7
Reunión en la escuela

Cinthia agarró de la mano a Marco y juntos abandonaron la seguridad del portal en dirección al lugar de reunión acordado con el resto de sentomentalistas.

Tal y como le había asegurado Marco, no tuvo ningún problema en traspasar las barreras de protección del palacio y llegar hasta las clases de sus antiguos compañeros aquella misma noche para pasarles el mensaje. El poder oculto del niño era realmente asombroso y el chico sabía como sacarle el máximo partido, llegando a volverse invisible para los ojos de aquellos que no deseaba que le vieran.

Cinthia, mientras tanto, se había quedado esperando en el escondite, desesperada y angustiada, tal y como habían acordado. Cuando regresó, Marco le explicó el plan y juntos prepararon todo para encontrarse con lo sentomentalistas de palacio unas horas más tarde.

Atravesaron las pedregosas calles de Bereth hasta llegar a la escuela del oeste pasada la medianoche y, por consiguiente, el nuevo toque de queda. Al parecer, a ningún berethiano se le había ocurrido desobedecer la orden directa del cruel Teodragos; mucho antes de que el sol se hubiese puesto, ni siquiera los hombres más valientes se habían atrevido a poner un pie fuera de sus casas. Cada vez que escuchaban pasos o el posible tintineo de una armadura, Cinthia y Marco se ocultaban en las sombras para seguir adelante en cuanto se alejaban en la noche. El poder del niño no solo les servía para saber cuándo alguien tenía fines ocultos o cuándo les estaban mintiendo. También podía averiguar, a cierta distancia y sin necesidad de verles, si las personas que se acercaban a ellos tenían buenas o malas intenciones. Cinthia estaba empezando a coger cariño a aquel crío. Cada vez le costaba más ver a los sentomentalistas como criaturas diferentes a los humanos corrientes. Es más, cada vez se sentía más avergonzada de haber pensado cosas tan horribles de ellos sin haber conocido a uno solo. Prejuicios, pensaba, la raíz de casi todos los malentendidos.

Cuando llegaron a la verja exterior de la Escuela del oeste, Cinthia aupó a Marco para que saltase por encima y pudiese abrir el pestillo desde el interior. En el momento en que el niño consiguió abrir la portezuela, se oyeron los pasos de un grupo de soldados.

—¡Date prisa! —susurró el niño, apresurando a Cinthia a entrar. Después, corrieron hasta el edificio y se pegaron a la pared para pasar desapercibidos. Los soldados pasaron marchando uno detrás de otro con lanzas y espadas y, poco a poco, se fueron perdiendo calle abajo.

—Por poco… —comentó Cinthia mientras se secaba el sudor de la frente.

—Vamos. Nos esperan dentro.

Rodearon el edificio hasta encontrar la puerta trasera.

—¿Cómo vamos a entrar? —preguntó Cinthia—. Seguramente esté…

La puerta se abrió sola

—… cerrada —concluyó, claramente sorprendida.

La puerta terminó de abrirse y ante ellos apareció un joven algo mayor que Marco pero más pequeño que ella. Tendría unos quince años.

—Creí que os habíais rajado —comentó el joven apoyándose en la puerta con la típica superioridad de los adolescentes.

—Aparta de en medio —replicó Marco empujando al chico, quien le sacaba más de una cabeza. Cinthia les miró algo desconcertada pero después siguió al niño. El joven cerró la puerta tras ellos.

—Vaya con el enano —dijo el joven detrás de Cinthia—. ¡Qué humos!

—¡No soy un enano! —respondió Marco dándose la vuelta—. Y si quieres conservar todos los dientes, déjame en paz.

Cinthia fue a intervenir cuando una voz en lo alto de las escaleras se le adelantó.

—¡Henry! ¡Marco! Dejad de gritar ahora mismo o nos descubrirán a todos.

