13

En Templeton Hall, y en opinión de Gracie, las cosas iban de mal en peor.

Era culpa de Hope. La diversión se terminó en cuanto apareció por la puerta, masculló algo sobre algo doble y después se cayó de bruces al suelo. A continuación, se produjo un caos tremendo, ya que todos se levantaron de un salto y comenzaron a gritar, hablando a la vez, tras lo cual Hope recuperó la consciencia y le permitió a Henry arrastrarla hasta una silla al final de la mesa.

No había pasado ni un minuto cuando Nina salió al vestíbulo para llamar a Tom, y al cabo de un instante todos se despidieron y la familia se quedó a solas en la cocina.

En ese momento, sus padres seguían ocupándose de Hope, que al menos ya estaba sentada derecha. Gracie se había alejado en silencio de la mesa, hacia el extremo más alejado de la cocina, para quitar los globos. Así estaba ocupada y fuera de la vista de sus padres, que con un poco de suerte mantendrían una conversación adulta con Hope mientras olvidaban que ella estaba allí, escuchando. Se percató de que Audrey también se había alejado de la mesa y de que se había sentado en la silla junto a la cocina. Audrey se había convertido en una experta en quedarse muy quieta, tanto que a veces uno se olvidaba de su presencia. Gracie había intentando quedarse quieta durante una hora al día, pero había resultado imposible.

Eleanor estaba furiosa con Hope. Gracie jamás la había escuchado hablarle así a su hermana.

—¿¡Cómo te atreves, Hope!? ¡Lo prometiste! Ese era el trato. Podías volver si dejabas de beber y si respetabas nuestro estilo de vida. ¿No crees que ya tengo bastante, que ya tenemos bastante, sin tener que preocuparnos también de ti? ¿Te has dado cuenta del lío en el que estamos metidos? Charlotte se niega a volver mientras tú estés aquí. Las facturas siguen llegando pero no tenemos con qué pagarlas. Esto es un sinvivir, ¿y así nos ayudas? ¿Rompiendo tu promesa?

En su rincón, Gracie dejó de quitar los globos. Detestaba que su madre gritara, pero tampoco quería perderse un solo detalle. Vio que su tía se enderezaba en la silla, levantaba la cabeza y después soltaba una carcajada extraña y estridente.

—Menudo discursito, Eleanor —dijo Hope en voz baja y atropellada, antes de echarse a reír de nuevo, con esas carcajadas estridentes que a Gracie le revolvían el estómago—. Menudo genio. Menuda pasión. Menuda gilipollez.

Gracie no fue la única persona sorprendida por lo que sucedió a continuación. Su madre abofeteó a Hope.

—¡Eleanor, no! —Henry se movió deprisa y apartó a su mujer, como si temiera que volviera a golpearla.

—No pasa nada, Henry —dijo Eleanor al tiempo que se zafaba de sus brazos con voz fría y calmada—. No volveré a hacerlo. No esta noche.

Hope se rio de nuevo con la mano en la mejilla y los ojos relampagueantes.

—Vaya, vaya, el angelical ratoncillo tiene garras. ¿Te sientes mejor, Eleanor?

Gracie se percató de que la voz de su tía tenía un deje extraño. Era demasiado agudo y las palabras le salían atropelladas.

En ese momento, Eleanor también soltó una carcajada que a Gracie le sonó tan mal como la de Hope.

—¿Hasta dónde crees que puedo llegar, Hope? Y no te atrevas a decirme que mi vida es perfecta. Nunca lo será, no mientras tú estés aquí para arruinármela.

De repente, Henry se volvió y se fijó en Audrey y en Gracie.

—Eleanor, por favor. No es el momento.

Hope también reparó en su presencia y se echó a reír una vez más.

—No sé qué decirte, querido Henry. Carpe diem, ¿no crees? —dijo al tiempo que se erguía todavía más y paseaba la mirada por la habitación, con el rímel corrido, pero con los ojos muy brillantes. Miró a Gracie directamente antes de desviar la vista hacia Audrey, que estaba inmóvil en un rincón—. ¡Por el amor de Dios, Audrey! —exclamó, señalando a su sobrina con un dedo mientras se reía con más fuerza—. ¡Quítate las gafas de sol! Estás ridícula.

—Déjala tranquila, Hope —dijo Eleanor con voz acerada.

Hope pasó de ella y siguió hablándole a Audrey.

