10

Tres semanas después de que Eleanor y Hope volvieran a Templeton Hall, Charlotte seguía empeñada en no pasar los fines de semana en casa. Eleanor trató de razonar con ella, luego discutió, luego le suplicó y después insistió. Pero todo en vano. Charlotte se negaba a cambiar de opinión.

—Y será mejor que no la traigáis a la noche especial de Audrey —le advirtió Charlotte a su madre durante una de sus últimas llamadas—. Lo único que hará será fastidiarle la noche a Audrey y a todos los demás.

—Hope está mucho mejor, te lo aseguro —dijo Eleanor—. No bebe, trabaja todos los días en el jardín, cena con nosotros y ayuda a Gracie y a Spencer con las tareas.

—Sí, estoy segurísima que es una malva. Sobre todo ahora que yo me he largado.

—Tú no te has largado. Tú te niegas a volver a casa y sigo sin entender por qué. Me tienes muy decepcionada. Pensaba que tenías más…

—Como digas compasión, chillo, mamá. Hace años que se me acabó toda la compasión que tenía. He perdido gran parte de mi infancia por culpa de Hope. No quiero perder también los pocos años que me quedan de adolescencia.

—No seas tan exagerada.

—Mamá, te digo en serio que no la traigáis a la noche de Audrey. Bastante nerviosa está ya. Si se entera de que Hope está aquí y de que puede hacer algo, emborracharse, desnudarse o empezar a gritar a los actores, lo único que conseguirá será empeorarle las cosas a Audrey. Si no te atreves a dejarla sola una noche, busca una canguro. Pero te lo suplico, no la dejes venir o no me hago responsable de mis actos.

—Solo es una entrega de premios, ¿no? ¿Por qué está Audrey tan nerviosa?

Charlotte se habría dado de cabezazos contra la pared. Se le había olvidado que Audrey, por algún motivo seguramente exagerado y narcisista, seguía ocultando su debut como actriz al resto de la familia.

—Lo está y punto —improvisó—. Y yo la apoyo. Como algo estropee la gran noche de Audrey, te juro que impediré que ella también vuelva a casa.

Henry se echó a reír esa noche mientras Eleanor le relataba la conversación con Charlotte.

—¿Que busques una canguro? Eleanor, seguro que era una broma. Hope tiene treinta y seis años. No es un bebé que haya que mantener alejado de los productos tóxicos de limpieza.

—¿Ah, no? Pues a veces parece un bebé. Con los berrinches. El egoísmo. Los gritos. —Eleanor se pasó los dedos por el pelo—. Sí, está mejor, Henry. Lo está. Las pastillas nuevas, el hecho de mantenerse sobria, todas las conversaciones que hemos tenido… pero sigue enfadada conmigo.

—¿Por qué? ¿Por qué la has dejado volver con nosotros? Eres tú quien tendría que estar enfadada con ella.

—Siempre ha pensado que yo me he llevado las cosas buenas de la vida mientras que ella se quedaba con las sobras. Que yo lo he tenido más fácil. Sí, claro, es muy fácil intentar sobrellevar todo lo que está pasando, mantener el negocio a flote, darles clase a Spencer y a Gracie, manejar a Charlotte con sus berrinches, a Audrey con sus cuentos de la lechera… Sí, todo es muy fácil. ¿Cómo se atreve a decirme eso, Henry? ¿Es que no se ha parado ni un momento a ver cómo es mi vida, cómo ella me la dificulta todavía más? Por supuesto que no lo ha hecho. Porque desde el día que nació todo gira en torno a ella, y yo ya estoy muy harta.

—Entonces, ¿por qué la has traído de vuelta, Eleanor? —le preguntó en voz baja.

—Porque me lo suplicó. Me lo suplicó. Y porque no quiero que nadie sufra los remordimientos que sufrí yo cuando la encontré inconsciente después de la sobredosis y pensé que estaba muerta por mi culpa. Es mi hermana. Mi única hermana. ¿Cómo iba a negarme?

Henry no contestó. Se limitó a cogerle la mano a su esposa para acariciársela de forma distraída. Se produjo un silencio de varios minutos antes de que hablara.

—Pero Charlotte tiene razón. No creo que sea buena idea que Hope asista a la presentación de Audrey. Me quedaré con ella.

—No puedes. Sería un mazazo para Audrey. Insiste en que vayamos todos.

—¿Y si dejamos sola a Hope una sola noche? Será a mitad de la semana. No habrá turistas. Y siempre podemos cerrar la puerta principal con llave.

