26

Melbourne, Victoria, Australia

—¡Nina! ¡Ven, rápido!

Nina entró corriendo en el salón de su casa de Melbourne, esperando encontrar a su hermana en algún apuro o, aún peor, a su sobrina en algún apuro. En cambio, tanto Hilary como su hija de diez años, Lucy, estaban sentadas viendo la tele.

—¿Qué pasa? ¿Qué quieres?

Hilary señaló el televisor.

—Rápido. Mira. Esa mujer.

Nina miró. Era un programa infantil, lleno de colores y voces alegres con una presentadora. Una pelirroja delgada y sonriente de unos treinta y pocos años, que tan pronto hablaba directamente a cámara como le hablaba a la marioneta con forma de calcetín y pelo azul que llevaba en la mano derecha.

—¡Exacto, Bobbie! —dijo en ese momento con su alegre acento inglés—. ¡Hoy es el día del naranja! Así que vamos a pensar en todas las cosas de ese color que conocemos. ¿Cómo has dicho, Bobbie? —Se inclinó y pegó la oreja a la boca de la marioneta—. ¡Sí, señor! ¡Las naranjas son de color naranja! Y nosotros sabemos una canción sobre eso, ¿verdad?

—Gracias, Hilary —dijo Nina—. Se me había olvidado por completo que hoy es el día del naranja.

—¿No la reconoces?

—¿Me hablas de la mujer o de la marioneta?

—De la mujer. La marioneta es un chico. Espera, voy a bajar el volumen, la música es molesta.

La mujer de la pantalla parecía todavía más rara sin el sonido, moviéndose de un lado para otro y sonriéndole de esa forma tan exagerada al calcetín.

—¿Caes ya o no? —le preguntó Hilary.

Nina negó con la cabeza.

—Es Audrey Templeton.

Nina se quedó pasmada.

—¿Cómo es posible?

—No lo sé, pero es ella. He visto su nombre en los créditos.

—Estábamos buscando Bob Esponja en los canales por cable, pero en vez de eso han puesto este programa —terció Lucy.

Nina no podía apartar los ojos del televisor.

—¿Es un programa inglés?

—No lo sé —respondió Hilary mientras dos marionetas más, dos zarigüeyas, aparecían junto al calcetín—. ¿Un programa inglés tendría este tipo de animales? ¿Te parece ella? ¿Es tu Audrey?

—No es «mi Audrey». No la he visto desde hace dieciséis años. Y no tengo ni idea de cómo está.

Hilary captó algo en el tono de voz de su hermana.

—Lo siento. ¿Quieres que lo quite?

—¡No! —exclamó Lucy, que se acercó al televisor—. La marioneta es graciosa.

Hilary le dio el mando a distancia a su hija y siguió a Nina hasta la cocina.

—¿Te ayudo con la cena?

Nina negó con la cabeza mientras guardaba el cuenco de la ensalada en el frigorífico.

—Ya casi he terminado.

—Lo siento, Nina.

—¿Por qué?

—Por haberte llamado. Debería haber apagado el televisor sin decirte nada. Seguro que ni siquiera es ella.

Nina estaba removiendo el contenido de las sartenes que tenía al fuego.

—Puede que lo sea. Siempre quiso ser artista.

—Es la que dejó de hablar, ¿verdad? Me alegro de ver que ha recuperado la voz. Aunque lo del calcetín mudo es una pena. —Hilary le sonrió—. Casi te he hecho reír. Vamos, no te va a doler.

—Es tan infantil…

—No seas tan arrogante. ¿Qué te pasa, Nina?

—Nada.

—Vamos, dímelo. Estás muy nerviosa desde que llegamos.

Nina se sentó mientras miraba de reojo hacia el salón. Lucy estaba de pie delante de la tele, bailando y cantando.

—Es que es raro que haya pasado hoy. Ver de esta forma a una Templeton en la tele.

—¿Por qué es raro?

Nina titubeó.

—Esta semana he recibido una carta…

—¿De uno de los Templeton? ¿Después de todos estos años?

Nina asintió con la cabeza.

—De Hope.

—¿¡Hope te ha escrito!? ¿La malvada y borracha Hope? ¿Para pedirte unas cuantas botellas de vino australiano?

