32. Los rusos en la boca del lobo

Los rusos se metieron en la boca del lobo. Entraron desprevenidos, tras la flauta mágica de Jiri Valenta, el habilísimo Director del Instituto de Estudios Soviéticos de la Universidad de Miami y los que vinieron son realmente importantes: Georgi Arbatov, el americanólogo más destacado de la URSS, e ideólogo fundamental de la diplomacia soviética; Yuri Afanasiev, cabeza, junto a Boris Yeltsin, de la tendencia más radical y democratizante del reformismo que sacude a la URSS; el economista Schmeliov del Soviet Supremo, y otra docena de políticos, diplomáticos y periodistas, entre los que se incluye el editor de la publicación de mayor tirada en todo el mundo: V. A. Starkov, amo y señor de Argumenty y Fakti (30 millones de ejemplares), y Sergo Mikoyan, padre de la revista América Latina, e hijo de Anastas Mikoyan, aquel famoso armenio incombustible, que transitó entre Stalin y Brezhnev sin chamuscarse el fino bigotito de amianto negro, misteriosamente sostenido por una nariz de gancho que no dejó de salir en los periódicos durante medio siglo.

Los rusos vinieron a hablar del glasnost, la perestroika y las relaciones entre la URSS y Estados Unidos, pero —claro— acabaron hablando de Castro. O de cómo acabar con Castro, que es el único tema que se discute en Miami desde hace 30 años, y del que ningún conferenciante puede evadirse, aunque el objetivo original de su disertación haya sido explicar las propiedades de la vacuna contra la sarna en el bajo vientre.

Arbatov se lo temía. Por eso el texto de su conferencia trae un párrafo clave dedicado a Castro —aunque no lo menciona— que no deja duda alguna sobre el rechazo que el barbudo cubano hoy provoca en el Kremlin, y sobre la ruptura que inevitablemente se avecina. Dice Arbatov: «Frecuentemente la autoproclamación de socialista de este o aquel dictador ha sido considerada por nosotros una razón suficiente para volcarnos en su ayuda, aunque el único aspecto positivo que este tipo de gobernante encontraba en el socialismo era un sistema de gobierno totalitario controlado por un partido único». Y enseguida Arbatov consignaba la advertencia ominosa: «La ayuda que los soviéticos hemos despilfarrado con nuestros clientes y aliados en el Tercer Mundo ha sido excesiva y en muchos casos malgastada por la ineficiente aplicación e imitación de nuestro burocratizado estilo administrativo. El pueblo soviético cree que la mayor parte de los noventa mil millones de rublos que el Tercer Mundo hoy le debe a la URSS, debería haberse gastado en el mejoramiento de condiciones de vida en nuestra propia nación». García Márquez suele decir últimamente que Fidel Castro está en una celda de metro y medio por metro y medio, de la que no puede salir y en la que tampoco puede permanecer. Si el novelista colombiano lee los papeles de Arbatov y participa en el diálogo Moscú-Miami, llega a la conclusión de que la celda de su amigo es aún más diminuta.

Con estos truenos es muy difícil que el subsidio soviético a la revolución cubana —5000 millones de dólares anuales— se sostenga a partir del año 1991. A nadie en la URSS le interesa mantenerlo, salvo a una facción nostálgica y conservadora que pierde su influencia día a día y elección tras elección. ¿Cómo Castro va a salir de la celda imaginaria en que le ha situado García Márquez? En este momento está ensayando una fuga que no tiene posibilidad alguna de éxito: preparar unas reformas superficiales para anunciarlas a bombo y platillo en el próximo Congreso del Partido y proclamar que el país entró en un periodo de cambios originales y autóctonos. Es decir, otra vez la desacreditada táctica del Gatopardo: modificar algunas cosas para que todo siga igual.

Eso es inútil. A estas alturas de la historia solamente hay una salida de la ratonera: apertura política total, convocatoria a elecciones multipartidistas, libres y supervisadas, exactamente igual que en Alemania, Checoslovaquia, Polonia o Nicaragua. Seguramente Castro perdería el poder y terminaría el comunismo en la Isla, pero al menos el Máximo Líder podría abandonar la incómoda celda y dedicarse a escribir sus memorias en Suecia, o en México, junto a su amigo Tomás Borge, o donde menos le duela la soledad de la mota y la ausencia de un auditorio al cual endilgarle discursos de 14 horas. ¿Es todo eso un sueño? Puede ser, pero hoy por hoy los soviéticos también lo están soñando. Y si no me creen despierten al señor Arbatov y pídanle prestados los papeles que ha escrito. Como el genio de Aladino, la revolución acabará embotellada en una urna.

3 de junio de 1990

Coda en 2009

Efectivamente, poco después los soviéticos eliminaron los subsidios a Cuba, país que, además, quedó debiéndole a Moscú la friolera de 20 000 millones de rublos, entonces equivalentes a 25 000 millones de dólares. Fidel Castro decretó lo que llamó «periodo especial» y los cubanos vieron cómo se empobrecía tremendamente su ya reducida libreta de racionamiento. Sin embargo, el régimen no cedió un milímetro en el terreno de las libertades y, lentamente, fue consolidando su dictadura comunista en la etapa postsoviética.