—¿Por qué tengo que ir yo también? —preguntó Gracie una semana después, mientras caminaba con Henry y con Spencer en dirección a «la granja de aquí al lado».
—Para dar una buena impresión —le contestó su padre—. Tu cara es capaz de derretir un iceberg.
—Pero si solo he visto una vez a Tom…
—Pues esta será la segunda. Recuerda que debes sonreír, Gracie. Y tú también, Spencer. Utilizad todo el encanto de los Templeton y antes de que nos demos cuenta, te habremos conseguido un amigo, Spencer, como que me llamo Henry Charles Templeton.
—Tercero —añadió Gracie.
—Tercero —repitió él.
En su casa, Nina tenía un ataque de pánico. No había mejor forma de definirlo. Hablar por teléfono con Henry Templeton era una cosa, pero antes siquiera de recobrarse de la sorpresa, él se había invitado solo. Porque había algo que necesitaban discutir, adujo con esa voz tan culta y grave que tan bien recordaba del día de la fiesta. Al comprender que se trataba de Hope, accedió a una visita.
—Gracias, Nina —le dijo él—. Estas cosas es mejor hablarlas cara a cara. Ahora mismo vamos.
Nina no tuvo tiempo ni de preguntarle quién iba a acompañarlo antes de que colgara. ¿Eleanor y Henry? ¿Eleanor, Henry y Hope, obligada a disculparse? ¿Cómo iba a sentarse con ellos tres y fingir que todo era normal? ¿Cómo iba a fingir que estaba acostumbrada a escuchar historias de relaciones como la que ellos mantenían, que lo veía como algo normalísimo?
No le dio tiempo a llamar a Hilary para pedirle consejo. Tenía que ordenar la casa y barrer el suelo de la cocina, mientras despotricaba consigo misma por trabajar en casa, lo que significaba que la sala de estar se encontraba atestada de caballetes, lienzos y pinturas.
Llamó tres veces a Tom desde el porche delantero, pero no le contestó. Fue hasta el otro extremo del jardín y volvió a llamarlo. Esa mañana le había dicho que estaba construyendo una casa en un árbol. Aunque ella no sabía en cuál. Había cientos de ellos en la propiedad. La cuarta vez que lo llamó, la oyó por fin.
—Tom, ven a casa. ¡Rápido!
—¿Qué pasa?
—Que vienen los Templeton. El padre y alguien más.
Pasó un minuto antes de que Tom apareciera. Parecía haber estado revolcándose en la tierra.
—¿Y qué? Son personas normales y corrientes.
—No, no lo son.
—Sí que lo son. Yo los conozco. —Se acercó a ella muy despacio.
Nina tuvo que contenerse para no decirle a gritos que se diera prisa.
—Rápido. Entra y péinate.
Tom se pasó las manos por el pelo, alborotándoselo.
—No. Y tampoco voy a cambiarme. —Sonrió—. Mamá, relájate.
—Estoy relajada.
Una vez en su dormitorio, Nina se miró en el espejo. No estaba relajada en absoluto. Parecía histérica y desquiciada. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué se ponía así? Se detuvo un momento y se ordenó respirar hondo y relajarse. Solo era una visita de sus vecinos. Unos vecinos a quienes había evitado a toda costa. Los vecinos a los que había llamado furiosa por teléfono cuando Tom desapareció un mes antes. Los vecinos sobre los que tantas cosas había descubierto unos días antes gracias a una Hope borracha. Escuchó pasos en el porche.
Los vecinos estaban en su puerta.
Tom llegó antes que ella. Estaba muy tranquilo.
—Hola, Spencer. Hola, Gracie. Hola, Henry.
—Señor Templeton, Tom, no Henry —lo corrigió ella, mientras intentaba disimular la sorpresa de descubrir que había ido con sus hijos para discutir un asunto como Hope.
—Qué va, Henry está muy bien —le aseguró Henry Templeton al tiempo que le tendía la mano y sonreía de oreja a oreja. Le presentó a sus dos hijos—. Y tú debes de ser Nina. Un placer conocerte.
—Otra vez.
—¿Otra vez?
—Nos conocimos en tu primera fiesta. En el comedor, también estaban Tom y tu cuñada.
—¿Hope?
—Sí, Hope.
—Oh, oh… —dijo Spencer.
Henry frunció el ceño.
—Lo siento. No recuerdo la ocasión. Desde entonces ha pasado mucha gente por la casa.
—¿Hope estaba vestida? ¿Borracha? ¿Se tiró por las escaleras? —le preguntó Spencer con palpable aburrimiento.
Henry le colocó una mano a su hijo en un hombro, pero no pareció enfadado.
