Raisa Gorbachov está a punto de aparecer en la portada de Hola junto a Carolina de Mónaco y a la ubicua señora Presley. Eso está bien. Es otro signo de occidentalización. La estética —y la ética— de Occidente comienzan en Foreign Affair, y terminan en Hola. No bastaba con que Occidente arrastrara a la URSS por la senda de las computadoras o de la ingeniería genética. La transculturación de los soviéticos —es decir, la adopción de las tendencias, rasgos y valores de otra cultura— algún día tenía que pasar por Madison Avenue y por los fabricantes de imágenes.
Y en eso estamos. Ahora, en la comitiva de Gorbachov, junto al coronel de pescuezo afeitado del KGB y al aterrorizado taquígrafo de Pravda, viaja también un especialista en imagen. Un experto que le dice cómo vestirse y qué debe decir al hombre que a su vez le dice eso mismo a 250 millones de soviéticos.
—¿Qué perfil tengo mejor, camarada?
—Me da miedo decirlo, señor, pero es el derecho.
Y luego Raisa. Los soviéticos deben haberse apoderado del microfilm que explica cómo y por qué la imagen de los estadistas incluye a la santa esposa. Es más fácil confiar en las buenas intenciones de un político que tiene una mujer atractiva y unos hijos presentables. O en quien exhibe a la tribu doméstica con orgullo.
Brezhnev, por ejemplo, siempre se hizo sospechoso por lo poco que sacaba a pasear a su consorte. Se llegó a pensar que estaba casado con un disidente ucraniano. O con una señora muy gorda que no cabía por la puerta del Kremlin. Cualquier cosa. O tal vez —sencillamente— no le había llegado su turno a los expertos en imagen.
En todo caso, para Gorbachov ha sido una bendición tener una mujer bien parecida, simpática y con gustos burgueses. Y, curiosamente, es esto último lo que hace atractiva a Raisa en Occidente. Su pasión por las pieles, su elegancia, su castigada tarjeta de crédito. Inconscientemente se piensa que la gente disfrazada por Pierre Cardin es menos peligrosa. Puede ser. Los seres frugales y excesivamente sencillos son más propensos a sacrificarse o a exigir sacrificios. Es posible que una cierta dosis de sensualismo contribuya a calmar los ánimos. Como principio general siempre los espartanos serán más peligrosos que los atenienses. Nunca podremos saber en qué medida Gorbachov es un hombre más pacífico y sensato gracias al Chanel que su mujer se instala en el cogote o a esos diminutos panties negros que le manda de París la pícara señora de un embajador soviético. Todo eso influye. No importa que los politólogos no puedan tenerlo en cuenta. El sentido común indica que sensualizar al adversario es una forma de apaciguarlo. Fue una dicha ver en Ginebra a Reagan y a Gorbachov departiendo con sus mujeres como Bob, Carol, Ted y Alice. Es bueno para la paz que quienes puedan hacer la guerra desarrollen unas relaciones amistosas.
Bizancio —el más prolongado imperio que ha conocido Occidente— mantenía la paz —o la guerra— urdiendo una trama de relaciones personales. Y llegaron a institucionalizar un eficaz mecanismo disuasorio: los rehenes de oro. Enviaban al territorio hostil a cientos de jóvenes emparentados con la aristocracia. Y recibían del adversario un número igual de muchachos provenientes del poder enemigo. A partir de ese momento los dos bandos sabían que en caso de guerra las primeras víctimas serían los hijos de los jefes. Se dice que en época de Carter alguien trató de revivir la institución, pero fracasó la maniobra. Brezhnev, jubiloso, propuso mandar a su mujer. Carter anotó enseguida a su hermano. Hubiera habido guerra.
10 de diciembre de 1985
Coda en 2009
Raisa murió unos años más tarde, cuando la URSS ya era un recuerdo, pero dejó una huella positiva en la memoria internacional. El proceso de occidentalización de la imagen rusa continuó con fuerza durante el periodo de Boris Yeltsin, y luego ha seguido en la etapa de Vladimir Putin, pero las siniestras historias de mafias y violencia institucional ilegal (asesinatos de disidentes y de periodistas incómodos) la ha debilitado tremendamente.