Dorrien dictó otra orden de que los puentes fueran destruidos por orden de los comandantes de división «en el caso de que se hiciera necesaria la retirada».[56]
A las seis de la mañana, cuando sir John French dio sus últimas instrucciones a los comandantes de cuerpo, sus cálculos —o los de su Estado Mayor— sobre la potencia del enemigo con el que iban a enfrentarse continuaban siendo los mismos: uno o, como máximo, dos cuerpos, además de la caballería. Realmente, en aquel momento, Von Kluck estaba al mando de cuatro cuerpos y tres divisiones de caballería, 160 000 hombres con 600 cañones, y a muy corta distancia del CEB, cuyos efectivos eran de 70 000 hombres y 300 cañones. De los dos cuerpos de reserva de Kluck, uno estaba a sólo un día de marcha detrás del suyo, y el otro le protegía de un posible ataque desde Amberes.
A las nueve de la mañana, los primeros cañones alemanes abrieron fuego contra las posiciones inglesas. El primer ataque fue dirigido contra el saliente formado por la curva del canal. El puente de Nimy, en el punto más al norte del saliente, fue el centro del ataque. Con sus densas formaciones, los alemanes ofrecían «un blanco perfecto» para los fusileros ingleses, los cuales, bien protegidos y perfectamente instruidos, disparaban con tal rapidez y seguridad que los alemanes estaban convencidos de que disparaban contra ellos con ametralladoras. Cuando varias olas de asalto fueron batidas, los alemanes se presentaron con nuevos refuerzos y abrieron sus formaciones. Los ingleses, que habían recibido órdenes de ofrecer una «resistencia obstinada»,[57] continuaron su fuego en un punto que era más pequeño a cada momento que pasaba. A partir de las diez y media, la batalla se extendió a la sección recta del canal, hacia el oeste, cuando una batería tras otra de los alemanes, primero del III y luego del IV Cuerpo, se fueron poniendo en acción.
A las tres de la tarde, cuando los regimientos ingleses que defendían el saliente habían resistido el bombardeo de la artillería y los asaltos de la infantería durante seis horas, la presión se hizo demasiado intensa. Después de volar el puente en Nimy se replegaron, una compañía tras otra, a una segunda línea de defensa que había sido preparada dos o tres millas más atrás. Dado que el abandono del saliente ponía en peligro a las tropas que defendían la sección recta del canal, éstas recibieron también la orden de repliegue, que se inició alrededor de las cinco de la tarde. En Jemappes, donde la curva enlazaba con la sección recta, y en Mariette, a dos millas hacia el oeste, surgió un peligro inesperado cuando se descubrió que los puentes no podían ser destruidos por falta de alguien que hiciera estallar las cargas. El ataque de los alemanes por el canal, durante el movimiento de repliegue, podía transformarse en una rotura del frente. Pero un oficial de los Royal Engineers, el capitán Wright, saltó al agua bajo el puente de Mariette en un intento de conectar las cargas. En Jemappes, un cabo y un soldado intentaron lo mismo durante una hora y media bajo el fuego del enemigo. Consiguieron su objetivo y fueron condecorados con la Cruz de la Victoria y la DCM, pero el capitán Wright fracasó, a pesar de que, herido, lo intentó por segunda vez. También se mereció la Cruz de la Victoria y tres semanas después murió en el Aisne.[58]
A primeras horas de la noche continuó el delicado proceso de despliegue del enemigo bajo el fuego esporádico de cada regimiento, que cubría la retirada de su vecino hasta haber alcanzado los poblados y alojamientos de la segunda línea de defensa. Los alemanes, que al parecer también habían sufrido un duro castigo durante el día, no mostraron gran interés en perseguir a los ingleses. Al contrario, en la oscuridad, los ingleses, en su retirada, oían como los cornetas alemanes tocaban el «alto el fuego», después las inevitables canciones y, finalmente, el silencio al otro lado del canal.
Afortunadamente para los ingleses, Von Kluck no había hecho uso de la superioridad numérica. Incapaz, debido a las persistentes órdenes de Bülow, de llegar al flanco del enemigo y envolverlo, Kluck se había enfrentado con los ingleses con sus dos cuerpos centrales, el III y el IV, y había sufrido graves bajas como consecuencia de este ataque frontal. Un capitán alemán de la reserva del III Cuerpo fue el único superviviente de su compañía, y un comandante quedó solo en su batallón.
