VEINTIDÓS

17 HORAS, 25 MINUTOS

LA LUCHA duró seis segundos.

Durante los cuales Brianna se acercó a toda velocidad, intentó dar a Gaya con el machete y falló.

Gaya le asestó un puñetazo tan potente como los de Jack y la alcanzó en un extremo del hombro, haciéndola girar hasta caer despatarrada en el hormigón.

Brianna se puso en pie en un segundo, levantó la escopeta y disparó un montón de perdigones al pecho de Gaya, quien se tambaleó hacia atrás con siete agujeritos en el cuerpo.

Brianna se le acercó rápidamente gritando: «¡Muere!», le metió la escopeta en la boca y apretó el gatillo.

Pero no hubo explosión. El proyectil no estalló.

Brianna abrió el ojo bueno y Gaya la agarró del cuello. Imposible escapar. Brianna intentó darle con el machete, pero estaba mal colocada y solo le alcanzó el cuello, demasiado abajo y sin fuerza suficiente. Salió sangre por todas partes.

Pero Brianna se notaba grogui y cada vez más débil.

Volvió a atacar y Gaya paró fácilmente el golpe, le arrancó el machete de la mano y lo arrojó a un lado.

El rostro de Gaya, sus ojos azules fríos, eran lo único que Brianna veía. Pero sentía la mano presionándole el corazón con la palma hacia fuera, y supo…

—¡No! —gritó Dekka.

Pero Gaya había hecho un agujero en el cuerpo de Brianna. Un agujero humeante donde debería tener el corazón.

El cuerpo de Brianna se quedó flácido, y de repente parecía muy pequeño.

Gaya cayó hacia atrás y se tocó las heridas de los perdigones, pero entonces se dio cuenta de que la sangre que le brotaba de la arteria del cuello era un problema mayor. Estaba bañada en su propia sangre.

—¡No! —volvió a gritar Dekka, y atacó, con Orc a su lado y Jack gritando, saliendo a toda velocidad del arcén de la carretera, todos contra Gaya.

La niña disparó la luz asesina pero falló, e intentó retirarse, confundida, con la visión, ya de por sí débil, aún más debilitada por la sangre que estaba perdiendo.

Intentó ganar velocidad, pero sentía que disminuía. Claro: acababa de matar a la chica con ese poder. No podía elegir: unos pocos segundos más, y ella también estaría muerta.

Gaya se volvió para echarse a correr, peo el monstruo gris tardaría segundos en echársele encima. Pateó como una loca y se lanzó por los aires, anuló la gravedad para aminorar el descenso, tocó el suelo y salió disparada otra vez hacia la oscuridad, describiendo un arco de sangre a su paso.

—¡No, no, no! ¡Brianna! —sollozaba Dekka, acunando la cabeza quemada entre los brazos.

El agujero obsceno en su pecho ni siquiera sangraba; había quedado cauterizado.

Los ojos de Brianna seguían abiertos. En cientos de películas, Dekka había visto a los supervivientes cerrar los ojos de los muertos, pero no, ella no podía hacerlo. Eran los ojos de Brianna. No podía estar muerta. No podía ser que la chica chulita, divertida y tremendamente valiente que Dekka amaba hubiese muerto.

—¡Traed a Lana! —rugió Dekka—. ¡Traed a Lana!

—La traeremos —dijo Edilio en voz baja, pero Dekka sabía que no serviría.

Lana curaba a los vivos; no despertaba a los muertos. El corazón de leona de Brianna se había quemado.

Dekka levantó la vista hacia Edilio. Se le agolpaban las lágrimas, por lo que no le veía bien la cara. El chico se arrodilló junto a ella y la rodeó con sus brazos.

Sosteniendo aún a Brianna, Dekka hundió la cara en el hombro de Edilio y se echó a llorar de forma incontrolada.

Orc no dejó de perseguir a Gaya. Pero no la veía, y al cabo de un rato dejó de oírla. Puede que estuviera escondida. Puede que fuera demasiado rápida. Jack lo alcanzó.

—¿Adónde ha ido? —preguntó Jack.

—No lo sé.

Dejaron de correr. Se quedaron el uno junto al otro en la carretera a oscuras. No sabían qué hacer. No podían volver y ver llorar a Dekka. Y ver el cadáver de la chica que más de una vez había luchado por ellos y les había salvado la vida.

Cualquier cosa menos eso, cualquier cosa menos eso.

—He cambiado de idea, Señor —dijo Orc al cielo nocturno—. No me importa que la gente me vea. Por favor, sácanos de aquí. Este sitio es demasiado triste.

Sam se había desmayado, o igual estaba dormido. Costaba saberlo. Esperaba despertarse en cualquier momento y encontrarse a Gaya regodeándose al mirarlo.

Pero cuando despertó se dio cuenta de que Quinn y uno de sus pescadores lo estaban levantando de la calzada. Taylor se quedó cerca, lo vio todo y desapareció.

Sam dijo algo brillante como «¿Eh?».

Y entonces o bien se desmayó o volvió a dormirse. Costaba distinguirlo.

No estaba lo bastante consciente como para poner nombres a los ruidos de una lancha motora que iba a poca potencia o a los de las olas golpeando la proa, pero era reconfortante.

Se volvió a despertar mientras lo descargaban en el muelle, y llamó:

—¿Astrid?

—Estaba bien la última vez que la he visto —le explicó Quinn.

—Entoncess toodo va bienn —dijo Sam, arrastrando las palabras.

—Ojalá fuera verdad, amigo mío —comentó Quinn.