La mudanza de sus muebles y sus pertenencias de la granja al apartamento fue rápida y fácil. Las alegres cortinas de Nina, sus muebles pintados y sus coloridas alfombras lucían mucho más en su nuevo hogar. Y le pareció un buen presagio recibir el día anterior a la mudanza un encargo para pintar varios diseños para una serie de tarjetas de felicitación.
Empezó el trabajo en su nuevo estudio al día siguiente y sí, la luz era buena, y resultaba muy estimulante pintar con la puerta abierta de par en par, contemplando los campos y los eucaliptos, sin el depósito y el cobertizo que le tapaban las vistas en la granja.
Su mayor preocupación, estar bajo el continuo escrutinio de los Templeton, demostró ser infundada. El diseño del apartamento y su ubicación en el extremo oriental de Templeton Hall le otorgaban una gran intimidad. Además, la valla que separaba los jardines crujía, de la misma manera que la gravilla del camino, así que sabía de antemano cuándo iba a recibir la visita de Gracie, porque normalmente era Gracie quien la visitaba.
—Mi madre dice que debo limitar mis visitas a una al día, pero podría venir por las mañanas y quedarme todo el día, ¿verdad, Nina? Técnicamente sería una sola visita.
—Técnicamente sí, Gracie, pero es que necesito trabajar.
—Estaré muy callada y quietecita. Ni siquiera notarás que estoy aquí.
Nina le pidió con toda la sutileza y la delicadeza posibles que por favor la dejara trabajar a solas hasta las tres de la tarde todos los días.
—Después de esta hora, estaré encantada de verte.
—¿No antes de las tres? ¿Y si pasa algo importante y vengo corriendo a decírtelo?
—Si es muy importante, contará como una circunstancia especial. Pero, si no, por favor, necesito instalarme y organizar una rutina estable de trabajo, Gracie.
—Lo intentaré —replicó Gracie con gran solemnidad.
Durante los siguientes quince días, la vida de Nina fue casi idílica. Gracie cumplió la norma casi a rajatabla. Nina trabajó en sus pinturas. Por suerte, Eleanor y Spencer se recuperaron pronto de la gripe y no volvieron a requerir de su ayuda para las visitas guiadas. Audrey seguía sin hablar y se negaba a volver al internado, pero Gracie le comunicó con alegría que su hermana se uniría al programa de escolarización en casa.
—He oído cómo mi madre llamaba por teléfono a la directora del colegio —le dijo—. Al parecer, su silencio es una fase de rebeldía adolescente. No tenemos que darle importancia. Hablará cuando lo crea oportuno.
En cuanto a Hope, Nina no sabía nada de ella desde que se mudó a Templeton Hall.
—Ha vuelto a beber mucho —le informó Gracie como si tal cosa—. Cuando eso pasa, no se deja ver demasiado.
Tom se había adaptado muy bien a su nuevo hogar, cosa que a Nina le alegraba mucho. Sus entrenamientos de críquet habían pasado de tres tardes a la semana a cinco, ya que la fecha del partido se acercaba. Spencer no estaba muy contento con el cambio.
—¿Otra vez tienes que entrenar? —protestó una tarde, cuando fue a verlos justo cuando estaban a punto de marcharse—. Ya no te veo nunca.
Tom le repetía todos los días lo mucho que le gustaba el apartamento.
—Es un arreglo perfecto, ¿verdad? Para todos. Para nosotros y para los Templeton.
Externamente, Nina estaba de acuerdo con él. Por dentro, esperaba que tuviera razón.
En Templeton Hall, las preocupaciones de Gracie comenzaban a aumentar otra vez. Era maravilloso tener tan cerca a Nina y a Tom, pero las cosas no iban bien en su propia familia. Y esa vez no tenía nada que ver con Audrey ni con Hope. Eran sus padres de nuevo. No paraban de pelearse, bien a gritos o bien sin hablarse durante días.