—Usted es mi único consuelo —se lamentó su comandante—. El batallón ya no existe, mi orgulloso y hermoso batallón.[59]
El regimiento había quedado «reducido a un puñado de hombres». El coronel del regimiento, que, como todos en el frente, sólo podía juzgar el curso de la batalla por lo que le sucedía a su propia unidad, pasó una noche terrible y dijo: «Si los ingleses tienen la menor sospecha de nuestro estado y pasan al contraataque, nos aniquilarán».
Ninguno de los cuerpos laterales de Von Kluck, el II, a su derecha, y el IX a su izquierda, había sido lanzado a la batalla. Al igual que el resto del Primer Ejército habían recorrido ciento cincuenta millas en once días y se encontraban a varias horas de marcha en la retaguardia del cuerpo por el centro. Si hubieran atacado conjuntamente el 23 de agosto, es posible que la historia hubiese seguido un curso muy diferente. Durante aquella tarde, Von Kluck, al comprender su error, ordenó a sus dos cuerpos centrales que contuvieran a los ingleses hasta que pudiera destinar sus dos cuerpos laterales a realizar la maniobra de envolvimiento y forzar una batalla de aniquilamiento. Pero antes de que llegara el momento, los ingleses se vieron obligados a un cambio radical de sus planes.
Henry Wilson cargaba mentalmente hacia delante en su medieval ardor del «Plan 17», incapaz de comprender que ya no podía ser llevado a la práctica. Lo mismo que Joffre, que todavía insistió en la ofensiva a las seis horas de haber recibido las desastrosas noticias de De Langle en las Ardenas, Wilson, incluso después de haber tenido que renunciar a defender el canal, se sentía animado para lanzarse a la ofensiva a la mañana siguiente. Hizo unos «cálculos exactos»[60] y llegó a la conclusión «de que sólo tenemos un cuerpo y una división de caballería, y posiblemente dos cuerpos delante nuestro». «Persuadió» a sir John French y a Murray «con éxito, ya que se le autorizó a redactar las órdenes para el ataque del día siguiente». A las ocho de la mañana, cuando terminaba de firmar las órdenes, éstas fueron anuladas por un telegrama de Joffre en el que les comunicaba a los ingleses que se habían recibido pruebas fidedignas de que se enfrentaban con tres cuerpos y dos divisiones de caballería. Esto fue más persuasivo que Wilson y terminó inmediatamente con todo intento de ataque. Todavía llegaron noticias peores.[61]
A las once de la noche llegó el teniente Spears procedente del cuartel general del Quinto Ejército para informar de que el general Lanrezac ponía fin a la batalla y retiraba el Quinto Ejército a una línea en la retaguardia del CEB. El resentimiento y el disgusto de Spears ante una decisión que había sido tomada sin consultar y sin informar a los ingleses fueron parecidos a los del coronel Adelbert cuando se enteró de la decisión del rey Alberto de retirarse de Amberes. Se nota todavía en el relato de Spears, escrito diecisiete años más tarde.
El repliegue de Lanrezac, que dejaba el CEB al descubierto, lo colocó en un peligro inminente. En el curso de una conferencia convocada a toda prisa, se acordó retirar las tropas tan pronto como pudieran firmarse las órdenes correspondientes y ser despachadas al frente de combate. El retraso, que costó muchas vidas, fue debido a una extraña elección del cuartel general de cuerpo de Smith-Dorrien. Se había instalado en una modesta casa de campo particular que llevaba el nombre de Château de la Roche et Sars-la-Bruyère, un aislado caserón en el que no existían comunicaciones telegráficas ni telefónicas y con una carretera muy difícil de encontrar durante el día y mucho más durante la noche.[62] Incluso los dos predecesores ducales, Marlborough y Wellington, no habían desdeñado unos alojamientos más convenientes, aunque no tan elegantes, en la carretera principal, el primero en una abadía y el segundo en una taberna. Las órdenes de Smith-Dorrien debían ser entregadas en coche y no las recibió hasta las tres de la tarde, mientras que el I Cuerpo de Haig, que no había luchado, recibió sus órdenes por telégrafo una hora antes y pudo organizar su retirada antes del amanecer.