Cinthia se quedó paralizada en el sitio. Aquella voz era la de un adulto. ¿Sería una trampa? Fue a decirle algo a Marco, pero el niño ya subía las escaleras sin mostrar preocupación alguna. La muchacha se encogió de hombros y le siguió, pensando en el hecho de que aquella escuela fuese tan parecida a la del Este. Más que parecida, se dijo Cinthia, era simétrica. La escalera, las paredes, las puertas en cada descansillo… todo era idéntico, solo que en el lado contrario: las escaleras en lugar de girar hacia la izquierda, giraban a la derecha. Y las puertas en vez de encontrarse a un lado, se encontraban al otro.

—Os gusta, ¿eh? —preguntó el chico al verla tan interesada.

—Eh… sí. Es muy parecida a la del Este —contestó ella, incómoda. Tenía la prepotencia de un adolescente y el humor de un niño.

—No sé cómo será la otra escuela. Yo no me metería ahí ni loco, es para mujeres. ¡A lo mejor a Marco le gusta!

El niño gruñó algo sin darse la vuelta y Cinthia agradeció que al menos uno de los dos jóvenes fuese responsable.

—Pues esta escuela —siguió Henry—, la construyó mi bisabuelo.

—¿Él solito? —le preguntó Cinthia, riéndose para sí.

—Bueno… no, pero trabajó en la construcción.

—Qué irónico debe parecerte, ¿no? —El chico se quedó en silencio sin saber de qué estaba hablando—. Me refiero a que tus antepasados construyesen esta torre casi como esclavos de los mandatos de algún sentomentalista de la corte del rey Forestgreen y que ahora tú seas como ellos en lugar de como tu bisabuelo.

Marco soltó una pequeña carcajada. Henry no pudo evitar sonrojarse.

—¿No sabías cómo se construyeron estas torres? —volvió a preguntar Cinthia, ya casi en el último descansillo de la torre—. Es una de las primeras cosas que me enseñaron en la Escuela del Este.

Cuando terminó de hablar, se dio la vuelta y le guiñó un ojo al chico. Al menos había conseguido que se le bajaran un poco los humos.

—¡Marco! —exclamó sonriente el hombre que les esperaba a la entrada del aula más alta—. ¡Cuánto me alegro de verte!

Mientras el niño abrazaba al hombre, Cinthia le reconoció como el maestre que había acompañado a los sentomentalistas más jóvenes al trágico ahorcamiento de Barlof. Después de devolverle el abrazo al niño, el viejo se fijó en Cinthia y le hizo una reverencia.

—Un placer conoceros. Mi nombre es Zingar Zennion, pero llamadme Zennion.

—Encantada de conoceros, maestre —contestó la muchacha al tiempo que le devolvía la reverencia.

—¿Entramos o les digo a los demás que salgan al descansillo? —preguntó Henry tamborileando el pie con impaciencia.

Zennion puso los ojos en blanco y se apartó de la puerta para dejar pasar a Marco y a Cinthia. Cuando Henry fue a entrar, el viejo le arreó una colleja en el cuello.

Cinthia había esperado encontrarse con una nutrida clase de sentomentalistas dispuestos a pelear, pero cuando echó un vistazo al interior del aula se le cayó el alma a los pies. Los cinco chicos que conversaban en voz baja entre ellos se levantaron en cuanto la vieron aparecer.

—Solo ellos han venido esta noche —respondió Zennion a la pregunta no formulada de Cinthia.

—¿Y los demás? —preguntó Marco mirando al viejo.

—Nosotros seis hemos sido los únicos valientes que nos hemos atrevido a venir —contestó Henry, entre orgulloso y despectivo.

—Vaya… —murmuró Cinthia alicaída.

—No os preocupéis —intervino el maestre—. Muchos no han venido por miedo. Todos quieren luchar pero están asustados por las represalias. No podemos culparles, son solo niños.

—¡Son unos cobardes! —gritó Henry golpeando uno de los pupitres.

Zennion cerró los ojos, irritado, y al instante Henry cayó al suelo retorciéndose de dolor.

—¡Ya paro! ¡Ya paro! —exclamaba mientras los otros niños contenían la risa. Cinthia se echó a un lado asustada. Unos segundos después, Henry dejó de retorcerse y abrió los ojos.