—¿Y qué si te pusiste en ridículo en el colegio? ¿Y qué si te convertiste en un hazmerreír? ¿Qué más da? Bienvenida al mundo. Bienvenida a la vida real. ¿Quién leches te crees que eres? ¿Alguien especial? ¿Alguien con tanto talento que no tendrá que soportar las desilusiones, las penas o los fracasos, que subirá a lo más alto del estrellato y caerá siempre de pie como tu queridísima madre? Pues no lo eres. Lo del pánico escénico solo es el principio. Espera a ver lo espantoso que será el resto de tu vida. Te lo dice alguien que lo sabe de primera mano. Puede ser una mierda. Una mierda como la copa de un pino. Suicídate mientras puedas, ese es mi consejo. —Comenzó a reírse de nuevo.

—Ya basta, Hope. —En esa ocasión, fue Henry quien intervino—. Gracie, Audrey, subid a vuestras habitaciones, por favor. Ya habéis escuchado demasiadas tonterías por una noche.

Gracie no quería marcharse.

—Pero no…

—Vete, Gracie. Ahora. Y llévate a Audrey contigo. Y si ves a Spencer, dile que se vaya derecho a su habitación.

Gracie tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para llevar a su hermana a su dormitorio. Audrey había empezado a sollozar en mitad del discurso de Hope, y conforme subían las escaleras, mientras Gracie le daba palmaditas en la espalda con la esperanza de reconfortarla, sus sollozos se convirtieron en algo parecido a un aullido lastimero. Los gritos continuaron en la planta baja: su madre, seguida de Hope y después de su padre. Esos gritos le provocaron una extraña sensación de pánico.

—Tranquila, Audrey —dijo, intentando sonar firme pero amable a la vez, lo mismo que su madre cuanto quería tranquilizarlos—. No le hagas caso a Hope. Está enferma, recuérdalo.

Un temblor sacudió el cuerpo de Audrey, seguido de otro sollozo.

—No eres una fracasada, Audrey. No lo eres. Ni un hazmerreír. Esa noche fue más espantosa que graciosa. —No entendió por qué sus palabras hicieron que Audrey llorase todavía más fuerte.

Por fin llegaron al dormitorio de su hermana. Gracie se quedó con ella, le quitó las gafas de sol, la ayudó a acostarse, la arropó y en su intento por consolarla le dio unas torpes palmaditas en los hombros, que se sacudían por el llanto, pero no sabía qué más podía decirle.

—¿Quieres que te traiga algo? —preguntó al cabo de un rato, cuando las lágrimas parecieron calmarse.

Los sollozos volvieron a convertirse en aullidos lastimeros.

Gracie decidió que tal vez sería mejor dejar a Audrey sola de momento.

—¿Te apago la luz o quieres leer un rato?

Otro aullido.

Gracie lo interpretó como su señal para marcharse.

Sin embargo, no podía acostarse todavía. Estaba demasiado alterada. De modo que deambuló por la planta alta un rato, entrando en el dormitorio de sus padres y encendiendo las lamparitas antes de asomarse al dormitorio de Spencer. Ya estaba acostado, acurrucado debajo de las sábanas, pero no contestó cuando lo llamó. Típico de Spencer acostarse sin darle las buenas noches a nadie. Cerró su puerta despacio y a continuación entró en el dormitorio de Charlotte. Se sentó en la cama y acarició la colcha, momento en el que la asaltó una tremenda añoranza por su hermana. Por más que intentara convencerla, Charlotte insistía en que era imposible, «ni de coña», utilizando sus propias palabras, que volviera a casa mientras Hope siguiera allí.

—Sé que te he dejado con el culo al aire con lo de las visitas guiadas, Gracie, pero lo siento. Así tienen que ser las cosas —le dijo durante su última conversación telefónica.

—Pero, ¿no te sientes sola?

—¿Sola? Todo lo contrario. Nunca he estado más ocupada.

A Gracie se le ocurrió algo.

—Charlotte, ¿tienes novio?

Charlotte soltó una carcajada.

—¿Novio? Pues supongo que sí, tengo novio. Más o menos.

Antes de que pudiera hacerle más preguntas, Charlotte dijo que tenía que colgar.

Gracie sopesó la idea de llamar a Charlotte en ese momento, pero el teléfono estaba en la planta baja y no quería que sus padres la pescaran. Se pasó un par de minutos sentada en lo alto de la escalera, con la esperanza (incluso tocó madera en busca de buena suerte) de que su padre o su madre salieran de la cocina, levantaran la vista, la vieran, le dijeran que Hope ya estaba bien y la invitaran a tomarse una taza de chocolate caliente. Sin embargo, nadie apareció. Los escuchaba en la cocina, gritando y hablando en voz baja. Quería que hablaran con sus voces normales, sobre cosas normales.