—¿Y dificultarle la entrada a la policía o a la ambulancia en caso de que vuelva a hacer otra estupidez como cortarse las venas o tirarse por la escalera? Tampoco podemos hacer eso.

—Tengo una idea. A lo mejor es pedir demasiado, a lo mejor nos estaríamos extralimitando, pero a lo mejor no. Solo será una noche.

Eleanor rechazó la sugerencia al principio, pero después escuchó con atención a Henry y acabó reconociendo que merecía la pena intentarlo por lo menos.

—Pero seré yo quien vaya a pedírselo —dijo Eleanor, que parecía cansada y triste—. Es lo justo. Para eso es mi hermana.

Al menos, esa vez contaba con algo más de tiempo para ordenar la casa un poco, pensó Nina a la mañana siguiente. Eleanor Templeton la había llamado la noche anterior para preguntarle si podía ir a verla por la mañana. La casa estaba ordenada, y había preparado una bandeja con el té y las pastas en la cocina. Nina se había puesto un vestido en vez de la ropa que solía ponerse todos los días para pintar.

Eleanor llegó a las diez en punto. Nina se percató al instante de que no compartía los modales bruscos de su hermana. Eleanor irradiaba tranquilidad. Hasta sus rasgos eran más suaves. Hope tenía facciones afiladas, la barbilla siempre levantada, se movía con nerviosismo y llevaba ropa cara y hecha a medida. Eleanor tenía la cara más redonda, una expresión más comedida, y su vestido veraniego era elegante, pero saltaba a la vista que estaba muy usado. Nina le miró los pies. Eleanor llevaba unas sandalias normales, aunque elegantes, muy diferentes de los zapatos rojos de tacón tan poco prácticos de su hermana.

—Gracias, Nina, te lo agradezco mucho.

Su voz también era muy diferente de la de Hope. Menos aguda, sin ese deje tan exagerado. Empezó a hablar casi antes de sentarse.

—Nina, no nos conocemos mucho, o más bien no nos conocemos nada, así que es absurdo que empecemos una conversación insustancial o que finjamos que es una simple visita de cortesía. —Se rio con delicadeza—. Bueno, sí que es una visita de cortesía, y estoy intentando convertirla en un momento normal, porque la situación es bastante incómoda. Siento mucho no haber venido antes para darte las gracias.

Al ver la expresión desconcertada de Nina, se explicó:

—Por prestarnos a Tom. No sabes la diferencia que ha supuesto para Spencer. Cada uno de nuestros hijos lo lleva de un modo distinto. En el caso de Charlotte y de Audrey, vivimos en distintas ciudades mientras yo me encargaba de escolarizarlas en casa, así que pudieron hacer amistad con los niños de los vecinos. Y, Gracie… bueno, supongo que te has percatado de que Gracie es una niña poco usual. Si no tiene una amiga cerca, se contenta con hablarle a una hoja o a una nube que pase por el cielo. Y pensábamos que ese sería el caso de Spencer, que le encantaría jugar a solas, sobre todo cuando llegamos y vimos todo el espacio con el que contaría. Pero es cierto el refrán que dice que cuando el diablo no tiene nada que hacer mata moscas con el rabo. ¿Te pasó lo mismo con Tom? Por supuesto que no. Tom es un niño muy educado. Un gran mérito por tu parte. Espero que Spencer no sea una mala influencia. ¿Has notado si con el paso de los días Tom se vuelve más salvaje?

Fue todo un discurso y con cada palabra que pronunciaba Eleanor, a Nina le caía mejor.

—No, de momento no. Se pasa el día hablando sin parar cosas buenas de Spencer y de Templeton Hall. Creo que solo debemos preocuparnos cuando guardan silencio.

Eleanor sonrió y después cambió de posición en el sillón.

—Nina, en realidad he venido para hablarte de Hope, mi hermana. No sé si sabes algo de ella.

Nina se tensó, deseando que su reacción no fuera excesivamente obvia.

—No mucho. Solo lo que me ha contado ella, y un poco gracias a Henry y a Grac…

—¿Lo que te ha contado ella?

—Vino una noche. Hace como un mes. Justo antes de que se marchara contigo a Inglaterra.

Eleanor se pasó la mano por el pelo y se dejó un mechón de punta. En cualquier otra ocasión, habría resultado gracioso, pero en ese momento hacía que Eleanor pareciera más vulnerable.

