25. El fin del comunismo y la riqueza de las naciones

De acuerdo con el último chiste alemán, los polacos sólo tienen dos proyectos para resolver el angustioso tránsito hacia la economía de mercado. Uno es sobrio y realista, mientras el otro no deja de ser una ilusionada fantasía. El realista es que la Virgen de Czestochowa haga un piadoso milagro. El absurdo, el irreal, es que los polacos se pongan a trabajar.

Lo más grave de los chistes étnicos no es el mal gusto y la insensibilidad que muestran, sino que suelen esconder un trasfondo de verdad. Quien haya visto una fábrica alemana y una fábrica polaca inevitablemente se da cuenta de que los alemanes, grosso modo, son más metódicos y rigurosos, más serios en sus compromisos y en el respeto a las reglas y a las jerarquías, lo que fatalmente determina una mayor (y mejor) productividad. Obviamente, no se trata de una cuestión racial, sino cultural, puesto que con toda probabilidad la fábrica alemana puede estar llena de obreros turcos, pero las normas, los objetivos, la supervisión y la forma de trabajo han sido establecidos a la alemana, lo que determina la cantidad y la calidad de lo que se produce.

Esta melancólica observación hay que tomarla en cuenta para responder a la pregunta que hoy se hacen todos los analistas: ¿qué países podrán transitar eficazmente desde el desastre comunista a la economía de mercado? Es muy sencillo: los países que trabajan mucho y bien y bien quiere decir disciplinadamente, con la excelencia como norte y con un claro sentido de los límites y de los objetivos.

Por supuesto que el desmantelamiento de los regímenes comunistas tiene dificilísimos aspectos jurídicos y políticos que hay que resolver prioritariamente; y todo el mundo sabe que el desarrollo económico moderno requiere grandes inversiones de capital y de tecnología, pero el elemento clave que a largo plazo va a hacer posible el éxito o el fracaso de las naciones que abandonan el comunismo, está en la entraña misma de la cultura, en las tradiciones, valores y creencias de los pueblos llamados a efectuar el cambio de sistema.

El asunto, desgraciadamente, no es tan sencillo como liberar los precios y dejar que la oferta y la demanda precisen cuánto y qué puede o quiere la sociedad que se produzca o se importe. Falso —es cierto—, acaba por aliviar la escasez y maximiza —qué horrible palabra— la gestión económica, pero no garantiza ni la prosperidad ni el desarrollo continuado. Y esta reflexión también es válida para prever los efectos de un enfoque monetarista o keynesiano, o para seleccionar la legislación adecuada a los fines del incremento del comercio. Toda esa teoría jurídico económica es útil, es muy importante, pero es adjetiva. Lo sustantivo, el secreto final de la riqueza de las naciones radica en el corazón y en la personalidad colectiva de los pueblos.

Para rusos y polacos esta noticia acaso no sea de las mejores, porque la grandeza de estos países radica en la frecuente aparición de individualidades descollantes, pero no en las proezas del conjunto. Polonia es Copérnico o es Chopin, pero casi nunca una abstracción como la industria o la metafísica alemanas. De Rusia puede decirse exactamente lo mismo. Es en el cine de Eisenstein o en la psicología de Pavlov donde siempre se advierte el peso de los creadores y no en la insoportable levedad de las disciplinas a las que imponen su magisterio. El grupo cuenta poco. Y si esto es cierto, ¿podrá Gorbachov convertir a la URSS en una potencia tan próspera como Estados Unidos? ¿Podrá alcanzar la Polonia capitalista los niveles de confort de Alemania o Suiza tras tirar por la borda las infinitas torpezas del modelo de Estado comunista?

Es difícil ser optimista, aunque la historia depara algunos casos de lentas pero benéficas transformaciones. Los finlandeses, por ejemplo, pueblo de raíz muy diferente, bajo el influjo constante de Suecia acabaron por suscribir una mentalidad social y unos hábitos laborales totalmente escandinavos. De los checos puede decirse otro tanto con relación a la vecina Alemania. El alma eslava de los checos terminó adquiriendo rasgos y normas de comportamiento más frecuentes en los pueblos de raigambre germánica. El imperio cercano los sojuzgó con frecuencia, pero también los preñó de virtudes.

Desde hace siglos los rusos sospechan y comparten estas amargas aseveraciones de tan difícil demostración. Por eso el zar Pedro y la zarina Catalina siempre buscaron en Francia, Inglaterra o Alemania el ejemplo y la inspiración capaces de sacudir la conciencia nacional y de situar a Rusia a la cabeza del mundo. Desconfiaban de sus raíces eslavas. En el Kremlin siempre se ha sabido que Rusia es el mayor y potencialmente el más rico de los países modernos. Pero, simultáneamente, también se ha percibido que había algo en el comportamiento de la gente que impedía que Moscú ocupara la cabeza del planeta. Eso era verdad en la Rusia semifeudal de los Romanov. Lo siguió siendo bajo el comunismo científico y colectivista de Lenin, Stalin o Gorbachov. Probablemente lo siga siendo bajo el capitalismo. Es terrible tener que escribir estas cosas, pero la terquedad de los hechos a veces no deja otra opción disponible.

10 de enero de 1990

Coda en 2009

Al menos en lo que respecta a Polonia, felizmente, la crónica no parece haber sido exacta. Una de las mejores transiciones a la democracia y a la economía de mercado ha sido la ocurrida en Polonia, La «eterna» Rusia, en cambio, sí parece seguir gravitando sobre los pobladores de ese vasto país.