—Spencer, ya vale. Lo siento, Nina. ¿Te importaría recordarme qué pasó? Es evidente que te molestó mucho si lo recuerdas después de dos años.
—Tu cuñada hizo ciertos comentarios racistas. Tú apareciste y hablaste conmigo.
—¿Me mostré autoritario? ¿Solucioné con presteza la incómoda situación?
Nina se enderezó.
—La escena no tuvo ni pizca de gracia.
—Es evidente, sí. Te pido disculpas de nuevo. —Hizo una pausa—. ¿Podemos pasar de todas formas?
—Sí. Sí, por supuesto.
Mientras los invitaba a pasar al interior, Nina vio que los Templeton examinaban su sala de estar al detalle, desde el ecléctico mobiliario hasta las cortinas de segunda mano, pasando por el rincón donde estaba toda la parafernalia de su trabajo. La estancia pareció reducirse de repente, pareció demasiado abarrotada, demasiado colorida, carente por completo de estilo. Y se sintió avergonzada. Por ella y por Tom.
—Qué bonito —dijo Gracie, observándolo todo—. Me encantaría vivir aquí.
Nina no pudo contener una carcajada.
—Sí, seguro. ¿Cambiarías tu casa por esta?
—Es que me parece muy acogedora, ¿a que sí, papá?
¿Acogedora? ¿Cómo era posible que una niña de su edad conociera esa palabra? Y el hecho de que llamara «papá» a su padre también la sorprendió. Aunque claro, ¿qué esperaba? ¿Que lo llamara «majestad»?
—¿Eres artista? —le preguntó Henry Templeton—. Sí, es evidente. A menos que todo esto sea de Tom, ¿eh?
—Yo le he enseñado todo lo que sabe —se jactó él.
Y todos se echaron a reír.
—Por favor, sentaos —los invitó Nina, con la esperanza de desviar la atención de sus pinturas—. ¿Os apetece algo fresco? ¿Café? ¿Té?
—Té para los tres.
Cómo no, pensó Nina, poniéndose verde para sus adentros por ser tan hospitalaria. ¿Qué tenía en la cocina? Seis tazas desconchadas, varias bolsitas de té y galletas. ¿A qué estarían acostumbrados? ¿A porcelana fina, té importado y delgados sándwiches de pepino?
—¿Te ayudo? —se ofreció Gracie—. Me encanta preparar el té.
—Gracias, pero no, puedo sola —rehusó Nina. Bastante desordenada estaba la sala de estar. Solo le faltaba que los Templeton también vieran la cocina.
—Es una gran ayudante —terció Henry Templeton—. Y no suele aceptar un no por repuesta, ¿verdad, Gracie?
—Soólo cuando me empeño en hacer algo de verdad. Y me encanta hacer té.
Nina cedió. Gracie la siguió hasta la cocina y se detuvo al entrar para mirar las alegres paredes pintadas, las estanterías llenas de platos y de tazas de colores, el enorme ventanal con vistas al jardín trasero. Mientras Nina hervía el agua, la niña lo observó todo al detalle y contempló boquiabierta la pared cubierta de pequeños paisajes enmarcados, tras lo cual suspiró.
—Tu cocina también es preciosa. ¿Has pintado todos estos cuadros de verdad? ¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí, Nina? ¿Estás casada? —Gracie se puso colorada—. Lo siento. Mi madre siempre me riñe por ser demasiado curiosa. No tienes que contestarme. Imagínate todo lo que podría preguntarte si no fuera de mala educación.
Nina sonrió en ese momento.
—No has sido maleducada. La curiosidad es buena. Pero antes seré yo quien te haga una pregunta. ¿Cuántos años tienes?
—Once —respondió la niña con una sonrisa—. Spencer tiene diez. Audrey, dieciséis. Y Charlotte diecisiete, casi dieciocho. Mi madre tiene treinta y nueve. Y papá está a punto de cumplir los cincuenta. Hace dos años que vivimos en Templeton Hall. Antes vivíamos en Inglaterra, en muchos sitios, por el trabajo de papá. ¿Tom es tu único hijo?
Nina asintió mientras la tetera pitaba, agradecida por la interrupción. Observó a Gracie, que entibió con gran pericia la tetera de cerámica que llevaría a la mesa e introdujo las bolsitas de té, tras lo cual vertió el agua. Todo ello sin dejar de hablar.
—Espero que no te importe que hayamos venido tan de repente. Llevábamos discutiéndolo un par de días. Es que necesitamos que nos ayudes.
—¿Con Hope?
—¿Con Hope? —repitió Gracie, perpleja—. No. ¿Por qué íbamos a necesitar que nos ayudes con ella? Se ha ido.
