¿Los ojos y oídos de Stalin en Madrid?
Ascenso y caída de Mijaíl Koltsov
En el verano de 1938, Mijaíl Koltsov, uno de los escritores y periodistas más célebres de Rusia, fue nombrado miembro del Soviet Supremo de la República Federal Socialista Soviética Rusa. Este galardón suponía el reconocimiento a una distinguida trayectoria profesional en la que había desempeñado, entre otras cosas, un papel activo y sin duda audaz durante la Guerra Civil española. El público ruso devoró con avidez sus crónicas de España, publicadas a diario en Pravda desde el 9 de agosto de 1936 hasta el 6 de noviembre de 1937. Durante la primavera y el verano de 1938 se publicó por entregas, y con gran éxito, el apasionante diario de sus proezas en España. Koltsov estaba en el punto álgido de su fama. Ese mismo otoño, mientras pasaba una velada en el Bolshoi, Stalin le invitó a su palco y le dijo lo mucho que le gustaba su diario de la guerra de España. El dictador le invitó a continuación a dar una conferencia para presentar Historia del Partido Bolchevique, libro que él mismo había dirigido. Era una muestra considerable de favoritismo oficial. Dos días antes de la conferencia, Koltsov recibió una nueva distinción al ser nombrado miembro de la Academia de Ciencias. El 12 de diciembre, a última hora de la tarde, un Koltsov radiante cumplió con su promesa a Stalin y presentó el libro en la Unión de Escritores. La charla fue recibida calurosamente. Esa misma noche, poco después de haber llegado a su despacho de Pravda, se presentaron unos agentes del NKVD (Comisariado Popular de Asuntos Internos) y se lo llevaron con ellos. Tras un período de casi catorce meses sometido a interrogatorios y torturas, Koltsov fue fusilado. El motivo exacto de la caída en desgracia de semejante celebridad sigue siendo un misterio.
Hijo de un artesano judío, Mijaíl Efimovich Friedland Koltsov nació en Kiev en 1898 y acabaría alcanzando una gran fama en la Rusia soviética. Se marchó de Ucrania siendo muy joven para estudiar medicina en la Universidad de San Petersburgo, pero el estallido de la Revolución rusa le arrastró a la política. Participó en la guerra civil rusa mediante la elaboración de propaganda política para el Okna Yug (abreviatura de Yuzhny, «sureño») ROSTA del Ejército Rojo, un boletín informativo sobre el frente del sur. En 1918 ingresó en el Partido Comunista, y en marzo de 1921 participó en la represión del levantamiento de los marineros de Kronstadt. A partir de entonces se convirtió en una figura destacada del mundo del periodismo. También fue aviador y realizó vuelos de larga distancia, entre los que destaca el que abrió la ruta Moscú-Ankara-Teherán-Kabul. En 1931 publicó un libro titulado Khochu letat’ («Quiero volar»). Koltsov fue uno de los pioneros de la naciente industria aérea de la Unión Soviética, y participó en la construcción del avión Maxim Gorki. Escribió artículos realistas y muy vivos sobre sus hazañas en el aire, sus experiencias como taxista y paracaidista, y sus largos viajes a través de Asia y Europa[1]. Sus obras periodísticas y literarias estuvieron salpicadas desde el principio con relatos de sus aventuras. A lo largo de toda su trayectoria profesional mostró cierta tendencia a promocionarse, cosa que pudo haber contribuido a su fatal destino.
Los problemas posteriores de Koltsov también se debieron a su actividad política durante la década de 1920. Perteneció a la Oposición de Izquierdas y fue protegido de Lev Sosnovsky, un viejo bolchevique y periodista de talento cercano a Karl Radek. En 1923, para irritación de Stalin, Sosnovsky publicó un fotomontaje en la revista Ogoniok titulado «Un día en la vida de Trotsky». Tras la deportación de Léon Trotsky en 1927, Sosnovsky defendió la causa de su amigo con valentía, un ejemplo que no siguió Koltsov. Cuando Sosnovsky fue arrestado en 1928, Koltsov se desvinculó inmediatamente de su mentor, actitud que provocó que la amante de Sosnovsky le diera una bofetada en público en el foyer del teatro Bolshoi poco después[2]. En 1929, Koltsov participó en las celebraciones del cincuenta cumpleaños de Stalin con un panegírico en el que comparaba al nuevo dictador con Lenin[3]. Habiendo renegado de su pasado, Koltsov no tardó en adquirir renombre en el mundo de la prensa soviética. Fue director de un gran número de publicaciones, entre otras Ogoniok (1928-1939), Krokodil (1934-1938), Chudak (1928-1930) y Za Rubezhom (1932-1938). Su nombramiento como jefe de la poderosa asociación soviética de revistas y periódicos le llevó a ser uno de los personajes más influyentes de la política cultural soviética de la década de 1930. Además, como presidente del comité internacional de la Unión de Escritores Soviéticos, desempeñó un papel fundamental en la difusión de la política del Frente Popular[4]. Pese a todo, Koltsov nunca logró liberarse enteramente de su pasado trotskista.
Pese a su creciente preeminencia en el mundo literario, Koltsov fue siempre un hombre de acción. En el funeral del gran poeta y dramaturgo Vladimir Mayakovsky, fallecido el 24 de abril de 1930, Koltsov se prestó voluntario para conducir el coche fúnebre. Oficialmente se dijo que Mayakovsky se había suicidado por un desengaño amoroso, y es verdad que el poeta estaba desmoralizado y desilusionado por la marcha de la política soviética, pero corrían rumores de que los servicios secretos lo habían asesinado debido al carácter cada vez más individualista de sus escritos. Una gran muchedumbre se congregó para rendirle homenaje y siguió el féretro como un cortejo fúnebre al salir de la Unión de Escritores. Sin embargo, Koltsov condujo tan rápido que dejó atrás al cortejo. Es de suponer que esta acción fue el resultado de la impetuosidad de un hombre que en su día había sido taxista, en vez de una estratagema del gobierno para reducir la magnitud del homenaje popular a Mayakovsky, limitando la mala prensa de su inoportuna muerte[5].
En 1932, una conocida de Koltsov en Moscú, Paulina Abramson, que por aquel entonces tenía diecisiete años, se encontró con el periodista en la Embajada soviética de Berlín. Le describió como «una persona de estatura baja, regordete, que usaba anteojos con lentes de aumento y que nos observaba con curiosidad». Los ojos con los que él la miraba daban a entender que se trataba de un mujeriego[6]. Koltsov, sin duda, era la antítesis del apparatchik gris y adusto. El húngaro Arthur Koestler nos da una idea del estilo juvenil e irreverente de Koltsov en su relato de un episodio que tuvo lugar en París en 1935. Con el periodista estaban Maxim Litvinov, comisario de Asuntos Exteriores, y Aleksander Rado, agente clandestino de los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas soviéticas, el GRU. Habían ido juntos a la capital francesa a una conferencia diplomática internacional, Litvinov al frente de la delegación rusa y Rado como el supuesto representante parisiense del Impress Bureau (servicio de noticias independiente de la Unión Soviética). Koltsov llegó tarde a su reunión con Koestler:
—Lo siento mucho —dijo con una leve sonrisa—, pero tengo una buena excusa. Estaba en el cine.
—¿A la hora de comer? —le pregunté, sorprendido ante semejante frivolidad.
—Sí, nos hemos portado muy mal. Hemos hecho novillos. ¿A que no sabes con quién?
No lo sabía. Los otros dos cinéfilos eran Litvinov, de incógnito, y Alex Rado.
Curiosamente, mientras que en 1932 Paulina Abramson le recordaba como un hombre regordete, en 1935 Koestler le describe como «un hombre bajito, delgado y que pasaba desapercibido, tímido y con ojos inexpresivos»[7]. Su pérdida de peso bien pudiera reflejar la ansiedad que un antiguo miembro de la Oposición de Izquierdas debía de sentir en el ambiente cada vez más opresivo de la Unión Soviética.
Cuando estalló el golpe militar en España, Koltsov estaba involucrado en la ofensiva propagandística internacional para justificar el procesamiento de dos viejos bolcheviques, Grigori Zinoviev y Lev Kamenev. Sobre este tema, Léon Trotsky escribiría: «Toda la prensa de la Internacional Comunista, sujeta a Stalin por una cadena de oro, se unió a una orgía de calumnias de una obscenidad y vileza sin precedentes. El papel de directores de orquesta fue asumido por emisarios de Moscú como Mijaíl Koltsov, Willi Münzenberg y otra escoria parecida»[8]. El escritor alemán Gustav Regler, que visitó a Koltsov por aquel entonces, notó enseguida lo profundamente incómodo que se sentía el ruso con lo que le estaban pidiendo que hiciese. Regler se quedó horrorizado al encontrarse con librerías de Moscú repletas de invectivas sobre exiliados y niños que equiparó al «balbucir de lacayos aterrorizados», y se quejó a Koltsov sobre el clima sofocante de Rusia, que convertía a las águilas en loros de repetición. Avergonzado, el ruso le informó sobre un decreto reciente según el cual los niños indigentes habían dejado de existir e iban a ser enviados a campos de concentración, y en el que se insinuaba que los mayores de doce años podían ser ejecutados. Abrumado por sus propias palabras, un aterrado Koltsov dijo: «¿Por qué no te consuelas pensando en todo lo bueno que se ha conseguido? ¿O por qué no te dices simplemente que estoy exagerando, que incluso si ese decreto existiese no se aplicaría, que ningún ruso se plantearía jamás fusilar a un niño?». A continuación, afligido y pálido, dejó el tema y dijo que tenía que marcharse[9].
