Sligo, Irlanda
—Spencer, despierta.
—Estoy despierto.
—Despiértate, vístete y a la furgoneta, así, en ese orden. Llegas tarde.
—No llego tarde. Tengo resaca y necesito dormir más.
—Spencer, venga. Donal acaba de llamar. No tiene la llave, los alumnos de la clase matinal ya están allí y el periodista llegará dentro de media hora.
—Dile a Donal que la llave está en el llavero. Habla tú con el periodista. Eres mucho más simpática que yo.
—No quiere hablar conmigo. Quiere hablar contigo. Vamos, Tiburón. Llevamos semanas organizando todo esto. No la cagues ahora.
Spencer se sentó, se apartó los rizos de la cara y se desperezó mientras bostezaba de forma exagerada. La cicatriz blanca que tenía en la parte izquierda del pecho contrastaba enormemente con su piel bronceada. Le dio unas palmaditas a la cama mientras miraba de forma sugerente a la preciosa morena que echaba chispas por los ojos.
—Ven aquí un ratito antes de que me vaya, Ciara, cariño mío. Estoy despierto. En la cama. Así que vamos a darle un buen uso.
Ciara le tiró una almohada.
—Spencer, levántate y vístete. Me voy dentro de diez minutos. O estás listo o te vas andando.
Spencer volvió a desperezarse.
—Te estás volviendo un poco cascarrabias, ¿sabes?
—Y tú te pareces cada día más a tu padre.
En ese momento, sonó el teléfono de la mesita de noche. Ciara se interpuso.
—No lo cojas, Spencer. Que salte el contestador. —Al cabo de unos segundos, también sonó el móvil, que estaba en el suelo, al lado de la cama. Ciara lo cogió y se lo metió en el bolsillo—. Si es urgente, volverán a llamar. Deprisa, Spencer. Arriba. Métete en la ducha antes de que yo te meta a empujones.
—¿Vas a ducharte conmigo? Eso me gusta más.
—Spencer, ¡muévete!
Diez minutos después, estaban en su pequeña furgoneta azul, alejándose de la casita que habían alquilado a las afueras de Sligo. Ciara conducía. Spencer estaba ocupado con la radio, pero acabó apagándola después de comprobar que solo había tertulias. Alargó el brazo y le colocó la mano a Ciara en el muslo. Ella se la apartó de un manotazo. Él repitió el gesto muy despacio, rozándola con la punta de los dedos y retirándose antes de volver a acercarse de nuevo. Ciara lo volvió a apartar. Unos minutos después, hizo un tercer intento, exagerando la lentitud de sus movimientos por encima del asiento y gimoteando como un cachorrito perdido hasta que su mano tocó de nuevo la pierna enfundada en el vaquero. En esa ocasión, Ciara no lo apartó, se limitó a menear la cabeza, pero fue incapaz de contener una sonrisilla.
—Spencer Templeton, eres incorregible. ¿Lo sabías?
—Pues sí. No sé bien cómo se escribe, pero estoy totalmente de acuerdo. —Sonrió, le dio un apretón en el muslo y después abrió la guantera, de donde sacó un paquete de tabaco para liar y papel de fumar. Después de liarse un cigarro muy fino, bajó la ventanilla, lo encendió, le dio una larga calada y suspiró satisfecho, tras lo cual miró de nuevo a Ciara—. Que sepas que no me ha hecho mucha gracia lo que has dicho antes. La comparación con mi padre.
—No pretendía ser graciosa.
—Solo lo has visto una vez, ¿verdad? ¿El día que fue a Galway para la feria de antigüedades?
—Sí, pero he hablado con él por teléfono varias veces, he visto fotos y he leído las postales que te envía. Spencer, hasta una tonta como yo, que resulta que estoy enamorada de ti y vivo contigo como expiación a mis pecados, sería incapaz de pasar por alto lo mucho que te pareces a tu padre.
—Qué ilusión.
—Los dos sois guapos. Tenéis labia. Sois carismáticos…
Spencer hizo un gesto ufano.
—Engreídos. Informales. ¿Cuántas veces ha dicho que va a visitarnos y ha cancelado sus planes en el último momento?