—¿Se ha ido?
Gracie asintió con la cabeza.
—La semana pasada. Ha vuelto a Inglaterra. Era lo mejor para todos. Mamá se ha ido con ella, para ayudarla a establecerse. Sufre de continuos cambios de humor. Y también sufre de los nervios. Y tiene problemas con la bebida. Y con las pastillas. En realidad, tiene muchos problemas. Charlotte y Audrey, mis hermanas… ¿las conoces? No. Bueno, pues la llaman Hopeless, gracioso pero cruel, según mi padre. Mi madre dice que tenemos que ser comprensivos, que Hope está enferma. ¿Tienes alguna hermana?
Nina estaba intentando seguirle el paso.
—Sí, una. Se llama Hilary.
—¿Está bien?
—Sí, perfectamente.
—Me alegro —replicó Gracie con gran solemnidad.
—Pero si no habéis venido por Hope, ¿para qué habéis venido?
Gracie bajó la voz para contestar:
—Es por Spencer. Se nos está yendo de las manos otra vez.
—¿Tus padres quieren que los ayude con Spencer?
—Tú no, tu hijo —precisó la niña, cuya voz recobró el volumen normal—. Mis padres creen que Spencer se aburre demasiado estando solo, así que han decidido que sería una buena idea que tu hijo vaya a nuestra casa para jugar con él. Sobre todo durante estas próximas semanas, ya que tenemos vacaciones forzosas porque mamá no está. Ella es nuestra maestra, ¿sabes? Nos da clases en casa. En la salita. Pero ahora estamos de vacaciones y Spencer está desatado. Por eso hemos venido. Para pedirte permiso. ¿Vas a dejarlo jugar?
Nina volvía a tener problemas para seguir el hilo de la conversación.
—¿A quién?
—Si vas a dejar que Tom juegue con Spencer. Aunque más bien será Spencer quien venga a jugar aquí, porque la charca está en tu propiedad. Spencer me llevó un día a pescar cangrejos, pero yo no quise. Es una cosa de chicos, ¿a que sí? ¿Llevamos ya el té?
Cuando volvieron a la sala de estar, Nina vio que Henry Templeton se encontraba solo, examinando sus pinturas. Al oírlas, se volvió y cruzó la estancia para quitarle la bandeja de las manos.
—Genial, gracias. No puedo fingir que el camino hasta aquí haya sido arduo. ¿Cuánto hemos tardado, diez minutos a lo sumo? Así que no estoy muerto de sed ni mucho menos, pero podría pasarme el día entero bebiendo té.
—Aunque no lo haces —señaló Gracie, que cogió la tetera y comenzó a servir—. Lo bebes por la mañana y luego bebes vino por la noche. O whisky.
—Exacto, Gracie. Eso hago. —Hizo un gesto con la cabeza para señalar las pinturas—. Nina, tu trabajo es precioso. Muy impactante. Consigues capturar a la perfección la sensación que transmite el paisaje.
Sorprendida por el halago, Nina le dio las gracias y después cambió el tema de conversación.
—¿Dónde están los niños?
—Tom ha mencionado algo sobre una casa en construcción —contestó Henry—. Spencer ha dicho algo parecido a «genial» y se han ido a la velocidad de la luz. Da igual. Tal vez sea más fácil hablar sin ellos presentes.
Nina se preguntaba si podría disimular, como si la conversación que había tenido lugar en la cocina no se hubiera producido, cuando Gracie decidió por ella.
—Acabo de contarle a Nina la razón por la que hemos venido, papá —anunció con gran seriedad—. Espero no haberte dado la impresión de que Spencer es un salvaje o de que está descontrolado, Nina.
—No, no, en absoluto.
—Aunque lo está, ¿verdad, papá? —Se volvió hacia Nina y añadió—: Para su cumpleaños le regalamos un juego de química y fue un gran error. Bombas fétidas. Explosiones. Una vez mezcló varios ingredientes y los echó en los inodoros, perdón, en los excusados. Y no veas la que se formó. Es que reaccionó con…
—Gracie, creo que lo has descrito con demasiados detalles, gracias. Queremos que Nina se lleve una buena impresión, no que se asuste.
—Creía que era mejor mostrarme todo lo candorosa que pudiera.
—¿Candorosa? —preguntó Nina.
Gracie la miró con simpatía.
—Significa sincera, directa. Nina pensaba que habíamos venido a hablar de Hope, papá. Así que le he dicho que Hope y mamá están en Inglaterra…
Henry soltó su taza en la bandeja.
—Gracie, ¿te gustaría ir en busca de los chicos?
—No, gracias.
—Gracie, ¿te gustaría ir en busca de los chicos?