La oportunidad de ir a España debió de ser para Koltsov una liberación del ambiente político cada vez más opresivo en el que vivía, aunque en Moscú su nivel de vida era alto, por no decir lujoso. Koltsov fue el primer corresponsal soviético en llegar. La noche que aterrizó en Barcelona, el 9 de agosto, envió su primera información a Pravda[10]. Cinco años antes, durante un viaje a España, había conocido a dos jóvenes comunistas, a Dolores Ibárruri en Bilbao y a José Díaz en Sevilla, y había escrito un libro titulado Ispanskaya vesna («Primavera española»)[11]. En esta ocasión, Koltsov asumió enseguida el papel de consejero político de las autoridades republicanas. Estaba acreditado como redactor y corresponsal especial de Pravda, y su importancia como tal se reconoció nada más llegar. El teniente coronel Felipe Díaz Sandino, ministro de Defensa del nuevo gobierno catalán de Joan Casanovas, puso inmediatamente un coche a su disposición. En tan solo dos días le recibieron el líder anarquista Juan García Oliver, los dirigentes del partido comunista catalán, el Partit Socialista Unificat de Catalunya, y el propio Casanovas. Al día siguiente estaba en el frente de Huesca, dando consejos al comandante de la zona. Fue entonces cuando expresó su deseo de conocer a Durruti, que se encontraba en el frente de Aragón, en Bujaraloz. Al principio, Durruti no mostró mucho interés en hablar con él, pero cambió de opinión al leer en la carta de presentación de García Oliver palabras como «Moscú» y «Pravda».
Pese a su acceso privilegiado a políticos importantes, Koltsov no tardó en toparse, como todo corresponsal, con las dificultades que presentaba la censura, la falta permanente de líneas telefónicas y el limitado sistema telegráfico de España[12]. Llegó a Madrid el 18 de agosto y, en cuestión de catorce horas, no solo había hablado con los líderes del Partido Comunista, sino también con el presidente del gobierno y doctor en química José Giral, y con el teniente coronel Juan Hernández Saravia, ministro de la Guerra. Al cabo de una semana logró entrevistar al socialista moderado Indalecio Prieto, organizador en la sombra del esfuerzo bélico. El hecho de que Prieto hablase del desprecio que sentía por Largo Caballero con una franqueza asombrosa, es una muestra de la capacidad periodística y del estatus de Koltsov. Al día siguiente, gracias a la mediación de Julio Álvarez del Vayo, al que conocía de su época de corresponsal en Moscú, Koltsov pudo entrevistar al mismo Largo Caballero, que, con la misma franqueza que Prieto, criticó sin contemplaciones el gobierno del doctor Giral[13]. Cuatro días después de ser nombrado presidente el 4 de septiembre de 1937, Largo Caballero volvería a conceder a Koltsov otra larga entrevista[14].
El papel de Koltsov en la Guerra Civil española se ha exagerado mucho. Un investigador alemán tuvo la osadía de afirmar que Koltsov llegó a España ostentando el grado de general de las Fuerzas Aéreas soviéticas y con el objetivo de crear un equivalente español del NKVD[15]. Se ha alegado incluso que hablaba una o dos veces al día por teléfono con Stalin para informarle sobre la situación española. Esta idea, que pese a ser totalmente rocambolesca se extendió como la pólvora, provenía de Claud Cockburn, un periodista comunista que entabló una buena amistad con Koltsov en España. Cockburn le contó al autor estadounidense Peter Wyden que, en una ocasión, Koltsov le permitió escuchar los gruñidos de Stalin con un supletorio mientras hablaba con él desde el hotel Gaylord. En un artículo, Cockburn exageró esta historia y llegó a afirmar que Koltsov tenía «línea directa entre la mesa de Stalin en el Kremlin y su habitación en el hotel Palace de Madrid, y hablaba con Stalin, brevemente largo y tendido, tres o cuatro veces a la semana». También escribió que a veces él mismo podía oír «la voz de Stalin haciendo preguntas al otro lado del hilo». Patricia, la mujer de Cockburn, fue más allá y transformó lo ocurrido en una ocasión en algo que pasaba todos los días[16]. Lo cierto es que la conexión telefónica entre Madrid y Moscú, vía Barcelona y París, no funcionaba con regularidad ni era lo bastante segura como para que se diesen este tipo de conversaciones, aun en el supuesto de que Stalin hubiese mostrado interés en recibir información diaria de España. Es posible que, al exagerar, Cockburn no hiciese más que sumarse a los alardes del propio Koltsov. Sin embargo, como puede verse en una carta de Koltsov a Stalin, hasta los más altos emisarios soviéticos eran reacios a enviar información por telegrama, aunque podía escribirse en código, y mucho más aún a hacerlo por teléfono, que podía ser intervenido con relativa facilidad[17].
Es inconcebible que Koltsov tuviese un alto cargo en las Fuerzas Aéreas soviéticas o en el NKVD. Pese a todo, aunque oficialmente no era más que el corresponsal de Pravda, su papel en España superó con creces sus responsabilidades como periodista. Santiago Carrillo, consejero de Orden Público de la Junta de Madrid, recuerda que gozaba de mucha más influencia que cualquier otro corresponsal. Por ejemplo, durante el asedio a la capital, pareció ser más importante que el embajador, Marcel Rosenberg. Sin embargo, Carrillo descarta de manera categórica la idea de las conversaciones telefónicas diarias entre Koltsov y Stalin, y apunta que la información constante al Kremlin se realizaba por telégrafo y radio desde la embajada. Para hacer llegar a Pravda sus noticias durante el sitio de Madrid, Koltsov solía dictarlas por teléfono al hotel Majestic de Barcelona, desde donde se transmitían a Moscú. La comunicación telefónica directa era poco habitual, aunque tuviera lugar de vez en cuando[18].
Más allá de algunas exageraciones extremas, muchos testigos coetáneos dejaron constancia de la importancia de Koltsov. El riguroso sovietólogo Louis Fischer, un hombre que tuvo mucho contacto con Koltsov, le describió como el «corresponsal de Pravda en España y, extraoficialmente, los ojos y oídos de Stalin en el país»; fue el primero de los distintos estudiosos que utilizaron esa expresión[19]. Hemingway afirmó que Koltsov era «uno de los tres hombres más importantes de España»[20], y el novelista Ilia Ehrenburg escribió:
Los españoles lo veían no solo como un periodista famoso, sino también como un consejero político. Es difícil imaginar el primer año de guerra en España sin Koltsov. Pequeño, activo, valiente, tan perspicaz que, sin duda, su inteligencia acabó siendo una carga para él, evaluaba la situación a primera vista, se daba cuenta de todos los problemas y nunca se hacía falsas ilusiones[21].
El agente del NKVD y coronel Alexander Orlov (que en 1920 se había cambiado oficialmente el nombre de Leiba Lazarevich Feldbin por Lev Lazarevich Nikolsky) afirmó que el periodista había sido enviado a España «por Stalin para ser su observador personal», que es la función que se hubiera esperado de cualquier redactor de Pravda[22]. Estas opiniones han pasado a formar parte de las creencias populares sobre la Guerra Civil española. Hugh Thomas, por ejemplo, habla de Koltsov como «probablemente el agente personal de Stalin en España, en ocasiones con línea directa con el Kremlin»[23].
En su diario, Koltsov separa sus funciones como periodista, que atribuye a su persona, de las político-militares, que atribuye a un mexicano llamado Miguel Martínez, quien, supuestamente, había luchado en la Revolución mexicana pero que, sin embargo, como el propio Koltsov de joven, también había participado en la Primera Guerra Mundial y en la guerra civil rusa. Además, los términos que utiliza Koltsov para describir a Martínez indican que está hablando sobre sí mismo: «Comunista mexicano, hombre de pequeña estatura, que, como yo, acaba de llegar». Más adelante nos enteramos de que lleva gafas[24]. Por otro lado, se pueden encontrar en el texto multitud de pistas que apuntan a que Koltsov y Martínez son la misma persona. El autor describe el espeluznante vuelo de París a Barcelona que hizo Martínez en un avión pilotado por Abel Guides. Miguel sospechaba que el piloto los iba a llevar a la zona rebelde y se planteó pegarle un tiro y pilotar él mismo, algo del todo factible para Koltsov. Asimismo, el 8 de junio de 1937, en Bilbao, el ruso mantuvo una conversación con Guides sobre el incidente que daba a entender que la idea de disparar al piloto había sido suya. Según Koltsov, Miguel Martínez iba todas las tardes a las oficinas del periódico comunista, Mundo Obrero, y ayudaba a preparar el número del día siguiente, precisamente lo que solía hacer él. Más adelante, durante la retirada de Talavera, Miguel Martínez vio que la escritora María Teresa León llevaba una pistola pequeña en la mano, y luego resulta ser Koltsov el que recuerda haber visto a la mujer con la pistola[25]. Son muchos los que daban por hecho que Miguel Martínez era el propio Koltsov: su hermano pequeño Boris Efimovich Friedland, dibujante de Pravda de fama mundial conocido como Boris Efimov, y sus biógrafos, Skorojodov y Rubashkin, entre otros expertos. Enrique Líster, comandante del Quinto Regimiento comunista, que más adelante se convertiría en el núcleo del Ejército Popular, estaba en contacto frecuente con Koltsov, como puede verse en su diario. Líster le dijo a Ian Gibson que estaba convencido de que Koltsov y Miguel Martínez eran la misma persona[26].
