11

Aquella tarde Catherine estuvo aguardando a su padre y le oyó entrar en su despacho. Permaneció sentada y silenciosa, aunque el corazón le estuvo latiendo violentamente por espacio de media hora; luego se levantó y fue a llamar a la puerta del despacho, ceremonia sin la cual nunca cruzaba la oficina de su padre. Al entrar le halló sentado junto al fuego, fumando un cigarro y leyendo el periódico de la noche.

—Tengo que hablarte —comenzó, sentándose en el primer asiento.

—Te escucharé con mucho gusto —le dijo su padre. Esperó con los ojos fijos en Catherine, mientras ella contemplaba el fuego silenciosamente. El doctor sentía curiosidad e impaciencia, pues estaba seguro de que iba a hablarle de Morris Townsend; pero la dejó que se tomase todo el tiempo necesario, pues había decidido tratarla con benevolencia.

—¡Me he comprometido para casarme! —anunció por fin Catherine sin apartar los ojos del fuego.

El doctor sobresaltóse; aquel hecho consumado era más de lo que esperaba; pero no dejó traslucir su sorpresa.

—Has hecho muy bien en decírmelo —repuso simplemente—. ¿Y quién es el feliz mortal honrado con tu elección?

—Mr. Morris Townsend. —Y al pronunciar aquel nombre Catherine miró a su padre. Vio sus claros ojos grises y su sonrisa definida. Después de mirar aquello volvió la vista al fuego; era mucho más caliente.

—¿Cuándo ha sucedido eso? —preguntó el doctor.

—Esta tarde, hace dos horas.

—¿Estuvo aquí Mr. Townsend?

—Sí, papá, en el salón delantero. —Catherine se alegró de no tener que decir que sus esponsales habían tenido lugar bajo los ailantos.

—¿Eso es serio?

—Muy serio.

Su padre quedó silencioso un momento:

—Mr. Townsend debía habérmelo dicho.

—Piensa decírtelo mañana.

—¿Después de que me lo has contado tú? Él debía haberlo dicho antes. ¿Cree que no me importa porque te he dejado tanta libertad?

—No —dijo Catherine—; ya sabe que te importa. Y te estamos muy agradecidos por esa libertad.

El doctor lanzó una risita.

—¿Podías haber hecho mejor uso de ella, Catherine.

—¡Por favor, papá, no me digas eso! —rogó la joven fijando en el doctor sus dulces ojos.

El doctor fumaba y reflexionaba.

—Has ido muy de prisa —dijo al fin.

—Sí, creo que sí —repuso ella sencillamente.

Él apartó su mirada del fuego y la fijó en Catherine.

—No me extraña que le agrades a Mr. Townsend; eres tan sencilla y buena.

—No sé cuál es la razón, pero él me quiere de veras. De eso estoy segura.

—¿Y tú le quieres mucho?

—Claro, pues de lo contrario no me casaría con él.

—Pero le conoces muy poco tiempo, querida.

—¡Oh! —dijo Catherine con cierta ansiedad—, no se tarda mucho en querer a una persona, una vez que se empieza.

—Tienes que haber empezado muy de prisa. ¿Fué la primera vez que le viste en la fiesta que dio tu tía?

—No lo sé, papá —respondió la muchacha—. No puedo decírtelo.

—Claro, eso es cuestión tuya. Habrás observado que yo actúo dejándome llevar de tal principio. No me he mezclado; te he dejado en libertad; he recordado que no eres ya una niña, que has llegado a una edad de discreción.

—Yo me siento muy vieja… muy prudente —dijo Catherine sonriendo.

—Mucho me temo que dentro de poco te sientas más vieja y más prudente. ¡No me agrada tu compromiso!

—¡Ah! —exclamó Catherine, levantándose.

—Querida mía, siento mucho causarte pena, pero no me agrada. Debías haberme consultado antes de hablar. He sido muy benigno contigo y tú te has aprovechado de mi indulgencia. Decididamente, tenías que haberme hablado antes.

Catherine vaciló un momento y luego dijo:

—Tenía miedo de que te disgustase —confesó.

—¡Eso es! ¡Tenías una mala conciencia!

—¡No, no tengo la conciencia mala! —exclamó la joven con considerable energía—. ¡No me acuses de una cosa tan horrible! —En efecto, para ella aquellas palabras eran horribles, estaban asociadas con malhechores y presos—. Era que tenía miedo… miedo —continuó.

—Miedo de haber hecho una locura.

—Miedo de que no te agradase Mr. Townsend.

—Tenías razón. No me agrada.