—¿Te refieres a que quieres que me vaya para que Nina y tú podáis hablar en privado? —Al ver que Henry asentía con la cabeza, se levantó—. ¿Cuánto tiempo necesitas?
—Cinco minutos bastarán. No quiero entretener más a Nina. Estoy seguro de que hemos interrumpido su trabajo.
—Cinco minutos. Vale, hasta ahora. —Cuando llegó a la puerta, Gracie se volvió—. ¿Tengo que jugar con los chicos? ¿Tienes alguna mascota, Nina?
A esas alturas, Nina tenía problemas para contener la sonrisa.
—Tenemos gallinas, un lagarto que vive debajo del depósito y un gato medio salvaje. Se llama Tigre.
—Pues me arriesgaré con él. Hasta dentro de cinco minutos.
La escucharon llamar al gato antes incluso de escucharla abrir la puerta de la verja trasera.
Nina se volvió hacia Henry Templeton y tuvo que luchar de nuevo contra la sensación de irrealidad. Henry Templeton, de Templeton Hall, estaba en su sala de estar, bebiendo té en una de sus tazas como si estuviera encantado de la vida. Y no parecía muy dispuesto a empezar la conversación sobre Spencer.
Nina se apresuró a ponerle fin al silencio.
—Tu hija está hecha un bicho.
Él sonrió.
—Sí, ¿verdad? En realidad, es una niña precoz, aunque estoy seguro de que podría darnos otras cuatro palabras con el mismo significado. La culpa es nuestra, claro. Se pasa el día en constante estimulación y es infinitamente curiosa, cualidad que creímos maravillosa hasta que comprendimos que no venía con un botón de apagado. No hace falta que le contestes a todo lo que te pregunte. He descubierto que decirle que necesita ser paciente funciona bastante bien. Que no puede aprenderlo todo a la vez porque le puede explotar el cerebro. Pero claro, luego me pregunta si hay casos documentados de cerebros que han explotado por una sobrecarga de información.
Nina soltó una carcajada, y estaba a punto de compartir una historia similar sobre Tom cuando se mordió la lengua.
—Bueno, ¿querías hablar sobre Spencer?
—Si, exacto. Permíteme explicártelo, Nina. Los dos pequeños no van al colegio, porque su madre les da clases en casa, pero como ahora no está, me he dado cuenta de que Spencer carece de una organización para su día a día. Gracie no tiene el menor problema en seguir estudiando, pero Spencer necesita compañía. Es un niño demasiado enérgico, ¿sabes? Y su otro problema es que no le tiene miedo a nada. Si le dices que algo es peligroso, quiere intentarlo en ese mismo momento.
—Como cualquier niño.
—¿Ah, sí? Después de tres hijas, seguimos sorprendidos por el tornado que nos ha tocado. Por eso he venido a pedirte ayuda. O más bien a pedirle ayuda a tu hijo. Nos preguntábamos si podríamos llegar a algún tipo de acuerdo para que Tom pase parte de su tiempo con Spencer.
—¿Un arreglo? ¿Te refieres a un horario?
—Podemos tener un horario, por supuesto. Pero me refería a un arreglo económico.
—¿Quieres pagarle a Tom para que juegue con tu hijo?
—Sí, por supuesto. Empezamos con muy mal pie el día que Tom desapareció. Así que no podíamos llegar a tu casa sin más y soltarte un: «Nuestro hijo necesita compañía. ¿Nos prestas a tu hijo unas cuantas horas a la semana para intentar que el nuestro se desfogue correteando por ahí con él?»
—¿Y por qué no? ¿No es así como se traba amistad en todas partes del mundo?
—Es que no queríamos parecer arrogantes. Si te hubiera interesado que tu hijo trabara amistad con el nuestro, hace mucho que nos habrías visitado. Mucho antes de que Tom y Spencer se encontraran por casualidad.
Nina se debatía entre la sorpresa y el enfado. Ganó el enfado.
—¿Cómo crees que se sentiría Spencer si se enterara de que su padre tiene que comprarle un amigo?
—Spencer ya lo sabe. Fue idea suya.
Nina parpadeó.
—¿Tan malo es? ¿No sabe hacer amigos?
—No sé si «malo» es la definición correcta. Es un poco peligroso, pero también será una fantástica compañía. Porque con él hay que aguzar el ingenio. Se esconde. Trepa. Fabrica cosas. Y luego las destruye. En Inglaterra, era un niño activo. Aquí se mueve al doble de velocidad. Supongo que será por todo el espacio que tiene.
—Es posible que esté desubicado por haber cambiado de país siendo tan pequeño. —Nina no acababa de creerse que fuera capaz de soltar su opinión tan tranquilamente.