Sin embargo, también es posible que Líster, defensor devoto de la causa soviética, estuviese intentando ocultar la verdadera identidad de Miguel Martínez, o al menos alguno de sus componentes. En otras palabras, puede ser que no todas las actividades atribuidas a Miguel Martínez en el diario las hubiese llevado a cabo Koltsov. En sus memorias sobre el sitio de Madrid, Vicente Rojo, el jefe del Estado Mayor de la República, escribe como si conociese a Miguel Martínez y su actividad en el Quinto Regimiento. De lo que no cabe duda es de que Koltsov conoció a Rojo y escribió sobre él en más de una ocasión[27]. Sin embargo, el hecho de que Rojo no identifique a Martínez con Koltsov ha levantado las sospechas del especialista ruso Boris Volardsky y del estudioso español Ángel Viñas de que hubiese otro Miguel Martínez que fuese una amalgama de varios individuos. Basándose en la investigación realizada por Boris Volardsky en los archivos de seguridad rusos, han llegado a la conclusión de que al menos algunas de las actividades atribuidas a Miguel Martínez fueron llevadas a cabo por un agente soviético de origen lituano[28]. El hombre en cuestión, Iosif Romualdovich Grigulevich, pertenecía desde hacía treinta años a la Administración de Tareas Especiales del NVKD, una sección especializada en el asesinato, terror y sabotaje en tierras extranjeras. Había aprendido español en Argentina y llegó a España en 1936. Más tarde sería el instigador del primer intento de asesinato contra Trotsky en México. Por lo tanto, el «Miguel Martínez» retratado por Koltsov podría haber sido un personaje compuesto de varios individuos: el mismo Koltsov, Grigulevich y posiblemente el agregado militar ruso, el general Vladimir Gorev.
No cabe duda de que Koltsov, como redactor de Pravda, tenía estatus especial como observador para Stalin. Sin embargo, esto no basta para explicar la envergadura del papel activo que desempeñó Koltsov/«Miguel Martínez» en una gran variedad de actuaciones políticas y militares. Cuando el 21 de septiembre de 1936 las milicias republicanas se retiraron de Maqueda, en la carretera de Talavera a Madrid, allí estaba Koltsov/«Miguel Martínez», pistola en mano, intentando frenar la desbandada (en este caso, probablemente se trata de Koltsov, ya que no es plausible que Gorev o Grigulevich estuviesen en el frente). En la capital sitiada, K/MM actuó constantemente como consejero de los líderes comunistas y fue colaborador estrecho de Julio Álvarez del Vayo, que había sido nombrado comisario general de Guerra el 17 de octubre, cargo que le convirtió en la práctica en el jefe del Cuerpo de Comisarios (en este caso, podría tratarse de cualquiera de los dos o de ambos, en capacidades diferentes). Incluso antes, K/MM recibía con regularidad copias de las comunicaciones de radio enemigas interceptadas. Dado que el Ejército republicano no tenía medios para interceptar las comunicaciones enemigas, esta tarea tuvo que recaer en tres especialistas soviéticos que llegaron en octubre de 1936. Por tanto, la persona que recibía las comunicaciones intervenidas tendría que haber sido Gorev, como agregado militar y como jefe local de la inteligencia militar rusa. El 28 de ese mes se pudo ver a K/MM explicando a las unidades del Quinto Regimiento comunista cómo debían seguirse los ataques de tanques. Si se tratara de Koltsov, no haría más que pasar consejos que provenían del verdadero especialista en este tema, el general Gorev, lo que deja la sospecha de que la persona que daba las explicaciones fuera el mismo Gorev[29].
Hay una situación en la que no está muy clara la importancia de la intervención de Miguel Martínez: la decisión de evacuar a los prisioneros derechistas de Madrid. En el libro, Martínez informa una y otra vez a los líderes comunistas de lo peligroso que sería que el personal militar que había entre los prisioneros pasase a engrosar las filas de los rebeldes. Preocupado por los «ocho mil fascistas que están encerrados en diversas cárceles de Madrid», que amenazaban con convertirse en un problema tan real como la Quinta Columna, Martínez regresó varias veces a la sede central del Partido Comunista y a la oficina del Comisariado de Guerra para preguntar si se había hecho algo al respecto y sugerir cómo organizar la evacuación[30]. En opinión de Boris Volardsky, al describir las actividades de Miguel Martínez en relación con la evacuación de los presos políticos de derechas, Koltsov estaba relatando las de Iosif Grigulevich. La operación culminó en el asesinato de un alto número de prisioneros, y todavía no se sabe quién tuvo la responsabilidad específica de esas muertes. En la decisión de evacuar a los prisioneros intervinieron varios individuos, y el desenlace final se produjo de forma gradual y acumulativa. No obstante, Grigulevich lideraba una unidad especial de militantes socialistas que, en gran parte, provenían de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y que, al parecer, desempeñaron un papel clave en la noche del 7 de noviembre y a lo largo del día siguiente en la agrupación y transporte de los prisioneros[31]. Además, era un amigo muy cercano y colaborador de Santiago Carrillo, dirigente de la JSU y consejero de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid, a quien se ha atribuido cierta responsabilidad en el asunto[32].
Asimismo, el diario de Koltsov sugiere que Miguel Martínez tuvo un papel decisivo en la creación de un sistema de comisarios políticos para elevar la moral de las tropas. Afirma que Miguel Martínez impuso la costumbre de que los comisarios enviasen regularmente informes políticos sobre sus unidades al Alto Mando militar. Dado que por entonces esto era lo habitual en el Ejército Rojo, puede que Koltsov sencillamente estuviese trasladando las recomendaciones de otros consejeros rusos, como por ejemplo Gorev, o que el mencionado Miguel Martínez fuese Grigulevich, Gorev o algún otro «consejero». A Miguel Martínez no solo se le atribuye acceso a estos informes, sino también su redacción[33]. Su primer biógrafo soviético, exagerando mucho lo que pone en el diario, dice que el 17 de octubre de 1936 Koltsov fue nombrado oficialmente comisario de una brigada y ayudó a preparar el borrador de las instrucciones de los comisarios políticos de todo el Ejército[34]. No cabe duda de que la adopción en España de un sistema de comisarios se basó en un modelo que había surgido durante la guerra civil rusa, pero las fuentes españolas existentes no sugieren que Koltsov desempeñase un papel importante en su implantación. Es muy posible, sin embargo, que a través de su estrecha conexión con el Quinto Regimiento comunista, su asesoramiento fuese crucial[35]. Se llevaba estupendamente con su comandante, Enrique Líster, pero lo mismo le ocurría a Iosif Grigulevich. El periódico del Quinto Regimiento, Milicia Popular, publicó por entregas un artículo muy largo de Koltsov sobre el Ejército Rojo, titulado «El hombre del capote gris, el oficial y el jefe»[36]. Lo más probable es que el «Miguel Martínez» al que tanta importancia se le da en la implantación del sistema de comisarios, no sea Koltsov.
En el diario, el propio Koltsov otorga credibilidad a su supuesto papel en el sistema de comisarios al hablar de su relación con Álvarez del Vayo. El día 23 de octubre de 1936 relata cómo Álvarez del Vayo, en calidad de comisario general, mantenía todas las tardes a las seis una reunión en el Ministerio de la Guerra con cinco de sus vicecomisarios, dos comisarios y Miguel Martínez. Su relato parece insinuar que Koltsov era mucho más que un corresponsal. Aunque sería mucho más factible, por supuesto, que la persona que participó en las reuniones fuese algún ruso de alto rango en vez de Koltsov[37].
Si dejamos a un lado la hipótesis absurda de dos escritores franceses de que Koltsov, que de cara al exterior estaba en España como corresponsal de Pravda, era en realidad «portavoz secreto de Stalin», lo que está claro es que gozó de cierta influencia y autoridad en el Ministerio de la Guerra[38]. De esto da fe el socialista Arturo Barea, que trabajaba por aquel entonces en el Departamento de Censura del Ministerio de Estado. En sus memorias, relata con gran viveza un ejemplo de la autoridad que imponía Koltsov. Barea, por propia iniciativa, intentaba mantener desesperadamente la censura de prensa después de que los funcionarios al mando hubiesen huido a Valencia. Koltsov, que desconocía los esfuerzos de Barea en esa dirección, estaba furioso porque, antes de poder establecer un nuevo sistema, varios corresponsales extranjeros habían logrado enviar al exterior crónicas desesperanzadoras. Por eso, irrumpió en la oficina de Barea y, sin miramientos, le exigió una explicación. Cuando este le expuso la situación y le informó de que él estaba al mando y era la única autoridad, Koltsov afirmó: «Tu autoridad es la del Comisariado de Guerra. Ven con nosotros. Suzana te proporcionará una orden del Secretariado». Como el propio Barea, Suzana, una mujer que hablaba español con acento francés, se había quedado en Madrid, donde trabajaba de mecanógrafa en el Ministerio de la Guerra, y había sido nombrada secretaria del Comisariado de Guerra. Una vez en el ministerio, Barea se quedó asombrado por la autoridad que ejercía Koltsov: «Entraban y salían grupos de oficiales milicianos, otras personas irrumpían gritando que sus envíos de armas no habían llegado, y el tal Koltsov intervenía en casi todas las discusiones imponiéndose con su vitalidad y su voluntad arrogante»[39].
Resulta del todo evidente que Koltsov se sentía más feliz y más vivo en Madrid que en el ambiente sombrío de las purgas de Stalin. Puede que apoyase las purgas en público, pero es bastante obvio que cada vez se sentía más incómodo con lo que ocurría. Se animó mucho con la noticia de que la Unión Soviética había decidido enviar aviones, tanques, artillería y otras armas a la República[40]. Tenía una asombrosa capacidad de trabajo y un ardiente entusiasmo por la causa española, pero es difícil creerse las exageraciones bienintencionadas de algunos autores. Gleb Skorojodov, su primer biógrafo, funde a Koltsov y a Miguel Martínez en una misma persona y afirma que a finales de octubre había recibido el encargo de redactar la orden del Ministerio de la Guerra para la defensa de Madrid, lo que resulta del todo absurdo[41]. Es inconcebible que los generales Berzin y Gorev, y el jefe del Estado Mayor republicano, Vicente Rojo, aceptasen semejante intrusión por parte de un aficionado. El error de Skorojodov es otra de las pruebas de que Miguel Martínez era una amalgama de personajes y de que una parte importante de esta provenía de Gorev. Según el testimonio de Orlov, poco fiable por regla general, cuando el gobierno de la República abandonó Madrid, solo dos miembros del grupo soviético oficial se quedaron en la capital asediada, Koltsov y él[42]. Eso no es cierto, pues el general Vladimir Gorev continuó en el Ministerio de Defensa y con él estaba Roman Karmen, famoso documentalista soviético y amigo de Koltsov. Hubo, además, otros muchos oficiales rusos que no se marcharon de Madrid. En cualquier caso, la valiente decisión de Koltsov de quedarse en la capital sería el preludio de su momento más glorioso.
