31. La perestroika en la selva

Predecía un gran periodista europeo que la noticia del fin de las dictaduras de Europa del Este, y el descrédito total del marxismo tendrían un efecto devastador sobre las guerrillas comunistas en el Tercer Mundo. «Es —afirmaba— como si unos misioneros en la selva africana hubieran recibido un telegrama del Vaticano con la noticia de que Jesús no existió nunca; el Papa, en consecuencia, se había casado y las órdenes religiosas habían sido disueltas», y en seguida agregaba con malicia: «A los comunistas se les ha casado el Papa…, tienen que deponer las armas y renunciar a la toma violenta del poder».

Lamentablemente no es del todo cierto. Lo que está ocurriendo en algunos países de América Latina es menos halagüeño. Ante los sucesos de Europa, los guerrilleros colombianos se han dividido en dos sectores adversarios. Los procubanos, duros e intransigentes, protegidos por La Habana, convencidos de que Gorbachov es un agente de la CIA y las reformas soviéticas una fabricación de los servicios secretos occidentales, y los perestroikos, dispuestos a deponer las armas y a buscar un espacio político dentro de la sociedad plural y capitalista que combatieron a sangre y fuego durante décadas.

Hasta hace muy poco eran seis los ejércitos guerrilleros vinculados a la Coordinadora Simón Bolívar, un frente militar en el que los grupos subversivos perfilaban sus estrategias y dirimían sus diferencias, utilizando casi siempre al propio Fidel Castro como power broker cuando surgían conflictos muy agudos entre los distintos bandos. Ahora la Coordinadora ha quedado virtualmente reducida a tres grupos empeñados en la aventura militar, mientras los otros tres, acusados de traidores y con los canales de comunicación con La Habana totalmente cerrados, ensayan el difícil y peligroso ingreso al juego político bajo el fuego cruzado, muy real y sangriento, de sus antiguos camaradas y de grupos paramilitares de derecha que no renuncian a la venganza.

Pese a los síntomas aparentes, la crisis del movimiento guerrillero comunista no es tan prometedora como debiera para las azoradas democracias latinoamericanas. Es muy posible que los procubanos, ahora desprovistos de legitimidad ideológica coherente, deriven hacia una especie de fundamentalismo asesino, muy cerca del modelo aniquilador y loco de Sendero Luminoso, mientras los que han renunciado a las armas, pero no a un proyecto político de izquierda, no encuentren un partido político capaz de canalizar sus inquietudes. Eso es grave para la estabilidad democrática.

¿Cómo se explica la indiferencia ante la realidad que muestran las guerrillas procubanas? ¿Cómo es posible que algunas de las guerrillas comunistas, lejos de desmoralizarse por el acontecimiento de Europa del Este, se reafirmen en la lucha armada, acentúen aún más su salvajismo, y continúen soñando con tomar el poder para instaurar un modelo de Estado que ya pertenece a un pasado irrecuperable? La respuesta no hay que buscarla en la ideología sino en el drama personal de muchos de estos guerrilleros: en realidad no saben hacer otra cosa que vivir en el monte matando, robando o secuestrando. Hay algunos que llevan cuarenta años alzados en armas. Hace mucho tiempo que sus objetivos políticos se fueron desdibujando y la guerra acabó convirtiéndose en un modo de vida irrenunciable. De ahí que la división entre procubanos y perestroikos esconde otra dimensión menos ideológica: los procubanos suelen ser tipos sin oficio ni beneficio, escasamente educados, mientras los perestroikos son capaces de integrarse sin dificultades a la vida pública, a la cátedra o al sector privado. Son perfectamente reciclables en una sociedad capitalista. Pueden luchar y abrirse paso en ella. Incluso, pueden triunfar. Los procubanos en cambio, tras su terquedad estalinista esconden una radical incapacidad para ganarse la vida.

Este análisis nos precipita a una dolorosa conclusión: en algunas naciones de América Latina —Perú, Colombia, quizá El Salvador— la lucha contra el fundamentalismo comunista probablemente va a ser mucho más sangrienta de lo que ha sido hasta ahora. Esa guerrilla, fanatizada y rabiosa, va a pasar de los asesinatos selectivos a las masacres indiscriminadas, provocando en la sociedad una respuesta tan enérgica y brutal como las agresiones que le infligen. Tanto en Perú como en Colombia se va abriendo paso la propuesta de autorizar juicios militares, constituidos por tribunales secretos, autorizados para juzgar y condenar sumariamente a los acusados de subversión. Tampoco se descarta la instauración de la pena máxima contra los delitos de terrorismo. Es como si instintiva y fatalmente todos comenzaran a admitir que ha llegado la hora final del exterminio. Extraña manera de celebrar las bodas de un Papa.

10 de mayo de 1990

Coda en 2009

Casi dos décadas después de haber escrito esta crónica, las FARC colombianas muestran los primeros síntomas de estar dispuestas a abandonar la lucha armada, pero no como admisión de que el comunismo ha fracasado, sino como consecuencia de las derrotas militares. Uno de los rasgos más asombrosos de los comunistas latinoamericanos ha sido su indiferencia ante la realidad. Lo contaba un profesor de Georgetown al que invitaron a dar una conferencia sobre el fin del marxismo en Moscú. Lo esperaron con una pancarta que decía: «Marx ha muerto. ¡Viva Trotsky!».