DIECISIETE

20 HORAS, 19 MINUTOS

—HAZ SONAR la alarma —ordenó Sam.

La alarma era una gran campana de latón que habían cogido de uno de los barcos y colgado sobre la oficina de dos pisos del puerto deportivo.

Edilio corrió hasta la torre, trepó y tocó la campana.

La mente de Sam sentía curiosidad por ver lo bien que se portaría todo el mundo. Lo habían practicado tres veces: cuando sonara la campana, algunos chavales debían correr a los campos y alertar a los chavales que allí hubiera.

Cada tienda o tráiler tenía un barco asignado para salir, tanto si se trataba de una casa flotante, de un velero o de un barco más pequeño; mientras fuera más grande que un bote de remos serviría.

Edilio tocó la campana, y los pocos chavales que había cerca se quedaron inmóviles, perplejos.

—¡Oíd! —gritó Sam—. ¡Esto no es un simulacro, esto va en serio! ¡Haced lo que os enseñó Edilio!

Como de costumbre, Brianna apareció sorprendiéndolos.

—¿Qué pasa?

—Drake —respondió Sam—. Pero, antes de que te preocupes por él, asegúrate de que traemos a todos de los campos. ¡Ve!

Dekka se acercó corriendo, aunque más despacio que Brianna.

—¿Qué ocurre?

—Drake.

Algo eléctrico circuló entre ellos y Sam tuvo que contenerse para no reírse en voz alta. Drake. Algo definido. Algo real. Un enemigo real y tangible. No un proceso vago, ni una fuerza misteriosa.

Drake. Sam se lo imaginaba claramente.

Y sabía que Dekka estaba haciendo lo mismo.

—Lo han visto con una manada de coyotes. Parece que han matado a alguien. Seguramente a Howard.

—¿Crees que viene hacia aquí?

—Probablemente.

—Y ¿cuánto tardará? —preguntó Dekka.

—Pues no lo sé. Ni siquiera estoy seguro de que venga. En cuanto Brianna esté libre la mandaré a inspeccionar.

—Esta vez sin compasión —dijo Dekka.

—Ninguna —Sam estaba de acuerdo—. Ocúpate de tu parte.

«Tu parte» se refería básicamente a ser Dekka. Los chavales la respetaban hasta la reverencia. Todos sabían que se había enfrentado a una muerte terriblemente truculenta. Y también había salvado a los peques cuando Mary hizo puf. Y, claro, todos sabían que Sam la tenía muy bien considerada.

Así que, durante los simulacros, Dekka se había quedado en el muelle mientras todos corrían a los barcos. Era la presencia antipática. No podías fliparte cuando Dekka te repasaba.

Torrentes de chavales volvían de los campos cargando con toda la comida que podían, vigilados por una Brianna que los recorría revoloteando.

A los que estaban acampados ya los habían sacado de sus tráileres y tiendas, y habían empezado a ocupar sus sitios en los barcos del puerto.

En cuanto tenían a todos sus pasajeros asignados, los barcos zarpaban y remaban, o se impulsaban con pértiga o sencillamente iban a la deriva, hacia el interior del lago.

Orc apareció acompañando a Sinder y Jezzie, los tres cargados de verduras. Sam no sabía si compartir sus sospechas con Orc, pero decidió que no. Puede que necesitara su fuerza y su carácter casi indestructible. No podía permitir que el chico monstruo atacara por su cuenta.

En treinta minutos, la mayor parte de la población estaba a bordo del conjunto variopinto de veleros, lanchas motoras, yates a motor y casas flotantes que formaban la armada del lago Tramonto.

Al cabo de una hora, los ochenta y tres chavales se encontraban repartidos en diecisiete embarcaciones distintas.

Sam miraba hacia el lago y se sentía satisfecho. Habían planeado ese día e, increíblemente, el plan había funcionado. Toda esa gente estaba en el agua. El agua era potable, así que no tenían que preocuparse por la sed. El lago proporcionaba una cantidad razonable de peces, y todas sus reservas de comida se encontraban en los barcos.

Así que los chavales podían sobrevivir en los barcos durante una semana larga, puede que incluso dos, sin problemas.

Si ignorabas que habría accidentes. Y estupideces.

Y si ignorabas que el mundo entero se oscurecería muy pronto.

Y que había algo que se dedicaba a mezclar chavales y coyotes como quien hace una tortilla.

El único barco que no salió fue la Casa Blanca flotante. Sam, Astrid, Dekka, Brianna, Toto y Edilio se encontraron en cubierta, donde los chavales ansiosos de las embarcaciones disparejas que los rodeaban pudieran verlos. (Habían mandado a Sinder, Jezzie y Mohamed a otros barcos). Era importante transmitir la idea de que tenían las cosas bajo control. Sam se preguntaba cuánto duraría esa ilusión.