Parecía que no le quedaba más remedio que acostarse. Se acababa de poner de pie cuando la sobresaltó una sombra en el vestíbulo. Tres angustiosos segundos después, la sombra se movió hasta quedar bañada por la luz de la luna y se dio cuenta de que era Spencer. Esperó a que su hermano subiera sigilosamente el primer tramo de escalera antes de salir a la luz, y se alegró de ver que él también se asustaba al verla.

—¡Gracie! ¿Qué haces escondida como una tonta?

—¿Te he asustado?

—Yo no me asusto.

—Creía que estabas en tu habitación. ¿Dónde has estado?

—Fuera.

—¿Dónde es fuera?

—Pues fuera.

—¿Haciendo qué?

—Cosas. Cosas mías y de Tom. ¿Qué pasa aquí? —Se sentó en el escalón.

Gracie se sentó a su lado.

—Mamá, papá y Hope están discutiendo en la cocina, y Audrey está en su dormitorio, llorando, pero sin hablar.

—Ah. Vale.

En ese momento Gracie reparó en la mancha oscura que llevaba en una manga.

—¿Es una quemadura? Spencer, ¿lo es? ¿Qué habéis estado haciendo Tom y tú esta noche?

—Nada —contestó Spencer, que movió la mano para esconder la marca—. Me voy a la cama. Buenas noches, Gracie.

—Espera, Spencer. Vuelve aquí.

No lo hizo.

Se quedó sentada en el escalón durante diez minutos más, escuchando los sonidos procedentes de la cocina hasta que se puso a temblar.

—Mamá —dijo en voz baja—. ¿Mamá? ¿Papá?

Nada. Nadie salió. Esperó cinco minutos más hasta que el frío pudo con ella y no le quedó más remedio que irse a la cama.

Sus padres ya estaban levantados cuando Gracie bajó para desayunar al día siguiente. En cuanto entró en la cocina, supo que habían estado discutiendo. Era como si todavía pudiera percibir la discusión en el aire. Su madre parecía haber estado llorando, porque tenía la cara muy colorada y los ojos hinchados, y hacía mucho ruido en el fregadero. Fue su padre quien le preguntó si había dormido bien. Antes de que pudiera responderle, su padre dijo que ojalá lo sucedido la noche anterior no la hubiera alterado mucho.

—Pero como te enterarás muy pronto, Gracie —continuó su padre con la misma voz cantarina que solía utilizar con los visitantes—, lo mismo da que lo sepas ya. Parece que tanto tu tía como tu hermana piensan quedarse en sus respectivas habitaciones durante el resto de la vida, de modo que allí podrás encontrarlas si las necesitas. Pero no vayas a buscarlas, ya que han dejado muy claro que no quieren tener nada que ver con nosotros.

Gracie dejó de echarse los cereales en el cuenco.

—¿No van a salir? ¿Ninguna de las dos?

—Eso dicen —contestó Henry.

—En fin —dijo Gracie, intentando imitar su tono despreocupado—, dos bocas menos que alimentar. —Estaba bromeando, ya que quería animar a sus padres. La complació ver un asomo de sonrisa en la cara de su padre.

Su madre, en cambio, no sonreía.

—Pues en eso te equivocas, Gracie —replicó Eleanor al tiempo que secaba los platos con gesto furioso—. Porque aunque ambas insisten en que las dejemos tranquilas y piensan que somos unos monstruos crueles e insensibles, yo sigo obligada a darles de comer, ¿verdad?

Gracie estaba confusa. Hasta que reparó en las dos bandejas de madera con sendos desayunos preparados, teteras y tazas incluidas.

—¿Vas a llevarles el desayuno a la cama? Mamá, eso no es justo. Eso es un premio, no un castigo.

—Muchas gracias, Gracie —dijo Henry—. Eso mismo pienso yo.

—¿Y qué se supone que tengo que hacer, Henry? ¿Dejar que se mueran de hambre?

—Podrías intentarlo. Si tienen hambre, ya bajarán. Puede que el ejercicio les venga bien.

