4 HORAS, 6 MINUTOS
EL BEBÉ INTENTÓ caminar. Pero no podía. Se cayó, pues tenía las piernas demasiado débiles y le faltaba coordinación. Pero no tendría que haberlo intentado. Ni siquiera tendría que haber nacido, y ya no digamos intentar levantarse.
—Yo lo llevaré —anunció Drake.
—No —dijo Penny—. Puede que necesites la mano de látigo libre. Yo lo llevaré. Mis poderes no exigen que utilice las manos.
Diana veía que Drake no estaba contento. No estaba nada contento con Penny. Le habría gustado verla morir. Ahora Drake estaba atrapado con mujeres a las que no podía ni derrotar ni intimidar.
—¿Qué hacemos con ella? —señaló Penny.
Miraba a Diana con desprecio absoluto. Torcía el gesto ante su aspecto alborotado, la ropa rota que apenas le aguantaba, las manchas, las heridas, la debilidad.
El descontento oscuro de Drake se incrementó aún más.
—La gayáfaga dice que tiene que vivir.
Penny resopló.
—¿Por qué? ¿Se está poniendo sentimental ahora que tiene cuerpo de chica?
—Cállate —replicó Drake—. No es más que un cuerpo. Es un arma que utiliza. Sigue siendo lo mismo. Sigue siendo lo que siempre ha sido.
—Ajá —asintió Penny con una sonrisa de suficiencia.
Drake se agachó delante de Diana.
—Estás hecha un desastre. Como si te hubieran atropellado en la carretera. Incluso apestas. Me pones enfermo.
—Pues mátame —dijo Diana, y lo decía en serio. Estaba deseando que lo hiciera—. Hazlo, Drake, Don Importante, hazlo.
Drake suspiró con aire melodramático.
—Los bebés necesitan leche. Y tú eres la vaca, Diana. Muuu.
Drake se rio de su propia gracia, y, tras un momento de duda en el que Diana detectó desprecio en la mirada de la loca, Penny se le sumó. Y, lo más terrible de todo, la pequeña, el bebé de Diana, sonrió también, con una sonrisa rara que mostraba encías rosadas sin dientes.
—Vamos, vaca —dijo Drake.
—¿Es que eres imbécil? —le espetó Diana—. Acabo de tener un bebé. No puedo…
Entonces tanto Drake como Penny la golpearon, peleándose por ver cuál de los dos podía obligarla a ponerse en pie, la mano de látigo de Drake o las visiones enfermizas de Penny. Diana se puso en pie, atontada, con ganas de vomitar, aunque tenía el estómago vacío.
El brillo verdoso de la gayáfaga —porque no todo el verde chillón había cubierto o penetrado en el bebé— se había apagado, así que apenas había luz. Después de recorrer unos pocos metros, se hallaron en la oscuridad más absoluta.
Diana recordó que había lugares donde podía arrojarse por una grieta y acabar con su vida infernal. Si Drake no la detenía.
Pero no, ahora no era Drake, era Brittney. El ruido de su respiración era distinto. ¿Se estaban sucediendo más rápido las apariciones? Diana se atrevía a esperar que Drake se estuviera debilitando. Se atrevía a esperar que Penny y Drake se atacaran el uno al otro.
Se relajó un poco. Brittney era una herramienta de la gayáfaga tanto como Drake, pero le faltaba la misma locura alimentada por el odio.
Pero también, desafortunadamente, Brittney se sabía menos el camino. Y no intimidaba a Penny.
—¿Sabes lo que sería chungo, Diana? —preguntó Penny—. Que volvieras a estar embarazada. Solo que esta vez, pongamos, ¡tuvieras la tripa llena de ratas! ¡Ratas hambrientas!
Diana sintió que se le hinchaba el vientre, sintió centenares de…
—No —dijo Brittney calmada—. No. Es la madre de nuestra Señora.
La ilusión, que apenas había empezado, terminó abruptamente.
—Cállate, Brittney —le espetó Penny—. Puede que haga caso a Drake, pero a ti no. Tú no eres nadie.
Brittney no se lo discutió, y se limitó a añadir:
—Ha dado a luz a nuestra Señora.
Penny debió de tropezar con una piedra, porque salió disparada con el bebé en brazos y chocó con Diana, a quien estuvo a punto de derribar.
La pequeña chocó con la piedra sólida con un ruido sordo y enfermizo.
Se oyó el leve llanto del bebé furioso en la oscuridad. Era la primera vez que lloraba. Lloraba como cualquier otro bebé.
