18 HORAS, 57 MINUTOS
EDILIO SE había enterado de la advertencia de Lana por Astrid.
Pero ¿atacar con qué? ¿Con quién? Ahora la gente empezaba a volver de algunos de los campos. Brianna seguía de baja. No sabían dónde estaba Sam, ni Caine; Jack se mostraba reacio y Orc estaba dispuesto pero exhausto.
¿Un ataque? ¿Dónde?
No, habría sido un buen consejo en otras circunstancias. Pero no considerando las personas con las que contaban ahora. Además, Edilio tenía una intuición. Si Gaya aún no había llegado, era porque esperaba a que oscureciera. Puede que fuera un monstruo, pero era un monstruo acostumbrado a la oscuridad, no a exponerse a la luz del día. Pese a contar con la velocidad de Brianna había atacado el lago de noche. Había esperado a que anocheciera.
Esperaría a que volviera a oscurecer.
Edilio era muy consciente de que sus reflexiones se basaban en una corazonada, y de que estaba jugando con sus vidas. Como todo general desde el principio de los tiempos, estaba evaluando sus fuerzas, intentando comprender a su enemigo, apostando y tirando los dados.
Había hecho planes. Ahora tenía el piloto automático puesto, no quería pensar en Roger, no quería pensar en las imágenes de cadáveres flotando en el lago.
Si hubiera estado allí, quizá…
—Dekka, ¿cuánto rato puedes mantener una zona sin gravedad?
—Todo el que quieras, Edilio.
Era demasiado amable, sentía lástima por él.
—No quiero que te vean —indicó el chico.
—Pero cada vez que lo hago, todo flota. Tierra, plantas, piedras… No es que sea precisamente invisible.
—Ya lo sé. Estaba pensando en que si la mantenías solo hasta la altura del hormigón en la carretera… como una franja estrecha. Que no flotara nada. Además, está empezando a anochecer, y la ceniza del fuego…
Dekka asintió.
—Puedo hacerlo.
Edilio había escogido un punto en el límite de la ciudad, cerca de Ralph’s. Estar al descubierto les perjudicaba: necesitaba lugares para ocultar tiradores, necesitaba un terreno complejo y necesitaba mantenerse oculto.
Había un camión de mudanzas volcado. Hacía mucho tiempo que lo habían saqueado y esparcido su contenido: una poltrona de cuero agrietada por la luz del sol; una mesa de comedor con la madera blanqueada al haber estado expuesta al aire libre; un colchón envuelto en plástico; cajas de libros y cajas que antes contenían ropa. Bric-à-brac, muebles de jardín, un montón de escobas y mopas, todo esparcido por la carretera y el arcén. Dos tercios del camión estaban vacíos, y lo que quedaba no era más que una mezcolanza de mesitas, sillas y cartón. El interior estaba oscuro.
—¿Ya han llegado Orc y Jack? —preguntó Edilio por encima del hombro.
—Están de camino —indicó Dekka.
—Vale, Dekka, encuentra tu sitio, haz lo tuyo. Unos veinte metros en la carretera. Puedes esconderte detrás de ese Volkswagen quemado.
Llegaron Orc y Jack; el primero avanzando pesadamente, el segundo con cuidado. Edilio señaló el techo del camión, que ahora era una pared.
—Quiero que hagáis seis agujeros aquí, lo bastante grandes para que un tirador vea y pueda disparar a través de ellos.
Edilio se apartó y oyó seis golpes bruscos.
¿Tenía seis tiradores competentes? Miró a su alrededor. Había empezado el día con veinticuatro de sus chavales entrenados, y por algún motivo ahora solo contaba con diecisiete. Algunos habían ido a recoger alimentos, movidos más por hambre que por cobardía. Diez estaban esperando en la plaza… el plan B. Puede que se les sumaran más cuando volvieran los del campo. Ahora tenía siete aquí. Seis para el camión, y uno que haría de tirador de primera con un rifle con mira telescópica, que colocaría a quince metros en la carretera.