—No os asustéis —le comentó el viejo a Cinthia—. Ha sido solo un aviso. No le he hecho nada irreparable… por ahora.

La muchacha no supo si sonreír o salir corriendo de allí. Optó por quedarse.

—Bien, dejémonos de tonterías. No tenemos tiempo que perder. ¿Qué es lo que habíais pensado? —preguntó Zennion sentándose en la silla del profesor.

—En realidad… —empezó a decir Cinthia.

Marco la interrumpió:

—¡Entrar en el palacio, buscar los aposentos del príncipe y matar al traidor de Dimitri y a todos los que se crucen en…!

—¡Marco! —le amonestó Zennion—. ¿Qué te he enseñado durante estos meses? El tiempo pone cada cosa en su lugar…

—… y a cada persona en su sitio —terminó el niño por él—. ¡Pero mató a mi padre! ¡Él le asesinó!

El niño estaba ansioso por pelear y hacerle pagar a Dimitri la muerte de su padre. En parte Cinthia le comprendía muy bien, pero necesitaban hacerle ver que aquella no era la mejor forma de luchar o todo se vendría abajo. A veces notaba que el niño tenía demasiado odio acumulado en su corazón para lo joven que era.

—No lo mató él solo —dijo Zennion—. Si quieres que paguen todos los responsables, tendrás que tener paciencia. ¿Me has entendido?

El niño asintió apesadumbrado, secándose con la manga algunas lágrimas que se habían escapado de sus ojos. A pesar de aquel gesto, Cinthia vio la ira llameando en sus brillantes pupilas.

—¿Entonces…? —volvió a preguntar Zennion dirigiéndose a Cinthia.

—No sabemos cuál será nuestro siguiente paso.

El viejo asintió comprensivo mientras los jóvenes resoplaban molestos.

—Genial… —comentó Henry poniéndose de pie—. Ya podemos volver al palacio antes de que nos descubran conspirando.

—Siéntate ahora mismo —le ordenó el viejo. El muchacho se sentó al instante—. Si no hay plan, tendremos que pensar en uno.

Cinthia se frotó las manos con nerviosismo.

—Señor… facilitaría mucho las cosas si nos dijeseis qué… —¿Poderes? ¿Dones?— capacidades especiales poseéis vos y el resto de los niños.

Zennion sonrió y asintió mientras daba una palmada y los niños se colocaban en fila frente a la pizarra.

—¿Qué sabéis de los sentomentalistas, Cinthia?

—Que son especiales —contestó ella esforzándose por no ofenderles—, que deben presentarse ante la corte del reino, que deben ser leales a la corona, que nunca se han dado casos de mujeres sentomentalistas —algo que a Duna le crispaba los nervios— y que tienen dones relacionados con la naturaleza.

—Ese último es el punto más importante de todos. Los demás pueden saltarse con facilidad; incluso, para que te quedes más tranquila, te diré que he llegado a conocer a alguna mujer con facultades especiales. —Los niños pusieron cara de asombro—. Bien. Una de las principales reglas que se le enseña a un sentomentalista es la de no dar a conocer su poder si no es necesario.

—¿Por qué? —preguntó ella.

—Muy sencillo: porque de ese modo el enemigo no sabrá a qué se enfrenta ni descubrirá sus puntos débiles. Por ejemplo —dio una palmada y el primer joven dio un paso al frente—, Morgan es capaz de aumentar la temperatura de los líquidos solo con pensar en ello. Podría parecer un don poco efectivo, pero, sin embargo, no lo es. A parte de para calentar la olla en su casa —los niños soltaron una carcajada—, puede hacer que le suba la fiebre a un hombre hasta el punto de dejarle inconsciente.

Cinthia abrió los ojos asombrada.

—¿Y a cuántos hombres podría aumentar la temperatura al mismo tiempo?

—A muy pocos —contestó Zennion—. Con los adultos es más complicado conseguir resultados efectivos. Pero Morgan está trabajando para que no sea así. Si tiene un buen día, podría librarnos de un par de guardias con facilidad.

