El profesor James I. Payne ha puesto el dedo en la estadística, que es donde más duele: las 34 sociedades de orientación marxista que existen en el planeta cuentan con un promedio de 13.3 militares por millar de azorados habitantes, mientras que los 109 países regidos por economías de mercado sólo tienen 6.1 hombres sobre las armas.
Marx nunca pudo suponer que de sus animadas chácharas con Engels fueran a salir países infectados de guardias, pero eso es exactamente lo que ha Ocurrido. Los 8 países comunistas de Europa reclutan 13.8 soldados por cada mil habitantes, mientras los 17 no marxistas se conforman con 7.6. En África, que es un continente pobre y hambreado, se reduce el porcentaje de soldados en ambos bandos ideológicos, pero se mantiene la proporción: los nueve estados de inclinación marxista sostienen 5.9, pero los 31 países más o menos capitalistas se conforman con 2.l. Etiopía —por ejemplo—, en tiempos de Haile Selassie, sólo contaba con 1.8, pero tras el golpe militar de Mengistu el número se ha elevado a 8.2.
Se podría alegar que tras la caída del León de Judea —como se hacía llamar aquel estrafalario emperador— se agravaron los conflictos secesionistas y separatistas, pero ese argumento es poco sólido. A Mongolia no la va a atacar nadie y ahí están, haciendo guardia, inútilmente, 21.2 mongoles por cada millar de habitantes. El asunto es más grave y perverso: según todos los síntomas, las sociedades comunistas inducen y cultivan valores que generan actitudes militaristas. De la rigidez del dogma, de la obligada obediencia y de la organización vertical de la autoridad no es extraño que se deriven multitudes de ciudadanos uniformados. Las fuerzas armadas, además, son una fuente de privilegios. Mientras que en las sociedades capitalistas entra en el ejército el que no puede hacer otra cosa, en las sociedades comunistas se mete a soldado el que quiere vivir mejor que el resto de la población. En cierto sentido las fuerzas armadas de las sociedades marxistas cumplen una función parecida a la de los ejércitos medievales, más o menos como los partidos comunistas de hoy equivalen al clero de la etapa feudal. Son sitios con techo y comida seguros. Son vías de acceso al poder y al botín del Estado.
No es verdad que las sociedades comunistas tengan muchos militares porque sufren muchos peligros. Vietnam tiene hoy menos peligro que hace diez años, cuando estaba en medio de una guerra, pero en ese periodo ha duplicado sus fuerzas armadas, y ha pasado a tener el cuarto ejército del mundo, con un millón trescientos mil hombres detrás de los fusiles. La Granada de Bishop, en un par de años, pasó de tener unos cuantos policías a contar con más soldados que todas las islas juntas del Caribe inglés.
Lo primero que comenzó a construir el sandinismo fue un gran ejército. Antes de que hubiera «contras» y cuando los Estados Unidos, en dos años, le otorgaban a Managua 119 millones de dólares, es decir, más créditos y préstamos que los que le dieron a Somoza en cuatro décadas de dictadura. Al caer Somoza, su Guardia Nacional contaba con siete mil hombres. Los sandinistas han levantado un ejército de 75 000 y proyectaban llegar a 200 000, esto es, a ese aproximado l0% de la población en que se sitúa el límite de fuerzas armadas que una sociedad puede tolerar sin que se produzca el total caos económico. Es cierto que los sandinistas tienen que enfrentarse a las guerrillas campesinas, y para ese aparente fin —por ahora— han reclutado a 27.8 por cada mil nicaragüenses, pero los salvadoreños también padecen esa calamidad y sólo emplean a 5.4, los guatemaltecos a 2.2 y los colombianos a 2.6.
No, no son las agresiones ni las amenazas. Es la naturaleza del sistema, y donde resulta más evidente es cuando los mismos pueblos se organizan de diferente manera. Corea del Norte cuenta con 38 soldados por cada millar de habitantes; Corea del Sur sólo tiene 14.7. Yemen del Sur —comunista— 12.5; Yemen del Norte, 3.9; Alemania comunista, 14; y la República Federal Alemana, 7.8.
Y ni siquiera es válido pensar que tantos soldados son necesarios para mantener la dictadura. Batista tenía 19 000 hombres sobre las armas. Castro tiene 230 000. El régimen sudafricano, pese a la monstruosa desproporción numérica entre blancos y negros, controla su enorme territorio con un pequeño ejército de 70 000 hombres, o lo que es lo mismo, 2.3 por millar de habitantes. Pero, además, el poder en los regímenes comunistas no descansa en las fuerzas armadas, sino en la policía política. La represión, en esas sociedades, es cosa de las respectivas KGB.
A Marx, claro, aunque aficionado a las matemáticas, no le hubiera gustado leer estas estadísticas, pero amar la realidad impone ciertas servidumbres. Como admitir —por ejemplo— esta devastadora información.
25 de abril de 1985
Coda en 2009
El fin del comunismo europeo generó una reducción sustancial de las fuerzas armadas de Rusia y sus satélites. En Cuba, que sigue siendo una dictadura comunista, el fin el subsidio soviético obligó a una reducción del 50% del personal militar y al práctico desmantelamiento de la marina. En Nicaragua, tras la llegada de la democracia y de la paz, el general Humberto Ortega aceptó el licenciamiento paulatino de las dos terceras partes del ejército y su transformación de una fuerza sandinista en un ejército al servicio de la república. Sin embargo, Hugo Chávez, que es el heredero de la peor tradición soviética con su socialismo del siglo XXI, se ha embarcado en un plan armamentista que incluye una milicia de un millón de soldados, buques de guerra, submarinos y una flota impresionante de aviones de combate. Otra vez el militarismo y el socialismo autoritario van de la mano.