—No disparéis hasta que veáis tropezar a Gaya o se ponga a flotar, ¿vale? Cuando entre en el campo de Dekka. En cuanto eso pase, disparad. —Levantó un dedo de advertencia—. Disparad bien, como habéis practicado, ¿vale? Apuntad cada vez. No paréis hasta quedaros sin munición. No asumáis que está muerta. No olvidéis que puede curarse como Lana.
Orc y Jack salieron de detrás del camión y Edilio preguntó:
—¿Has podido dormir, Jack?
—Un poco.
—Un poco es lo que ha dormido todo el mundo.
—Sí, pero yo…
—Jack, sé que no quieres luchar.
—Yo solo…
—No me importa —lo interrumpió Edilio bruscamente—. Tú ya no decides. Voy a reclutarte.
—No puedes… —empezó a decir Jack.
—La persona que más me importa está flotando muerta en el lago —explicó Edilio—. Pronto todos estarán muertos. Tú incluido, Jack. Toda la gente que conoces.
La rebeldía de Jack se debilitó cuando Edilio lo miró a los ojos y no bajó la mirada en ningún momento.
—Bien —dijo entonces Edilio—. Pues así será.
Y entonces Edilio explicó su plan, que dependía completamente de que Gaya no detectara la emboscada. Diana les había contado todo lo que había podido acerca de su hija, de manera que sabían que Gaya era miope. Puede que eso sirviera de algo. Y también que solo tuviera información fragmentada del conocimiento humano, así que no había visto un centenar de emboscadas tendidas en cientos de películas y series de televisión.
Era un plan penoso. Gaya los quemaría como un cuchillo caliente cortando mantequilla. Se verían obligados a salir huyendo, y no lo conseguirían. Los que sobrevivieran quedarían atrapados en el fuego cruzado y precipitado de la plaza, donde diez tiradores se ocultaban en ventanas y puertas.
Bueno, diez, menos quien hubiera huido.
Edilio se dirigió por la carretera hasta el límite de donde Dekka anularía la gravedad. Comprobó el cargador de su rifle automático. Deslizó lentamente el cerrojo para ver si la bala ya estaba en la recámara, y corrió el seguro con el dedo índice.
¿Dónde estaban Sam y Caine?
¿Dónde estaba Brianna? ¿Podría venir?
¿Cómo había terminado Edilio haciendo de cebo?
Sintió náuseas al pensarlo. Cebo. Como un cuerpo flotando en el lago.
«Santa María, cuida de él. Por favor, llévalo al cielo y déjalo ser feliz».
Se le llenaron los ojos de lágrimas. No. No tenía tiempo para eso.
Una figura apareció a medio camino, caminando por la carretera, roja bajo los rayos inclinados del atardecer. Ahora eran dos. Una caminaba delante de la otra.
Bueno, al menos ahora sabía qué le había ocurrido a Caine. ¿Se había puesto de parte de ella?
Tenían pocas posibilidades contra Gaya, y menos contra Gaya y Caine juntos.
«Bueno —pensó Edilio—. Te veré pronto, Roger».
Edilio echó de menos su rosario, y rezó en su español natal:
—Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
«La hora de nuestra muerte…».
Edilio alzó su rifle automático y disparó seis veces a Gaya.
Sam había soportado el dolor antes. Ahora no era tan terrible como cuando Drake lo azotó, pero le dolía. Y gritaba cada vez que se arrastraba unos centímetros más por la carretera. Ni siquiera estaba seguro de lo que se había roto. Pero sabía que no se sentía una pierna y que la otra le cosquilleaba como si se hubiera golpeado en el hueso del codo. Y sentía retorcimiento y fricción intensos en la espalda y el hombro.
Ni siquiera sabía el tiempo que llevaba así. Había pasado ratos inconsciente, no sabía cuánto tiempo. Parecía desmayarse y despertarse, cada pesadilla seguida de un despertar tremendamente dolorido.
A esa velocidad nunca llegaría a Perdido Beach. Le quedaba más de un kilómetro para llegar a Ralph’s, pues solo recorría quince centímetros cada vez. Se moriría de hambre o sed antes de encontrar ayuda. Gaya había convertido a Caine, o puede que solo lo hubiera torturado para someterlo. No importaba lo que hubiera sucedido, porque si Caine la ayudaba, o incluso aunque Caine no luchara, la situación se volvería imposible.