—Lo siento muchísimo, Nina. ¿Te importaría decirme lo que te dijo? ¿Cómo estaba?

Nina titubeó, sin saber muy bien por dónde empezar. Le explicó que Hope había aparecido en su puerta, que le había pedido algo de beber y que se puso a hablar.

—Parecía guardar ciertos… —intentó encontrar la palabra adecuada— resentimientos de los que quería hablar.

—Nina, por favor, no te sientas incómoda. Sé que a veces se imagina que Henry y ella mantienen una larga y tórrida aventura. Pero no es cierto. Estoy segurísima de que nada de lo que te contó es cierto. Esa época, justo antes de que nos fuéramos a Inglaterra fue un periodo muy… ¿cómo decirlo? Un periodo muy problemático para ella. También puedo asegurarte que no es la verdadera madre de Gracie, que Spencer no es adoptado, que Charlotte no es una toxicómana en rehabilitación y que Audrey no está en una fase terminal de una enfermedad mortal. —Eleanor se fijó en la expresión de Nina y se rio—. ¡Ay, Dios! ¿Me equivoco al pensar que Hope no llegó a tanto y que quien ha abierto la caja de Pandora he sido yo?

Al ver que Nina asentía con la cabeza, Eleanor volvió a pasarse los dedos por el pelo. El mechón alborotado volvió a su sitio.

—Al menos, ahora estarás preparada si llegas a oírlo de nuevo. ¿Te importaría decirme cómo conseguiste llevarla esa noche a casa? Ninguno nos dimos cuenta de que se había marchado.

—No la llevé a casa —contestó Nina, sorprendida al ver que Eleanor no estaba al tanto de nada. Si el sargento de policía hubiera ido a Templeton Hall, Eleanor lo sabría. Nina había dejado a Hope a su cargo aquella noche, aunque al hombre no le hizo ninguna gracia—. Hice lo que me pidió. La llevé en el coche a Castlemaine, a la comisaría. Estaba muy… enfadada porque la gente le robaba las plantas y quería poner una denuncia. El sargento me dijo que él se hacía cargo.

—¡Ay, por Dios! Así que ahora lo sabe toda la ciudad. Como si no fuera bastante difícil… —guardó silencio—. Lo siento, Nina. Siento que hayas tenido que aguantar algo así. Henry me ha dicho que vino a verte mientras yo estaba fuera y que estuvisteis hablando de Tom, pero no ha mencionado que Hope te hiciera esa visita.

—No se lo dije. No me pareció correcto sacar el tema delante de los niños y luego…

—Por supuesto. Spencer se cortó la mano. Gracias por tu discreción. Entonces, a tenor de las circunstancias, creo que mejor me voy a casa sin pedirte lo que había venido a pedirte. Porque has visto a Hope en todo su esplendor. Estoy segura de que no es una experiencia que apetezca repetir.

—Lo siento, pero no te entiendo.

Eleanor parecía exhausta.

—He venido para pedirte un enorme favor que, como familia que somos, no deberíamos pedirte. Llevamos dos años siendo vecinos y nunca hemos hecho el esfuerzo de venir a conocerte antes, así que sería una locura que te lo pensaras siquiera, pero estábamos desesperados por una de nuestras hijas y actuamos sin pensar.

Nina escuchó mientras Eleanor le hablaba de la entrega de premios escolar de Audrey en Melbourne y del temor de la familia de llevar a Hope.

—A veces no nos preocupa dejar a Hope sola una noche…

—Pero esta no es una de esas ocasiones, ¿verdad?

—Me avergüenza tener que pedírtelo. La verdad es que la expresión «hacer de canguro» no es muy correcta.

—¿Te refieres a que le eche un ojo esa noche?

—Sí, exacto. Pero, Nina, sé perfectamente lo que opinas solo con mirarte la cara, y lo entiendo. Espero que esto no te haga reconsiderar las visitas de Tom a nuestra casa…

—¿Prefieres que la vigile en Templeton Hall o aquí?

—¿Te lo estás pensando?

—Me pasé la adolescencia trabajando como canguro. Supongo que Hope y yo no vamos a quedarnos levantadas hasta las doce y a atiborrarnos de chucherías como hacía por aquel entonces, ¿no te parece?

—¿Lo vas a hacer? ¿De verdad? —La expresión de Eleanor cambió, quitándole años de encima porque de repente parecía mucho más alegre—. ¡Ay, Nina, gracias!