Gorev, que actuaba como consejero extraoficial del general José Miaja, presidente de la Junta de Defensa de Madrid, hablaba todos los días con Koltsov. Emma Wolf, la amante e intérprete del agregado militar ruso, evocaría más adelante las reuniones de estos dos hombres. Según ella, Gorev escuchaba con atención todo lo que decía Koltsov, pues consideraba que era la persona mejor informada sobre el frente y la retaguardia. El historiador ruso de la KGB Boris Volardsky afirma que, en realidad, Gorev temía por su vida y escuchaba a Koltsov porque era la voz del partido en España y siempre podría informar contra él a Moscú. Gorev prestaba la misma atención y mostraba el mismo respeto hacia Orlov, quien a pesar de todo informó sobre él, y eso que Gorev había mandado a Moscú un informe muy halagador sobre Orlov[43]. Koltsov estaba totalmente dedicado a la causa de la República. Cuando las cosas empezaron a empeorar, no pudo evitar lanzarse a la acción. Paulina Abramson reflexionaría años más tarde: «A veces era chocante ver cómo se inmiscuía en algunos asuntos y emitía opiniones que sin duda alguna influían en la solución del problema. Lo hacía porque su educación, su naturaleza y sus conocimientos del arte militar no le permitían observar impasible el desorden que reinaba»[44]. También podía ser tremendamente mordaz y poco comprensivo. Sefton Delmer le recordaba como un «hombre bajo y fornido, con ojo de lince y una expresión desdeñosa, pavoneándose con sus botas altas de aspecto marcial»[45].
El 29 de octubre de 1936, en pleno asedio a Madrid, los primeros tanques soviéticos entraron en acción. No les fue del todo mal, pero algunos se quedaron atrapados en las calles estrechas de los pueblos, indefensos ante los improvisados artefactos incendiarios de las tropas franquistas. Se perdieron tres tanques. Cuando los comandantes de los tanques soviéticos se reunieron esa noche en el hotel Palace, tenían el ánimo por los suelos. Koltsov consiguió levantarles la moral convenciéndoles de que, en realidad, el ataque había sido un gran éxito. Según Orlov, Koltsov dijo que había que enviar un telegrama a Stalin pidiendo que concediese la Orden de Lenin a todos los miembros de la tripulación de los tanques y el título de Héroe de la Unión Soviética al líder del ataque y a los diez tripulantes desaparecidos. Contra todo pronóstico, Orlov afirma que el mariscal Kliment Voroshilov, comisario del Pueblo para la Defensa, respondió al telegrama, firmado por Koltsov, el general Gorev y Orlov, accediendo a la petición[46].
Se ha dicho incluso que Koltsov estuvo al mando de una sección de tanques rusos y que desempeñó un papel importante en las batallas de Pozuelo y Aravaca (4-14 de enero de 1937). Sin duda se trata de una exageración disparatada, basada en el entusiasmo adolescente de Koltsov por atravesar el campo de batalla en un coche blindado[47]. Por otra parte, pese a su apretado programa en medio de la acción, Koltsov siempre mantuvo una producción constante de artículos largos y apasionados que enviaba a Rusia, y también escribió con cierta regularidad en la prensa española. Roman Karmen estaba impresionado con su capacidad para escribir «cuarenta renglones con una rapidez inverosímil, de forma sencilla, con mucho gracejo y meditada observación para dar un cuadro acabado de la atmósfera política»[48].
Sin embargo, no está nada claro que Koltsov hiciese todas o algunas de estas cosas con la autorización o el visto bueno de Stalin[49]. También es posible que gran parte de su sorprendente importancia se debiese sencillamente a su energía, autoconfianza e impaciencia ante la desorganización española, que le llevaban a involucrarse de lleno en una situación y dar su opinión de forma imperiosa. O puede que se le otorgase un papel destacado precisamente porque se daba por hecho que representaba de alguna forma a Stalin. Tal era la opinión de Boris Efimov: «Koltsov no hubiese sido Koltsov de haberse quedado en los confines de un trabajo puramente periodístico». Según él, «por lo que yo sé, nadie le había encomendado tales funciones. Fue a España solo como escritor, como corresponsal de Pravda». Sin embargo, al igual que Vasily Grossman en la Segunda Guerra Mundial, Koltsov consideraba que, como comunista, debía compartir sus opiniones con los que estaban al mando. Además, dados su entusiasmo y gran energía, frustrados en parte por las insuficiencias de la defensa española de la República, Koltsov se dedicó a dar consejos a todos los que quisieran escucharle. De pequeño, recordaría Boris Efimov, su hermano Mijaíl había mostrado una creatividad multifacética: «Fue un niño inquieto, inventaba juegos, escribía piezas de teatro»[50].
Las memorias del cámara Roman Karmen sugieren una visión similar. El 15 de agosto de 1936, a los treinta años, Karmen recibió la orden de ir a España. Salió de Moscú el 19 de agosto y, al día siguiente, se reunió en París con Ilia Ehrenburg para, a continuación, cruzar la frontera por Hendaya[51]. Tras pasar un tiempo en Irún y luego en Barcelona, llegó a Madrid el 13 de septiembre: «Mi encuentro con Mijaíl fue una alegría. Le encontramos esperándonos en la puerta del hotel Florida, donde también nos alojábamos nosotros. A partir de ese momento, nos volvimos casi inseparables». Juntos visitaron el sitio del Alcázar de Toledo. Más tarde, del 7 al 17 de octubre de 1936, Karmen acompañó a Koltsov durante un viaje por los frentes del País Vasco y Asturias, con Paulina Abramson como intérprete. Durante la visita, Koltsov se reunió con líderes políticos y militares de la zona, entre otros con Juan Ambou, el joven comunista que actuaba como jefe de Defensa del Comité del Frente Popular de Asturias, y José Antonio Aguirre, el lehendakari vasco[52]. Haciendo caso omiso de las instrucciones de Marcel Rosenberg, tanto Koltsov como Karmen se negaron a trasladarse a Valencia con otros evacuados y se quedaron en la ciudad durante el asedio[53]. El 6 de noviembre, Karmen fue al Ministerio de la Guerra, que encontró desierto hasta dar por fin con el líder comunista Antonio Mije, el general Gorev y el jefe del Estado Mayor de la República, Vicente Rojo. De allí Karmen se dirigió a la sede central del PCE, donde encontró a Koltsov enfrascado en una conversación con Pedro Checa, que, como secretario de Organización del Comité Central, era el jefe provisional del partido[54].
Las memorias de Karmen confirman la opinión de Boris Efimov de que el estatus oficial de Koltsov era principalmente el de periodista. El cámara dice que se volvieron como uña y carne y que la amistad le «proporcionó una educación inestimable en cuanto al periodismo militante». Karmen solía acompañar a Koltsov durante sus desplazamientos por Madrid y visitaba las defensas; cuando al cabo de unos días leía las crónicas del periodista en Pravda, podía revivir lo sucedido bajo la luz de la «divina chispa, la sabia, aguda y alegre chispa del inmenso talento de Koltsov». Karmen estaba extasiado con la fuerza y las numerosas facetas de Koltsov, «un agudo cronista de hechos extraordinarios, un ser político, un soldado intrépido» a quien también le gustaba vivir bien y que rebosaba de alegría y jovialidad[55]. Cuando llegó Hemingway en la primavera de 1937, Koltsov y Karmen se habían mudado del hotel Florida al hotel Capitol, que se encontraba al otro lado de la Gran Vía. Al poco tiempo se fueron al hotel Palace, en la Carrera de San Jerónimo, y finalmente acabaron en el hotel Gaylord, situado en Alfonso XII[56].
Muchas personas que conocieron a Koltsov nos han dejado descripciones sobre el periodista. Era un hombre pequeño, de aspecto español, con el pelo negro y espeso y con gafas redondas de culo de botella. En una sección claramente autobiográfica de Por quién doblan las campanas, Hemingway afirma que era «el hombre más inteligente que había conocido … [con] botas negras de montar, pantalón gris y chaqueta gris también. Tenía las manos y los pies pequeños, y un rostro y un cuerpo delicados, y una manera de hablar que rociaba de saliva a uno, porque tenía la mitad de los dientes estropeados … Pero … tenía más talento y más dignidad interior, más insolencia y más humor que cualquier otro hombre que hubiera conocido»[57].
Koltsov proporcionó a Hemingway una cantidad considerable de material que más tarde este incluiría en Por quién doblan las campanas[58]. Según Orlov, la representación de Koltsov a través del personaje Karkov que creó Hemingway era fiel a la realidad[59]. Martha Gellhorn conoció a Koltsov en una fiesta que tuvo lugar en su acogedora y cálida habitación del hotel Gaylord. Al final de su vida le recordaría como «un hombre delgado y pequeño, con el pelo canoso, espeso y bien cortado. Llevaba un excelente traje oscuro y tenía ese tipo de cara que, nada más verla, comunica brillantez, ingenio y el saber estar sosegado de quien se siente totalmente seguro de sí mismo. Me pareció que tenía unos cuarenta años y más francés que ruso»[60].