—¡Aaaah! —gritó al obligarse a avanzar.
Podía ponerse a la pata coja e ir saltando, puede que así fuera más rápido, pero si se caía el dolor sería terrible.
Puede que no debiera pensar mal de Caine. No tenía ni idea del dolor que podía causar Gaya a su hermano. Sam no quería arriesgarse a caerse sobre una pierna rota; puede que Caine temiera algo peor.
Astrid. Al menos Gaya no prolongaría su muerte. Los mataría a todos tan rápida y eficientemente como pudiera. Quemaría la ciudad entera para conseguirlo. Los obligaría a esconderse y los mataría con una luz como la suya.
—¡Aaah!
Ahora que se acercaba el final Sam era inútil, inútil. El gran y poderoso Sam Temple, arrastrándose como un insecto mutilado por la carretera mientras el sol se ponía sobre el océano. El último atardecer de la ERA.
Era injusto. Todos pensaban que el final se aproximaba. Y que los masacrarían como a esos pobres chavales del lago, todos muertos, aplastados. Todas esas vidas…
Astrid.
La verdad es que había fantaseado con que saldrían de aquel lugar de la mano. Se había imaginado incontables situaciones, preguntándose cómo podrían seguir juntos fuera, ahí fuera.
Y ella se preocupaba por lo que ocurriría después, por lo que pensaría de ellos el resto del mundo. Bueno, puede que fuera mejor así. Puede que fuera mejor no…
No, ni hablar. No, merecían vivir. Todos habían pagado una y otra vez, un millar de veces. Merecían vivir.
Alguien…
Sam alzó la vista y se estremeció, temiéndose que fuera la gayáfaga.
La criatura que tenía ante él era una cosa extraña, inquietante, con la piel dorada y lisa.
—¿Taylor?
Los ojos de la chica parpadearon. Habían cambiado. Ella había cambiado. Seguía teniendo una piel dorada increíble, pero el pelo… y la boca también parecía distinta, más humana.
—¡Taylor! ¡No saltes! ¡Quédate!
¿Lo entendía? Lana debía de haber descubierto por fin un modo de curarla. Aunque ya no era la antigua Taylor que flirteaba con él y le tomaba el pelo tan a menudo: ya no era la informal, inconstante y cotilla de Taylor.
—Taylor, ayúdame —pidió Sam.
—Lo haré.
—¡Puedes hablar!
—Sí —contestó, y parecía un poco desconcertada al respecto.
—Vale, escúchame. Necesito algo para escribir, Papel, boli, lápiz, lo que puedas conseguirme para…
Y Taylor desapareció. Sin asentir, sin decir nada.
Sam empezó a arrastrarse otra vez, pero los brazos y los hombros se le acalambraban del esfuerzo.
Se detuvo.
Iban a morir todos. Y él, el gran protector, el guerrero, ni siquiera estaría en la batalla final. Gaya acabaría volviendo por la carretera, lo encontraría y lo remataría, tan fácilmente como si pisara un bicho.
¿Por qué no lo había hecho ya?
Un momento… ¿por qué no lo había matado? No tenía sentido. Tendría que haberlo hecho.
Taylor apareció de repente delante de él. En la mano llevaba un pósit de color naranja y un lápiz.
—Gracias.
¿A quién debería escribir? ¿Un último «te quiero» para Astrid? La chica lo desdeñaría si aprovechaba su última oportunidad para un gesto romántico estúpido. No, nada de decir adiós. Todavía no.
Sam intentó pensar con claridad. Edilio tendría una batalla a la que enfrentarse. Dekka también estaría luchando, y si Sam se lo pedía iría a rescatarlo, sin pensar en nada más. No podía hacerle eso, ni a ella ni a los demás. Tenía que ser alguien con recursos, pero sin los poderes necesarios para la batalla. Alguien en quien confiara.
Sam empezó a escribir. La primera palabra que escribió fue «Quinn».
Edilio estaba en la carretera sosteniendo un rifle automático.
