El señor Walesa se ha empeñado en destruir su propia leyenda personal. Inexplicablemente, ha abandonado el pedestal en que la patria —con toda justicia— lo había encaramado, para solicitar la incómoda plaza de presidente de una república cuyo cuadro económico parece ser el más cruel de los chistes polacos.
El asunto es lamentable, porque Walesa es un magnífico símbolo, pero probablemente se convierta en un pésimo presidente. Su campechana ingenuidad, su intelecto poco cultivado de electricista que confesaba haber leído muy poco, incluso su formación de sindicalista militante, eran virtudes durante el periodo de lucha contra el comunismo, pero seguramente son defectos en el manejo de una compleja nación en su más delicado momento político.
Tal vez por eso se le han enfrentado los mejores cabezas de Solidaridad y del gobierno que él mismo ayudara a construir. El premier Tadeusz Mazowiecki no quiere a Walesa como Jefe de Estado, ni el parlamentario Bronislaw Geremek, ni Adam Michnik, ni el siempre combativo Jacek Kuron. La intelligentsia polaca no desea a Walesa como presidente. No lo quieren en Varsovia dirigiendo personalmente los hilos del gobierno. Lo prefieren en Gdansk, tutelando con su bien ganado prestigio el difícil tránsito hacia una economía de mercado y el desmantelamiento de un Estado totalitario minuciosamente arruinado.
Tienen razón los intelectuales polacos. En momentos de crisis —y la de los polacos va para largo— hay que convocar a unas medidas de austeridad que inevitablemente golpean a toda la sociedad, pero que suelen ser especialmente crueles con los más pobres. Los sindicalistas no están adiestrados para ejercer esa indeclinable crueldad. ¿Cómo decirles a los obreros que tienen que trabajar más y gastar menos para sacar adelante a la patria? ¿Cómo convencer a millones de pobres de que gastan demasiado en comparación con lo que producen? ¿Cómo explicarles a los mineros que, hay que cerrar la mitad de las minas porque no son rentables? Quien se ha pasado la vida luchando contra la injusticia ¿cómo puede de la noche a la mañana defender un sistema que admite con toda naturalidad las mayores desigualdades, porque sabe que forman parte inevitable de la receta de la prosperidad y el éxito colectivos? El jefe de un Estado capitalista —y hacia ese destino quiere marchar Polonia— no debe tener una mentalidad clasista pro proletaria. Tampoco debe ser un empresario puro y duro, cuyo objetivo vital sea acumular dinero, porque acabaría por gobernar para beneficio exclusivo de un peculiar grupo de interés.
No hay hombre de Estado químicamente perfecto, pero los más útiles suelen ser los que combinan un saber específico —economía, derecho, periodismo, ingeniería— con una amplia visión humanista que le permite ver a la sociedad desde distintas perspectivas. La historia, la sociología, incluso la literatura, pueden ser magníficos instrumentos a la hora amarga de tomar decisiones de las que van a depender la fortuna de unos y los infortunios de otros. Walesa carece de esa carga intelectual. Es bueno, sacrificado, inteligente, tenaz, posiblemente cuenta con una gran dosis de sentido común, pero ese equipaje no es suficiente para la travesía.
No obstante, es casi seguro que acabe instalado en la poltrona presidencial. Walesa es demasiado popular y demasiado querido para que los electores se priven de la satisfacción y del error de ponerlo al frente del país. Lo siento por él: por medio de los telediarios iremos viendo cómo su sonrisa amable y pegajosa se le irá borrando poco a poco de la cara hasta convertirlo en un personaje mucho menos simpático y entrañable. Y al cabo de poco tiempo medio país le tirará los trastos a la cabeza. A los símbolos nadie los maltrata, pero los presidentes están ahí para recibir todas las bofetadas en el mismo carrillo.
3 de agosto de 1990
Coda en 2009
Walesa no fue el mejor presidente, y tal vez no estaba preparado para ese cargo, pero consiguió conservar su prestigio como luchador por la libertad y hoy sigue desempeñando muy dignamente el papel que mejor le cuadraba: símbolo de la resistencia contra la opresión.