FUERA

ABANA BAIDOO estaba temblando cuando alcanzó su coche aparcado fuera de Denny’s. Apenas podía respirar.

No. No iba permitirlo, de ninguna manera. Pero si quería detenerlo tenía que concentrarse, y no pensar en lo enfadada que estaba con Connie Temple.

¡Mentirosa!

Sacó el iPhone del bolso y, pese a que le temblaban los dedos y le costaba acertar, encontró la lista de correo de las familias.

Primero, un correo electrónico:

¡Atención todos! ¡Es urgente! Van a hacer estallar la cúpula. Tengo pruebas contundentes de que van a hacer estallar la cúpula. Que todas las familias llamen inmediatamente a sus senadores y congresistas y a los medios de comunicación. Háganlo ahora. ¡Y vengan si están cerca de la zona! ¡La historia del vertido tóxico es mentira! ¡¡¡No dejen que les detengan!!!

Luego mandó mensajes de texto. El mismo mensaje, más corto:

Van a utilizar un explosivo nuclear para hacer estallar la anomalía. ¡Llamen a todo el mundo! ¡¡¡Esto no es un chiste ni un error!!!

Y a continuación, sin demorarse, abrió su aplicación de Twitter:

#FamiliasdePerdido. Planean explosión nuclear. No es chiste ni error. Ayuden ahora. ¡Vengan si pueden!

Luego la aplicación de Facebook con el mismo mensaje, un poco más largo.

Hecho. Ya era demasiado tarde para que lo encubrieran.

Connie salió corriendo del restaurante hasta su coche. Se metió en él, lo puso en marcha y lo acercó haciendo chirriar los neumáticos hasta ponerse junto a Abana, quien bajó la ventanilla.

—Ódiame luego, Abana —dijo Connie—. Ahora sígueme. Nos dirigimos a una carretera de tierra.

Connie no esperó para arrancar, y lo hizo tan bruscamente que dejó marcas de neumáticos en el aparcamiento.

—¡Claro que sí! —exclamó Abana, y se puso a conducir con una mano mientras los tweets y mensajes empezaban a pitar en su teléfono.