Por aquel entonces ya habían llegado los dos cuerpos laterales alemanes y fue reanudado el ataque, con lo que la retirada del II Cuerpo, que durante todo el día había estado bajo fuego, comenzó a estar otra vez bajo el fuego enemigo. En la confusión que se originó, un batallón no llegó a recibir las órdenes y luchó hasta que fue rodeado y murieron casi todos sus hombres. Solamente dos oficiales y doscientos hombres de un total de mil se salvaron, aunque fueron hechos prisioneros.
Así terminó el primer día de lucha para los primeros soldados ingleses que combatían a un enemigo europeo desde Crimea y los primeros que luchaban en tierras europeas desde Waterloo. Fue un amargo desengaño, tanto para el I Cuerpo, que había marchado adelante bajo el sol y el polvo y ahora se veía obligado a dar media vuelta sin apenas haber disparado un tiro, como todavía mucho más para el II Cuerpo, que se sentía orgulloso de la demostración hecha frente a un afamado y formidable enemigo, pero que no estaba enterado de la superioridad numérica de los alemanes ni de la retirada del Quinto Ejército y que no podía entender la orden de replegarse.
Fue un «grave» desengaño para Henry Wilson, que achacó toda la culpa a Kitchener y al gobierno por haber mandado sólo cuatro divisiones en lugar de las seis previstas.[63] Si éstas hubiesen estado en el frente de combate, alegó con aquella maravillosa incapacidad para admitir el error que finalmente le había de dar el rango de mariscal de campo, «su retirada hubiera sido un avance y la derrota, una victoria».
Sir John French se dejó llevar por la desesperación. Aunque apenas hacía una semana que se encontraba en Francia, la tensión, las angustias y la responsabilidad, combinadas con las iniquidades por parte de Lanrezac y el fracaso producido el primer día de batalla, le habían afectado muy profundamente. Terminó su informe a Kitchener al día siguiente con una sugerencia: «Creo que debe prestarse atención inmediata a la defensa de El Havre».[64] El Havre, en la desembocadura del Sena, se encontraba a cien millas más al sur del puerto de desembarco original de los ingleses en Boulogne.
Ésta fue la Batalla de Mons. Como primera batalla de los ingleses en lo que había de convertirse años más tarde en la Gran Guerra, mereció una categoría y le fue conferido un lugar en el panteón inglés, igual que a las batallas de Hastings o Agincourt. Comenzaron las leyendas en torno a los Ángeles de Mons. Todos sus hombres habían sido unos valientes y todos sus muertos, unos héroes. Y al final, parecía como si Mons, en lugar de una derrota, hubiese significado una victoria. No cabe la menor duda de que en Mons los ingleses lucharon con valentía y bien, mejor que algunas de las unidades francesas, pero no mejor que todas, ni mejor que los belgas en Haelen o los «turcos» en Charleroi, o que la brigada del general Mangin en Onhaye, o que el mismo enemigo en muchas ocasiones. La batalla, antes de que comenzara el repliegue, duró nueve horas, comprometió a dos divisiones, o sea, treinta y cinco mil soldados ingleses, costó un total de mil seiscientas bajas inglesas y detuvo durante un día el avance del ejército de Von Kluck. Durante la Batalla de las Fronteras, en la que combatieron sesenta divisiones francesas, un millón doscientos cincuenta mil hombres combatieron, en diferentes momentos y lugares, durante más de cuatro días. Las bajas francesas, durante esos cuatro días, ascendieron a más de ciento cuarenta mil, es decir, el doble que todo el Cuerpo Expedicionario inglés en Francia.
Charleroi y Mons estaban cubiertas por el blanco polvo de las paredes derruidas de sus casas y señaladas por las ruinas de la batalla. La paja que los soldados habían usado para dormir en las calles se mezclaba con sacos vacíos y restos de vendajes. «Un extraño olor lo invadía todo —escribió Will Irwin—, un olor que nunca antes había oído mencionar en ningún libro sobre la guerra […] el olor de medio millón de hombres que no se habían bañado […] se cernía sobre todas aquellas ciudades por las que pasaban los alemanes».[65] Y con este olor se confundía también el de la sangre y las medicinas, los excrementos de los caballos y el hedor de los cadáveres. Los muertos debían ser enterrados por sus propias tropas antes de medianoche, pero frecuentemente eran tantos, y tan pocos los que podían dedicarse a esa piadosa tarea, que permanecían al aire libre durante días. Los campesinos belgas que intentaban limpiar sus campos después de las batallas recordaban, con sus picos y azadones, a un cuadro de Millet.