—Nos ha desubicado a todos, sí. Pero también ha sido una experiencia emocionante. No has vuelto a Templeton Hall desde la fiesta, ¿verdad? Y todo por culpa de Hope. Nina, te pido disculpas nuevamente. Mi cuñada es… a ver cómo puedo expresarlo de la mejor manera posible… es una persona muy frágil. Una persona difícil en muchos aspectos. Pero es una lástima que te pusiera en nuestra contra.
Nina no pudo morderse la lengua.
—No fue solo eso.
—¡Vaya por Dios! ¿Pasó algo más?
Comprendió que tenía ganas de decírselo. Después de haberse mostrado tanto tiempo reservada, quería contárselo todo a alguien. A él. Quería hablarle de la muerte de Nick, de sus continuas huidas hasta que encontró ese lugar y lo creyó una especie de santuario. Una sensación que duró hasta que aparecieron los Templeton y comenzaron a inquietarla en cierta forma. Henry Templeton la estaba observando. Estaba pendiente de ella. Y eso le… gustaba. Sí, le gustaba. Qué interesante. Se había ganado su atención. Se lo diría. Era lo justo. Al parecer, lo había juzgado demasiado rápido y sin conocerlo siquiera. Casi podía escuchar a Hilary, animándola a que se lo dijera: «Nina, aclara las cosas. Te sentirás mejor.» Respiró hondo, lista para hablar…
—¿Ya han pasado cinco minutos? —preguntó Gracie, que estaba en el vano de la puerta con un gato anaranjado en brazos que parecía muy molesto—. Estaba durmiendo al sol —dijo—. ¿Vive en la casa o fuera?
—Dentro y fuera —respondió Nina, agradecida e irritada al mismo tiempo por la interrupción.
—Compruébalo, Gracie, ¿quieres? —le sugirió Henry—. Llévalo al exterior otros cinco minutos más y comprueba si es más feliz fuera que dentro.
—¿Todavía no habéis acabado de hablar?
—Exacto. —Esperó hasta que la puerta estuvo cerrada para dedicarle de nuevo toda su atención a Nina—. Lo siento. Estabas a punto de decirme por qué decidiste que no te caíamos bien.
—Lo siento. Ni siquiera os conozco. No es justo.
—La vida puede ser injusta. Pero ahora me ha picado la curiosidad. No nos relacionamos mucho con la gente de la zona.
—No, eso crea algunos problemas.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Porque el silencio provoca un sinfín de cotilleos, supongo. Si la gente no sabe algo, se lo inventa. Como decidisteis mantener las distancias, la gente decidió…
—¿Que nos creíamos superiores? —Al ver que Nina asentía con la cabeza, siguió—: Entonces, ¿la fiesta no funcionó? Precisamente por eso la celebramos. Para enseñarle a la gente de la zona lo que estábamos haciendo.
—Pues todos pensaron que os estabais luciendo.
—Supongo que sí.
—En ese caso, funcionó.
Henry sonrió.
—Nina, debería haberte visitado antes. Esto es fascinante. Dentro de un momento volveremos a hablar de tu hijo y de ti, te lo prometo. Pero antes de que vuelva Gracie quiero descubrir más cosas sobre nosotros. Dime, ¿qué más cosas han hecho que le caigamos mal a la gente?
Nina pensó que después de ese día no volvería a hablar nunca más con Henry Templeton. Así que bien podía decirle la verdad.
—Al principio, fue porque no contratasteis gente de los alrededores para llevar a cabo las renovaciones.
—Pero necesitábamos expertos. Y necesitábamos que el trabajo se hiciera rápido. ¿Me estás diciendo que por aquí cerca hay gente cualificada para reparar vidrieras? ¿Interioristas con experiencia en la reproducción del estilo colonial y con proveedores para comprar el papel de las paredes, las alfombras y la ropa blanca? ¿O vendedores de muebles que tengan piezas auténticas de 1860? Así que nos condenaron por contratar expertos que no eran de la localidad. Podría seguir discutiendo este punto, pero lo dejaré de momento. ¿Qué más?
—No os habéis hecho miembros de las agrupaciones ni de las asociaciones locales.
—¿Y por qué deberíamos haberlo hecho?
—¿Por educación? ¿Por curiosidad? ¿Como estrategia empresarial?
—Pero precisamente por estrategia empresarial nos mantenemos alejados de todo el mundo. Porque es lo que crea el misterio que nos envuelve, ¿no? ¿Para qué iba a querer la gente pagar por visitar Templeton Hall, por oírnos hablar, por participar en una de nuestras visitas guiadas si ya nos conocen porque hemos tomado café o hemos coincidido en una barbacoa?