Como puede verse en los comentarios de Ernest Hemingway, Martha Gellhorn, Emma Wolf, Roman Karmen, Paulina Abramson y otros tantos, Koltsov tenía la capacidad de divertir e impresionar a la gente, de despertar afecto y entusiasmo. El periodista comunista inglés Claud Cockburn trabó muy buena amistad con él. Al igual que Karmen, se sintió atraído por el ingenio y la energía de Koltsov:
Pasé gran parte de mi tiempo en compañía de Mijaíl Koltsov, que por aquel entonces era el redactor jefe de la sección internacional de Pravda y, más importante todavía, el confidente, portavoz y agente directo del propio Stalin durante ese período; más tarde desaparecería en Rusia, supuestamente ejecutado. Era un pequeño y fornido judío de Odesa, creo … con una cabeza enorme y una de las caras más expresivas que he visto en mi vida. Lo que comunicaba su cara, principalmente, era una especie de regocijo entusiasta y la esperanza vivaz de que todos los demás harían lo que pudiesen para darle la vuelta a una situación, por muy deprimente que fuera.
Cockburn describe lo fácil que era para Koltsov despertar resentimiento y envidia:
Tenía un pico ferozmente satírico; una falta total de piedad hacia las personas que consideraba incompetentes o simplemente presuntuosas. Los que no le conocían bien, en especial quienes no eran rusos, encontraban insoportable el cinismo de su conversación, de sus mordaces bromas judías, de sus comentarios desdeñosos sobre todo lo que fuese «sagrado». Y otras personas que habían conocido a ambos, decían que les recordaba a Karl Radek (una comparación profética). Yo siempre pensé que la palabra cínico no podía usarse para describir con precisión a una persona que mostraba tanto entusiasmo por la vida; por el humor de la vida, por todas las manifestaciones de la vida impetuosa, desde una batalla de tanques hasta la literatura isabelina o un buen circo. Tal vez realista sea la palabra adecuada, pero tampoco es correcta del todo, porque implica, o puede implicar, un sentido práctico seco que no formaba parte de su naturaleza. En cualquier caso, en cuanto a su vida personal y su destino, a Koltsov claramente le gustaba mucho la sensación de riesgo, y en ocasiones, debido a sus indiscreciones políticas, por ejemplo, o a sus aventuras amorosas, todavía más indiscretas, creaba situaciones de peligro donde no tenía por qué haberlas[61].
Cockburn estaba en lo cierto al afirmar que el afilado ingenio de Koltsov no era del gusto de todo el mundo. Su intérprete, Paulina Abramson, escribió:
Muchas personas que tuvieron la suerte de conocer a Koltsov se sentían atraídas por su temperamento y capacidad para poder captar al momento la esencia de los problemas. No afirmo que gozara de la simpatía de todos los que le conocían; por el contrario, había gente que experimentaba antipatía. Era una persona intolerante en cierto modo, no soportaba a la gente limitada y obtusa[62].
Por su parte, Ilia Ehrenburg comentaría: «La amistad que me profesaba tenía un toque de desprecio»[63].
La miríada de actividades literarias y políticas en las que estaba involucrado Koltsov también le abocaban a una vida personal terriblemente complicada. Su esposa, la periodista Elisabeta Ratmanova, una mujer alta y angulosa, llegó a Barcelona a principios de noviembre de 1936. Estaba en España en representación de Pravda, aunque, como todo el personal ruso, también tenía que escribir informes para el NKVD sobre sus compatriotas[64]. La única conversación entre la pareja de la que deja constancia el diario de Koltsov muestra un trato seco y frío. Lisa, como es de suponer, se había enfadado al descubrir que su marido había vuelto con la voluptuosa Maria Greßhöner, una escritora comunista alemana de veinticuatro años. Se la conocía con el pseudónimo de Maria Osten, que había adoptado debido a su admiración por la Unión Soviética. Koltsov estaba enamorado de ella desde que en 1932 el compositor Ernst Busch y el escritor Ludwig Renn los presentaron en Berlín. Poco después, Koltsov se había ocupado de conseguirle trabajo en Moscú en el periódico de lengua alemana Deutsche Zentral Zeitung.
Maria se fue a vivir con Koltsov y, en octubre de 1934, la pareja se marchó al Sarre, en la frontera francoalemana, que estaba administrado por la Sociedad de Naciones. En enero de 1935 iba a tener lugar un plebiscito para que sus habitantes decidiesen si querían unirse a Francia o Alemania. Dado que los franceses, como indemnización por daños de guerra, habían saqueado de forma sistemática los abundantes recursos de carbón de la zona, era muy poco probable que la gente escogiese unirse a Francia, sobre todo si se consideraba la eficacia de la propaganda nazi a favor de la anexión al Tercer Reich. Sin embargo, la Komintern, con la esperanza de socavar el prestigio de Hitler, organizó una campaña para que la zona continuase bajo el gobierno de la Sociedad de Naciones. Ese era el motivo por el que Koltsov y Maria Osten se encontraban en el Sarre. Pese a todo, el plebiscito de enero de 1935 supuso una victoria aplastante para los nazis. En este contexto, Koltsov y Maria aceptaron llevarse a la Unión Soviética a Hubert l’Hoste, el hijo de doce años de un minero comunista del Sarre. El chico era un admirador fanático del sistema soviético. La pareja escribió un himno de alabanza a la URSS, a través de los ojos de Hubert, titulado «Hubert en el país de las maravillas». Se publicó con prólogo de Georgi Dimitrov y se convirtió en un bestseller. Al poco de ser enviado a España, Koltsov se las ingenió para que Maria Osten fuese enviada para cubrir la guerra como corresponsal del Deutsche Zentral Zeitung[65].
Es difícil saber cuánto tiempo pudo pasar Koltsov con Maria Osten en España, dadas las innumerables actividades que realizaba. Según los recuerdos distorsionados de Sefton Delmer, Koltsov siempre llegaba al frente o a los ministerios con «una o más mujeres de su corte. Podía ser su mujer, una exbailarina con pinta de neurótica, o su secretaria, la camarada Bola, una campesina enorme y alegre, o Maria Osten, una joven comunista alemana rubia y vivaz, con pinta de pícara»[66]. Existen pruebas de que fue al frente acompañado de Maria Osten y de que ella era el amor de su vida[67]. Además, con o sin compañía femenina, en el frente siempre era bien recibido, no solo porque los oficiales sabían que estaba dispuesto a arriesgar la vida junto a la de sus hombres, sino también por la capacidad que tenía para levantar el ánimo de los que estaban enfrascados en la batalla. Según Ehrenburg, podía «alentar incluso a aquellos entusiastas que caían fácilmente en las garras de la desesperación». Esto no era fruto de un optimismo irreal o frívolo, sino de un realismo duro que le permitía sacar el mejor partido de cada situación. Su filosofía podría resumirse como «ajo y agua», pero al mismo tiempo, por muy desoladora que fuese la situación, «al cabo de una hora estaba animando de nuevo a algún político español, convenciéndole de que la victoria estaba cerca y de que, por tanto, no había de qué preocuparse»[68].
El alcance de los conocimientos militares de Koltsov y de su capacidad para levantar la moral de la gente que tenía alrededor, quedó patente en un incidente de la batalla del Jarama, en la primera semana de febrero de 1937. Tras un ataque feroz del Ejército de África de Franco, había caído el crucial puente de Arganda. Desmoralizado, Gustav Regler se dirigió al hotel Palace de Madrid con la esperanza de encontrar consuelo en Koltsov. Antes de que Regler pudiese explicar el motivo de su abatimiento, el ruso le dijo: «Ya estoy enterado. Las tropas que vigilaban el puente fueron sorprendidas. Los moros se acercaron sigilosamente con sus babuchas. No sabíais que un gran número de ellos se había agrupado en la meseta durante los últimos días. Conocían cada palmo del terreno y habían podido descansar tres días». Regler se quedó helado ante el conocimiento de Koltsov de todos los detalles de la derrota. Koltsov se puso a limpiar las gafas y continuó: «El valle estaba dormido, tú estabas dormido, todo el Estado Mayor estaba dormido. Tendríais que haber examinado las líneas telefónicas, pero no teníais suficiente cable para hacer arreglos. Tendríais que haber enviado un avión de reconocimiento al otro lado de la colina durante el día, pero no teníais aviones. Tendríais que haber mantenido la colina bajo un acoso constante, pero solo teníais un cañón de campaña porque el otro se estaba reparando. Lo sé todo. Hablo como un fariseo. ¿Por qué no me gritas? Deberíamos haberos enviado un escuadrón de tanques, ¿tengo o no tengo razón? ¿No es eso lo que estás pensando?». Volvió a ponerse las gafas y dijo con tristeza y proféticamente: «Sin gafas lo veo todo negro. Si alguna vez me ejecutan tendré que pedirles que no me quiten las gafas»[69].
Para animar a Regler, Koltsov se lo llevó a la fiesta de despedida de un ingeniero soviético que había montado la instalación de los reflectores de los cañones antiaéreos de las Brigadas Internacionales. Le habían llamado para que regresara a Moscú y parecía muy contento; mostraba los regalos que se llevaba a casa para su familia. Regler se quedó asombrado con el ambiente de la fiesta: «No había rastro del terror servil del intelectual moscovita. La lluvia de balas fascistas les había hecho olvidar la bala en la nuca, las ejecuciones secretas del GPU. Conversaban tranquilos, sin indirectas, de una forma poco asiática». La escena que describe explica sin querer la razón por la cual los consejeros que había en España fueron tan mal recibidos en Moscú: «Al convertirse en partisanos volvieron a ser individuos enteros, ¡se convirtieron en hombres nuevos! El viento de la sierra y esa España heroica habían hecho desaparecer el hedor de Moscú». Al día siguiente, Koltsov visitó el frente y preguntó por los reflectores. Cuando Regler los describió como el «legado» del ingeniero, Koltsov se rio con sarcasmo y contestó: «¿El legado? ¡Nunca mejor dicho!». Asustado, Regler preguntó si le había pasado algo en el viaje. «¿En el viaje? No —contestó Koltsov—, pero algo le pasará al llegar. Le arrestarán en cuanto llegue a Odesa». Regler sintió náuseas; no entendía el sentido de la fiesta de la noche anterior. Koltsov le explicó entonces: «Los franceses dan ron a los hombres antes de llevarles a la guillotina. Ahora aquí les damos champán». Cuando Regler repitió que se sentía indispuesto, Koltsov supuestamente dijo: «No es fácil para un europeo acostumbrarse a las tradiciones asiáticas»[70].
