3. Centroamérica: un test para Gorbachov

Bien por Reagan. Ha vencido la repugnancia de la diplomacia norteamericana a negociar simultáneamente asuntos de diferente entidad. Y eso, exactamente, es lo que había que hacer: servir en el mismo plato la Guerra de las Galaxias, la cohetería de cualquier pelaje, las fuerzas convencionales, Angola, Afganistán, Nicaragua, Castro, Gaddafi, Arafat, y el resto de los locos que andan sueltos por el planeta.

Porque el rompecabezas que —¡ay! pueden ser las nuestras— se forma con todas estas piezas. Es cierto que el gran peligro de destrucción de nuestra civilización proviene de los enormes arsenales nucleares, pero no es menos cierto que los conflictos regionales son los probables detonadores de esa conflagración que todos temen como al diablo. Esto se vio claramente en Cuba, en 1962, y se ha visto un par de veces, en el Medio Oriente, en medio de las batallas de árabes e israelíes.

Por eso los acuerdos tienen que ser globales. De muy poco vale reducir el número de veces que las bombas pueden matarnos, si no alejamos las causas por las que una de las dos superpotencias —o las dos— sientan la justificación para apretar el botón y liquidarnos esa sola, única e irrevocable vez que se requiere para que abandonemos este querido y a veces confortable valle de lágrimas.

Y hay algunas probabilidades de llegar a un acuerdo. Es posible que hoy la URSS, por primera vez, se dé cuenta que debe elegir entre el desarrollo tecnológico y los cañones. Moscú invierte entre un 16 y un 20 por cien de su producto nacional bruto en ser un temible y amenazante monstruo bíblico, condenado, sin embargo, a comprar en el mercado capitalista cuarenta mil computadoras personales porque su industria es incapaz de fabricarlas.

Nótese que no se trata de seleccionar entre la mantequilla y los cañones. Históricamente, siempre que ésa ha sido la alternativa, el Comité Central —o el amo de turno, la vanguardia de un solo hombre— ha optado por los cañones. Ahora lo que puede estar en juego es el creciente atraso relativo de los soviéticos ante la explosión de creatividad técnica y científica que está ocurriendo en los Estados Unidos. Ahora hay que elegir entre chips y cañones.

Y a lo mejor resulta que Gorbachov, que es un leninista en cuerpo y alma, ha llegado a la conclusión revolucionaria de que para salvar el liderazgo de la patria de los trabajadores es necesario reducir a la mitad los gastos militares e invertir la diferencia en Investigación y Desarrollo, para lo cual se requiere —como en los monólogos de Gila— la amable complicidad del enemigo.

Por su parte, el gobierno de Reagan también tiene buenas razones para buscar un pacto con los soviéticos… siempre y cuando se negocien los conflictos regionales, porque para los Estados Unidos es más fácil afrontar el gasto billonario de la Guerra de las Galaxias y movilizar en esa dirección a miles de privilegiados cerebros, que sostener 56 sargentos como asesores militares en El Salvador. Entre el Congreso, el Post y el Times, las Iglesias, el fantasma de Vietnam, la tradición aislacionista y la tierna y generalizada visión liberal de los conflictos del Tercer Mundo, el poder ejecutivo norteamericano tiene las manos atadas para enfrentarse a sus adversarios del bloque comunista.

De lo que se trata, entonces, es de que ambas partes cedan en lo que son más poderosas. No es descabellado que los Estados Unidos reduzcan sustancialmente la presión de una carrera armamentista demasiado costosa para el bolsillo soviético, a cambio de la renuncia de Moscú a participar directamente o indirectamente en los esfuerzos violentos que realizan los comunistas por ocupar el poder en diferentes regiones del planeta.

Y Centroamérica pudiera ser un buen primer test para conocer las reales intenciones soviéticas. Moscú debe entender que es muy difícil que los Estados Unidos no se sientan acosados y amenazados si en su frontera sur, en Nicaragua, se consolida un régimen calcado del cubano, y si en El Salvador las guerrillas comunistas continúan poniendo en jaque al frágil gobierno de Napoleón Duarte. Y a Moscú le tomaría sesenta días desactivar discretamente ambos conflictos. Bastarían unos leves movimientos de las cuerdas para que en Nicaragua los hermanos Ortega se vieran obligados a buscar una solución pacífica con la oposición y para que las guerrillas salvadoreñas depusieran sus armas y entraran al juego electoral que les ofrece el gobierno de Duarte.

No sería la primera vez que esto ocurriera. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la URSS se vio en peligro por el ataque de Hitler, el aliado de la víspera, dio la orden a los partidos comunistas de Occidente para que colaboraran con las democracias burguesas. Mágicamente, a las cuarenta y ocho horas, los comunistas del mundo entero eran pro norteamericanos y entendían las virtudes del capitalismo. Es posible que hoy la URSS perciba su desfase tecnológico y científico como un riesgo a su supervivencia parecido al que en su día provocaron las divisiones Panzer. Si esta hipótesis no resulta descabellada, a lo mejor vivimos en sosiego lo que queda de siglo. Bien por Reagan.

10 de noviembre de 1985

Coda en 2009

En la segunda mitad de los ochenta Gorbachov comenzó a hacer exactamente lo que esta crónica recomendaba. Se dio cuenta de que Moscú no tenía mucho que ganar alentando los conflictos armados en Centroamérica, notificó discretamente su voluntad de restarles ayuda a los subversivos, y poco después el Gobierno sandinista y las guerrillas de El Salvador admitieron la necesidad de buscar una salida política. Para lograr ese desenlace fue crucial la gestión diplomática del presidente costarricense Óscar Arias, quien estimuló los llamados Acuerdos de Esquipulas. En diciembre de 1989 el narcodictador Manuel Noriega fue depuesto por una invasión norteamericana. A las semanas, el sandinismo perdió las elecciones en Nicaragua, mientras que en El Salvador y en Guatemala comenzaban a consolidarse las democracias. Ese proceso de paz puso fin a una época turbulenta en la historia de Centroamérica y dio inicio al más largo periodo de sosiego, democracia y crecimiento que ha conocido la región.