No había pasado ni una hora cuando Gracie fue a su casa.

—¡Nina, gracias! Mamá no podía creérselo. La oí decírselo a papá a gritos nada más llegar a casa. ¡Ha dicho que sí! ¡Va a hacerlo!, gritó. Hope la escuchó, claro, y se enfadó muchísimo, pero papá fue muy rápido y dijo que no ibas a cuidarla a ella, sino a Templeton Hall. Le dijeron que no consideraban justo dejarla sola con tantas responsabilidades y que si quería acostarse temprano, sería mejor contar con la ayuda de otra persona. Así que cuando vayas, mamá te va a pedir que finjas que vas a cuidar la casa, no a Hope. Se me ocurrió que debía avisarte para que estuvieras preparada. ¡Gracias de nuevo, Nina! —Y se marchó agitando la mano con alegría.

Audrey y Charlotte estaban en el cuarto de esta última en el internado, en Melbourne. Discutiendo. Llevaban dos días discutiendo sobre lo mismo.

—Pero no es justo. Tienes que dejarme ir contigo —repitió Audrey, al borde de las lágrimas.

—No, no te dejo —replicó Charlotte—. Y esto no tiene nada que ver con la justicia. Audrey, lo hago por tu bien. Me dijiste que tenías que aprenderte el papel. Que esta es la actuación que puede cambiar el curso de tu vida. Pasar un fin de semana con mis amigos es lo último que te conviene.

—Ya me sé el papel de memoria. ¡Por favor, déjame ir contigo!

—Suplicando no vas a conseguir nada. No voy a cambiar de opinión. Esto no es un simple fin de semana. Necesito ampliar mi red de contactos sociales. Ahora que no puedo volver a Templeton Hall, necesito encontrar muchos amigos con casas para pasar las vacaciones. Y rápido.

—Eres una egoísta. Solo piensas en ti, ¿verdad?

—Si no pensara en mí, tendría que pensar en ti y, la verdad, yo soy mucho más interesante —replicó Charlotte mientras sacaba su maleta del armario.

—Charlotte Templeton, eres una cerda. Una cerda egoísta y egocéntrica.

Charlotte puso los brazos en jarras.

—Mira quién fue a hablar. La que se pasa el día presumiendo de su futura carrera como actriz y de su ridículo espíritu artístico, la que se pasa horas mirándose en el espejo y, sí, en mi opinión, cada vez más obsesionada consigo misma.

—En el fondo, no entiendes lo que significa ser una persona sensible, ¿verdad? Lo mucho que sufro a veces. Eres mala, ¿lo sabes? Mala. Mala y estás amargada, y eres una cerda gorda, egoísta y espantosa.

—Yo también te quiero —le soltó Charlotte sin mirarla siquiera mientras su hermana salía en estampida de su cuarto.

A las nueve de la noche del día siguiente, Charlotte deseaba haberle permitido a su hermana que la acompañara. Al menos, podría haberla sobornado a fin de que usara su supuesto talento interpretativo para fingir un dolor de estómago o una migraña y así tener una excusa para abandonar la aburridísima fiesta.

Una fiesta que se celebraba en una enorme y lujosa casa en el exclusivo barrio de Brighton, en Melbourne. El primo estadounidense de Celia había alquilado la propiedad para pasar las vacaciones o algo así. Charlotte no había prestado atención mientras se lo explicaba. Celia le había prometido que la fiesta estaría plagada de amigos de la familia y de grandes partidos, los hijos solteros de algunas familias con grandes propiedades. En resumen, que la fiesta estaba llena de granjeros. Lo único que Charlotte había visto hasta ese momento eran chicos que parecían sacados de unos dibujos animados. Chicos, no hombres. Todos vestidos igual: pantalones de pinzas, camisas azul claro y jerséis cuidadosamente colocados sobre los hombros. Rostros rubicundos, brazos quemados por el sol y cero conversación. Si quisiera aprender tanto sobre el sector ganadero australiano, se matricularía para estudiar Ingeniería Agrónoma. Al menos de esa forma conseguiría una titulación. A juzgar por la cantidad de alcohol que se veía obligada a tomar para soportar el aburrimiento de la noche, lo único que iba a conseguir era una espantosa resaca por la mañana.

—… la más grande de la zona, diez mil cabezas de ganado y terrenos de labor, también.