El escritor norteamericano Stephen Koch nos presenta a Koltsov en España como un delator depravado y maligno. Entre otras cosas, afirma sin base alguna que Koltsov fue «el que inventó la desinformación utilizada para destruir a Andreu Nin; sus artículos en Izvestiya proporcionaron al Frente Popular las calumnias que describió Orwell en Homenaje a Cataluña … Koltsov presentaba con regularidad informes secretos al NKVD en los que denunciaba —y por tanto asesinaba— a la escoria trostskista que había en España»[71]. Aunque estas palabras no dejan de ser una invención bastante imaginativa, Arkadi Vaksberg, un experto ruso en los juicios de las purgas, también menciona los vínculos de Koltsov con el NKVD[72]. Todos los funcionarios soviéticos tenían que informar al NKVD sobre sus experiencias en España. Koltsov, por ejemplo, denunció el 4 de diciembre de 1937 a un comisario soviético llamado Kachelin, y criticó sus «informes desmoralizadores y provocativos durante una reunión sobre los arrestos en el Ejército Rojo»[73]. Sin embargo, esto no indica que el periodista fuese agente de los servicios secretos, al menos no más de lo que pudieran haberlo sido el embajador soviético, Marcel Rosenberg, o el cónsul general en Barcelona, Vladimir Antonov-Ovseenko.
Lo que resulta irrefutable, por otra parte, es que Koltsov estaba convencido de que los servicios secretos soviéticos eran necesarios. Tres años antes del estallido de la guerra en España, Koltsov había escrito un libro sobre la vida militar soviética. En uno de los capítulos sugería que la Revolución rusa iba a estar siempre bajo la amenaza de los contrarrevolucionarios y, por tanto, que el terror que ejercían la checa, el GPU y el NKVD era un mal necesario, «el organismo de defensa y protección» de la clase trabajadora. Escribió lo siguiente:
Sin embargo, empiezo a creer que el trabajo del GPU es el más importante de todos ellos. Para realizarlo necesitamos revolucionarios comunistas verdaderamente sinceros, desinteresados y de confianza. Los tenemos, y aquellos que el partido y el estado soviético han designado para otros cargos no deben olvidar nunca los servicios prestados por estos hombres: siempre vigilantes, siempre alerta, siempre ojo avizor. Más allá de nuestras fronteras, en los estados mayores de las poderosas potencias extranjeras, en los palacios de los jefes industriales, en los fastuosos cabarets y restaurantes, se fraguan con discreción importantes conspiraciones; frente a enormes cajas fuertes ignífugas, frente a montones de oro, entre el crujir de valores y bonos, se ha puesto precio a las cabezas de los bolcheviques, para hacerse con las vidas de los obreros y campesinos, con sus vidas y sus fábricas. Entre copas de champán, mercenarios y espías, asesinos e impostores, provocadores y jugadores, reciben instrucciones: destruir al gobierno soviético[74].
Sin embargo, de ahí a afirmar, como han hecho algunos comentaristas, que Koltsov fue el responsable de la horrible suerte que corrió Andreu Nin, hay un gran trecho. Es cierto, sin duda, que los artículos de Koltsov publicados en Pravda y en Izvestiya, y reproducidos en L’Humanité y otros periódicos comunistas de Europa, acusaban al POUM de ser «una formación de agentes de Franco, Hitler y Mussolini que están preparando una traición en el frente y asesinatos terroristas trotskistas en la retaguardia». Sus escritos sobre el POUM, detrás del que él veía «la mano criminal de Trotsky», se publicaron en forma de panfleto bajo el título «Pruebas de la traición trotskista»[75]. El alemán Walter Held, estrecho colaborador de Trotsky en la Cuarta Internacional, escribió a principios de febrero de 1937 que Stalin estaba empeñado en terminar con el POUM y que, para ello, había enviado a España «a esa escoria de periodista que es Mijaíl Koltsov, especialista en pogromos, oficio honorable que aprendió al servicio de Petljura, el asesino de Ucrania, para que emprendiera una campaña de calumnias contra el POUM»[76]. Pese a que Koltsov no estuvo en España entre el 2 de abril y el 24 de mayo de 1937, siguió escribiendo para Pravda artículos en los que alegaba, de acuerdo con la línea oficial comunista, que unos agentes nazis habían rescatado de su arresto a Andreu Nin[77]. Sin embargo, no fue ni por asomo el único en decir esto, y el hecho de que repitiese como un loro la línea del partido sobre el POUM no le convierte en el asesino de Nin ni en el cerebro del ataque contra el partido obrero. De hecho, el POUM aparece menos de diez veces en el diario de Koltsov. La entrada más larga, con fecha del 21 de enero de 1937, es más irónica que despiadada cuando describe a la dirección poumista, y prácticamente desestima la importancia del POUM y del trotskismo, tachándola de insignificante[78].
El 27 de marzo de 1937, Koltsov le dijo a Dolores Ibárruri que tenía que volver a Moscú para dar parte sobre la situación política y militar española, pero que esperaba regresar pronto. El hecho de que tuviese que acudir en persona quita peso a la idea de que hablaba a diario por teléfono con Stalin. El 2 de abril cruzó la frontera con Francia y estuvo en Moscú hasta la tercera semana de mayo[79]. Muestra de la importancia del periodista es que, el 15 de abril, fue interrogado durante casi dos horas por el mismísimo Stalin, por Lazar Kaganovich, por el premier soviético Vyacheslav Molotov, por el mariscal Voroshilov y por Nikolai Yezhov, sucesor en el NKVD del sanguinario Genrij Grigorevich Yagod[80]. Estos personajes formaban el pequeño círculo que tomaba todas las decisiones trascendentales en política internacional. Con los puestos de avanzada republicanos del País Vasco a punto de caer, Koltsov tuvo que describir un panorama muy desolador. Para su sorpresa, Stalin pareció satisfecho con la información. Sin embargo, le dijo con aparente pesar que estaba consternado ante el número de traidores descubiertos en la Unión Soviética y que su único consuelo era la actuación de la misión soviética en España[81].
Esa misma noche, Koltsov le contó a su hermano la forma peculiar en que había terminado la reunión. Stalin empezó a hacer el payaso y relató:
Se puso ante mí y, con los brazos cruzados sobre el pecho, hizo una reverencia y dijo:
—¿Cómo te llaman en España? ¿Miguel?
—Miguel, camarada Stalin —le contesté.
—Muy bien, don Miguel. Nosotros, nobles españoles, le damos las gracias con cordialidad por un informe de lo más interesante. Hasta pronto, camarada Koltsov. Buena suerte, don Miguel.
—Me tiene enteramente al servicio de la Unión Soviética, camarada Stalin.
Estaba a punto de salir por la puerta cuando me ordenó que volviera, y a continuación se produjo una extraña conversación:
—¿Lleva usted revólver, camarada Koltsov?
Totalmente desconcertado contesté:
—Sí, camarada Stalin.
—¿No estará pensando en suicidarse?
Más perplejo todavía, respondí:
—Por supuesto que no. Nunca se me ha pasado por la cabeza.
Stalin solo dijo:
—Excelente. Excelente. De nuevo, muchas gracias, camarada Koltsov. Nos veremos pronto, don Miguel.
Koltsov le preguntó entonces a su hermano: «¿Sabes lo que leí con total certeza en los ojos de Stalin?». «¿Qué?». «Leí: es demasiado listo». Al día siguiente, uno de los presentes en la reunión, probablemente Yezhov, le dijo: «No olvides, Mijaíl, que aquí se te aprecia, se te estima y se confía en ti». Pero Koltsov no pudo quitarse de la cabeza la desconfianza que había leído en los ojos de Stalin[82].
A partir de entonces, lo que ocurría en Moscú fue siempre motivo de preocupación para Koltsov, como puede verse en sus comentarios a Regler sobre el ingeniero de los reflectores. Su ansiedad se intensificó tras el encuentro con Stalin y lo hubiese hecho aún más de haber sabido que, según el poco fiable Orlov, a mediados de mayo de 1937, mientras Koltsov estaba en Moscú, apareció en España, con la valija diplomática, un mensajero especial que había trabajado previamente en el Departamento Especial del NKVD. Uno de los oficiales de Orlov, que era amigo del mensajero, contó que este hombre relataba «historias extrañas», alegando que Koltsov se había «vendido a los ingleses y que había proporcionado a lord Beaverbrook información secreta sobre la Unión Soviética»[83]. Seguramente fuera un invento, igual que la afirmación de Orlov de que el cruel y malvado Yezhov, jefe del NKVD, apodado la Mora por Stalin y el Enano Venenoso por otros, era amigo íntimo de Koltsov. Orlov llega a afirmar que, para aquel viaje a Moscú, Koltsov se había llevado a un huérfano español precioso de dos años de edad para Yezhov y su mujer, Yevgenia Feigenberg, porque acababan de perder a su único hijo. Es cierto que Mijaíl y Maria habían adoptado a un bebé de dieciocho meses llamado José (Jusik) y que se lo habían llevado a la Unión Soviética, aunque es poco probable que fuese un regalo para Yezhov, ya que Maria estaba deseando tener un hijo[84].