—Entonces esperemos elegir el día correcto —bromeó la muchacha haciendo reír a todos. Después, Morgan volvió a su sitio y dio un paso adelante el siguiente niño, mucho más enjuto y de aspecto débil.

—Simón es el niño más frágil de toda la escuela —explicó Zennion. Cinthia le miró para ver si estaba bromeando pero se dio cuenta de que no era así—. Su cuerpo no podría soportar ni el más leve de los catarros. Sin embargo, su parte no corpórea se las apaña perfectamente para equilibrar la balanza.

—¿El alma? —preguntó Cinthia.

—Algo así. No nos gusta ponerle nombres a estas cosas. Nos limitamos a denominarla parte no corpórea. Como decía —prosiguió—, esa parte de Simón se escabulle siempre que puede de la prisión de su cuerpo enfermo y viaja hasta un cuerpo sano para… tomar prestadas las defensas necesarias contra todo lo que le rodea.

—¿Roba otros cuerpos?

—Tampoco nos gusta llamarlo así. Simplemente toma prestada algo de ayuda. Ahora mismo lo está haciendo con todos nosotros y vos ni siquiera os estáis dando cuenta.

Cinthia dio un respingo y se cubrió el cuerpo con los brazos, asustada. Los niños volvieron a reír.

—No sirve de nada que os protejáis. Simón no puede evitarlo, es algo que hace sin pensar… a no ser que de verdad quiera lastimar a alguien.

—Creo que ya lo entiendo —se arriesgó la muchacha—. Si Simón quisiese herir a alguien… ¿solo tendría que concentrarse en tomar prestadas sus defensas?

—Exactamente —corroboró el maestre—. Concentrando su poder en un único enemigo y obligándose a extraer grandes cantidades de defensas de él. Simón se revitalizaría por completo durante un buen rato y dejaría a la otra persona inerte, retorciéndose de dolor en el suelo.

—Vaya… —murmuró asombrada la muchacha.

—Gracias —contestó el niño mientras volvía a su sitio y el siguiente joven daba un paso al frente.

—Por otro lado, Andrew es capaz de transformar cualquier cosa en algo completamente distinto. Sin duda posee uno de los dones más poderosos que he conocido nunca.

—¿No tiene ninguna limitación?

—En cierta medida, sí. Solo cuenta con la materia que posee. —Zennion, al ver la expresión de Cinthia, se aclaró la garganta y explicó—: Pongamos que quisiese convertir una calabaza en una… carroza.

—¿Para qué iba a querer convertir una calabaza en una carroza? —preguntó el niño mirando al maestre.

—Es solo un ejemplo, solo un ejemplo. Bien, pues podría crearla. Aparecerían las ruedas, las puertas, la silla del cochero… todo. Pero sería del tamaño de la calabaza, o incluso más pequeña. Y estaría hecha enteramente de la hortaliza, de sus pipas y de las raíces inferiores…

—¿Pero resistiría? ¿Podría alguien montarse en ella?

—Si fueses un ratón, sí. La carroza tendría el mismo aguante que la calabaza. Sin embargo… si en lugar de una calabaza utilizase un picaporte de hierro para convertirlo en una pequeña arma, el don se volvería de lo más útil para nuestra empresa, ¿no creéis?

Cinthia aplaudió la explicación con una sonrisa. El niño hizo una reverencia y volvió a su puesto.

—Los dos siguientes, Tail y Henry, a quien ya conocéis, son hermanos y poseen unas capacidades muy similares. —Zennion dio una palmada y solo Tail dio un paso al frente.

—No me gusta que me comparen con nadie —dijo Henry cruzándose de brazos.

Zennion volvió a dar una palmada y esta vez, aunque profiriendo un grito, Henry dio un paso al frente.

—Como os decía, Tail y Henry tienen dones muy similares. Los dos juegan con los sentidos de la gente.

—¿Gusto, olfato, tacto, vista y oído?

—¡Qué lista! —exclamó Henry, recuperado.