Gracie se preguntaba si sería la única consciente de la tensión. Spencer parecía ajeno a todo. Estaba muy ocupado con el proyecto que estaban haciendo Tom y él, al menos cuando Tom no tenía entrenamiento de críquet. Ella había ido a la charca y había visto la balsa en construcción. El proyecto del que llevaban meses hablando. Era enorme, el triple de grande que la cama de sus padres. Cuando se atrevió a insinuar que tal vez fuera demasiado grande para una charca tan pequeña, Spencer le dijo:
—¿Y tú qué sabes? Solo eres una niña.
Tom no se burló de ella. Fue muy simpático y le explicó cómo la estaban construyendo. Por lo que pudo ver, consistía en enrollar dos kilómetros de cuerda alrededor de unas planchas metálicas oxidadas. También le prometió darle una vuelta cuando estuviera acabada.
—¡Después de que nosotros la probemos! —gritó Spencer desde el otro lado.
Tom se limitó a sonreír y más o menos puso los ojos en blanco mirando a Spencer, y Gracie volvió a sentir esa emoción tan dulce.
Al menos Audrey salía más a menudo de su dormitorio, aunque no hablara con nadie. En cuanto a Hope, Gracie no sabía cómo estaba. Cuanto más tiempo pasara su tía en su dormitorio, más contenta estaba ella. Una tarde escuchó que Spencer subía las escaleras con un sonido muy peculiar, pero decidió no hacer nada. Solo porque a ella le pareciera que llevaba varias botellas escondidas debajo de la chaqueta no significaba que lo estuviera haciendo, ¿verdad?
Y Charlotte, al menos, era feliz en Chicago. Delirantemente feliz, le dijo un día por teléfono, ya que hablaban todas las semanas. El apartamento del señor Giles era enorme, al parecer. Con unas vistas impresionantes del lago Michigan.
—Es tan grande que parece el mar en vez de un lago.
Su hermana había estado de tiendas, y había comprado ropa y libros en lo que llamaban «la Milla Magnífica».
—Así llaman a un tramo de la Avenida North Michigan, Gracie. Deberías ver las tiendas. Nunca he visto tantas firmas juntas y eso que no me interesa la moda. ¡El señor Giles me ha dado una tarjeta de crédito!
Y lo mejor, según Charlotte, era que Ethan no se había convertido en un monstruo insoportable al regresar a su ambiente habitual.
—Es el trabajo más fácil del mundo —aseguraba su hermana—. Lo llevo al colegio, o al béisbol, o a visitar a sus amigos. Y luego lo recojo y pasamos el resto del día jugando con la consola o viendo películas en la tele. Es como pasar la noche en casa de una amiga, solo que Ethan tiene ocho años y es un chico. Y me pagan. Como diría Ethan, es asombroso.
La persona que más le preocupaba a Gracie en esos momentos era su padre. O discutía con su madre o se pasaba todo el tiempo encerrado en su despacho, abriendo y cerrando el archivador, diciendo palabrotas y hablando por teléfono a unas horas muy raras. La última conversación que había escuchado a escondidas la había dejado muy preocupada.
—No podía ser en un momento mejor. ¿Tres meses de trabajo por lo menos entre la catalogación y la valoración, dices? Perfecto, perfecto. Sí, yo iré antes y luego vendrá el resto de la familia. O quizá vayamos todos juntos. Te lo diré cuando lo decidamos.
«¿Cuando lo decidamos?», repitió Gracie para sus adentros. ¿Y qué había querido decir con «todos juntos»?
Gracie no tuvo que esperar mucho para descubrirlo. Dos días después, fue convocada a la cocina por sus padres. Audrey, Spencer e incluso Hope ya estaban allí cuando ella llegó. Todos parecían muy serios.
—Gracie, siéntate, ¿quieres? —le dijo su madre—. Y, por favor, no nos interrumpas.
Su padre fue quien habló. Apenas había acabado de comunicarles las noticias cuando Gracie se puso en pie, empujó la silla con las piernas y echó a correr. Enfiló el pasillo, atravesó el jardín trasero y cruzó la valla. No eran las tres de la tarde. Pero daba igual.
—¡Nina, Nina!
Nina asomó la cabeza por la puerta de su estudio.
—Gracie, ¿qué pasa?
Gracie se echó a llorar.
—Nos vamos, Nina. Todos. ¡Nos vamos!
