43. Gorbachov, Bush y el escollo cubano

Cuando Mijail Gorbachov y George Bush se reúnan en la segunda semana de febrero, habrá entre ellos un personaje invisible aguándoles la fiesta: Fidel Castro. La permanencia en La Habana, a 90 millas de Estados Unidos, de un régimen tercamente estalinista, que no renuncia a la militancia anti-norteamericana (y anti-perestroika) y a la violencia revolucionaria de la época de la guerra fría, es un permanente escollo en las relaciones entre Washington y Moscú.

De acuerdo con el análisis norteamericano la mera existencia del régimen de Castro se debe a la buena voluntad del Kremlin. La historiadora de la Academia de Ciencias de la URSS Irina Zorina declaró en Madrid en 1989 que a lo largo de tres décadas su país había gastado en Cuba más de cien mil millones de dólares. En marzo del año pasado otro funcionario soviético reveló el monto de la deuda cubana en Moscú: veinticinco mil millones de dólares (con Occidente la cifra sobrepasa los siete mil millones).

Aunque parece que desde 1989 ese trato de extraordinaria generosidad ha disminuido considerablemente, en diciembre de 1990 se firmó un convenio comercial entre los gobiernos de Cuba y de la URSS que le proporciona a Castro el oxígeno que necesita para prolongar su lenta agonía. De acuerdo con la información publicada, Moscú adquirirá durante 1991 cuatro millones de toneladas de azúcar, níquel y cítricos, y exportará a la Isla ocho millones de toneladas de crudo y dos de derivados del petróleo.

Sorprendentemente, pese a que el gobierno de Gorbachov ha reducido los subsidios a Castro, continúa pagando por el azúcar un precio mucho más alto (26 centavos la libra) que el del mercado mundial (10 centavos), mientras le vende el petróleo considerablemente por debajo (US$20 por barril) y con créditos blandos, pues Cuba carece de divisas.

Obviamente, para los analistas políticos resulta un enigma por qué el gobierno de Gorbachov se empeña en mantener esa costosa ayuda a un halcón enemigo de las reformas y de la concordia internacional, cuando el propio Presidente de la URSS no deja de solicitar auxilio económico en Occidente. Y es aquí donde la lógica de la Administración de Bush resulta implacable: ¿qué sentido tiene subsidiar a la URSS para estimular un clima de distensión y colaboración entre las dos superpotencias, cuando el gobierno de Gorbachov, a un alto costo, insiste en sostener al último guerrero de la guerra fría? El sobreprecio pagado por el azúcar cubano es de más de mil millones de dólares anuales. Una cifra mayor que el crédito pedido por la URSS al gobierno español en 1990 para aliviar su penosa situación.

Por su parte, la postura de Moscú la dejó en claro Shevarnadze en varias manifestaciones oficiales poco antes de renunciar a su cargo: «las naciones serias no abandonan a sus aliados por discrepancias ideológicas». Moscú —razonan en el Kremlin— no puede tirar a Castro a la cuneta mientras Washington no levante el embargo que desde 1962 mantiene contra Cuba, y mientras el régimen de La Habana no encuentre otras formas de subsistencia.

¿Hay espacio para un compromiso entre Moscú y Washington en el tema cubano? Creo que sí, pero todo depende de que Gorbachov se decida a poner los intereses soviéticos por encima de los cubanos. Es obvio que a Estados Unidos y a la URSS les interesa liquidar este factor de irritación que las separa. ¿Cómo puede lograrse? Moscú tiene en su mano la solución del problema. Todo lo que debe hacer es advertirle a Castro que éste es el último año en que la URSS le comprará azúcar a Cuba a menos que comience en la Isla un verdadero proceso de democratización, con amnistía para los presos políticos, multipartidismo, libertad de información y un calendario electoral sin trampas, que no excluya un plebiscito en el que los cubanos elijan libremente si quieren conservar el sistema y el gobierno que padecen desde hace 32 años, o si desean un régimen democrático dentro de un modelo de economía de mercado. No hay duda de que por esa vía Castro perdería el poder, pero a partir de ese momento quien tendría que afrontar los problemas enormes de la Isla sería Washington, como hoy ocurre con Nicaragua, para beneficio de la Unión Soviética.

Por supuesto, y como parte del pacto, si Castro estuviera dispuesto a emprender esas reformas a lo largo de 1991, en 1992 la Administración de Bush levantaría el embargo y le prometería ayuda al gobierno que surgiera en La Habana como resultado de un proceso electoral democrático. ¿Por qué tendría que aceptar Castro un ultimátum de Gorbachov en el que condicionara la compra de azúcar a la democratización del país? Pues, porque no existe ninguna alternativa en el planeta para vender el azúcar cubano. Hay una superproducción de azúcar en el mundo y el único gran importador es la URSS (5.5 millones de toneladas).

Si Castro, privado del cliente soviético, acude al mercado internacional con sus siete millones de toneladas exportables, no encontraría compradores para más de dos millones y los precios se deprimirían aún más de la que ya lo están. Como quiera que las exportaciones de azúcar significan el 75% del monto total de los ingresos cubanos en divisas, la ya desesperada situación económica del país se volvería totalmente inmanejable. En la década de los cincuenta la clase política cubana solía decir que «sin azúcar no hay país». En los noventa ese lema conserva toda su vigencia. Ni siquiera arando con bueyes y moviéndose en bicicleta podría Castro capear el temporal.

Por otra parte, el presidente cubano hoy no puede alegar la inexistencia en Cuba o fuera de Cuba de una oposición organizada con la cual negociar una transición pacífica y sin revanchas hacia otro tipo de modelo político y económico, porque desde agosto de 1990 los partidos políticos moderados del exilio, en coordinación con los grupos de Derechos Humanos dentro de la Isla y del exterior, constituyeron una plataforma y firmaron en Madrid una Declaración que deja abierta las vías para negociar serenamente una salida a la situación desesperada por la que atraviesa el país. El calendario, pues, es obvio: 1991, año de las reformas. 1992, año de las transformaciones. Gorbachov tiene la clave.

3 de septiembre de 1991

Coda en 2009

Tan pronto Boris Yeltsin comenzó a gobernar, desapareció el subsidio soviético a Cuba y la isla entró en una profunda crisis económica de la que comenzó a salir a fines del siglo XX, pero, dos décadas más tarde, todavía no ha recuperado los niveles de consumo que tenía en 1989. Hoy Cuba se mantiene a flote gracias al subsidio venezolano que incluye unos cien mil barriles de petróleo al año.