Diana sintió que su corazón respondía. Y también su cuerpo, pues sus pechos goteaban leche.
Palpó en la oscuridad y tocó el brazo del bebé. Lo agarró como pudo y lo acunó. El bebé se le agarró y se puso a chupar enérgicamente.
Diana había leído el nivel de poder del bebé en un primer contacto. Ahora tenía cuatro barras, lo mismo que Caine o Sam.
Cuatro barras. ¡Y todavía era un bebé!
—Ella debería llevar a nuestra Señora —indicó Brittney.
—¿Estás chiflada? —Penny no se lo podía creer—. ¿Tan estúpida eres? ¿Crees que este bebé es Jesús en el pesebre y Diana es María, paleta estúpida con la boca de metal?
—Yo iré delante —anunció Brittney—. Yo abriré paso a nuestra Señora.
Diana miró el bebé. Le veía la mejilla. Imposible. No se veía nada en la oscuridad.
Sin embargo, veía la mejilla del bebé. Y sus ojos cerrados. Y su boquita de capullo de rosa agarrándose a ella. Y luego su bracito gordo, y el puñito pegado sobre el pecho de su madre.
—¡Brilla! —exclamó Brittney—. ¡Nuestra Señora nos da luz!
—Ya basta, he intentado soportar tu…
—¡Calla! —Brittney levantó una mano, que resultaba increíblemente visible debido al brillo que procedía del bebé—. Ella habla conmigo. Debemos continuar…
—Continuar —repitió Penny con un sarcasmo hiriente—. ¡Aleluya! Drake es un psicópata, pero por lo menos no es imbécil.
—Debemos ir a la barrera y prepararnos para nuestro renacimiento.
Diana oía lo que decían, pero sus pensamientos estaban concentrados en el bebé que tenía en el pecho. A fin de cuentas, era su bebé. Puede que tuviera la gayáfaga dentro, que se apoderara de sus pensamientos y la utilizara. Pero había algo ahí dentro que aún era su hija. Suya y de Caine.
Y, si esperaban cosas terribles a aquella niñita, ¿de quién era la culpa? La culpa recaía en Diana y Caine.
Diana no tenía derecho a rechazar a Gaya.
El nombre le vino como si lo hubiera sabido desde el principio, y se entristeció. Habría sido mucho mejor poder llamarla Sally, Chloe o Melissa. Pero ninguno de esos nombres habría resultado adecuado.
Gaya.
Gaya abrió los ojos. Miró con sus ojos azules entrecerrados a Diana.
—Sí —dijo Diana—. Soy tu mamá.
—Es un camino de luces —comentó Dekka—. Uau, me veo las manos.
Se acercó al sol de Sammy y se buscó marcas en el cuerpo. La visión de Penny había sido potente. Todavía le costaba creer que solo fuera una ilusión. Pero no tenía la piel marcada.
—La mayoría va hacia allá.
Orc señaló, y de hecho Dekka lo veía hacerlo. No bien, claro. Cada piedrecita que formaba su cuerpo estaba rodeada de las sombras más oscuras, y tenía los ojos hundidos en pozos profundos. El trocito de piel humana que le rodeaba la boca y parte de la mejilla parecía tan gris y verde como cualquier otra parte de él.
Pero era de verdad, no solo un ruido y una resistencia en la punta de los dedos.
—Sí. Pero ¿qué significa que haya más en una dirección? —Dekka veía como media docena de soles repartidos hacia la derecha. Y solo cuatro a la izquierda—. Quiero decir, que podría haber soles tapados. Y tampoco es que se vean tan bien… Si tuviéramos una brújula… Quiero decir, Orc, ni siquiera sabemos qué dirección es la correcta. No sabemos si Sam se ha ido hacia la izquierda o hacia la derecha desde este punto.
—Tengo una idea. Pero seguramente estúpida —propuso Orc.
—Lo único que tenemos son ideas estúpidas, así que, ¿qué es?
—Bueno, ¿no ves mejor desde arriba?
—Pues sí. Y no es una idea estúpida. De hecho, no sé cómo no se me ha ocurrido.
Orc encogió sus hombros enormes.
—Tienes un mal día.
Se quedaba muy corto, y al mismo tiempo, en cierto sentido, era un comentario muy amable. Dekka tuvo que reírse.
—Y que lo digas. Así que, Orc, ¿quieres volar un poco?
—¿Yo?
—¿Por qué no? Por allí hay unas piedras. Son mejores que la tierra, porque cuando elimino la gravedad, la tierra tiende a flotar y se te mete en los ojos.
