Los comunistas polacos están dispuestos a entregar todo el poder menos el control de la policía secreta. Es natural: en Polonia, como en todo el bloque del Este, después de la Segunda Guerra el sistema comunista consiguió establecerse contra la voluntad mayoritaria de la sociedad, en virtud de un eficiente aparato de terror calcado de lo que entonces se llamaba NKVD y hoy los soviéticos denominan KGB.
La hipótesis del Partido Obrero Unificado de Polonia (POUP) —el partido de los comunistas polacos— está basada en aquella experiencia histórica. Cuando fracase el gobierno de Tadeusz Mazowiecki y de sus ministros de Solidaridad — calculan—, empantanados en una situación económica de muy difícil solución, será mucho más sencillo el retorno al poder de los camaradas si mantienen la porra y la llave de los calabozos colgadas de la cintura.
Probablemente se equivocan. Es cierto que la policía secreta, con sus purgas y sus métodos estalinistas, fue la clave de la ascensión al poder de los comunistas a fines de la década del ’40, y tampoco es falso que ese aparato de terror ha sido la espina dorsal capaz de mantener erecto un sistema económico absurdo e ineficaz, silenciosamente repudiado por las masas, pero aún así es muy improbable que ese sórdido organismo pueda servir como plataforma para resucitar la hegemonía de los comunistas.
Es sencillo: el poder en los Estados comunistas se ejerce con la complicidad y los servicios que presta la policía política, pero radica en la camarilla que dirige el partido y por ende el Ejecutivo. La policía política es la herramienta del poder, pero no el poder mismo. El poder está en el sector dominante del Comité Central, núcleo que suele segregar al Consejo de Ministros.
Todo el andamiaje administrativo y legal en las dictaduras comunistas ha sido concebido para llevar a cabo las iniciativas de esta poderosa cúpula, que luego, como contraprestación, derrama en cascada sobre sus partidarios (los aparatchiks) un sinfín de privilegios y de símbolos del status social. Es lo que Lenin llamaba el centralismo democrático. Una estructura de toma de decisiones que surgen en la cúspide, se ejecutan en las instancias inferiores sin espacio para la disidencia o protesta, y luego se legitiman en la liturgia paralela que desarrollan los partidos comunistas a lo ancho y largo del territorio nacional o en el seno de las empresas e instituciones.
Dentro de ese esquema —opuesto al balance de poderes preconizado en Occidente— la Constitución y las leyes son siempre textos vagos, más o menos solemnes, con el objeto de que puedan ser interpretados de acuerdo con los intereses coyunturales de la camarilla gobernante. Esa lectura y relectura arbitraria de los textos legales suele hacerse en el Consejo de Estado, un organismo pequeño y manejable, diseñado por Lenin para usurpar desde el Ejecutivo las funciones del Legislativo, aun cuando sus miembros deben ser elegidos por los propios parlamentarios. Espaldarazo que se obtiene fácilmente, dado que en las democracias populares los representantes del pueblo son gente de espinazo flexible que dócil e invariablemente suelen confirmar los deseos del Poder Ejecutivo.
De manera que el señor Tadeusz Mazowiecki, afincado en la jefatura del Consejo de Ministros, tiene en las manos todos los mecanismos para desguazar el Estado comunista sin apartarse un ápice de la legalidad que hereda de sus viejos adversarios. Todo lo que tiene que hacer es utilizar en provecho de la libertad de los polacos los mecanismos del centralismo democrático. Por lo pronto, súbitamente, ya el POUP ha dejado de ser la vanguardia del pueblo para pasar a ser un organismo vacío y fantasmal sin funciones claras dentro de la nueva nación que hoy está forjándose en Polonia. A corto plazo debe producirse una separación total entre la administración del Estado y el control que ejercía el partido comunista. Ya no hay razón alguna para que los funcionarios del partido —una tribu más costosa y numerosa que la propia burocracia estatal— continúen cobrando del presupuesto nacional, y mucho menos que el Comité Central mantenga supervisión alguna de los sectores económicos.
En suma: contrario a la que piensan los viejos estalinistas, la dirección de la policía política no les va a servir de mucho si el corazón del gobierno la controla un grupo contrario. Incluso, es probable que Tadeusz Mazowiecki no logre resolver en un plazo breve la crisis económica del país, pero si se lo propone le bastarán pocos meses para desarticular un sistema concebido para beneficio y disfrute de una pequeña secta dogmática y desacreditada. Todo lo que el ideólogo de Solidaridad tiene que hacer es utilizar a fondo los mecanismos diseñados por Lenin. Una fina ironía difícilmente explicable con la jerga del materialismo dialéctico. Algo que casi parece un chiste polaco.
25 de agosto de 1989
Coda en 2009
En Polonia (donde realmente se hundió el bloque del Este) fue sorprendente la reconversión democrática de los comunistas. A los pocos años de iniciada la transición defendían con entusiasmo la inclusión del país en la Unión Europea y en la OTAN, mientras proponían reformas económicas cercanas a las posiciones liberales. ¿Oportunismo? Tal vez, pero no muy diferente al época en que aplaudían a la URSS. Entonces no tenían convicciones ideológicas reales. Ojalá que ahora sea diferente.