—En realidad, me ha escrito para invitarme a pasar una semana en Templeton Hall. El mes que viene. Con todos los gastos pagados.

Hilary se echó a reír.

—Estás de broma, ¿verdad? —Miró a su hermana de forma penetrante—. Estás hablando en serio. ¿Por qué narices no me lo has dicho?

—No sabía cómo decírtelo.

—Pues mira que es fácil. Hilary, resulta que de buenas a primeras he tenido noticias de una familia a la que no quiero volver a ver ni en pintura. Me han invitado a pasar unas vacaciones en el único lugar del mundo donde no quiero volver a poner un pie.

—Recuérdame que te contrate como escritora de discursos, ¿vale?

—¿Por qué narices te ha invitado a ir a ese sitio? ¿Para pasar una semana de retiro?

—No. Hay compañía.

—¿Ella también va? —Hilary rio—. La cosa mejora. Te lo ibas a pasar genial. Una entrañable reunión con Hope…

—Con Hope y con Gracie.

—¿¡Con Gracie!? —Al ver que su hermana asentía con la cabeza, Hilary silbó por lo bajo—. ¡Madre mía! Tengo que ver esa carta.

Nina fue a su dormitorio y volvió con un sobre de aspecto oficial. Hilary lo abrió. Había una nota impresa en un papel con membrete de un abogado de Castlemaine. Junto a ella había una extensa carta escrita en papel lila. La letra era grande, inclinada y florida. Hilary no llegaba a entenderla.

—Deja que te ayude —se ofreció Nina, que se la quitó y empezó a leer en voz alta—: Querida Nina, sé que esta carta será toda una sorpresa para ti, inesperada y desagradable posiblemente, pero espero que la leas hasta el final y que reflexiones sobre lo que tengo que decirte. Te escribo para invitarte a pasar una semana en Templeton Hall. Los gastos corren de mi cuenta. También he invitado a mi hermana y a toda mi familia, pero de momento solo Gracie tiene la posibilidad de acompañarme. A lo largo de estos últimos doce años, desde que se me concedió el don de la sobriedad, he tenido tanto la oportunidad como el motivo para reflexionar sobre muchos aspectos de mi vida. Y, en particular, para reflexionar sobre todas esas ocasiones en las que les hice daño a los demás con mi comportamiento egoísta. Me he encomendado la misión de reparar todo ese daño si me es posible. A veces, ha sido un camino difícil y solitario, pero me siento honrada de poder tomarlo. Mis intentos de acercamiento han sido rechazados en muchas ocasiones, cosa que acepto. Todos los días doy gracias por haber tenido la oportunidad no solo de cambiar mi comportamiento, sino también de cambiar mi vida, y no puedo esperar que las personas que se sienten dolidas, que han sufrido por mi culpa o que recelan de mí y de mis intenciones se unan alegremente a mi viaje.

—¡Madre del amor hermoso! ¿Se ha tragado un diccionario de autoayuda o qué?

Nina siguió leyendo:

—Tengo muchas personas a las que agradecerles el apoyo que me han dado cuando necesitaba ser fuerte y valiente desde el punto de vista emocional y mental, y muchas más a las que necesito pedirles perdón. He hecho lo que yo considero un inventario de mi vida, y el periodo que pasé en Templeton Hall sigue siendo una época lamentable y bochornosa para mí. Gracias a una trágica circunstancia, la muerte de mi amado compañero, ahora cuento con el respaldo de una fortuna, aunque lo interpreto como una señal de que necesito hacer más cosas. Necesito ser más fuerte, más firme y más generosa. A veces, la única forma de sanar es volver hacia atrás, y eso es lo que espero hacer. Creo que aquella lejana época en Templeton Hall fue una experiencia que cambió las vidas de muchos de nosotros de forma muy distinta a medida que pasaban cosas, se producían grietas y, con respecto a mi querida sobrina Gracie y tu adorado hijo Thomas, se entablaban relaciones que acabaron en traumáticos desenlaces. —Nina dejó de leer llegada a ese punto—. Nunca ha sido Thomas —puntualizó.

—Da igual, sigue —la instó su hermana.