—Vale, lo primero es lo primero —empezó a decir Sam mirando a Brianna.

—Allá voy —respondió la chica.

Llevaba su mochila de corredora. La de la escopeta recortada con dos cañones que salía por abajo, de modo que la mochila también hacía de funda.

—¡Espera! —gritó Sam antes de que pudiera desaparecer—. Encuentra, mira… —Sam apuntó a Brianna con el dedo y se inclinó hacia delante, asegurándose de que así lo oyera— y vuelve.

Brianna adoptó una expresión falsa como si se sintiera herida, y replicó:

—¿Qué, crees que voy a empezar una pelea? ¿Yo?

El comentario provocó la risa de todos excepto de Dekka, y el sonido de esa risa resultó tranquilizador para los chavales asustados de los barcos.

Brianna se convirtió en un borrón y Sam oyó que la vitoreaban desde varios barcos.

—¡Vamos, Brisa!

—¡Sí, la Brisa!

—¡La Brisa contra Mano de Látigo!

Sam miró a Edilio y comentó:

—Justo lo que Brianna necesita: que le suban el ego. —Y añadió—: ¿Alguien tiene idea de a quién han matado? ¿Quién falta?

Edilio se encogió de hombros. Se levantó, se dirigió a la borda y gritó a los barcos:

—Eh, escuchadme. ¿Falta alguien?

Durante un rato, nadie respondió. Entonces Orc, que estaba en la proa de un velero, y pesaba tanto que el barco entero se hundía más de medio metro por la parte delantera, comentó:

—No he visto a Howard. Pero él siempre…, ya sabes…, anda solo por ahí.

Las miradas de Sam y Edilio se encontraron. Ya se habían dado cuenta de que era quien faltaba.

Sam vio que Orc se levantaba, con lo que el barco entero se movió y asustó a Roger, Justin y Diana, que estaban allí con él. Orc volvió a sentarse.

—Qué bien que hayas vuelto —dijo Sam a Astrid—. Orc confía en ti. Puede que más tarde…

—No creo que Orc y yo… —empezó a contestar ella.

—No me importa. Puede que necesite a Orc. Así que igual tendrás que hablar con él —replicó Sam.

—Sí, señor —dijo ella con un levísimo tono de sarcasmo.

—¿Dónde está Jack? —preguntó entonces Edilio, malhumorado—. Se supone que tiene que fichar.

—De camino —respondió Dekka, y señaló con la barbilla—. Lo veo. Solo se está entreteniendo.

—¡Jack! —aulló Sam.

Jack se encontraba a unos cien metros de distancia, y levantó la cabeza al oír su nombre. Sam puso los puños en jarras y lo fulminó con la mirada, impaciente. Entonces Jack se puso a correr como lo hacía, a grandes saltos potentes.

En cuanto alcanzó el muelle, Edilio le preguntó qué pensaba que estaba haciendo.

—Se supone que has de ir armado y se supone que has de estar en el Hoyo.

—¿Qué está pasando? —preguntó Jack tímidamente—. Estaba dormido.

—¿Brianna no te ha despertado? —preguntó Sam.

Jack parecía incómodo.

—No nos hablamos.

Sam señaló enfadado los barcos que cabeceaban en el lago.

—Tengo a niños de cinco años metiendo a niños de dos años donde se supone que tienen que estar, ¿y uno de mis dos genios oficiales se ha dormido?

—Lo siento —dijo Jack.

—Así es —confirmó Toto.

Sam lo ignoró. Rebosaba adrenalina. Estaba dispuesto a olvidar la mutación asquerosa que había bajo de la lona. Dispuesto a olvidar, al menos por el momento, que puede que fuera el último día de verdad con el que contaban. Dispuesto a olvidar su preocupación por Caine y los misiles. Dispuesto a dejar a un lado todos esos problemas intratables y preguntas sin responder, porque ahora —ahora, por fin— se presentaba una pelea directa.

Astrid lo agarró del hombro y lo llevó aparte. Sam no quería discutir con ella; tenía cosas que hacer. Pero no podía decirle que no. No sin escucharla primero.

—Sam, esto significa que tu carta no va a llegar ni a Caine ni a Albert.

—Ya, ¿y?

—¿Y? —Astrid se mostró tan brusca en su incredulidad, que Sam tuvo que dar un paso atrás—. ¿Y? Las luces van a apagarse igualmente, Sam. Y aún nos enfrentamos a un posible desastre. Y no sabes lo que pueden hacer Albert o Caine.

—De eso me encargaré cuando pueda —dijo el chico, cortando el aire con la mano para interrumpir el debate—. Tenemos una pequeña urgencia entre manos.