Se desplazaron hasta un afloramiento rocoso. Orc se quedó rígido, como si estuviera expuesto y quisiera tener buen aspecto. Dekka hizo lo que tenía que hacer y Orc se alzó.
A los tres metros soltó una carcajada tremenda, entusiasta.
—¡Ja, qué divertido es esto!
A los nueve metros Dekka ya no lo veía.
—¿Qué ves, Orc?
—Fuego —respondió—. Y me parece que los soles de Sammy van hacia él.
—Te voy a bajar.
Cuando volvió a tierra firme, Dekka preguntó:
—¿Qué aspecto tenía el fuego?
—Era como si hubiera dos o tres fuegos distintos, pero todos juntos.
—¿En Perdido Beach?
—Puede —contestó Orc no muy convencido.
—Vale, pues sigamos los soles de Sammy hacia la ciudad.
Orc dudaba.
—Hazlo tú, Dekka. Yo he salido a buscar a Drake y a matarlo.
—Orc, ya sabes que no podemos buscar nada. No en esta oscuridad como boca de lobo. Tardaríamos una eternidad solo en encontrarnos con Drake por accidente.
Orc asintió, pero no estaba de acuerdo.
—No me importa la oscuridad tanto como a ti, Dekka. En la oscuridad no tengo que ser como soy, ¿sabes? La gente no me ve. Además, seguramente habrá priva en la ciudad. Así que voy a seguir en la oscuridad. Seguramente es lo mejor para mí.
Tendió una manaza demasiado grande, y Dekka se sintió extrañamente conmovida al estrechársela.
—Gracias, chico grande. Ya sabes que me has salvado.
—Nooo.
—Escúchame, Orc. Sé que cargas con cosas malas en la conciencia.
Él asintió y murmuró.
—Pero me han perdonado. He rezado y me han perdonado. —Y añadió—: Pero no por eso deja de pesarme.
—Pues eso te digo, Orc. Que, cuando todo eso te pese, recuerda que me salvaste, ¿vale?
No parecía muy convencido. Pero puede que sonriera. Costaba saberlo. Y a continuación continuó avanzando como un elefante en la oscuridad.
Dekka siguió las luces que se dirigían hacia la izquierda.
—¡Hay una luz ahí! ¡En la carretera! ¡Acaba de aparecer! —exclamó Lana.
—¡Un sol de Sammy! —gritó Quinn.
La sensación de alivio le resultó increíble. Sam se estaba acercando.
A Quinn le pareció que bien podría desmayarse por liberar la tensión.
Quinn, Lana y Caine —acompañados de Patrick— se habían apartado de la fogata mortecina y dejado a unos cuantos pescadores de Quinn al mando. Aunque no es que se pudiera hacer algo más que gritarles: «¡Déjalo estar!».
Las antorchas se estaban extendiendo por Perdido Beach. Había grupitos de chavales en busca de comida, agua, juguetes queridos o una cama.
Ahora los soles de Sammy eran como flores radioactivas en la carretera.
Patrick ladró una vez, a modo de presentación, y salió disparado por el asfalto.
—Salve, héroe victorioso —murmuró Caine—. Don Soleado.
Diez minutos más tarde surgió un nuevo sol de Sammy, puede que a poco más de treinta metros, y el grupito de tres avanzó hacia él, todavía con cautela. La carretera estaba cubierta de restos desperdigados, incluidos camiones enteros.
Entonces Quinn distinguió dos figuras débilmente iluminadas.
Los dos grupos se aproximaron, y Sam iluminó la escena.
—Quinn, Lana —dijo Sam. Con una mano rascaba el collar de Patrick—. Caine.
—Hola, hermano. ¿Cómo lo llevas? Qué tiempo más raro que hace, ¿eh?
—¿Qué te ha pasado en las manos? —preguntó Sam.
Caine levantó las manos, que aún tenían cemento pegado.
—¿Ah, esto? No es nada, solo necesito un poco de loción.
—¿Astrid? —dijo Lana—. ¿Has vuelto?
—Ya era hora —dijo Quinn entre dientes.
—Pues entonces hay final feliz —comentó Caine ferozmente—. Me encantan los finales felices.
Quinn iba a decirle algo como «cállate», pero se contuvo. Caine era un idiota obsesionado por el poder, pero había tenido un día infernal. Ponerse sarcástico no era lo peor que podía hacer.