—Es un hombre ocupado.
—Sí, Spencer. Es un encantador… de serpientes. Cualquiera que se fíe de una sola palabra que salga de vuestra boca es imbécil.
—¡Ciara, Ciara, amor mío! ¿Quieres decir que esta apasionada historia de amor que tenemos desde hace dos años…?
—Catorce meses.
—¿… no se basa en una sólida confianza? ¿En el respeto mutuo? ¿Solo en la lujuria y en la conveniencia? ¿Un matrimonio de dos mentes unidas por los negocios, y no de cuerpos y almas?
—Cállate, Spencer. Deja tu piquito de oro para el periodista, ¿vale?
Cinco minutos después, atravesaban el pueblo de Strandhill. Dejaron atrás el Strand Bar y giraron a la izquierda para llegar al paseo marítimo. Era una mañana fresca y clara, con un cielo azul despejado donde solo se apreciaba un banco de nubes en el este. Las olas relucían con destellos plateados y reflejaban la luz del sol. Los alumnos más madrugadores ya estaban sobre sus espumosas crestas. En la playa había dos grupos más de alumnos, vestidos con los trajes de neopreno y pertrechados con sus tablas. Ciara aparcó en el primer hueco libre que vio, apenas a un metro de la señal que ella misma había pintado una semana antes: «Escuela de Surf Tiburón por aquí.» La alegre flecha tenía forma de aleta de tiburón. Le alegró ver que la puerta principal del colorido edificio estaba abierta. Era evidente que Donal había encontrado una llave en algún sitio. Los alumnos de la mañana estaban frente al cobertizo, poniéndose los trajes y sacando las tablas.
Antes de que Spencer y ella bajaran de la furgoneta, un coche aparcó junto a ellos. Del asiento del conductor se apeó un hombre joven y del otro, un hombre de mediana edad con una cámara de fotos.
—Joder. Pues sí que madrugan —protestó Ciara, que se apresuró a sacar un paquete de caramelos de menta para dárselos a Spencer—. Cómetelos ahora mismo, Tiburón. Un héroe del surf que apeste a tabaco no cuadra mucho.
Una hora después, la entrevista había acabado y Spencer estaba posando para las fotografías. Primero delante de las instalaciones de la Escuela Tiburón con una tabla de surf debajo del brazo, y después junto al cañón del paseo marítimo. Ciara se mantuvo cerca durante todo el proceso, esperando que Spencer lograra mantener la seriedad. La última sesión de fotos que ella había organizado tuvo que ser descartada al descubrir que Spencer había hecho gestos tontos en casi todas las fotos. De momento, ese día la cosa iba bien. Definitivamente, ofrecía la imagen de un instructor de surf con su pelo rubio alborotado por la brisa del mar y el contraste de su traje azul eléctrico con la tabla blanca.
Spencer había soltado la tabla en el suelo y estaba haciendo posturitas sobre ella cuando volvieron a llamarlo al móvil, que seguía en el bolsillo de Ciara. Se apartó un poco para que no la escucharan, vio quién llamaba y contestó.
—Hola, Charlotte. ¿Estás trasnochando?
—¿Ciara? ¿Ahora eres la secretaria de Spencer? Cuanto antes nos conozcamos en persona y te cuente la verdad sobre mi hermano, mejor. ¿O le has robado el móvil? Buena chica. No, no estoy trasnochando. Me he levantado temprano y estoy tratando de contactar con mis hermanos antes de que Hope intente absorberlos. ¿Ha hablado ya con Spencer? No me digas que le ha dicho que sí.
—Charlotte, lo siento, pero no tengo ni idea de lo que estás hablando.
—La tía Hope. Nuestra Bendita Tía Hope que ahora da más problemas que cuando tenía a la botella de vino y a su mente diabólica como únicos compañeros. ¿Todavía no ha llamado a Spencer? No sé si eso es bueno o malo.
—Es posible que lo haya llamado. Anoche nos acostamos tarde y todavía no hemos comprobado los mensajes.