Era una emboscada, Caine lo percibió de inmediato. No es que viera a alguien más aparte de Edilio. Pero no se pondría ahí en mitad de la carretera si no fuera una emboscada.
La pierna estaba en brazos de Caine.
Y Gaya estaba tras él.
La niña cantaba. Mal. Costaba descifrar la canción, Caine no la había oído antes, o al menos no la reconocía. Parecía que Gaya cantara: «Mmmm. Bop, bop, bop».
—Mmmm. Bop, bop, bop. Hay una persona allí —dijo Gaya, y se quitó los auriculares.
—Sí —dijo Caine.
No se atrevía a decir otra palabra sin que se lo pidieran. Intentó pensar, pero se encogía por dentro, esperando aterrorizado el dolor.
¿Qué estaba tramando Edilio? ¿Pensaba que podía derrotar a Gaya?
Solo se veía a Edilio. No contaban con Sam, obviamente, lo cual quería decir que probablemente contaban con Dekka, Brianna, Jack y Orc. ¿Y ellos podrían derrotar a Gaya?
Puede. Si Caine los ayudaba.
Puede. Si se comprometía en el momento adecuado, dándolo todo. ¿Y si fracasaban? Lo que le haría Gaya… No lo dejaría morir; Caine le suplicaría, pero ella seguiría atacándole y él se…
—¿Quién es? —preguntó Gaya.
¿Si Caine le mentía lo sabría? No podía dudar.
—Me parece que es Edilio.
—¿Qué poderes tiene?
—Ninguno —respondió Caine, y pensó: «Si no cuentas con que se atreve a exponerse ante la gayáfaga».
—Pues sigue avanzando, padre —indicó Gaya.
—Tiene un arma.
—¿Crees que tengo miedo de un arma?
«Deberías, niñata arro…».
—No, pero yo sí —dijo Caine.
—Ah, ya veo. No puedo dejar que te maten todavía —dijo la niña.
De repente sonaron disparos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis.
Gaya se rio alegremente cuando las balas pasaron zumbando.
—Ya tengo la pierna lo bastante curada. Quédate aquí, padre. Sigo necesitando tu poder. ¡No puedes morirte todavía!
Y se hizo un borrón como Brianna.
Quinn:
Estoy malherido en la carretera. Nos vemos en la calita si puedes.
SAM
Quinn leyó la nota dos veces. La verdad es que Taylor —la rara Taylor 3.0 que estaba ahí de pie— le daba mucha grima. Estaba mucho peor cuando la vio por última vez en versión 2.0, en la habitación al final del pasillo respecto a la de Lana, pero seguía resultando muy extraña.
La verdad es que la nota lo había conmovido. Sam quería verlo. A él. Después de los altibajos que había sufrido su relación… Claro que era porque los demás eran más importantes para la lucha. Claro. Pero aun así…
—Vale la pena gastar un poco de diésel —dijo Quinn, intentando aparentar tranquilidad—. Gracias, Taylor. Espero que tú…
Pero ya se había ido.
Y la verdad es que Quinn se sentía aliviado. Había cambiado mucho desde los primeros días de la ERA, pero seguían sin entusiasmarle las criaturas raras e increíbles.
—¿Cómo es que yo me he vuelto más normal, y los demás se han vuelto más raros? —preguntó al aire nocturno.
En algún punto, bastante lejos, se oyó ruido de disparos.
Dekka esperó, oyó los disparos repentinos, y a Edilio pasar corriendo con un terror ensayado, o no tanto… Ella misma temblaba de miedo. No se atrevía siquiera a mirar hacia el arcén, no podía revelar que era una emboscada. Solo tenían una oportunidad.
Entonces oyó disparos repentinos procedentes de media docena de armas.
Saltó y ¡sí, sí! Gaya había chocado con su campo de fuerza. Seguía corriendo, pero corría en el aire, agitando brazos y piernas, sin llegar a ningún sitio.
Ahora la gayáfaga —Dekka se negaba a verla como una niña— les quedaba a la altura de la cabeza, iluminada por el naranja de los rayos del sol, que se estaba poniendo. Aún no entendía qué le había ocurrido.
