CXLIII

Cuando vaciles bajo el peso de dolor, cuando ya no te queden lágrimas, piensa en el verdor que brilla después de la lluvia. Cuando el esplendor del día te exaspere, cuando desees que una noche definitiva caiga sobre el mundo, piensa en el despertar de un niño.

CXLIV

No es posible incendiar el mar ni convencer al hombre de que la felicidad es peligrosa. No obstante, sabe que el menor golpe es fatal para el jarro lleno y deja intacto el que está vacío.

CXLV

¡Otra aurora! Como cada mañana, descubro el esplendor del mundo y me aflige no poder dar las gracias a su creador. Pero ¡me consuelan tantas rosas, y tantos labios se ofrecen a los míos! Deja tu laúd, amada mía, puesto que los pájaros empiezan a cantar…

CXLVI

He aprendido mucho, y mucho he olvidado también voluntariamente. En mi memoria cada cosa estaba en su lugar. Por ejemplo, lo que estaba a la derecha, no podía ir a la izquierda. No conocí la paz hasta el día en que lo arrojé todo con desprecio. Por fin había comprendido que es imposible afirmar o negar.