—Bien. Si ha llamado, dile a Spencer que no le devuelva la llamada hasta que haya hablado conmigo. Mi tía está tramando algo y no quiero que los demás accedan hasta haberme enterado de todo. Ahora que lo pienso, se me está ocurriendo una idea. Ciara, ¿puedes llamar a Hope y decirle que…?
—Ni hablar. Bastantes problemas tengo con un Templeton como para empezar ahora con una tía medio loca.
—¡Pero si le vas a encantar! Ese acento tan maravilloso que tenéis los irlandeses y…
—No me dores más la píldora —la interrumpió Ciara entre carcajadas—. Le diré a Spencer que te llame. Está acabando con la sesión de fotos.
—¿Para su ficha policial?
—En realidad, es para un periódico de tirada nacional.
—¡Madre del amor hermoso! No me digas que sigue con la tontería de Tiburón. ¿Todavía no lo han descubierto?
—¿A qué te refieres? ¿Qué es lo que no han descubierto?
—Es una historia tan larga que no tengo tiempo ni de empezar a contártela. Dile que no me devuelva la llamada. Hoy tengo una ceremonia de graduación y todavía no he firmado los diplomas. Luego lo llamaré. Gracias, Ciara. —Y colgó antes de que Ciara pudiera despedirse.
De vuelta en la oficina una vez que el fotógrafo y el periodista se marcharon, Ciara y Spencer analizaron la entrevista.
—He estado genial, lo reconozco —dijo Spencer—. Ingenioso y modesto. Si el negocio no fuera mío, me apuntaría a una clase ahora mismo.
—El negocio es «nuestro», no tuyo. ¿Les has comentado que el número de alumnos va en aumento? ¿Que vienen de todas partes del mundo?
Spencer se dio una palmada en la frente.
—Ay, no. Se me ha olvidado. Me he puesto a hablar sobre el precio del oro y sobre las esperanzas de la selección inglesa en el Campeonato del Mundo y se me ha ido el santo al cielo. —Puso los ojos en blanco—. Sí, Ciara, me he referido al tema central de la entrevista un par de veces. Te habrías sentido orgullosa de mí.
—¿Han conseguido todas las fotos que necesitaban?
—Querían hacerme una en el agua, subido en la tabla, pero les he dicho que tengo una contractura muscular, y se han llevado una desilusión. Así que me han pedido que les mandemos una copia del artículo del Tiburón. Querían llevárselo, pero les he dicho que es demasiado valioso como para perderlo de vista. Esa era la respuesta correcta, ¿verdad, Ciara? ¿O debería haberlo consultado contigo primero?
Ciara pasó por alto el sarcasmo y cogió el artículo en cuestión, que estaba enmarcado y colgado en la pared. Sabía que la foto de Spencer que lo ilustraba era genial. En aquel entonces tenía diecinueve años y el titular sobre la foto era lo que le había dado nombre a la escuela de surf: «¡Tiburón!» A sus veintiséis años, no había cambiado mucho, pensó Ciara. Aún conservaba los rebeldes rizos rubios, la cara de niño y la sonrisa descarada. Su madre lo había apodado «Artful Dodger», como el personaje de Oliver Twist, en cuanto lo vio la primera vez que Ciara lo llevó a Sligo para presentarle a la familia, un mes después de que se conocieran en un pub irlandés en Londres.
Spencer replicó en consonancia, riéndose por la broma.
—¿Artful Dodger? Muy bonito, gracias. ¿Te refieres al niño entrañable y travieso de la película o al criminal con cara de niño del libro?
—Prefiero reservarme la opinión —respondió su madre.
Ciara le comentó lo de la llamada de Charlotte en cuanto Spencer se sentó para comprobar el correo electrónico. Lo vio encogerse de hombros.
—Charlotte siempre ha tenido un problema con Hope. Seguro que solo quiere quedar para tomarnos una copa, un licor de saúco, o cualquier otro licor por el que le haya dado ahora.
—Me encantaría conocer a Hope.
—No, no te gustaría nada —la contradijo Spencer.
—En realidad, me encantaría conocer a toda tu familia.
—Hazme caso, no te gustaría.
Ciara no le contó el resto de la conversación con Charlotte hasta que acabó de escanear el artículo con la foto y se lo mandó al periodista.