—¿Has venido a encender unas luces? —preguntó Lana—. Porque, aunque estaría muy bien, tenemos problemas más graves. Viene la gayáfaga.
—¿Cómo? —preguntó Astrid bruscamente—. Todo el mundo dice que la gayáfaga es una costra verde en el fondo del pozo de la mina.
—Pues no sé cómo —dijo Lana, evasiva—. Pero es así. Por eso estamos aquí. No os esperábamos. La estábamos esperando.
—No te preguntaré cómo lo sabes —comentó Astrid.
—¿Ah, sí? —replicó Lana—. Pues yo sí quiero saber, Astrid: ¿por qué no me lo discutes? ¿Te digo lo que está pasando y lo aceptas mansamente? Eso es que sabes algo.
—Ah, ¿Astrid? Ella lo sabe todo —intervino Caine.
—Tiene a Diana —respondió Astrid. Inclinó la cabeza y examinó a Caine—. Y a tu bebé, Caine. Diana dice que es tuyo.
—Ya —dijo Caine. Iba a decir algo más, pero se contuvo y murmuró—. Ya… Un bebé…
—Espera —los interrumpió Lana—. Sanjit… ¿ha…?
—Por poco. Pero por lo que sé está a salvo en el lago. He recibido tu mensaje… demasiado tarde. Y Astrid también os traía un mensaje —explicó Sam.
—Qué gracia cómo se desmoronan las cosas cuando se apagan las luces —comentó Quinn—. Muchos planes, y nada sale bien.
—La gayáfaga está buscando un cuerpo. Necesita un cuerpo físico —explicó Astrid—. La barrera está muerta. Se va a resquebrajar. Por fin va a terminar todo. Pero, cuando eso ocurra, la gayáfaga intentará salir.
—Y ¿todo esto lo sabes por tu genialidad increíble? —sonrió Caine con suficiencia—. ¿Sabes a qué hora se supone que pasará todo esto? Porque tengo que decirte que estoy listo para salir de aquí. Ya está tardando. Me muero de ganas de comerme un helado.
—No sé cuándo. Meses, quizás. Tú hijo o hija no nacerá hasta…
—¡Déjalo estar! —gruñó Caine, abandonando su pose arrogante—. No juegues conmigo, Astrid. ¿Qué crees que voy a hacer? ¿Convertirme de repente en una persona distinta solo porque me acosté con Diana?
—La dejaste embarazada —dijo Astrid sin perder la calma—. Pensaba que quizás eso te haría pensar en algo más que en ti mismo.
—Y así es, Astrid —replicó Caine, rezumando sarcasmo—. Me dan ganas de ir a lanzar la pelota de fútbol en el patio trasero. De hacer filetes a la barbacoa. Esas cosas de papá de verdad. El único problema es esta maldita oscuridad.
Una llama se elevó en el aire no muy lejos de la carretera. Se oyeron las voces agitadas de niños pequeños.
—¡Gracias, mejor así! —gritó Caine por encima del hombro—. Así que Lana dice que viene la gayáfaga, y vosotros decís que tiene a Diana, por cierto, buen trabajo protegiéndola, Sam, y que yo debería tomar clases de paternidad, y además, ah, por cierto, que va a bajar la barrera. Algún día. Probablemente después de que nos muramos todos de hambre.
Mientras tanto, Sam se había dedicado a observar a Caine como una muestra bajo el microscopio. Intentando averiguar qué iba a hacer.
—¿Vas a pelear o no?
—¿Quién, yo? —Caine se rio—. ¿Qué te pasa, Sam? La genio dice que va bajar la barrera. Y ¿tú quieres salir corriendo y hacer que te maten antes de que eso suceda? Deja que la barrera se rompa como un huevo. Si la gayáfaga quiere salir, pues deseémosle buena suerte, esperemos hasta que esté lejos en la carretera, y entonces nos marchamos nosotros.
—Se llevará a Diana y a tu… y al bebé —le recordó Sam.
—¿Te has enterado de lo que ha hecho Albert, te has enterado? —Caine trató de señalar en dirección al océano y la isla, pero llamó la atención sobre su mano aún encostrada, así que la dejó caer a un lado—. En cuanto Albert se ha dado cuenta de lo que estaba pasando ha cogido una barca y huido a la isla. Y ¿sabes lo mejor? Que lleva tiempo planeándolo. Sobornó a Taylor. Parece que se hizo con unos misiles, quién sabe cómo los consiguió; hablamos de Albert, y también los ha trasladado hasta allí.
Quinn vio que Sam apretaba la mandíbula al oír todo aquello.
