Bebedor, jarro inmenso, ignoro quién te formó. Sólo sé que eres capaz de contener tres medidas de vino, y que la Muerte te quebrará un día. Entonces dejaré de preguntarme por qué has sido creado, por qué has sido dichoso y por qué no eres más que polvo.
Veloces como el agua del río o el viento del desierto, nuestros días huyen. Dos días, no obstante, me son indiferentes: el que partió ayer y el que llegará mañana.
¿Cuándo nací? ¿Cuándo moriré? Nadie puede evocar el día de su nacimiento ni señalar el de su muerte. ¡Ven, mi ágil amada! Quiero pedir a la embriaguez que me permita olvidar que nunca sabremos nada.
Khayyam, que cosía las tiendas de la Sabiduría, cayó en la hoguera del Dolor y fue reducido a cenizas. El ángel Azrael ha cortado las cuerdas de su tienda. La Muerte ha vendido su gloria por una canción.