¡PUM, PUM, PUM!
Dekka vio que un trozo del brazo de Gaya salía disparado. Pero las balas fallaban. Gaya se alzaba demasiado rápido y demasiado arriba para ser un blanco fácil. Dekka tuvo que moderar el campo, dejarla caer otra vez, bajarla otra vez su alcance.
Dos rayos gemelos de luz verde brillante salieron disparados de las manos de Gaya, y los disparos procedentes del camión de mudanzas flaquearon. No había herido a nadie, pero ahora se aprovechaba de la altitud para detectar a quienes le disparaban, y devolverles los disparos.
Era como una parodia terrible de un concierto de rock con espectáculo de luz láser. Los rayos brillantes de luz fundieron franjas en la calzada, luego alcanzaron al camión de mudanzas y lo partieron meticulosamente en tres trozos de distinto tamaño.
Dekka oyó un grito sobrenatural y vio que la gente salía disparada del camión. Una luz cegadora los seguía al correr.
Edilio se había detenido y ahora se encontraba con las piernas abiertas y el rifle preparado, apuntando.
¡PUM!
Dekka vio que la bala perforaba la oreja de Gaya, y salpicaba sangre.
El monstruo gritó de dolor, y Dekka gritó de alegría intensa.
—¡Sí, sí!
Pero Gaya no había sufrido heridas graves, y bajaba, demasiado rápido, hacia el suelo: había reflejado el poder de Dekka para restablecer la gravedad.
Dekka se esforzó, concentrada con todas sus fuerzas, pero Gaya era demasiado fuerte. Sangrando y aullando de rabia, Gaya alcanzó el suelo y lanzó una ráfaga telequinésica horrible contra el camión de mudanzas, con la que derribó los tres trozos en los que estaba partido y expuso a los tres tiradores que quedaban, que echaron a correr.
Gaya extendió una mano, alzó un coche de la calzada y lo utilizó casi como una bola de bolos: lo hizo rodar por la carretera y aplastó a tres de los que huían. No les dio tiempo de gritar. Eran bichos aplastados en la carretera.
Edilio seguía en pie disparando, indefenso, casi desafiando a Gaya a que lo matara.
—¡Jack, Orc! —gritó Edilio por encima del ruido de su propia arma.
Un poste telefónico de madera, que tenía más de nueve metros de largo y aún arrastraba líneas telefónicas, pasó volando como una jabalina. Gaya se agachó y el extremo puntiagudo no le dio, pero sí la alcanzó en el hombro al caer y el golpe fuerte la hizo girar.
Gaya apartó el poste, que repiqueteó en la carretera, rodó unos cuantos metros y se detuvo.
Edilio no dejaba de disparar, pero entonces Gaya lo golpeó con un puño invisible que lo hizo salir disparado varios cientos de metros, saltando de la carretera hacia la oscuridad.
—¡No! —rugió Dekka, y se abalanzó sobre Gaya solo con los puños como armas.
Gaya le agarró la cara con una mano y se rio mientras Dekka daba puñetazos al aire.
—Tú eres la que controla la gravedad, ¿verdad? Casi podría prescindir de ti —dijo la niña. Seguía saliéndole sangre de la oreja. Casi sin fijarse, Gaya extendió la mano libre para tocársela y detener el flujo—, así que no me molestes.
Entonces retorció el rostro de Dekka y la hizo caer despatarrada.
De repente, Gaya se convirtió en un borrón. Al levantarse, Dekka vio explotar a un chaval solo por la fuerza de un golpe que no había visto venir. Gritando, una chica tropezó y cayó con un crujido espantoso sobre un coche estrellado. Era la última tiradora de Edilio.
Entonces Gaya se detuvo, reapareció y se llevó una mano a la herida de bala que tenía en la oreja. El brazo herido ya había dejado de sangrar.
Desde la oscuridad en el arcén de la carretera, Edilio volvió a disparar.
¡PUM, PUM!
Gaya gruñó y le lanzó un puño telequinésico directo. Los disparos cesaron.
—¡Edilio! —gritó Dekka.