—Tienes razón. Por supuesto. Haz lo que quieras. —Con un gesto furioso, Eleanor empujó las bandejas por la mesa. Gracie dio un respingo cuando las tazas se volcaron—. Que las dos se regodeen en su miseria y que se mueran de hambre. Una idea excelente. Y mientras tanto, en el mundo real, tú y yo podemos intentar salvar lo que queda del aparentemente maravilloso negocio que se te ocurrió.

—Vaya, así que ahora solo se me ocurrió a mí, ¿no? —La voz de Henry parecía demasiado tranquila, demasiado serena—. Qué bien. Porque recuerdo con todo lujo de detalles las numerosísimas conversaciones que mantuvimos en Londres, mientras decidíamos cómo aprovechar esta inesperada oportunidad. Un negocio familiar… ¿que más podemos pedir?, creo recordar que dijiste.

—Un negocio familiar que funcione. Sí, Henry, era ideal. Pero, ¿esto? No es un negocio. Es una lucha constante. No estamos consiguiendo nada. Porque cada vez que conseguimos dar un pasito adelante, tú lo echas todo a perder. No es un juego, Henry. Para nosotros no es el mismo parque temático que ven nuestros desdichados visitantes. Se trata de nuestras vidas. Y no está funcionando. Tú no trabajas, esto no funciona y no podemos seguir así. No pienso seguir así.

Gracie detestaba que sus padres se hablaran de esa manera, que se comportaran así delante de ella, que hablaran así de Templeton Hall. Miró a uno y a otro, y sintió que se le ponía la piel de gallina. Una sensación acompañada por el vago recuerdo de otras palabras parecidas, de otras voces parecidas, que siempre precedían a una mudanza a otra casa y a otra ciudad. Tenía que hacer algo en ese momento, decir algo, ponerle freno antes de que volviera a suceder. Se puso en pie de un salto y se plantó entre ellos.

—Todavía no, mamá. Papá. Por favor, todavía no.

Su madre se dio la vuelta. Su padre, sin embargo, le prestó toda su atención.

—¿De qué hablas, Gracie?

—Tenemos problemas económicos, ¿verdad? ¿Otra vez? ¿No puedes vender más antigüedades? ¿No es lo que siempre haces? Por favor, papá. No quiero que nos mudemos tan pronto.

—Gracie, no vamos a ninguna parte. Solo estamos pasando una mala racha.

Eleanor soltó una carcajada seca.

—Una mala racha. Un mala racha que alguien aquí presente, que no soy yo y que tampoco es una niña de once años, prometió solucionar hace más de un año y que no lo hizo, dejándonos todavía peor de lo que estábamos.

—Eleanor, por favor…

—No, Henry. Basta de palabrería. Basta de excusas. ¿No lo ves? ¿No te das cuentas? Ya estoy harta de esto. De ti, de todo. Ya estoy harta de absolutamente todo.

Gracie y Henry contemplaron boquiabiertos que Eleanor salía de la cocina dando un portazo.

La estancia se quedó en silencio un instante. Después, Henry se puso en pie, se frotó las manos y cogió la tetera.

—¿Te apetece una taza de té, Gracie? Nos tranquilizará y nos levantará el ánimo en esta extraña mañana.

Gracie no se tranquilizó ni se distrajo con el té. Seguía intentando asimilar el hecho de que su madre se hubiera ido dando un portazo. Eso no había pasado en la vida. La esquiva sensación de nerviosismo amenazaba con abrumarla en ese momento.

—¿Qué quiere decir mamá con eso de que está harta de todo? No va a marcharse como Charlotte, ¿verdad? Ni a encerrarse en su habitación. Por favor, papá, no la dejes.

Henry se sentó a su lado y le cogió las manos.

—Gracie, por favor, no te preocupes. Tu madre no durmió bien anoche y por eso dice tonterías esta mañana. Además, está alterada por Hope, y sigue emocionada por la gran victoria de Tom de ayer. Fue un día increíble, ¿verdad? Bueno… ¿no tienes que preparar nada para las visitas del fin de semana? ¿Has comprobado ya el registro de reservas?

—Claro. De momento, solo van a venir dos grupos. Yo me encargo de la planta baja y Audrey de la plant… —Se interrumpió—. Se suponía que ella iba a encargarse de la planta alta. ¿Crees que lo hará, papá?

—¿Los cerdos pueden volar? —Henry suspiró—. No, Gracie, creo que no me equivoco al decir que Audrey no podrá hacer nada de provecho mañana, y la verdad es que ahora mismo tampoco me fiaría de ella para que guiara ni a tres ratones ciegos por Templeton Hall, mucho menos a un grupo de visitantes.

