44. La mágica conversión de los partidos comunistas

El Partido Comunista de la URSS abandona el marxismo. Eso se sabe. Era lo esperado. Por ahora, dicen, el marxismo quedará relegado a otro método de análisis. Uno entre varios. Luego acabarán descubriendo que el marxismo ni siquiera sirve para eso. Quien pretenda entender la historia o los conflictos sociales a través de las categorías marxistas inevitablemente acaba diciendo tonterías en la cátedra o en el café de la esquina. Sólo hay algo mucho más fascinante que la cesantía de Marx como gurú teórico de los comunistas: la sorprendente capacidad de los militantes del Partido para transformarse en otra cosa.

Supuestamente, los partidos comunistas se constituían para darle curso e impulso de una manera fluida a las inexorables fuerzas de la historia. Marx había descubierto ciertas leyes secretas, había descrito ciertas tendencias inmanentes en el bicho humano, había intuido el rol protagónico de la clase obrera y, —en consecuencia— para acelerar las contradicciones del capitalismo, había sugerido la creación de partidos políticos destinados a conducir a la sociedad de confrontación en confrontación hasta alcanzar el trallazo definitivo, instaurar la dictadura del proletariado y disponerse a emprender la construcción de un paraíso sin clases ni explotadores.

No vale la pena detenerse a hacer un recuento de hacia dónde nos condujo esa delirante sarta de supersticiones, pero alguien tiene que explicar cómo los partidos comunistas pueden convertirse en otra cosa. Cómo puede reciclarse una organización cuyos fundamentos o razón de ser emanan de ciertos textos sagrados. Es como si ahora el Papa convocara a los fieles a la Plaza del Vaticano para decirles que tiene una mala y una buena noticia que darles. La mala es que acaba de aparecer el cadáver de Cristo. Que se trataba —en efecto— de un pobre carpintero enajenado, y que la historia narrada en los evangelios no es otra cosa que la broma macabra de un centurión romano aficionado al vino y a escribir comedias. La buena noticia, sin embargo, es que la Iglesia Católica no dejará de existir, porque se acoge a las revelaciones del Corán, con lo cual todo lo que ahora tienen que hacer los obispos es ponerse a recitar sin descanso los versículos del libro de Mahoma. Y con la misma se echa sobre el suelo en dirección de La Meca.

Esto no quiere decir, por supuesto, que no sean posibles las conversiones, sino que los cambios de credo, para que sean auténticos, siempre tienen que ser personales e intransferibles. Pablo de Tarso, por ejemplo, un buen día se convirtió en cristiano. Roger Garaudy una tarde amaneció católico, veinte años después se hizo marxista-leninista, y hace pocas fechas anunció su conversión al islamismo. Todo eso está muy bien. Revela que Garaudy es inquieto y está vivo. Nada es imposible. Hasta Alan García se puede volver un hombre honrado. Todo eso es legítimo. Incluso es saludable porque demuestra que las personas no son minerales inmutables. Pero se trata de evoluciones personales. Gente que cambia de convicciones tras sufrir cierto tipo de experiencias vitales e intelectuales.

¿Cómo puede explicarse, sin embargo, el cambio colectivo de una serie de personas hasta entonces vinculadas por un credo común? Yo creo que la clave de esa metamorfosis está en que no era cierto que a los partidos comunistas los mantuviera unidos la coincidencia ideológica. Marx no era un texto, sino un pretexto. Lo que les daba cohesión a los comunistas no eran creencias. Era el sentido de permanencia, el gusto por la aventura política cuando estaban en la oposición; o el gusto por el disfrute del poder cuando llegaban a alcanzarlo. Pero no la ideología. La ideología de todos no era más que una débil coartada para dedicar el yo de cada uno a cierta actividad íntimamente satisfactoria.

En realidad el fenómeno es interesante, porque siempre se dijo que los partidos comunistas eran verdaderas iglesias, con sus dogmas, sus sacerdotes y su liturgia, y no era cierto. Eran algo mucho menos trascendente: eran clubes de alterne, logias para conversar con los amigos, grupos de intereses comunes —como se les dice ahora—, sociedades de bombos mutuos para escalar la ladera de la fama, o instrumentos para llegar al poder, pero no eran Iglesias. Las Iglesias son mucho más serias. Es increíble que una gente de tan poca monta haya podido matar a tantas personas en apenas varias décadas. Eso también habrá que examinarlo de cerca.

10 de septiembre de 1991

Coda en 2009

A medio o largo plazo, los partidos comunistas de Europa del Este se dividieron y la facción más reformista se pasó a la socialdemocracia, al liberalismo, a cualquier cosa. Fieles a la causa marxista-leninista sólo quedaron pequeños núcleos nostálgicos, pero ya ni siquiera invocaban el fantasma de la revolución. Son tan anacrónicos como los partidos fascistas.