Y entre los cadáveres figuraban también los fragmentos del «Plan 17» y destrozadas, asimismo, las Regulaciones de Campaña francesas: «Desde este momento, el Ejército francés no conoce otra ley que la ofensiva […]. Sólo la ofensiva puede llevar a resultados positivos».
Joffre permanecía mágicamente imperturbable entre la debacle de todas las esperanzas francesas, cuya responsabilidad pesaba en última instancia sobre él, y todos sus ejércitos se hallaban en retirada o luchando desesperadamente. Pero al achacar en el acto toda la culpa a los elementos ejecutivos y absolver a los que habían forjado el plan, logró conservar una perfecta confianza en sí mismo y en Francia. Y, al proceder de este modo, consiguió aquella premisa esencial y única para los calamitosos días que se avecinaban.[66]
La mañana del 24 dijo: «No podemos rehuir la evidencia de los hechos», e informó a Messimy de que el Ejército estaba «condenado a una actitud defensiva» y se veía obligado a resistir apoyándose sobre sus líneas fortificadas, procurando desgastar al enemigo y esperando una ocasión favorable para reanudar la ofensiva. Inmediatamente se dedicó a organizar las líneas de repliegue y a preparar el reagrupamiento de sus ejércitos para formar un ejército capaz de reanudar el ataque partiendo de una línea defensiva que se confiaba en establecer en el Somme. Se sentía estimulado por un reciente telegrama de Paléologue desde San Petersburgo y confiaba en que muy pronto los alemanes se verían obligados a retirar fuerzas del Oeste para hacer frente a la amenaza rusa, y al día siguiente de su propio desastre ya confiaba ansiosamente en oír en la lejanía el sordo avanzar del rodillo ruso, pero lo único que recibió fue un telegrama informando de que «estaban en curso graves operaciones estratégicas» en la Prusia oriental y la promesa de «futuras operaciones ofensivas».
Después de la reforma de sus líneas, la labor más urgente con la que se enfrentaba Joffre era hallar la causa del fracaso. Sin ninguna clase de vacilaciones la descubrió «en la incapacidad por parte de sus comandantes». Algunos de ellos se habían hundido bajo el terrible peso de la responsabilidad de mando. Un general de la artillería había tenido que sustituir al comandante del III Cuerpo en el frente de Charleroi cuando el oficial desapareció en el momento más culminante de la batalla. En la Batalla de las Ardenas un general de división del V Cuerpo se suicidó. Los seres humanos, al igual que los planes, pueden fallar en presencia de aquellos ingredientes que no figuran en las maniobras: el peligro, la muerte y las balas. Pero Joffre, que no estaba dispuesto a admitir el fallo de su plan, tampoco lo permitía en sus hombres. Solicitó los nombres de todos aquellos generales que habían demostrado debilidad o incapacidad y aumentó el número de limogés con mano dura.
Del mismo modo que Wilson, que tampoco admitía un error teórico o estratégico, atribuyó el fracaso a la táctica defensiva «a pesar de la superioridad numérica» y a una «falta de espíritu ofensivo». Hubiera podido decir más bien «exceso». En Morhange, en Lorena, en Rossignol, en las Ardenas, en Tamines y en el Sambre no fue demasiado poco, sino demasiado élan lo que ocasionó el fracaso francés. En un «Comunicado a todos los ejércitos», publicado el día siguiente del desastre, el GQG atribuyó la falta a una «falsa interpretación» del espíritu ofensivo. Las Regulaciones de Campaña, alegaba, «habían sido mal interpretadas o mal aplicadas». Los ataques de la infantería habían sido lanzados desde demasiada distancia y sin apoyo de la artillería, sufriendo a causa de ello bajas por fuego de ametralladora que hubiesen podido ser evitadas. Por lo tanto, cuando «se ocupa un terreno hay que organizarse, sin pérdida de tiempo. Hay que cavar trincheras». El «error capital» había sido la falta de coordinación entre la artillería y la infantería, lo que era absolutamente necesario rectificar. Los 75 habían de disparar a la máxima distancia. «Finalmente, hemos de imitar al enemigo en el uso de aeroplanos para preparar los ataques de la artillería». Fuesen cuales fuesen los otros errores cometidos por los franceses, lo cierto es que no había ningún error táctico.