—¿Ratones?

Sonrió al escucharla.

—No, Gracie, no tenemos ratones. Ni en el rincón más remoto de Templeton Hall, te lo prometo, así que puedes quedarte muy tranquila.

—¿Me lo prometes de verdad? ¿Me prometes que todo volverá a la normalidad?

—No solo que todo volverá a la normalidad, sino que todo está bien. Venga, vete a sacarle brillo a la plata, ¿quieres? O a limpiarle el polvo a la vajilla. O a contar las lámparas.

—Ya lo he hecho. Sigue habiendo quince.

—Pues sal a jugar, ¿vale? O vete a leer. A ver si encuentras a tu hermano. Puedes hacer lo quieras, pero te pido por favor que me des el tiempo suficiente para ir en busca de tu madre, recordarle lo mucho que la quiero y poder hablar en privado, ¿vale?

Gracie estaba en mitad del camino de entrada cuando escuchó que Spencer la llamaba. Esperó a que la alcanzara. Saltaba a la vista que acababa de salir de la cama, ya que llevaba el pantalón del pijama, los pies descalzos y una camiseta sucia. Tenía los rizos rubios alborotados.

—¿Vas a ver a Nina? —le preguntó, con la respiración un poco jadeante.

Gracie asintió con la cabeza.

—Mamá y papá están discutiendo —respondió—. No quiero estar ahí dentro ahora mismo.

—Voy contigo. Seguro que es más divertido en casa de Nina aunque Tom esté en el colegio. Fui a desayunar y papá me dijo que primero ordenara mi cuarto. Y cuando intenté montar en monopatín por el pasillo, Hope abrió la puerta y empezó a gritarme. No es justo. Si Audrey y ella quieren paz y tranquilidad, que se encierren en el apartamento que hay sobre el establo y nos dejen la casa a nosotros.

—Es una idea genial —dijo Gracie con alegría—. Se lo sugeriré a papá.

—Si le gusta, la idea es mía.

Cuando llegaron a casa de Tom y de Nina cinco minutos después, Spencer adoptó una inusual actitud tímida, titubeando frente a la puerta principal. Gracie saboreó la magnífica sensación de sentirse más a gusto que Spencer en ese lugar.

—No hace falta llamar, Spencer. Solo tenemos que entrar. —Sonrió a su hermano para darle ánimos y abrió la puerta con una floritura—. Hola, Nina. ¡Somos nosotros!

Nina parecía muy feliz, pensó Gracie, aunque apenas tuvo tiempo de darles la bienvenida con una sonrisa y saludarlos antes de que sonara el teléfono.

—Perdonadme un segundo —dijo.

Spencer se lanzó de cabeza al sofá, y desapareció tras el respaldo con agilidad.

—Si es mamá o papá, no estoy aquí —dijo con la voz amortiguada por los cojines.

No era ninguno de los dos. Gracie vio que Nina contestaba con voz alegre antes de que su expresión cambiara de repente. Después de lo que le pareció muchísimo tiempo, Nina murmuró:

—¡Ay, Hilary, cariño! ¡Hilary! —repetía una y otra vez. A continuación, empezó a hablar atropelladamente—. Por supuesto que iré. Cogeré el primer vuelo. No te preocupes. Por supuesto que puedo arreglarlo. Llegaré lo antes posible, te lo prometo.

Nina colgó y Gracie se asustó al ver su expresión. Ya no tenía delante a la sonriente Nina. Su cara estaba tensa y parecía que se había olvidado de su presencia. Volvió a coger el teléfono, marcó un número y comenzó a mascullar:

—Vamos, Jenny, cógelo. —Al cabo de un minutó, colgó, sacó un listín telefónico, buscó un nombre y llamó de nuevo. Sin respuesta una vez más—. Vamos, por favor —dijo con urgencia—. ¡Vamos!

Gracie se atrevió a hablar.

—Nina, ¿hay algún problema?

Vio que Spencer se incorporaba tras el respaldo del sofá.

Nina pareció sorprenderse al escuchar su voz y se volvió hacia ella con expresión distraída.

—Gracie, Spencer, lo siento. Me ha llamado mi hermana, que está en Queensland. Ha pasado algo y su marido no está en casa. Tengo que irme con ella lo antes posible.

—¿Está herida? —preguntó Gracie—. ¿Ha habido un accidente?