—Ah, así que ese es Edilio —comentó Gaya—. He oído hablar de él. Tendría que haberlo matado, pero he pensado que igual era un mutante.
Gaya no volvió a hacerse un borrón; estaba claramente concentrada en curarse.
Dekka miró a su alrededor buscando un arma, algo.
—¡Jack, Jack! —exclamó, pero no oyó ninguna respuesta.
Vio a Caine, aún cargado con una pierna humana, bajando por la carretera, indeciso.
—¡Caine! —se desgañitó Dekka—. ¡Ayúdanos!
Caine parecía una persona distinta, una versión zombi de sí mismo. Dejó caer la pierna y se miró las manos como si no fueran suyas.
Los disparos cesaron. Gaya se había quedado sola, había triunfado.
Entonces, de entre las sombras, surgió un montón de escoria viviente.
Gaya lo vio y tardó en reaccionar.
—¿Qué eres?
—Orc.
—No eres humano —afirmó Gaya, desdeñosa—. Ni siquiera necesito matarte. Huye.
—No.
Gaya inclinó la cabeza, curiosa, mientras masticaba comida.
—¿No tienes miedo?
Orc negó con su cabeza enorme.
—El Señor es mi pastor.
Gaya se dirigió hacia él, mirando atentamente su piel de grava e interesándose especialmente por el trocito de piel humana que seguía en su rostro.
—Qué efecto más interesante. No sé qué te pasó.
Orc intentó asestarle un señor puñetazo, pero Gaya lo esquivó con la velocidad de Brianna. También esquivó los tres golpes siguientes que Orc intentó darle.
—No es para nada la mutación habitual —comentó Gaya, fascinada—. Podrías unirte a mí: dudo que el Enemigo pudiera utilizarte.
Orc jadeaba por el esfuerzo de haber fallado los golpes.
—No.
—Mmmm. Bueno, pues entonces más vale que te mate, por si acaso.
—¡Están disparando! —gritó Brianna.
—¡Brianna, no! —exclamó Lana—. No has acabado de curarte.
—¿El qué, esto? —Brianna señaló su rostro desfigurado—. Pff. No es más que una herida superficial —y guiñó el ojo bueno—. ¿Dónde están mis cosas?
Lana asintió en dirección a una pila en el rincón, formada por la reconocible mochila de corredor donde estaban la recortada y el machete.
—Cárgatela, Brisa —la animó Lana, pero ya estaba hablando al aire.
Brianna recorrió el pasillo en un segundo. Bajó los escalones en menos tiempo. Atravesó el vestíbulo. Y sí que logró coger velocidad cuando bajó como una exhalación por la colina, tropezó y se cayó.
Brianna no se levantó con supervelocidad. Se puso en pie despacio. Le sangraban las dos rodillas, y también las palmas de las manos.
La chica se tocó los ojos hinchados.
—Percepción de la profundidad —se riñó a sí misma—. Percepción de la profundidad.
Redujo la velocidad al atravesar la ciudad, y no alcanzó los cien kilómetros por hora en Ocean Boulevard. Detrás de ella, un mar oscurecido empezaba a tragarse el sol. Giró bruscamente a la derecha por San Pablo y pasó acelerada por la plaza, aminorando solo para oír los vítores intensos de «¡Brisa!» que exclamaron los tiradores en las ventanas y tejados. La chica los saludó alegremente.
Alcanzó la carretera y giró a la izquierda para acercarse a los disparos. Pasó junto a un chaval que huía, se dio cuenta de que todo el noroeste estaba incendiado y de que el aire olía a humo, sacó su machete y apenas tuvo tiempo de pensar: «Esto podría salir mal», antes de ver a Gaya y Orc.
Gaya tenía una mano en la garganta de Orc, a quien había obligado a arrodillarse. El chico monstruo daba puñetazos al aire mientras Gaya volvía la cabeza en un sentido y el otro para esquivar los golpes. Se estaba riendo. Tenía los ojos azules iluminados.
Brianna se convirtió en un borrón hasta que se detuvo.
—¡Eh, Gaya! ¿Te acuerdas de mí?
Gaya arrojó a Orc a un lado como si no pesara más que un juguete.