Por otro lado, no hay duda de que Koltsov se esmeró en cultivar su amistad con el degenerado sexual Yezhov. Incluso le describió en Pravda como «un bolchevique maravillosamente inflexible que, sin moverse de su despacho, día o noche, está desenmarañando y cortando los hilos de la conspiración fascista»[85]. Tanto Koltsov como Boris Efimov habían sido miembros de la Oposición de Izquierdas, así que debían llevar mucho tiempo temiendo el momento en que alguien fuese a recordarles su pasado. Por eso, es fácil que Koltsov se sintiera seguro mientras Yezhov fuese el jefe del NKVD. Por otro lado, se cree que su pasión voraz por el peligro le llevó a tener una breve aventura con Yevgenia Feigenberg, promiscua célebre[86]. No deja de ser una coincidencia extraña que la caída del propio Koltsov ocurriese al mismo tiempo que el arresto e interrogatorio de Yezhov, en diciembre de 1938, aunque la investigación que condenó al periodista la había ordenado el cornudo jefe de seguridad antes de su caída en desgracia.
La tarde del 14 de mayo tuvo lugar otra reunión con Stalin en la que también estuvo presente Molotov[87]. El 23 de mayo, Koltsov ya estaba en Francia de camino a España. Las siguientes dos semanas, del 24 de mayo al 11 de junio, las pasó enfrentado a todo tipo de peligros, primero intentando entrar en el País Vasco y, después, informando sobre la situación cada vez más desesperada de Bilbao. Con la audacia y valor que le caracterizaban, Koltsov voló varias veces entre Francia y la capital vasca, donde entrevistó al lehendakari José Antonio Aguirre[88]. Después regresó a Barcelona, y luego a Valencia, para ayudar a organizar el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas durante la primera quincena de julio. Aunque el objetivo principal del congreso era demostrar que la mayor parte de los intelectuales del mundo apoyaban a la República, también tenía la intención oculta de denunciar la «traición» perpetrada por André Gide con la reciente publicación de Retour de l’URSS, una crítica a la Unión Soviética que casi ninguno de los presentes había leído todavía. Se transportó a los delegados de Barcelona a Valencia, y de allí a Madrid, en una flota de limusinas, y mientras el pueblo español se moría de hambre, a ellos se les agasajaba con banquetes. Stephen Spender, uno de los delegados, encontró algo grotesco ese «circo de intelectuales, tratados como príncipes y ministros, transportados a lo largo de cientos de kilómetros a través de un paisaje precioso y pueblos destrozados por la guerra, al son de los aplausos de la gente, y entre corazones rotos, a bordo de Rolls Royces, agasajados con banquetes y fiestas, canciones y bailes, fotografiados y retratados». Jef Last, novelista y poeta holandés, además de miembro de las Brigadas Internacionales, también asistió al congreso. Aunque era amigo de Gide, opinaba que su libro era tendencioso e inoportuno. Sin embargo, el empeño obsesivo de los rusos en atacar al trotskismo y al propio Gide le parecía totalmente contraproducente[89]. Puede que Koltsov hubiese estado de acuerdo con Last, pero cuando el circo al completo llegó a Madrid el 7 de julio, el periodista ruso dio un discurso en el que alabó el espíritu antifascista que unía a los intelectuales y acusó a Retour de l’URSS, de Gide, de ser una «infamia asquerosa».
La versión del discurso de Koltsov publicada en la prensa española incluye un pasaje omitido en su diario. En él, con el mismo espíritu de su ensayo de 1933 sobre el GPU, habla del terror que se había desatado en la Unión Soviética como de una medida preventiva:
Hay gentes que se extrañan un poco de la decisión con que nosotros los escritores soviéticos sostenemos las medidas firmes e implacables de nuestro Gobierno con los traidores, los espías y los enemigos del pueblo. Estas gentes piensan si es que no debemos nosotros, aunque seamos buenos patriotas soviéticos, pero también trabajadores de la pluma pacífica e inofensiva, dejar todo esto a los órganos inflexibles del Poder y nosotros mismos estar al margen de estas cosas, no inmiscuirnos en estos asuntos, o al menos callarlos, no hablar de ellos en voz alta en las páginas de nuestra Prensa. No, colegas y camaradas. Es para nosotros una cuestión de honor. El honor de los escritores soviéticos en las primeras filas de la lucha contra la traición, contra todo atentado a la libertad y la independencia de nuestro pueblo. Nosotros sostenemos y estimamos a nuestro Gobierno no solamente porque es justo y conduce al país a la abundancia y la felicidad. Nosotros lo estimamos también porque es fuerte, porque su mano no tiembla al castigar al enemigo. ¿Por qué se puede luchar contra Franco cuando ha invadido la tierra española con la Legión Extranjera, con la infantería marroquí y la aviación alemana, y por qué no se podía hacer antes, cuando este mismo Franco preparaba solamente la traición? ¡Cuántos centenares de millares de vidas humanas se hubieran conservado en España, cuántas centenas de millones de balas, de obuses, de bombas de aviación no hubiesen realizado su trabajo mortífero si en el momento oportuno el Tribunal militar y un pelotón de soldados hubieran aniquilado el complot de los generales traidores! Nuestro país está completamente asegurado contra las aventuras de los Francos grandes y pequeños. Está asegurado por su vigilancia y decisión, está asegurado porque al primer paso de los franquillos trotskistas los órganos de la seguridad soviética les cierran el camino, y el Tribunal militar, sostenido por todo el pueblo, los castiga[90].
Hemingway también cita un episodio en el que Koltsov/Karkov habla con convicción de la necesidad de ejecutar a ciertos generales traidores[91]. Ehrenburg, delegado en el congreso, se quedó sorprendido por el número de escritores soviéticos que aludían a la liquidación en Rusia de los «enemigos del pueblo». Preguntó a varios por qué lo hacían y ninguno quiso contestarle. Cuando le comentó a Koltsov lo que estaba pasando, este refunfuñó: «Te lo tienes bien merecido. Eso te pasa por preguntar»[92].
Parece bastante obvio que Koltsov intentaba ahuyentar el miedo y que elogiaba en parte a los servicios secretos para dejar claro lo fiable que era él, y en parte para convencerse de que ellos no eran tan aterradores. Koltsov, sin embargo, no fue el único que utilizó la Guerra Civil española para justificar el terror soviético. El estudioso alemán Frank Schauff ha identificado un conjunto importante de textos propagandísticos contemporáneos de la Guerra Civil española en los que se justifica el terror soviético. Lo llama «la parábola española del terror». Por consiguiente, el discurso de Koltsov no era excepcional, sino que sencillamente se adhería a la tendencia dominante de la prensa soviética durante esos años. Cuando él y otros muchos escribían sobre España, se entendía que con «España» querían decir la Unión Soviética. Después de todo, si la moderada República española y la revolución popular incipiente eran víctimas del ataque intensivo de las principales potencias fascistas, la Unión Soviética, mucho más rica y tentadora, debía de estar en el punto de mira de la agresión fascista. Para hacer frente al ataque y evitar la suerte de la República española, tenían que incrementar la conciencia general sobre la existencia de un enemigo oculto[93].
Poco después de su regreso a España, Koltsov presenció la dolorosa y sucesiva caída del País Vasco, Santander y Asturias. No le pasó inadvertido el coste catastrófico para la República de sus pírricas victorias en Brunete y Belchite. Pese a todo, Koltsov mantuvo vivos su optimismo y su entusiasmo por la República. Su amigo Cockburn escribió:
A medida que la guerra española se acercaba rechinando a su final truculento, y por toda Europa aquellos que habían apoyado a la República, faltos de fe y entusiasmo, caían en el más auténtico cinismo y desesperación, me encontré con que cada vez esperaba más ansiosamente mis conversaciones con Koltsov, los viajes en su compañía, sus valoraciones sobre el curso de los acontecimientos. Era un hombre capaz de ver la derrota por lo que realmente era, capaz de aceptar que la mitad de los grandes eslóganes estaban vacíos y que muchos de los grandes héroes eran monigotes o charlatanes, y que, pese a todo, lograba que nada de esto le afectase ni minase su energía y su entusiasmo[94].
De todas formas, es poco probable que Koltsov cumpliese con especial satisfacción las órdenes que le obligaban a escribir sobre los esfuerzos del NKVD para aniquilar el trotskismo en España, pues el tema debía de recordarle lo que pasaba con muchos de sus amigos en Rusia. Al vizconde Chilston, embajador británico en Moscú, le pareció muy relevante un artículo de Koltsov enviado desde Lleida y publicado por Pravda el 26 de agosto, en el que el periodista condenaba el fracaso de las autoridades republicanas a la hora de tomar medidas oportunas contra los trotskistas en España, y repetía la historia de Andreu Nin y su huida de la prisión con la ayuda de un grupo de agentes de la Gestapo. A continuación, se quejaba de que los líderes trotskistas que quedaban, aunque en prisión, recibían un trato demasiado indulgente y que el periódico La Batalla del POUM, aunque prohibido, seguía apareciendo en una edición de ocho páginas. El artículo aseguraba que Nin y los trotskistas españoles llevaban confabulando con el general Franco desde 1935. El vizconde Chilston decía a continuación: «Las consideraciones anteriores, según el artículo, deben servir de lección a quienes en España tienden a subestimar la amenaza trotskista y desecharla como una pelea interna del Partido Comunista. Los trotskistas son, de hecho, el destacamento más peligroso del fascismo». «¡Ay de aquellos que no ven el peligro o no quieren verlo! —concluía M. Koltsov en un tono algo bíblico—. ¡Ay de aquellos que permiten que los espías trotskistas sigan trabajando con impunidad!». Como se mostrará a continuación, el escrito pone énfasis en la amenaza del trotskismo para la causa republicana en España y critica sin moderación a los líderes republicanos por hacer caso omiso de este hecho y por no tomar las medidas pertinentes para evitar el peligro. Es posible que este arrebato represente únicamente un elemento más de la eterna campaña antitrotskista que ocupa al menos la mitad del espacio de la prensa soviética. Pero también es posible que busque preparar el camino por si ocurre una debacle republicana en España, que será atribuida a las actividades de los trotskistas y a la falta de vigilancia por parte de los líderes republicanos[95]. Es razonable pensar que Koltsov se sintiese abochornado al tener que escribir mentiras tan descaradas, obligación a la que estaban sujetos todos los periodistas soviéticos de aquel entonces.