—No. Sí. Ahora no puedo explicarlo. Pero tengo que irme con ella y necesito que alguien se quede con Tom unos días. No sé cuánto tiempo estaré fuera. —Cogió de nuevo el listín telefónico.

Gracie tuvo la sensación de que Nina estaba pensando en voz alta más que hablar con ellos, pero de todas formas le dijo:

—No, Nina, por favor. ¿Qué me dices de nosotros? Podemos quedarnos con Tom.

Nina siguió marcando.

—No, Gracie. Gracias pero no.

—¿Por qué no? —preguntó Spencer desde el sofá.

Nina dejó el número a medio marcar.

—Es demasiado pedir. Hay que llevarlo al colegio, recogerlo y llevarlo a los entrenamientos de críquet. Se lo pediré a alguna de las madres del colegio. Están acostumbradas a…

Gracie se acercó a ella.

—Pero no puedes ponerte en contacto con las madres del colegio. Y nosotros estamos aquí. Pídenoslo. —Se percató de que Nina titubeaba—. Por favor, Nina, pídenoslo. Te diremos que sí y podrás irte al aeropuerto.

Nina miró el reloj que había en la pared y después a Gracie antes de pasarse los dedos por el pelo.

—Gracie, es demasiado…

—No lo es, te lo prometo. Mis padres están los dos en casa. Podemos llamarlos ahora mismo.

¿Era el momento de contarle a Nina que habían discutido esa mañana? ¿De contarle las protestas que Hope y Audrey llevaban a cabo desde sus habitaciones? No, tal vez no. Gracie se movió deprisa, cogió el teléfono y marcó el número de Templeton Hall. Tras una larga espera, su madre contestó.

Gracie habló a toda prisa.

—Mamá, soy Gracie. Estoy en casa de Nina. Necesita nuestra ayuda. Urgentemente. Y tenemos que prestársela, ¿vale? —Le dio el teléfono a Nina.

Cinco horas después, Gracie estaba sentada alegremente en el asiento trasero del coche de su padre mientras iban a Castlemaine a recoger a Tom del colegio. Spencer también había insistido en ir. Gracie nunca se lo diría a Nina, pero el día había dado un vuelco espectacular. ¡Y todo por ella! De no haber elegido ese preciso momento para ir a casa de Nina, nada de eso habría pasado.

—Es como si estuviera predestinado, ¿verdad, mamá? —dijo después de que Nina llamara a Templeton Hall para confirmar el arreglo y acudiera para dejarles una maleta con la ropa de Tom.

Gracie se había quedado cerca de su madre, escuchando inmóvil la conversación con Nina mientras se decía que no hacía nada malo. Solo actuaba como reserva, asimilando toda la información en caso de que necesitara recordársela a sus padres. Escuchó un montón de palabras desconocidas, incluida «aborto», y tuvo que ver la triste estampa de Nina llorando mientras le contaba a su madre que no sabía que su hermana estaba embarazada, que ni siquiera su hermana sabía que estaba embarazada y que había sido un tremendo golpe enterarse de la existencia del bebé solo para perderlo, así, de repente; un golpe más descorazonador todavía porque el marido de Hilary estaba en la otra punta del mundo y ella estaba sola en el hospital.

—Por supuesto que tienes que ir —repitió Eleanor una y otra vez—. No te preocupes por nada. Nos encargaremos de Tom todo el tiempo que haga falta.

Gracie no entendió todo lo que Nina dijo. También se llevó una ligera decepción cuando Nina solo le dio las gracias de forma muy tibia y se despidió con un gesto de la mano.

Una vez en el colegio, salió del coche nada más ver que Tom atravesaba las puertas, y llegó hasta él antes incluso de que Spencer se hubiera bajado del coche. Tenía problemas para quitarse el cinturón de seguridad, que se atascaba, uno de los motivos por los que Gracie lo había dejado que se montara delante aunque era su turno.

Hizo caso omiso de la expresión sorprendida de Tom mientras corría hacia él.

—¡Tom, vas a quedarte en casa con nosotros! Tu madre ha tenido que irse a Cairns unos días urgentemente porque su hermana iba a tener un bebé, pero no lo ha tenido, y está alteradísima y su marido no está en casa, y necesita a tu madre, así que tu madre se ha ido derecha al aeropuerto, pero escribió esta nota antes de irse, explicándolo todo. —Gracie le puso un sobre en la mano—. Y vas a quedarte con nosotros hasta que vuelva. ¿A que es genial?