—A todo esto, ¿dónde está la tontaina de Taylor? —preguntó la chica, enfadada—. Si no se presenta, manda a Brianna a entregar la nota a Albert y Caine.

—¿A Brianna? ¿Y apartarla de la caza de Drake? Te deseo suerte…

—Entonces manda a Edilio y a un par de sus…

—Ahora no, Astrid. Prioridades.

—Tú estás estableciendo prioridades, Sam. Te encargas de lo fácil en vez de ser listo.

A Sam le dolió que le dijera eso.

—¿Lo fácil? Drake se presenta de repente tras cuatro meses desaparecido. ¿No te parece que igual todo es lo mismo? ¿Drake, la mancha, lo que sea esa fuerza «ignorante»?

—Claro que sospecho que todo es lo mismo —replicó Astrid apretando los dientes—. Por eso quiero que busques ayuda.

Sam levantó un puño y empezó a recorrer una lista, sacando un dedo por cada punto a tratar.

—Uno: Brisa lo localiza. Dos: Dekka, Jack y yo nos reunimos. Tres: tanto si se trata de Drake como de Brittney, lo cortamos, lo quemamos a fondo, trozo a trozo, y hundimos las cenizas que queden en el lago, dentro de una caja de metal cerrada y pesada. —Sam volvió a cerrar los dedos en un puño—. Vamos a acabar con Drake de una vez por todas.

Drake oyó el repique de la campana. Era un ruido lejano, pero resultaba estridente y penetrante. Sintió el apremio que implicaba. Se imaginó lo que quería decir.

Maldijo a los coyotes, y no precisamente en voz baja.

—Han encontrado el desastre que habéis dejado en la carretera. Ahora estarán preparados para nosotros.

El líder de la manada no le dijo nada.

¿Cuánto tardarían en mandar a Brianna tras él? Poco. Si los encontraba, despacharía a los coyotes en escasos y sangrientos segundos. Y luego evitaría que Drake avanzara.

Había luchado con Brianna antes. La chica no podía matarlo, pero sí retrasarlo. Le había cortado extremidades, y esa clase de daño tardaba en arreglarse.

Y por supuesto se traería a Sam. A Sam y sus pequeños ayudantes. Puede que esta vez no lo retrasara el surgimiento de Brittney. Puede que esta vez lo quemara centímetro a centímetro, como empezó a hacer cuando…

—¡Aaaarrrg! —gritó Drake.

Alzó su tentáculo y lo dejó caer con un chasquido estentóreo.

Los coyotes lo observaban impasibles.

—Tengo que esconderme —anunció el psicópata. Le avergonzaba reconocerlo—. Tengo que esconderme hasta que llegue la noche.

El líder de la manada inclinó la cabeza y dijo como pudo:

—Cazador humano ve. No huele ni oye.

—Una observación brillante, Marmaduke. —Pero era verdad: Brianna no era un coyote. No podía olerlo ni oírlo, a no ser que hiciera mucho ruido. Solo necesitaba que no lo vieran—. Vale, buscadme un lugar donde no me vean hasta que se haga de noche.

—Sitio alto con grietas profundas.

—Vamos rápido, antes de que se decidan a mandarnos a vuestra amiga Chica Rápida.

Los coyotes no se entretuvieron. Se marcharon al trote, esquivando los obstáculos con una especie de fluidez incesante. Fueron subiendo hasta llegar a la cima de un promontorio. Allí Drake vio que la barrera se encontraba a unos cuatrocientos metros.

Se detuvo y se quedó mirando.

Era como si su dueña se alzara desde lo más hondo de la tierra con garras negras. Como si intentara agarrar y envolver aquel mundo antinatural con miles de dedos.

Debería haberlo motivado. Pero se sintió inquieto. Se trataba de la misma mancha negra que había empezado a extenderse por la gayáfaga.

Le recordaba que puede que la Oscuridad no estuviera bien del todo. Le recordaba que aquella misión no se basaba solamente en la ambición de la gayáfaga, sino también en el miedo.

—Muévete —le instó el líder de la manada, ansioso.

Sus siluetas se recortaban parcialmente sobre el risco. Drake se agachó. Veía el lago extendido por debajo. Si él podía verlos, ellos también.

Corría tras el líder de la manada, que desapareció rápidamente entre un laberinto de piedras caídas y el risco erosionado por la lluvia.

Drake tuvo que tomar aire para encajarse en la grieta que habían encontrado para él. Una de las ventajas de ir con coyotes era que nadie conocía mejor el terreno.

No había espacio para sentarse, y apenas para mantenerse en pie. Pero Brianna no lo encontraría; de eso estaba seguro.

Y desde allí veía una franja estrecha del lago, unos pocos barcos y un fragmento del cielo.

La noche se acercaba.