—Ahora —continuó Caine—, Albert está allí sentado comiendo queso y galletas, partiéndose de risa pensando en idiotas como nosotros.
Sam ignoró o fingió que ignoraba todos esos comentarios, y dijo:
—Mira, Caine. No sé dónde están Brianna, Dekka u Orc. Puede que Jack ya esté muerto. En cualquier caso, no vendrá a luchar. Así que igual puedo derribar a Drake yo solo, e igual no. Pero ni siquiera sé lo que significa decir «que viene la gayáfaga». ¿Que viene cómo? ¿En forma de qué? ¿Con qué poder? Ni siquiera sé si…
Quinn alzó la mano y Sam se detuvo.
—Penny —dijo Quinn—. La hemos seguido hasta cruzar la carretera. También está ahí fuera. En la oscuridad.
—No hay motivo para pensar que se toparía con Drake —intervino Lana, pero parecía preocupada.
—Ah, con ella… —Caine alzó el dedo índice encostrado—, con ella sí que me pelearía. Traedme a Penny y la mataré por vosotros. Dos veces.
La conversación se apagó y se quedaron en silencio, los cinco chicos y el perro, bajo una luz débil y ridícula.
—Todos menos tú, Caine —intervino Quinn—. Te has ido arrastrando con la ensaladera de cemento, inclinado como un mono y caminando sobre los nudillos, y con una corona grapada en la cabeza. Te han vencido, rey Caine, y lo único que podías hacer era de monito de Penny. Los chicos se reirán de ti durante mucho tiempo. Sí. Si baja la barrera, oirás historias en la tele. Habrá chistes en internet.
Quinn observaba las manos de Caine con recelo. Esperaba que alguien lo detuviera antes de que atacara y arrojara a Quinn contra y a través de la pared más cercana.
Caine se volvió con lentitud amenazadora hacia Quinn, quien sentía el calor de su malevolencia. Jugar con la humillación era peligroso.
—¿Cómo crees que pintará tu historia, Caine? Siempre pavoneándote, haciéndote el malo y el duro. Pero una cosa sí que la hiciste bien, Caine: saliste a ayudar a Brianna y luchaste contra esos bichos, y por eso la gente dijo: «Sí, puede ser nuestro rey».
—¿Que yo ayudé a Brianna? —replicó Caine—. Ella me ayudó a mí.
—Pero todo eso, todo eso quedará borrado, porque el final de la historia será cómo Penny te humilló…
—Ya vale, ¿no? —dijo Caine bruscamente.
—Lo que la gente recuerda es el final de la historia. Y, si baja la barrera, el final de la historia será que lloraste y te cagaste y bailaste como un mono entrenado para Penny.
No había manera de saber si Caine estaba tan pálido como lo parecía bajo la luz del sol de Sammy. Tenía los ojos entrecerrados y los labios retraídos, como un lobo que mostrara los dientes. Su cara estaba pegada a la de Quinn, a quien miraba fijamente, pero habló a Sam:
—Ahora resulta que tu amigo el perdedor tiene cojones, Sam.
—Eso parece —comentó Sam, maravillado.
Entonces Caine habló a Quinn:
—¿Sabes qué, Quinn? Como te preocupa tanto mi… legado. ¿Es la palabra correcta, Astrid? Como te preocupa mi legado, Quinn, saldré a cazar a Drake con mi hermano si…
—¿Si qué? —preguntó Quinn.
—Si vienes con nosotros —respondió Caine con una sonrisa cruel—. Has sido un auténtico coñazo, pescador. Por tu culpa tuve el problema con Penny. Así que está muy oscuro ahí fuera, y es probable que Drake y puede que incluso nuestra vieja amiga Penny estén ahí también. Y ya no hablemos de Doña Chunga propiamente dicha.
Quinn no pudo evitar mirar hacia la oscuridad absoluta donde sabía que se ocultaban los monstruos.
—Es pescador —intervino Sam—. Ni siquiera tiene arma.
Caine se rio.
—¿Has estado en Perdido Beach? Es una ciudad muy agradable. No hay mucha comida, no hay ocio, pero sí muchas armas. Lo que sí tenemos son armas. Y necesitará una.
—Ni siquiera sé disparar —protestó Quinn.
Caine se rio cruelmente.
—No tienes que disparar a Drake o Penny, y ya no digamos a la Oscuridad, si es que viene de verdad —se burló—. Es para que te la metas en la boca y aprietes el gatillo si alguno de ellos te coge.