—Esta no es la ocasión propicia para explayarme en mis creencias, pero de verdad siento que hay heridas muy profundas producidas en aquel entonces que necesitan sanar. Quiero dejarte muy claro que me responsabilizo plenamente del papel que jugué en aquella época. He intentando reparar el daño que les hice a todos los miembros de mi familia, pero las circunstancias y la geografía siempre han jugado en mi contra y siguen haciéndolo. De todas formas, estoy deseando pasar esa semana con Gracie en ese entorno tan familiar y agradable. Rezaré para que ambas encontremos un poco de paz y para que nuestras heridas cicatricen. Le he dicho a mi abogado en Castlemaine que se ponga de acuerdo contigo en el caso de que aceptes mi invitación, cosa que espero que hagas. Por supuesto, si decides emprender este viaje conmigo, todos los costes corren de mi cuenta. Tendrás el dinero con antelación. —Nina alzó la vista—. Y después hay una lista con los nombres y los números de teléfono a los que tengo que llamar si acepto.

—¿Si aceptas? ¿De verdad lo estás considerando? ¿Te has vuelto loca? —Hilary le quitó la carta y la leyó mientras Nina la observaba en silencio—. Como ya te he dicho antes, o se ha tragado un montón de libros de autoayuda o ha fundado un nuevo culto religioso. ¿Y por qué narices quieres volver a ver a Gracie después de que dejara tirado a Tom de aquella manera? —Hilary dobló las páginas con movimientos firmes—. Tírala a la basura, Nina. Solo dice un montón de chorradas y el abogado no tenía ningún derecho a enviártela. Además, ¿cómo sabía tu dirección?

—Se la dio Jenny.

—¿Jenny, la de Castlemaine? —Hilary frunció el ceño—. ¿Cómo lo sabes?

—Me lo dijo el abogado cuando lo llamé para hablar de la carta.

—¿Ya lo has llamado? ¿De verdad lo estás considerando? Nina, ¿qué tienes que decirles a los Templeton? Lo único que vas a conseguir es que todo aquello vuelva, que se reabran las heridas. No sé si recuerdas que me hiciste jurar que jamás te permitiera volver a relacionarte con ellos. Con todos ellos, Nina. No te dejes arrastrar por los jueguecitos de Hope. ¡Por Dios, ni que tuvieras motivos para sentirte culpable!

Nina titubeó un segundo.

—No, no tengo motivos.

—Pues entonces pasa de ella y de sus locuras —replicó Hilary con firmeza.

—Asunto concluido.

En el otro extremo de Melbourne, la redacción del periódico, situado en un alto edificio de cristal con vistas a Docklands, era un hervidero ensordecedor entre los ordenadores, los televisores y las conversaciones telefónicas. A lo largo de las paredes, se alineaban una serie de cubículos de cristal y el centro estaba ocupado por unas mesas. Sentado a una mesa de un rincón de la sección de deportes, un hombre moreno contemplaba el monitor de su ordenador con el auricular del teléfono sujeto entre el hombro y la barbilla mientras tecleaba. Su mesa era un caos de mensajes de correo electrónico impresos, listados de equipos, horarios de encuentros y tazas de café sucias.

—Bienvenido, forastero —le dijo una chica con una sonrisa mientras pasaba frente a su mesa—. Qué bien para algunos que han podido estar tomando el sol en el Caribe. —Dejó un montón de cartas delante de él—. Tíralas o ábrelas, no hay nada nuevo.

Le sonrió, agradecido, y empezó a abrirlas mientras seguía hablando por teléfono. El sobre con el matasellos de Castlemaine era el tercero del montón. Lo abrió y encontró una carta escrita en papel lila con una nota impresa en un papel con el membrete de un abogado. Le echó un vistazo, y después la leyó con atención. Al cabo de un momento, colgó el teléfono y siguió leyendo. El teléfono sonó una vez, dos, tres. No le hizo ni caso, de modo que al final dejó de sonar.

Después de leer dos veces la carta manuscrita, la dobló con cuidado, la devolvió al sobre y se la guardó en el bolsillo. Siguió sentado un rato con los dedos enterrados en su pelo oscuro, contemplando en silencio el monitor.

El teléfono empezó a sonar de nuevo. Pasó de él otra vez. En vez de contestar, se levantó, cogió el bastón que estaba apoyado en su mesa y salió caminando de la redacción.