El uso de un término tan informal le arrancó una sonrisa a Nina.
—¿Qué sabréis vosotros de barbacoas?
—Leemos los periódicos locales de cabo a rabo. Nos gusta mantenernos al día. No lo digo en plan sarcástico. Lo digo en serio. Nina, una de las mejores formas de promocionar un negocio es mediante el boca a boca. Voy a ponerte un ejemplo. Si estuvieras visitando la zona y alguien te dijera a) que hay una familia inglesa viviendo en una mansión cercana que han convertido en una especie de museo. De hecho, por ahí va uno de ellos, el del chándal. O b) que hay una familia inglesa muy peculiar que parece creerse en la era colonial y sus miembros apenas pisan la ciudad. Son gente muy extraña. ¿Qué te intrigaría más? ¿Qué te decidiría a ir para investigar por ti misma?
—La segunda opción, por supuesto. ¿Por eso mantenéis las distancias?
—Por eso y porque la dichosa mansión implica tanto trabajo que Eleanor y yo apenas tenemos tiempo para hablar o para hablar con los niños, así que imagínate lo que nos queda para hablar con esas personas, ya de entrada hostiles y suspicaces. Además, no me gustan las reuniones. No las soporto. —Sonrió—. Gracias. Para vivir tan apartada en un lugar como este, te mantienes muy bien informada. Es maravilloso, es como hacer un estudio de mercado, pero sin todos los inconvenientes.
—No te estoy diciendo nada que no te pudiera decir cualquier otra persona. Si te dieras un paseo por la avenida principal de Castlemaine, escucharías más cosas de las que yo podría decirte.
—Ah, pero nadie sería tan simpático como tú. Ni tendría la misma disposición para escucharme. Tengo la impresión de que podría hablar contigo horas y horas. —En ese momento, se echó a reír—. A lo mejor porque no llevas casi veinte años casada conmigo. Eleanor siempre me dice que soy un presumido, pero cuando se habla de uno mismo, no se hace por vanidad, creo yo. Más bien por curiosidad. He descubierto que hablar en voz alta ayuda a comprender las razones, las creencias y las experiencias de cada cual. Y ahora hablemos de ti, Nina. Cuéntame cosas sobre tu vida. Quién eres. Por qué estás aquí. Háblame de tus pinturas.
Nina intentó no demostrar ninguna reacción por el súbito cambio de tema. La imagen de Hilary volvió a su mente.
«Diviértete. Disfruta el momento. ¿Cuántas oportunidades tienes de hablar con un hombre atractivo?»
¿Sería esa una forma de admitir que encontraba a Henry Templeton atractivo?, se preguntó. Pero lo era, con su altura y su complexión atlética tenía un atractivo muy inglés. Se acomodó en el sillón, intentando parecer relajada y compuesta de repente. Le resultó difícil.
—Yo tampoco soy de aquí. Supongo que ese sería un buen comienzo.
—Ah, así que tú también eres de los nuestros. Una nueva adquisición. ¿Te parece bien el término?
—Supongo, aunque mi llegada fue un poco menos llamativa que la vuestra, creo.
—Ah, yo no estaría tan seguro. Estoy convencido de que llamarías la atención en el centro de una multitud. Tu pelo y tus ojos son impactantes, por cierto, preciosos.
No lo dijo en plan empalagoso, sino como si estuviera constatando un hecho, lo que hizo que el comentario fuera aún más efectivo. Nina se descubrió cambiando de tema de repente y preguntando por Eleanor, si estaría fuera mucho tiempo.
—Todavía no lo sabemos. Eleanor ha vuelto a casa, para dejar a su hermana con unos amigos de Surrey. El problema con Hope es, en fin…
—¿Ya puedo volver? No sé qué más hacer y no encuentro a Spencer ni a Tom por ningún lado. —Era Gracie otra vez.
Henry miró a su hija con una sonrisa.
—Gracie, tienes el don de la oportunidad. Entra. Acabo de contarle a Nina un sinfín de cosas sobre nuestra familia. Pero resulta que ella ya las sabía casi todas.
Gracie pareció encantada.
—Pues podremos contarte muchas más cuando vengas a vernos, Nina. Porque tú también puedes venir, ¿sabes? No solo es a Tom a quien queremos contratar.
—Ah, sí, el acuerdo económico. Gracie, gracias por tu sutileza a la hora de sacar el tema. Pero tengo que volver a pedirte que te vayas. Estoy seguro de que Nina prefiere hablar de dinero solo con uno de nosotros, no con toda la familia.
—Gracie, no hace falta que te vayas. No necesito que me paguéis, Henry, ni tampoco lo necesita Tom. Me sentiría insultada si lo hicieseis.
