9. Reagan, Gorbachov y las burocracias incontrolables

Cuando el señor Reagan llegó a la Casa Blanca venía dispuesto a terminar con el déficit fiscal. Ocho años más tarde, cuando la abandone, lo habrá triplicado. Es cierto que ésa no fue la lección aprendida en Hollywood, donde la regla de oro sigue siendo el happy end, pero ya David Stockman, ex director de presupuesto, explicó las razones con toda claridad: mientras las decisiones económicas las sigan tomando los políticos por intereses electorales, no hay forma humana de detener el gasto público y reducir la burocracia.

Al pobre señor Gorbachov le ocurre exactamente la mismo, pero multiplicado por mil, porque su burocracia es aún más indómita. En el vigésimo séptimo Congreso del Partido, Mijail Gorbachov anunció sus proyectos renovadores y prometió impulsar la estancada economía soviética. Luego puso en marcha ciertas reformas capitalistas y lanzó una campaña de amenazas y sanciones para aumentar la producción mediante el viejo procedimiento de darles palos a los borrachos, los vagos o los incapaces. Es inconcebible que un país con dos veces y media el tamaño de los Estados Unidos y 280 millones de habitantes, de los cuales 40 son agricultores, continúe importando cereales de Argentina y haciendo cola a las puertas de las panaderías.

En el Comité Central lo aplaudieron unánimemente. De pie y con esa sonrisa pastosa y desvitalizada con que los soviéticos acompañan las palmadas. Pero aplaudieron. Lo vienen haciendo desde que en 1920 a Lenin se le ocurrió aliviar los horrores de la colectivización con cierta dosis de capitalismo, contradicción a la que tuvo la audaz ocurrencia de llamarle Nueva Política Económica. Lo vienen haciendo desde que Stalin en 1929 y en el 1931 proclamó una estrategia definitiva para terminar con la burocracia parasitaria que impedía la agilización de la economía. Lo han hecho con cada una de las 250 leyes y decretos promulgados en medio siglo para poner fin a la ineficiencia de la agricultura.

Pero no sólo de aplausos vive el sistema. Hay que saber hacer algo más que ruidos o pateos. El problema no puede estar en el consumo de vodka o en la corrupción de los aparatchiks. Eso sería demasiado elemental, demasiado fácil. El problema, el gran problema de la economía soviética, fue descrito por Tatyana Zaslavskaya en un informe secreto que consiguió abrirse paso a Occidente a lomo del samyzdat, y en el que se explicaba y razonaba el origen del mal: mientras las decisiones de carácter económico las tomen los políticos por razones ajenas a la economía, la URSS seguirá siendo una superpotencia militar con una economía del Tercer Mundo.

Evidentemente, Tatyana Zaslavskaya tiene razón, pero como suelen decir los brasileros: «es poca y la poca que tiene de nada le sirve». Pocos meses después de divulgado el informe, Ignatovsky, el celoso guardián de las esencias marxistas, respondió desde la publicación oficial del Comité Central, la revista Kommunist: Sí, tal vez ése sea el problema, pero no se puede traicionar el pensamiento de Lenin. Las decisiones que deben prevalecer son las de carácter político. (El marxismo y yo somos así, señor, debió decir el testarudo personaje).

Esto quiere decir que Mijail Gorbachov cuenta con muy pocas posibilidades de tener éxito, a menos que voluntariamente se desmonte el propio aparato que lo llevó al poder. Porque el mal está, precisamente, en el Comité Central que regula y dicta pautas a todos los departamentos económicos que rigen la vida soviética.

En la URSS, y en todos los países que desdichadamente han calcado el modelo soviético, los ministerios y los organismos administrativos no hacen otra cosa que ejecutar las directrices que emanan de los subcomités especializados creados dentro del gran aparato central. ¿Es predecible el fin de ese modelo de organización? ¿Es razonable esperar que alguien se ponga de pie en el corazón del sistema y les diga a sus venerables camaradas que se vayan a sus casas, porque lo que está mal es el papel que Lenin le asignó al Partido?

Hace medio siglo que los dirigentes comunistas saben que la crisis de la agricultura se alivia o se resuelve ampliando los márgenes de la iniciativa privada. Y saben que el caos productivo se termina delegando las decisiones económicas en los gerentes. Y saben que la fórmula soviética para ponerles precios a los productos y servicios a través del demencial Comité Estatal de Precios, es un disparate sin sentido. Y saben que los periodos extraordinariamente largos para amortizar las inversiones en bienes de equipo mantienen la industria en perpetua decadencia. Pero para arreglar todo eso y los mil problemas restantes, también saben que el Comité Central tendría que hacerse el harakiri y la cúpula del poder autodisolverse o convertirse en un amable casino de ancianos retirados. Y eso es tanto como pedirle peras al olmo o sonidos de viento a la balalaika.

Gorbachov, en síntesis, no podrá hacer mucho. Pero tal vez lo consuele reunirse con Reagan y escucharle al viejo actor la anécdota del creciente déficit fiscal americano y la compulsión gastadora de su Congreso. Es lo que ocurre cuando se deja algo tan serio como la administración del dinero al alcance de los políticos. Ya sabemos que son como niños. En todas partes.

3 de febrero de 1987

Coda en 2009

Tras el intento de golpe militar, el PCUS fue disuelto sin que nadie protestara. Una organización que tenía 20 millones de miembros fue liquidada por decreto sin que nadie derramara una lágrima. Casi toda la sociedad soviética estaba convencida, con razón, de que aquella burocracia parásita era responsable del atraso, desabastecimiento y pobreza del país. Había que jubilarlos a todos, y lo hicieron. Cuando llegó la democracia, los reformistas formaron gobierno, con Boris Yeltsin a la cabeza, y luego le siguió Vladimir Putin, un ex oficial del KGB pragmático y con mano dura, que no añora los tiempos del comunismo, pero que tampoco entiende cómo funcionan las verdaderas democracias. Los viejos comunistas, los que continúan aferrados al dogma, apenas alcanzan al 8% de los electores, y éstos suelen ser los más viejos.