Por supuesto, pensó Charlotte, tan aburrida que le sorprendió poder mantener los ojos abiertos. Echó un vistazo en busca de Celia. Estaba en un rincón, mirando a otro chico. O bien estaba muy interesada en lo que le estaba contando, o bien se le daba de maravilla fingir.

—¿Y tu familia?

—¿Cómo dices? —peguntó Charlotte, volviendo a prestarle atención al hombre que tenía al lado.

—¿Tu familia tiene tierras?

—Sí, caminamos todos los días por ella, sí.

Él no pareció pillar la broma.

—¿Dónde está vuestra propiedad?

—En el norte.

—¿De dónde?

—De aquí —respondió Charlotte—. ¿Me perdonas un momento?

Atravesó la estancia, sorteando con rapidez los distintos grupos, captando trocitos de conversación, todas sobre el mismo tema. Ni siquiera intentó ser educada cuando llegó junto a Celia. La cogió del brazo y la apartó de su nuevo amigo, al que dejó con la palabra en la boca.

—¡Charlotte! ¿Qué haces?

—Celia, lo siento, pero en la vida me había aburrido tanto.

—¡Acababa de pedirme una cita! ¡Para el próximo fin de semana!

—¿Adónde va a llevarte, a ver cómo esquilan ovejas?

—Pues sí, ¿tú también vas a venir?

—Ni de coña —contestó Charlotte—. Vuelve con él. Ya hablaremos luego.

Si eso fuera una película, pensó mientras salía a la terraza, la seguiría un hombre muy guapo, con una inteligencia similar a la suya y le encendería el cigarro con un mechero de plata muy caro. Después se enzarzarían en una conversación chispeante y profunda, y el encuentro acabaría siendo un flechazo inmediato.

—¿Estás sola?

Charlotte se volvió al instante, pero no vio a nadie. Miró hacia abajo. Sí, allí estaba. Un niño. De siete u ocho años. Más pequeño que Spencer. Llevaba algo en la mano derecha. Por un momento pensó que era un mechero y estuvo a punto de echarse a reír.

—Pues sí —contestó—. ¿Y tú?

El niño señaló hacia el salón.

—Mi padre está por ahí dentro.

—¿Y ese acento que tienes? —le preguntó Charlotte—. ¿Eres americano o canadiense?

—Americano —contestó el niño—. ¿Quieres jugar conmigo a los marcianitos?

«¿Por qué no?», se preguntó ella. Era mejor que cualquier otra oferta disponible esa noche.

—Claro —respondió—. Pero será mejor que te prepares. Voy a darte una paliza.

Al día siguiente, durante el trayecto de vuelta al internado en tren, Celia no titubeó a la hora de hacerle saber a Charlotte lo enfadada que estaba.

—Te invité para que ligaras con el tipo de chico adecuado, no para emparejarte con el niño de mi primo el vejestorio —le dijo—. Qué fin de semana más desaprovechado. Anoche te estuve buscando por todos sitios. ¿Y dónde estabas? Delante de la tele, con un niño que tiene la mitad de años que tú.

—Un tercio para ser más exactos. Ethan es un niño estupendo. Deberías sentirte orgullosa de él. Me dio una buena paliza jugando a los marcianitos. —Charlotte observó con más atención a su amiga—. Estás enfadada conmigo de verdad, ¿eh?

—Pues sí que lo estoy. Con todo lo que me ha costado organizar la fiesta, invitar a las personas adecuadas, a los chicos adecuados, y ni siquiera intentaste hablar con ellos.

—Pues tú no lo has desaprovechado, has conocido al señor Abrevadero. Y yo tampoco lo he desaprovechado. Creo que Ethan y yo tenemos un gran futuro.

Celia empezó a aplacarse un poco.

—Se ha enamorado de ti, ¿sabes? He estado hablando con su padre esta mañana. Al parecer, se ha pasado toda la noche hablando de ti.

Charlotte sonrió.

—¿Lo ves? Ha sido un flechazo.

—Con un niño, Charlotte. Con un niño pequeño. —Celia sacó una revista y la abrió con brusquedad—. La próxima vez pon las miras un poco más altas, ¿vale? A ser posible en cuanto a la edad.

—¿La próxima vez? Pensaba que no querías saber nada más de mí.

—Todavía no hemos llegado a ese punto. Te doy otra oportunidad.

—¿De verdad? ¿Cuándo?

—La semana que viene. No me puedo creer que esté diciendo esto, pero Ethan quiere invitarte a su fiesta de cumpleaños. Cumple ocho. Y quiere que seas su invitada de honor.