Gracie frunció el ceño.
—Pero le prohibiste a Tom que volviera a ver a Spencer. Llamaste hecha una furia. Escuché a mis padres mientras hablaban del tema. Por eso se nos ocurrió ofrecerte dinero. Mamá dice que las cosas han llegado a un punto espantoso si tiene que empezar a comprarle amigos a Spencer, pero que si no hay más remedio, que adelante. Eso fue lo que dijo, ¿verdad, papá?
Henry miró brevemente a Nina con un brillo risueño en los ojos antes de mirar a su hija.
—De nuevo, gracias, Gracie, pero ahora vete, por favor. Cinco minutos más.
—Pero, ¿adónde voy esta vez?
—Los chicos deben de estar en la casa del árbol que Tom está construyendo —le dijo Nina—. Está detrás, cerca de la carretera principal.
—¿Una casa en un árbol? ¡Me encantan las casas en los árboles! —Y salió a la carrera.
Henry volvió a mirar a Nina.
—Siento no haber abordado el tema de un modo más elegante o menos desesperado, pero como vecinos que somos, ¿podemos pedirte ayuda con Spencer? A lo mejor Tom incluso se divierte con él, o con todos nosotros en Templeton Hall. Quizá de esa forma puedas disfrutar de algún rato de tranquilidad para ti misma.
—¿Tranquilidad? ¿Después de lo que me has contado sobre Spencer y de lo que sé que Tom es capaz de hacer?
Henry sonrió.
—A lo mejor son tal para cual y acaban tan agotados que se convierten en un par de chicos estudiosos, amantes de la lectura y muy caseros.
—O eso o tú y yo nos turnamos para registrarlos en busca de explosivos.
Henry volvió a sonreír. Una sonrisa sincera. No el gesto ensayado y persuasivo que lo había visto hacer varias veces esa tarde. Esa sonrisa era distinta. Sus facciones angulosas se suavizaron y le salieron arruguitas en el rabillo de los ojos. Pasó de tener cierto atractivo a tener un gran atractivo, y la suave carcajada que acompañó el gesto lo incrementó. De repente, comprendió por qué Hope había hecho todo lo que había hecho.
—¿Estás segura de que no quieres que te paguemos, Nina? ¿Ni siquiera que le paguemos a Tom? ¿Seguro que no quieres contemplar esto como un negocio?
—No. En serio. Me sentiría insultada.
—En ese caso, tendré que encontrar otra forma de demostrarte mi gratitud. —Volvió a sonreír de nuevo con sinceridad—. Nina, gracias otra vez. ¿Hay trato?
—Hay trato —convino ella.
Estaban a punto de estrecharse la mano cuando escucharon que alguien corría hacia la casa. Gracie apareció en el vano de la puerta, con la cara muy blanca.
—Papá, corre. Llama a una ambulancia. ¡Spencer se ha cortado el brazo!
Dos horas después, los cinco caminaban hacia el coche de Nina, tras abandonar la zona de urgencias del hospital de la ciudad. Spencer no se había cortado el brazo, pero se había caído de la casa del árbol y durante la caída se había hecho un corte muy feo en una mano con un alambre de espinos. Nina se había apresurado a meterlos a todos en el coche mientras Henry usaba su camisa para detener la hemorragia. Por suerte, tras una corta espera en el hospital, la herida fue desinfectada, le dieron puntos de sutura, le vendaron el brazo y se lo pusieron en cabestrillo. La valentía y la temeridad que Henry había señalado poco antes brillaban por su ausencia en ese momento. Spencer solo era un niño pequeño que necesitaba a su padre.
Durante el trayecto de vuelta a Templeton Hall por la carretera principal, Nina no paró de mirar por el retrovisor. Henry y Spencer estaban sentados con Gracie en el asiento trasero. Se percató de la ternura con la que el padre abrazaba a su hijo, de sus constantes atenciones para ver si estaba bien. Había visto el mismo despliegue de amor mientras corrían hacia el lugar del accidente y cuando Henry se agachó para coger a su hijo en brazos y trasladarlo hasta el coche.
Y le había dolido. Hasta aquel momento pensaba que sus celos habían desaparecido y, sin embargo, regresaron. Más amargos que nunca. Mientras conducía de vuelta del hospital. Era como si estuvieran interpretando una escena familiar, la madre, el padre y sus tres hijos, de vuelta a casa después de una tarde memorable. Se obligó a clavar la vista en la carretera, a escuchar la incesante cháchara de Gracie sobre las distintas plantas del hospital, a sonreír cuando la escuchaba pronunciar perfectamente los nombres de las operaciones: apendicectomía, tonsilectomía…
Enfilar el camino de acceso a Templeton Hall le provocó una sensación todavía más extraña. Aparcó frente a la puerta principal, como si fuera algo normal, como si no fuera la primera vez que había pisado ese lugar después de dos años. Y aunque ansiaba despedirse y marcharse, también bajó del coche y los siguió hasta el interior: a Henry con Spencer en brazos, a Gracie y a Tom.