—¿Así sin más? —Hilary estaba tan sorprendida como Nina cuando se lo contó esa noche por teléfono.
—Así sin más —dijo ella—. Henry y Eleanor se lo han dicho hoy a Hope y a los niños. Cogerán el avión el sábado de la semana próxima y volverán a Londres.
—Pero, ¿qué van a hacer con Templeton Hall? ¿Y los grupos de turistas? ¿Y las visitas guiadas?
—Van a poner un cartel en la entrada. Cerrado por reformas hasta próximo aviso, o algo así. Henry va a avisar al periódico local también.
—Pero, ¿por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué tan de repente?
Nina le había hecho esa misma pregunta primero a Gracie y después a Eleanor. Gracie lloraba demasiado como para contestarle. Cuando Eleanor llegó detrás de su hija al apartamento del establo, Nina no fue capaz de interpretar su expresión. Le pareció muy calmada y decidida, pero seguro que las noticias debieron de causarle también una gran impresión, pensaba ella.
Nina le contó a Hilary lo poco que había descubierto.
—Aparentemente vuelven a Inglaterra debido a motivos familiares.
—¿Aparentemente?
—No le veo la lógica. Gracie me dijo que no tienen familia cercana en Inglaterra. Y parece muy raro que así de repente decidan volver por tres meses y cerrar Templeton Hall. Y más raro todavía es que me propongan alquilar el apartamento y se vayan a los quince días.
—¿Y qué va a pasar contigo?
—Supongo que tendré que recogerlo todo otra vez. Mañana llamaré a la inmobiliaria y buscaré una casa en la ciudad.
—Seguro que hay algo más. ¿No pudiste sonsacar a Gracie?
—Ni una palabra. La pobre no ha parado de llorar desde que se enteró.
Durante los siguientes días, Gracie fue una visita constante en el apartamento, pero cualquier cosa que Nina le decía para consolarla la hacía llorar de nuevo.
—Nina, esto no es por el bien de todos. Me da igual lo que me digas. No podré ser tu vecina. No volveremos a ver a Tom jugar un partido de críquet. No podré recoger las flores que ayudé a plantar. Es un desastre.
—¿Y tenéis que iros a la fuerza?
Gracie respondió con un lento y triste asentimiento de cabeza.
—Tenemos que irnos. Tenemos que irnos. Así son las cosas.
—Es evidente que le han dicho que no te cuente nada —comentó Hilary después de que Nina le hablara de la conversación—. ¿Y se van todos? ¿Hasta la borracha? ¿Y la muda también?
—¡Hilary!
—No puedo decir que envidie a la pobre Eleanor. Seguramente es ella la encargada de hacer todo el equipaje. En su lugar, yo saldría corriendo y dejaría que lo hicieran los demás, ¿no crees?
—Nina, a veces me encantaría salir corriendo y dejarlos a todos atrás.
La aparición de Eleanor en la puerta del apartamento había sido una sorpresa para Nina. Y ese comentario la sorprendió aún más.
—No hace falta que me lo expliques, Eleanor. No quiero parecer una cotilla…
—Ya lo sé. Y también sé que no vas por ahí contándole a todo el mundo lo que pasa por aquí. Eso significa mucho para mí, Nina. Gracias.
La dignidad y la elegancia de esa mujer eran asombrosas. Y otra cosa más: la tristeza. Había algo muy triste en ella.
—¿Hay algo que yo pueda hacer hasta que volváis? —Nina esperaba obtener una negativa por respuesta.
Así que le sorprendió que Eleanor titubeara y dijera que sí, que casualmente esperaban que pudiera hacer una cosa. Nina escuchó su explicación.
—¿Que sea la encargada de la propiedad? Pero, ¿cómo voy a hacerlo si no hay nada de lo que encargarse? Templeton Hall no estará abierto al público, ¿verdad? —La oferta la había dejado intrigada—. Pensaba que ibas a pedirme que me mudara.
—Por supuesto que no. Acabas de instalarte. Estaremos fuera poco tiempo, mientras hacemos… bueno, mientras Henry… en fin, no voy a entrar en eso. Pero volveremos. Y nos tranquilizaría mucho que te quedaras aquí y le echaras un ojo a la casa mientras tanto. Para ventilarla, contratar a alguien que venga a limpiar, ese tipo de cosas. Además, te pagaremos.