—Te llevas bien con Charlotte, ¿verdad?
Spencer soltó una carcajada.
—Nadie se «lleva bien» con Charlotte. O hacemos lo que ella dice o sufrimos el ataque de su lengua viperina. ¿O son los latigazos de su lengua viperina? ¿Por qué lo preguntas?
—Porque ha comentado algo así sobre «esa tontería de Tiburón».
—Pasa de ella —Spencer se encogió de hombros mientras seguía liándose otro cigarro a pesar de estar sentado en frente de un cartel que rezaba: «Prohibido fumar»—. Mi hermana cree que lo estoy exprimiendo demasiado.
—Pues no lo ha dicho en ese sentido. Me ha preguntado: «¿Todavía no lo han descubierto?» —Hizo una buena imitación del acento yanqui de Charlotte—. ¿Qué hay que descubrir? ¿Que no fuiste tú quien tuvo ese encuentro con el tiburón?
—Ciara, Charlotte es una follonera. Siempre lo ha sido. ¿Puedo volver a casa ya para acostarme? ¿No he sido un niño bueno? He enseñado el careto, conquistado a la prensa…
—¿No quieres coger unas olas antes? Sin que sirva de precedente, vas vestido para hacerlo.
—¿Con este tiempo? —Fingió un escalofrío—. Estás de coña. Eso sí, si mi escuela de surf estuviera en Hawái, bajo un sol abrasador y con las palmeras meciéndose en la brisa, a lo mejor…
—Spencer, anoche se me ocurrió una cosa muy graciosa mientras estaba en la cama.
—¿Tiene algo que ver con un disfraz de doncella francesa?
Ciara pasó por alto la pregunta.
—Me he dado cuenta de que te conozco desde hace más de un año, de que llevamos ocho meses viviendo juntos, de que hemos montado una escuela de surf, de que he hecho todo lo posible para promocionarla y, sin embargo, nunca te he visto practicarlo.
—Seguro que sí.
—Ni una sola vez. Cuando nos conocimos en Londres, tenías las costillas magulladas. Cuando nos mudamos aquí, tuviste el problema en los gemelos. Y desde entonces o bien has sufrido más problemas musculares o bien afirmas que sería contraproducente para las matriculaciones que te vean en el agua hasta volver a ponerte en forma.
—¿Ves cómo me preocupo por la prosperidad del negocio?
—Spencer, estoy hablando en serio. ¿No te parece gracioso que te haya ayudado a montar una escuela de surf y que no te haya visto nunca subido en la tabla?
—Tu tío es cirujano, ¿lo has visto operar?
—Pues no, pero…
—Tu madre es florista. ¿La has visto plantar flores?
—Spencer…
—Querida Ciara, a veces piensas y te preocupas demasiado. ¿Por qué no te relajas? ¿No te parece que nuestra vida en común es perfecta? ¿Quién me necesita en el agua cuando hemos conseguido un equipo sensacional de instructores australianos y neozelandeses para que hagan nuestro trabajo? Ya estamos obteniendo beneficios y solo hace seis meses que empezamos. Y gracias a tu denodado esfuerzo, estamos a punto de obtener más publicidad y más beneficios. Tenemos una APU, un Arma de Promoción Única, conmigo a la cabeza, el mismo Tiburón, lo que nos distancia del resto de escuelas de surf existentes en la majestuosa Irlanda. ¿Qué más podemos pedir?
—¿Estás hablando conmigo o practicando un soliloquio para algún tribunal?
Spencer sonrió.
—Te lo has ganado.
Ciara devolvió el artículo al marco con cuidado y con expresión pensativa.
—Sin embargo, sería gracioso si al final resultara que no tienes ni idea de surf, ¿verdad?
—No solo sería gracioso. Sería para tirarse de los pelos. —Soltó el cigarro a medio fumar, tiró de Ciara para acercarla y le dio un beso en la coronilla—. Ven aquí, preciosa mía. Eres la novia más guapa, trabajadora, concienzuda, sexy y dulce del mundo. Si no me dejas volver a la cama, te invito a desayunar.