—Papá querido, tú no le conoces —dijo Catherine con una timidez tal que era conmovedora.

—Cierto; no le conozco íntimamente. Pero le conozco lo bastante; tengo formada mi impresión; tú tampoco le conoces.

Catherine estaba de pie ante el fuego, con las manos cruzadas ante ella; y su padre, reclinado en su asiento hizo aquella observación con una placidez que podía haber sido irritante.

Sin embargo, es dudoso que Catherine se irritase, aunque protestó con vehemencia:

—¡Yo sí le conozco! ¡Le conozco mejor de lo que he conocido a nadie!

—Conoces una parte de él, la que ha decidido mostrarte. Pero el resto no lo conoces.

—¿El resto? ¿Cuál es el resto?

—Cualquiera que sea, tiene que haber mucho.

—No sé lo que quieres decir —dijo Catherine recordando la advertencia de Morris—. ¿Quieres decir que es mercenario?

Su padre la miró con sus ojos fríos y razonables.

—Sí, querida mía, eso quería decir. Pero deseaba evitar el error de hacer aún más interesante a Mr. Townsend diciendo cosas malas de él.

—Yo no las consideraré malas, si son ciertas —dijo Catherine.

—En tal caso, serás una joven muy sensata.

—En todo caso, tú querrás que yo conozca tus razones.

El doctor sonrió.

—Cierto. Tienes perfecto derecho a ello —fumó un momento—. Bien, entonces, sin acusar a Mr. Townsend de estar sólo enamorado de tu fortuna, y de la fortuna que tienes derecho a esperar, te diré que todas estas consideraciones han entrado en sus cálculos, más que lo que requiere una tierna solicitud por tu felicidad. Claro que no es imposible que un joven sienta por ti un afecto desinteresado. Eres una joven cariñosa y honesta, y un joven inteligente se da pronto cuenta de ello. Pero lo principal que sabemos de ese joven, que es, desde luego, muy inteligente, nos induce a creer que por mucho que valore tus méritos personales, valora el dinero mucho más. Lo principal que sabemos de él es que ha llevado una vida disipada, y que para ello se ha gastado una fortuna. Para mí eso es suficiente. Yo deseo que te cases con un joven de otros antecedentes, con un joven que pueda ofrecer garantías positivas. Si Morris Townsend se ha gastado su fortuna en divertirse, hay grandes razones para creer que se gastaría la tuya.

El doctor hizo aquellas observaciones lenta y deliberadamente, con pausas y acentuaciones, sin tener en cuenta la inquietud de la pobre Catherine, acerca de la conclusión que adoptaría. Ella se sentó por fin, con la cabeza inclinada, los ojos fijos en su padre; y, cosa rara —no sé casi cómo decirlo—, aun cuando se daba cuenta de que todo aquello iba directamente contra ella, no pudo menos de admirar la nobleza y justeza de su expresión. Había algo de abrumador e inútil en las discusiones con su padre; pero de todas maneras quiso poner en claro su posición. El doctor estaba tranquilo y ella debía mantenerse serena. Pero el esfuerzo para conseguirlo la hacía temblar.

—Eso no es lo principal que sabemos acerca de él —dijo ella; y la voz le temblaba ligeramente—. Hay otras cosas, muchas cosas. Tiene grandes dotes, desea grandemente hacer algo. Es cariñoso, generoso y sincero —dijo la pobre Catherine, que no había sospechado hasta entonces los recursos de su elocuencia—. Y su fortuna, la fortuna que se gastó, era muy pequeña.

—Razón de más para que no se la hubiese gastado —exclamó el doctor poniéndose en pie y lanzando una carcajada. Luego, al ver que Catherine se había levantado también y permanecía ante él, deseando tanto y expresando tan poco, la atrajo hacia sí y la besó.

—¡No irás a pensar que soy cruel! —le dijo, estrechándola entre sus brazos.

Aquella pregunta no era tranquilizadora; por el contrario, le parecía a Catherine sugeridora de posibilidades que la espantaban. Pero respondió con bastante coherencia:

—No, papá querido; porque si supieses lo que yo siento y debes saberlo, puesto que lo sabes todo, serías más cariñoso, más compasivo… Por lo tanto, no puedo llegar a creer que seas cruel intencionadamente.

—Sí, creo que sé lo que tú sientes —dijo el doctor—. Y voy a ser cariñoso contigo, ten la seguridad de ello. Mañana hablaré con Mr. Townsend y espero que todo pueda arreglarse. Entretanto, procura no precipitar los acontecimientos y hazme el favor de no decir a nadie que estás comprometida.