—¡Eleanor, no!
—Nina, tenemos que hacerlo. Es un trabajo, así que te pagaremos.
—Pero ya me estáis cobrando un alquiler mínimo.
—Si no quieres un sueldo, dejaremos de cobrarte el alquiler.
—Pero Gracie dice que tenéis problemas econ… —Se detuvo, avergonzada.
Eleanor esbozó una sonrisa torcida.
—Gracie dice muchas cosas que ni siquiera entiende. Nina, por favor, piénsalo. Un trabajo de encargada a cambio de alojamiento gratuito.
Era muy tentador. Increíblemente tentador. El trabajo volvía a escasear. Y andaba muy justa de dinero. Además, por más prometedora que fuera la carrera deportiva de Tom, también era muy cara. La equipación, los viajes… Algún día, dentro de muchos años tal vez, si llegaba a ser jugador profesional, su sueldo cubriría todos los costes, pero, de momento, era ella quien lo pagaba todo. Tres meses libres de alquiler la ayudarían a superar ese bache. Le darían un respiro…
—¿De verdad vais a volver? —preguntó—. ¿Será un viaje breve?
—Por supuesto que vamos a volver —le aseguró Eleanor—. Estaremos fuera tres meses como mucho. Nina, por favor, ¿vas a pensártelo por lo menos?
Nina sabía que debería pensárselo. Que debería hablarlo con Hilary, con sus padres. Que debía analizar la situación en profundidad. Pero Eleanor estaba allí mismo, esperando con esa mirada tan triste y tan velada. Al parecer, no podía negarse.
Así que aceptó.
A partir de ese día, el tiempo pareció pasar volando. Nina acordó las cláusulas de su contrato con Henry y con Eleanor, e incluso se firmó un documento escrito para que todo fuera más formal.
En la verja de entrada a la propiedad se colocó un cartel anunciando el cierre temporal de Templeton Hall. En el periódico local se publicó un extenso artículo que ocupaba toda una página. Gracie por fin dejó de llorar y se pasaba los días decidiendo qué cosas llevarse y enseñándoselas antes a Nina.
—No voy a llevármelo todo —le dijo un día durante una de sus numerosas visitas—. Solo mis cosas favoritas. Volveremos tan pronto que no tiene sentido llevarnos un montón de maletas.
El día de la partida de los Templeton, fue como un sueño extraño para Nina, y despedirse de todos en los escalones de entrada a la mansión, diciéndoles adiós de uno en uno con Tom a la zaga, hizo que se sintiera como una jefa de estado.
Audrey fue la primera. Se despidió de Nina con un fugaz abrazo. Seguía sin pronunciar palabra.
—Buena suerte, Audrey —le dijo Nina—. Espero que las cosas mejoren pronto. —No obtuvo réplica.
La siguiente era Hope. Nina titubeó antes de tenderle una mano.
—Adiós de momento, Hope.
La sonrisa de la mujer fue tan irónica como sus palabras y su apretón de manos, muy breve.
—Ha sido un placer, Nina.
Spencer evitó su abrazo y, en cambio, prefirió un apretón de manos. A Tom, sin embargo, sí lo abrazó. Pero fue muy breve.
Eleanor y Henry eran los siguientes.
—Gracias de nuevo, Nina, por todo —le dijo Eleanor mientras la besaba en la mejilla.
Henry le dio dos besos, uno en cada mejilla, y después la abrazó.
—No podríamos hacer esto sin ti, Nina, gracias.
Gracie fue la última. Nina le dio un fuerte abrazo y después le colocó un mechón de pelo rebelde.
—Te echaré de menos, Gracie. —Lo dijo en serio—. Me escribirás, ¿verdad?
La niña respondió con un triste asentimiento de cabeza.
—A todas horas. Cuando acabe de escribirle a Charlotte, claro.
El equipaje estaba en el coche. A los Templeton solo les quedaba marcharse.
—Hasta dentro de tres meses —dijo Nina mientras el coche giraba despacio y enfilaba el camino de entrada, alejándose de Templeton Hall.