—Sí —respondió Zennion amablemente, haciendo un esfuerzo por no contestar al niño—. Mientras que Tail es capaz de bloquear todos los sentidos, Henry puede aumentar aquellos que desee.

—Para que lo entendáis —le interrumpió Henry—. Imaginaos que estamos rodeados por un grupo de soldados de Belmont.

—Y no tenemos escapatoria —le cortó Tail.

—Lo único que tendríamos que hacer sería dejar sin visión a unos cuantos, ya que Tail no podría cegarlos a todos.

—Y aumentar el oído del resto hasta que se volviesen locos —finalizó el otro hermano.

Cinthia sonrió ante la explicación y después Marco dio un paso al frente.

—Creo que ya conocéis el poder de este niño tan aventajado.

Marco sonrió y Cinthia le guiñó un ojo.

—Sois realmente asombrosos… —comentó la muchacha—. Todos. Es increíble que siendo tan poderosos, no seáis vosotros los que controléis los Reinos.

—¡Eso mismo pienso yo! —dijo Henry mirando a Zennion.

El viejo se masajeó las sienes y dijo:

—Tenéis razón al pensar que somos poderosos. Pero tened en cuenta que somos muy, muy pocos. Y que nuestros dones se debilitan con la edad y con el esfuerzo. Los soldados nos superan en número. Rebelarnos sería un suicido.

—A mí no me lo parece —masculló Henry.

—Ya sabes lo que les pasa a los rebeldes en esta escuela, ¿verdad, Henry?

El miedo cruzó unos instantes el rostro del chico, pero después se quedó mirando desafiante al viejo maestre.

—Pero vamos a atacar, ¿verdad? —preguntó Marco saliéndose de la fila.

—Sí —respondió Zennion, olvidándose de Henry—. Lo haremos. Pero como ya os dije antes, corremos un riesgo muy grande.

—¡A mí no me importa! —exclamó Tail—. ¡Yo también quiero luchar!

—Lo sé, lo sé. Todos lucharemos. Pero tened en cuenta que no solo nos enfrentaremos con soldados. Ellos también tendrán sentomentalistas en sus filas.

—¿Por qué no se unen también a nosotros? —preguntó Cinthia—. Dudo que Belmont les trate como se merecen…

El maestre negó con la cabeza.

—Según he podido averiguar, y ahora que Belmont y Bereth parecen ser un mismo reino, sus sentomentalistas no son muy numerosos. No llegarán a la decena, quizá menos de cinco. —Henry fue a interrumpirle pero Zennion levantó una mano—. Aunque sumamente poderosos. Son adultos todos ellos y se han vuelto unos verdaderos expertos de sus poderes. Hasta límites insospechados.

—Maldita sea —dijo de repente Morgan, mirando por la ventana—. Ha empezado a llover a cántaros y algunos guardias se están resguardando en el jardín de la Escuela.

—¡Alejaos de las ventanas inmediatamente! —exclamó el maestre—. ¿Las puertas están bien cerradas?

—Todas, maestre —contestó Simón.

—Bien, quiero que les reduzcas el oído un poco, Tail. Yo estaré pendiente de que a nadie se le ocurra subir. Sentaos todos en el suelo y no hagáis ningún ruido que nos pueda delatar.

—¡Pero si estamos en el último piso! —protestó Henry.

—Por una vez en tu vida —le contestó Zennion—, deja de cuestionarlo todo, cierra el pico y obedece.

Cinthia hizo lo que le decían y luego preguntó:

—¿Es ese vuestro… poder? ¿Sois capaz de leer la mente?

Zennion se agachó con lentitud a su lado y se sentó con la espalda contra la pared.

—Algo así. La mente es muy compleja y en parte puedo hacer muchas cosas con ella. No tengo un don específico. Al menos yo no lo he visto nunca así. Lo he entrenado desde joven y ahora mismo puedo desde leer la mente a alguien hasta infringirle los más terribles dolores modificando un poco sus pensamientos.

La muchacha recordó lo que le había sucedido a Henry y asintió.

—¿Entonces fuisteis vos uno de los sentomentalistas que juzgastéis a Barlof?

