10. Hay que pedirle a Gorbachov una moratoria revolucionaria

El señor Sajarov ha puesto el dedo en la llaga. En el foro reunido recientemente en Moscú, ante la atenta mirada de Gorbachov, con voz pastosa, sin pasión, como corresponde a un físico acostumbrado a proponer hipótesis científicas, Sajarov ha dicho lo siguiente: [Como condición para el desarme y la paz duradera] «Debe haber un arreglo de los conflictos regionales sobre la base de la restauración de la estabilidad dondequiera que haya sido interrumpida. Y debe terminar la ayuda a las fuerzas extremistas desestabilizadoras de todos los grupos terroristas, y deben suprimirse todos los intentos de expandir las esferas de influencia de cualquiera de las dos partes a costa de la otra».

Exacto. Esa es la clave de la paz y no el angustioso conteo de megatones y rampas de lanzamiento de cohetes. Lo que trae a Occidente de cabeza, lo que día a día resiente sus instituciones y crispa la convivencia ciudadana, no son las remotas flotillas de bombarderos estratégicos, sino los secuestros de industriales, los asesinatos de militares, políticos y magistrados, los sabotajes de los servicios públicos, o los actos terroristas de los extremistas y la desobediencia civil exteriorizada en huelgas salvajes. Lo que peligrosamente enfrenta a Oriente y Occidente, lo que periódicamente pone en estado de alerta los ejércitos de la OTAN y del Pacto de Varsovia, no son las confrontaciones directas entre las superpotencias, sino las crisis surgidas de conflictos en los que se dirime la expansión de la influencia de un bloque a expensas del otro. O, para ser más exactos, la expansión del bloque soviético a costa del mundo no soviético.

Porque prácticamente todos los encontronazos graves entre Oriente y Occidente, todos los choques que han puesto al planeta al borde de la catástrofe atómica han sido consecuencia de la lucha soviética por expandir su influencia y su control: el bloqueo a Berlín a fines de los cuarenta, la guerra de Corea en 1950, la crisis cubana de los misiles en 1962, el triste episodio de Vietnam, Nicaragua, Afganistán, Etiopía, Líbano, y un enorme etcétera que ya se aproxima al polvorín sudafricano. Sería ridículo, absurdo, pactar con Gorbachov la distensión y el desarme y no tener en cuenta estos factores.

Bien: es probable que el señor Gorbachov entienda estas razones. Lo que resulta más problemático es que pueda atenderlas. Al fin y al cabo el comunismo es una ideología de conquista, una jijad proletaria y justiciera encaminada a crear cuanto antes el paraíso en la tierra y es muy difícil renunciar a esta urgencia expansiva sin provocar un cisma entre los teólogos de la secta. Todo reformismo tiene su límite y el del Kremlin pasa por el respeto teórico al internacionalismo proletario y al papel rector de la Santa Madre Rusia. Eso es sagrado.

Entonces, a cambio del desarme progresivo y del fin de la incosteable carrera armamentista, hay que pedirle algo más razonable al ansioso señor Gorbachov. Algo que él pueda justificar dentro del leninismo con la coartada de que sólo se trata de un paso atrás para luego avanzar más rápidamente. Por ejemplo, una moratoria revolucionaria. Un largo periodo de congelación de las fronteras, de supresión de actividades encubiertas y de total inhibición ante las revueltas que puedan ocurrir en el mundo no soviético. Veinticinco, treinta años de total inactividad revolucionaria, sin ayudas pasivas o activas a los grupos insurgentes, y sin ampliar oportunistamente la esfera de influencia comunista al amparo de las convulsiones espontáneas que puedan darse en el planeta.

Y eso no es todo, claro. También tendría que atar corto a sus locos. No es posible la paz y el desarme con Gaddafi, Castro o Kim Il Sung sueltos. No se trata de que Gorbachov, para desalojarlos del poder, lance sobre ellos sus marines o sus bateleros del Volga, sino que les advierta que no hay armas, ni mercado, ni compra o venta de nada, a no ser que se comporten como tiranos domésticos, quietecitos y juiciosos, sin otras víctimas que las de sus propios y atribulados manicomios. Castro tendría que retirar sus tropas de África y de Nicaragua. Gaddafi y Kim Il Sung tendrían que renunciar a sus internacionales del terror, y Ortega, el tozudo muchacho de Managua —como todavía no ha consolidado su poder—, debería verse obligado a cumplir con el proyecto original de la revolución sandinista: neutralidad internacional, no intervencionismo, libertad, pluralismo político y economía de mercado.

Para Europa, conmovida por el euroterrorismo, y sobre todo para América Latina, la propuesta de Sajarov debería ser el punto de partida de un riguroso esfuerzo diplomático sobre Washington y Moscú para que en las rondas de Ginebra se incluya la moratoria revolucionaria de la URSS. Eso no acabaría con la subversión en Chile —subversión que objetivamente favorece a Pinochet—, eso no liquidaría a las guerrillas de El Salvador, Colombia, Perú, Ecuador o Guatemala, pero le restaría casi todo su vigor. Eso no traería la felicidad a la región, pero contribuiría a aliviar el crónico mal de inestabilidad social que sufre el mundo hispánico desde que se instauraron las repúblicas en el siglo XIX, y especialmente desde que en 1959 el señor Fidel Castro entró en La Habana encaramado en un tanque como primera escala de su trayecto hacia otras capitales más apetecibles.

3 de abril de 1987

Coda en 2009

Gorbachov, aproximadamente un año más tarde, comenzó a hacer todo esto y más todavía: les comunicó a sus belicosos satélites que sus esfuerzos subversivos no contaban con el beneplácito de Moscú, Por eso Daniel Ortega acabó por firmar la paz con la Contra, mientras los guerrilleros salvadoreños se resignaron a entrar en un proceso de confrontación en el terreno político. Fue notable, también, cómo los movimientos terroristas que asolaban a Occidente alentados por Moscú perdieron vigor hasta casi desaparecer.