Henry se detuvo en el pasillo.
—Ahora mismo vuelvo —le dijo a Nina—. Voy a acostarlo. Gracie, sírvele algo de beber a Nina, por favor.
—Henry, gracias, pero no vamos a quedarnos.
—Por supuesto que sí. Todos nos hemos llevado una gran impresión. Nina, por favor, quédate.
—No. Tom está muy cansado.
—No lo estoy —se apresuró a desmentirla él—. Estoy bien.
—Nos vamos a casa —insistió con firmeza sin mirar a su hijo—. Ha sido un día muy largo para todos.
—Pero, ¿volveréis mañana? —preguntó Gracie—. Porque tenemos un trato, ¿no?
—Lo dejaremos en el aire, ¿verdad? —respondió ella, mirando a Henry—. Hasta que Spencer se recupere, ¿sí?
—Estoy bien —les aseguró Spencer, repentinamente espabilado—. Tom, ¿puedes venir mañana?
—Mamá, ¿puedo? ¿Mañana temprano?
¿Cómo iba a decirle que no? ¿Cómo iba a negarse cuando no solo se lo pedía su hijo, sino tres Templeton, que la miraban con gran aplomo, segurísimos de su encanto?
Acordaron que Tom iría a las nueve de la mañana.
Consiguió llamar a Hilary para ponerla al día a las diez de la noche, después de acostar a Tom, que necesitó más persuasión de lo habitual.
—Pero es genial —le aseguró su hermana—. ¿Por qué pareces tan preocupada?
—Porque me gustan demasiado. Gracie, Henry, hasta Spencer…
—Bueno, sí, es motivo de preocupación. Sería mucho mejor que dejaras jugar a tu hijo con una familia a la que odiaras. Nina, ¿qué bicho te ha picado? Primero decides que te caen mal sin saber nada sobre ellos. Y ahora decides que te caen mal porque te caen bien. Es muy lógico, sí.
—Ahora mismo nada me parece lógico. Pero es que todo ha sido muy inesperado, Hilary. Sobre todo lo fácil que me resulta hablar con Henry.
—Tu problema es que…
—Es que llevo mucho tiempo sin hablar con un hombre que no sea un tendero. Sí, lo sé. Además está casado, Hilary.
Su hermana se echó a reír.
—Nina, no te estoy diciendo que te fugues con Henry Templeton. Solo te digo que te relajes, que disfrutes de su compañía, de la compañía de toda su familia. Te vendrá bien conocer a gente nueva, salir un poco más. Seguro que organizan un montón de fiestas y reuniones.
—No lo hacen. Dice que están tan ocupados que su mujer y él apenas tienen tiempo para hablar, así que por eso tampoco hablan con otras personas.
—¡Ay, no! El viejo truco de «mi mujer no me entiende». ¿Te estaba tirando los tejos?
—No. Lo estoy exagerando todo.
—Pues sí. Lo que tienes que hacer es dejarte llevar. Ver cómo va la cosa. Seguro que será bueno para Tom y para ese salvaje, como se llame.
—Spencer.
—Ese es su principal problema, perdona que te lo diga. Al pobre niño le han puesto el nombre de una prenda de ropa antigua, ¿sabes que era una chaquetilla corta que llevaban las mujeres? Dile a tu querido Henry que le cambie el nombre y le ponga otro más masculino como Wolfgang o Hank, y sus problemas se acabarán de inmediato.
Nina estaba más tranquila cuando colgó. Siempre lo estaba después de hablar con Hilary. Sin embargo, le costó conciliar el sueño. Ya no había marcha atrás. Había establecido una conexión con los Templeton, lo quisiera o no. Sabía que el día siguiente sería el comienzo de las visitas de Tom a Templeton Hall. ¿Por qué iba a contentarse con su única compañía si había un lugar enorme como Templeton Hall donde jugar, con una familia tan interesante y diferente que conocer? Porque a ella le resultaban fascinantes. No quería ni pensar cómo los veía un niño de doce años.
Se durmió mucho después de las dos de la madrugada. Y ni siquiera fue un sueño tranquilo, sino plagado de pesadillas. Una peor que las demás. Tom, de pie en los escalones de entrada de Templeton Hall, rodeado por los Templeton mientras le decía que quería vivir con ellos a partir de ese momento.