El maestre negó apesadumbrado. Todos los niños escuchaban atentamente. Marco el que más.

—¿No? Duna me explicó que antes de llevar a la horca a alguien, se le hacía un juicio solo con sentomentalistas que pudieran leer la mente. Así el acusado no podía mentir.

—Y así es —contestó Zennion—. Pero, a diferencia de otras veces, Dimitri me dijo que no era necesaria mi presencia. Me convenció de que sería una buena oportunidad para que otros sentomentalistas de la escuela pudieran demostrar sus avances. Al principio insistí en que algo tan importante como la traición de la mano derecha del príncipe Adhárel me concernía a mí más que a nadie en el palacio. Pero no quiso escucharme. Dijo que ya tenía un grupo de sentomentalistas jóvenes preparados para el juicio y que no podía perder el tiempo con alguien tan viejo como yo.

—Maldito canalla… —dijo Marco cerrando los ojos con furia.

—Sí que lo es… —dijo el maestre—. Y pensar que yo le eduqué durante toda su infancia. Nunca imaginé que pudiera llegar a pasar algo así.

—Entonces, ¿quienes le juzgaron? Duna me dijo que vos estabais en el comedor cuando ella y Adhárel llegaron.

—Sentomentalistas de Belmont.

—¡¿Qué?! —exclamó Henry. Pero casi al mismo tiempo, Tail le miró y le enmudeció al instante.

—Gracias —le dijo el maestre al niño. Henry hizo unos cuantos aspavientos de enfado y al poco tiempo recuperó la voz—. Debió de introducirlos Dimitri en el palacio. Lo peor fue que le hicieron algo más.

—¿El qué? —preguntó Morgan.

—Le implantaron recuerdos que no eran suyos.

—¿Cómo pudieron hacer eso? ¡Es imposible! —dijo Andrew—. ¿Cómo pudieron crear un recuerdo?

—Ya os advertí que eran poderosos. Consiguieron modificar el recuerdo del día que se ausentó de palacio. —Cinthia miró de reojo a Marco y este bajó los ojos apesadumbrado—. Y lo transformaron en el recuerdo que ellos quisieron. Cuando lo vi no pude más que confirmar lo que ya había dicho Dimitri: que Barlof era culpable.

Marco comenzó a llorar desconsoladamente.

—Pe…pe… pero era mentira —sollozó.

—Ahora ya lo sé. —Zennion apartó la mirada de la muchacha—. Cuando ejecutaron a Barlof y vi tu reacción, supuse que se debía a que eras más sensible que el resto de niños. Más tarde, mientras dormías, te oí murmurar algo en sueños y me propuse descubrir por qué te había afectado tanto la muerte de aquel hombre. —Zennion guardó silencio unos segundos, entristecido—. Jamás me perdonaré el no haberlo hecho antes. Si no me hubiera dejado llevar por mi orgullo, podría haber salvado a un hombre inocente.

Todos quedaron en silencio reflexionando sobre sus palabras mientras Marco seguía sollozando suavemente.

—Ya no vale la pena lamentarse —dijo Cinthia—. No vamos a arreglar nada con recuerdos tan dolorosos. Les haremos pagar por todo. A Dimitri, a Teodragos, a sus sentomentalistas, a todos…

—¡Pero si ni siquiera tenemos un plan! —dijo Henry. Aunque intentase ocultarlo, estaba tan compungido como los demás.

—Pensaremos en uno. Tenemos tiempo hasta que los soldados se vayan para pensar en él.

—En realidad —dijo Andrew—, tenemos hasta que amanezca. Después esto empezará a llenarse de gente.

—Andrew tiene razón —comentó Zennion—. Así que tendremos que darnos prisa.

De repente Marco dejó de llorar, se secó las lágrimas y dijo:

—Creo que acabo de tener una idea.

—¿Tú? —preguntó Henry, escéptico—. ¡Venga ya! No nos hagas reír…

—¡Cállate, Henry! —exclamaron todos a la vez.

El chico se cruzó de brazos y el resto se congregó alrededor de Marco para escuchar su idea.