El GQG tuvo menos prisa en localizar los fracasos en sus propias ideas estratégicas, incluso cuando el 24 de agosto el Deuxième Bureau hizo un sorprendente descubrimiento: había descubierto que los cuerpos activos enemigos eran seguidos por cuerpos de la reserva que empleaban el mismo número de cuerpo.[67] Ésta, la primera prueba de que las unidades de la reserva eran usadas en el frente de combate, revelaba la causa de que los alemanes hubieran sido tan fuertes en el centro como en el ala derecha al mismo tiempo. Pero esto no indujo a creer a Joffre que el «Plan 17» se asentaba sobre una base falsa. Continuaba convencido de que se trataba de un buen plan que había fracasado por una deficiente ejecución. Cuando fue llamado a declarar después de la guerra, ante un comité parlamentario, sobre los motivos de la catástrofe que abrió Francia a la invasión, le preguntaron las razones de su opinión de antes de la guerra de que, cuanto más fuerte fuera el ala derecha alemana, tanto mejor para Francia.
—Y sigo creyéndolo —contestó Joffre—. La prueba es que nuestra Batalla de las Fronteras fue planeada para este fin, y si hubiésemos obtenido un éxito habríamos tenido el camino libre ante nosotros […]. Y habríamos alcanzado este éxito si el Cuarto y el Quinto Ejércitos hubiesen luchado bien. Si lo hubieran hecho así, se hubiese conseguido el aniquilamiento de todo el avance alemán.[68]
En la oscura mañana del mes de agosto de 1914 en que comenzó la retirada, casi no culpó al comandante del Cuarto, pues era al del Quinto Ejército a quien él achacaba la responsabilidad. Aunque también los ingleses se descargaron sobre la cabeza de Lanrezac, un anónimo portavoz del Ejército británico declaró que la decisión de Lanrezac de replegarse en lugar de pasar al contraataque el 23 de agosto había evitado «otro Sedán». Y hablando de la insistencia de destinar el Quinto Ejército al oeste del Mosa, a Charleroi, añadió: «No cabe la menor duda de que este cambio de plan salvó al CEB y posiblemente a los ejércitos franceses del aniquilamiento».[69]
El 24 de agosto, lo único que parecía claro y evidente era que los ejércitos franceses se batían en retirada y que el enemigo avanzaba con potencia arrolladora. La amplitud del desastre fue ignorada por la opinión pública hasta el 25 de agosto, cuando los alemanes anunciaron la conquista de Namur y de cinco mil prisioneros.[70] La noticia conmovió a un mundo incrédulo. The Times, de Londres, había afirmado que Namur resistiría un asedio de seis meses, y había caído en cuatro días. En Inglaterra se decía que la conquista de Namur «se considera una evidente desventaja, pues todas las posibilidades de poner un pronto fin a la guerra han disminuido considerablemente».
Sin embargo, nadie podía saber lo lejano que estaba este fin. Nadie podía saber que, en lo que se refería al número de soldados que habían intervenido en la batalla y al número de bajas, ya había sido librada la batalla más grande de la guerra. Pero nadie podía prever sus consecuencias: que la ocupación de toda Bélgica y del norte de Francia pondría a Alemania en posesión del poder industrial de ambos países, de las fábricas de Lieja, del carbón del Borinage, de las minas de hierro de Lorena, las manufacturas de Lila, los ríos, los ferrocarriles y la agricultura, y que su ocupación, cumpliendo las ambiciones alemanas e imprimiendo en Francia la firme resolución de luchar hasta la última gota de su sangre, bloquearía todos los futuros intentos para una paz de compromiso, «una paz sin victoria», y prolongaría la guerra durante otros cuatro años.
Pero no nos adelantemos a los acontecimientos. El 24 de agosto los alemanes se sentían muy confiados y esperanzados. Delante de ellos sólo veían ejércitos derrotados, el genio de Schlieffen había demostrado su valor y la victoria decisiva parecía estar al alcance de los alemanes. En Francia, el presidente Poincaré escribió en su diario: «Tenemos que hacernos a la idea de la retirada y de la invasión. Se han esfumado las ilusiones de los últimos quince días. Ahora el futuro de Francia depende totalmente de sus poderes de resistencia».[71]
El élan no había sido suficiente.