7. El dilema del señor Gorbachov

El señor Gorbachov tiene dos problemas muy serios. El primero es que los gallegos de Lugo —o de Pontevedra, ahora no recuerdo— afirman que este caballero de calva hermosamente decorada desciende de un sujeto de apellido Corbacho que emigró a Rusia hace tres generaciones. Si el dato es cierto la cuestión puede ser muy grave, porque un gallego instalado en el Kremlin es capaz de cosas tremendas.

El otro asunto tiene más miga. Como acaba de señalar Vladimiro Bukovski en un magnífico ensayo publicado en Commentary, el premier Gorbachov tiene que elegir entre las dos grandes tendencias que dividen al aparato de poder en la URSS: o los pragmáticos o los dogmáticos.

Si Gorbachov opta por los pragmáticos —casi todos instalados en la administración del Estado— liberaliza la economía, le da más juego al mercado y permite la actividad privada —más o menos como ocurre en Hungría—, las finanzas del país mejorarían sustancialmente y la URSS dejaría de atrasarse con relación a Occidente. Sólo que el siguiente paso sería desmontar el sistema comunista, un poco como parece estar ocurriendo en la vecina China. El pragmatismo —dicen los críticos— salva la economía, pero a largo plazo mata el sistema.

Si Gorbachov selecciona la postura dogmática —como Brezhnev, como Stalin— el partido conservará el poder, pero gobernará sobre una sociedad cada vez más comparativamente empobrecida, lo que, a largo plazo, también significa el fin del sistema. No puede olvidarse que la legitimidad final del marxismo radica en la presunción de que el comunismo es más eficiente y enriquecedor que el capitalismo.

Según Bukovski —lúcido analista de la URSS— si triunfan los pragmáticos el comunismo se desplomará víctima de la propia mecánica evolutiva de la economía. Y si triunfan los dogmáticos el colapso sobrevendrá por la ineficiencia relativa de los métodos de producción. Llegará un momento —como ocurrió en China con el ejemplo de Taiwan y Hong Kong— en que será imposible continuar defendiendo un modelo económico tan terriblemente ineficaz.

Hasta ahora Gorbachov parece inclinarse por el bando pragmático. Él mismo es más administrador que un cuadro del Partido. Su mujer, en cambio, es profesora de marxismo, pero tal vez eso sea una paradójica garantía. Desde Pasteur se sabe que no hay mejor vacuna que cierta dosis del propio virus. A lo mejor doña Raisa, de regreso de la cruel lectura de El capital, contribuye a quitarle la ilusión con las tonterías marxistas. Sin embargo, nadie sabe lo que Gorbachov realmente piensa. Y eso, por cierto, es muy gallego. A lo mejor se lo enseñó su abuelo.

3 de noviembre de 1986

Coda en 2009

La profecía de Bukovsky resultó atinada. Gorbachov comenzó a reformar el sistema y los escombros no tardaron en caerle en la cabeza. Todos los mecanismos capaces de aliviar las calamidades del colectivismo provenían del recetario capitalista y conducían al desmantelamiento del sistema. Si el mercado y la propiedad privada contribuían a sanear la situación, ¿para qué continuar sosteniendo los dogmas? Finalmente, lo único razonable era enterrar ese sanguinolento disparate. Esto no ocurrió, sin embargo, en perfecta armonía: en 1991 hubo un intento de golpe militar de los viejos dogmáticos nostálgicos del estalinismo. Pero, felizmente, Boris Yeltsin y las fuerzas leales a la reforma lo hicieron abortar.