Al reportero le pesaba cada vez más lo que ocurría a su alrededor en España y lo que sufrían sus amigos en Moscú. Cuando le llamaron para que regresara a la Unión Soviética el 6 de noviembre de 1937, Koltsov, consciente del empeoramiento de la situación, convenció a Maria Osten para que no le acompañase, y a continuación lo arregló todo para que fuese destinada a París como corresponsal del Deutsche Zentral Zeitung[96]. Una vez en Rusia, Koltsov se reunió brevemente con Stalin el 9 y el 14 de noviembre. No debieron de tener tiempo para hablar con calma de la situación en España pues, tres semanas después, Koltsov escribió solicitando una entrevista con el dictador para revisar una larga lista de asuntos relacionados con la República española. No existe ningún registro sobre este encuentro en la agenda de Stalin, aunque eso no significa que no se reuniesen en algún otro lugar o hablasen por teléfono[97]. Koltsov se lanzó de inmediato a convertir en un libro sus crónicas publicadas en Pravda. Muchas de sus noticias y recuerdos de España aparecieron en Literaturnaya Gazeta. Entre abril y septiembre de 1938, con el título «Ispanskii dnevnik», se publicó con gran éxito de crítica la primera parte de su diario de la Guerra Civil española en Novyi Mir, la revista de amplio espectro de la Asociación de Escritores Soviéticos[98].
El 19 de diciembre de 1937, Koltsov escribió un artículo en Pravda en el que criticaba a los delatores que denunciaban a sus camaradas, y relataba la historia de un estudiante que había sido acusado por carta de duplicidad, arribismo y adulación. Sin investigar estas endebles acusaciones, el secretario del Partido Bolchevique del instituto de Moscú donde estudiaba el chico, le había expulsado del partido y de la escuela por ser enemigo del pueblo. Koltsov reprochaba con dureza a aquellos que estaban dispuestos a calumniar a un inocente para protegerse, y afirmaba que el partido, el gobierno, los tribunales y la opinión pública acabarían con esos crueles embusteros que violaban los derechos de los ciudadanos soviéticos. El 17 de enero de 1938 publicó la segunda parte, en la que describía a los falsos delatores como lanzadores de jabalinas que vertían sus acusaciones al azar para abatir a cuantos fuera posible y aparentar con ello que eran fieles políticamente y ocultar las manchas de su propio historial; «arribistas» que denunciaban a la gente para controlar sus instituciones y ser ascendidos, y «burócratas cobardes y desalmados» que actuaban sin investigar sobre la base de acusaciones infundadas. El NKVD, escribió Koltsov, no tardaría en ocuparse de los que estaban detrás de semejantes calumnias y difamaciones porque eran contrarios al orden soviético. Los artículos lograron dos cosas a un mismo tiempo: denunciar prácticas extendidas y alentadas oficialmente, y sugerir que el régimen se oponía totalmente a estas y las iba a erradicar. La motivación que había detrás de sus escritos era tanto personal como política. Por un lado, los artículos reflejaban una orden dictada por sus superiores en el decreto del Comité Central del 19 de enero de 1938 sobre los errores de las organizaciones del partido que expulsaban a miembros inocentes. Por otro lado, le permitían explayarse sobre un tema que le perturbaba profundamente[99].
Emma Wolf, la intérprete y amante de Vladimir Gorev, describe una escena que ocurrió poco después de su vuelta a Moscú y antes de la desaparición de Gorev. Los habían invitado a una recepción para celebrar el regreso desde España de otro de los «consejeros». Mientras bebían champán ruso (vino espumoso de Crimea), Koltsov le preguntó por su nuevo empleo en Izvestiya. Wolf le respondió que estaba destrozada ante la desaparición de muchos de sus viejos amigos y colegas. Koltsov no dijo nada, únicamente sonrió con tristeza y se encogió de hombros[100]. Sin duda preocupado por la situación imperante, Koltsov intentó presentarse como paladín de la ortodoxia estalinista. El 11 de marzo de 1938 escribió a un amigo, el novelista judío y alemán Lion Feuchtwanger, a propósito de los juicios de Moscú. Le relató que había pasado una semana sentado en la sala del tribunal, «estupefacto ante las montañas de mugre y crimen»[101]. Pese a sus crecientes temores, algunos acontecimientos hicieron aflorar la valentía de antaño. Cuando Louis Fischer, que estaba empezando a cortar sus vínculos con la Unión Soviética, visitó Moscú a finales de mayo de 1938, ninguno de sus amigos fue a verle. Tenían demasiado miedo. Koltsov, sin embargo, se arriesgó a aparecer en casa del estadounidense. Estaba deseando oír noticias de España. Fischer comentó: «El tema de España llegaba al corazón de Koltsov. Pero, cuando estaba con extraños, se escondía tras una cortina de humo tejida, a partes iguales, con una prosa rígida y artificial pravdadiana y parodias literarias, cosa que le hacía parecer pedante y cínico»[102].
Además, a través de sus artículos periodísticos, Koltsov siguió siendo una de las voces oficiales de mayor peso. El periodista se protegía a sí mismo participando en la denuncia pública de los acusados en los procesos de Moscú. Sus ataques contra Nikolai Bujarin fueron especialmente vehementes[103]. Existen motivos suficientes para suponer que esta vehemencia era de carácter defensivo. Un día, Lev Mejlis, el director de Pravda, acusó de espía a un colega de confianza llamado Avgust. Mejlis era allegado a Stalin y a menudo le avisaban con antelación de quién estaba bajo sospecha; así podía ir preparando su humillación pública a través de las páginas del periódico. Escandalizado, Koltsov contestó que Avgust era un bolchevique de confianza que había estado en prisión durante el régimen zarista. El director replicó que eso no contaba para nada porque la Ojrana, el servicio secreto zarista, reclutaba a personas como Avgust. Sin embargo, cuando el propio Avgust entró en el despacho, Mejlis le saludó efusivamente. Koltsov se había dado cuenta de que Mejlis, que antaño había sido su protector, no era muy de fiar y le dijo a su hermano que empezaba a temer que el director de Pravda albergase sospechas sobre él[104].
Según Boris Efimov, en las semanas que precedieron a su arresto, Koltsov «trabajaba con furia casi obsesiva, sin apenas respiro, como si quisiese huir de pensamientos atormentadores. Creía de forma profunda, sincera y, no temo decirlo, casi fanática en la sabiduría de Stalin. Mi hermano solía describirme con detalle sus encuentros con el Amo (jozyain), las peculiaridades de su forma de hablar, sus comentarios, sus giros y bromas. Amaba todo lo relacionado con Stalin». Sin embargo, Koltsov le relataría a su hermano otro incidente con Mejlis a finales del verano de 1938, que intensificó sus temores. Durante una visita al nuevo despacho de Mejlis, poco después de ser ascendido a jefe del principal directorio político de las Fuerzas Armadas, Mejlis le mostró un dosier verde y grueso del NKVD que contenía las declaraciones del director de Izvestiya, B. M. Tal, que acababa de ser arrestado. En letras rojas se podía leer la orden de Stalin a Mejlis y Yezhov de que arrestasen a todos los que salían mencionados en la deposición de Tal.
Caminando nervioso de un lado a otro, Koltsov le dijo a su hermano:
Por más que le doy vueltas, no me lo explico. ¿Qué está pasando? ¿Cómo puede ser que tengamos de pronto tantos enemigos? ¡Estamos hablando de gente que conocemos desde hace años, con la que hemos convivido codo con codo durante años! ¡Comandantes del Ejército, héroes de la guerra civil, veteranos del partido! Y por alguna razón, tan pronto como les meten entre rejas, confiesan ser enemigos del pueblo, espías, agentes de servicios secretos extranjeros. ¿Qué es lo que está pasando? Creo que voy a volverme loco. Sin duda, como miembro del consejo editorial de Pravda, como periodista reconocido, como parlamentario, tengo que poder explicar a la gente el significado de estos acontecimientos, las razones que hay detrás de tantas denuncias y arrestos. Pero lo cierto es que, como cualquier otro pequeñoburgués aterrorizado, no sé nada, no entiendo nada. Estoy desconcertado, en la oscuridad. ¿Es posible que alguien, en algún lugar, quizá Yezhov, haya dado rienda suelta a sus sospechas [las de Stalin], inventándose a toda prisa todas estas conspiraciones y traiciones? ¿O ha sido él [Stalin] el que ha alentado a Yezhov una y otra vez, con impaciencia, burlándose de él por no saber ver a los traidores y espías que tenía delante de las narices[105]?
A finales de septiembre de 1938, justo después de Munich pero antes de la llegada de las tropas alemanas, Pravda envió a Koltsov a Praga para informar sobre la situación checa. Koltsov se sintió profundamente deprimido ante lo que veía como la última oportunidad de parar a Hitler, y eso supuso un duro golpe para su fe antifascista[106]. En Praga coincidió con su amigo Claud Cockburn, que volvió a dejar constancia de la intensidad del antifascismo de Koltsov. Lo ocurrido en Praga nos da otra pista sobre la caída en desgracia del periodista ruso: su entusiasmo por una posible intervención soviética en favor de Checoslovaquia implicaba inevitablemente que se opondría al pacto Molotov-Ribbentrop. Cockburn trabajaba entre Londres, París, Ginebra y Praga como corresponsal diplomático y periodista del Daily Worker, de su propio boletín de noticias satírico The Week y de una nueva revista gráfica, muy importante en Chicago, llamada Ken. Finalmente, en el otoño de 1938, Koltsov le nombró corresponsal de Pravda en Londres, un puesto en el que no duró mucho pues el ruso desapareció poco después. Cockburn escribió:
Aún no sé qué fue, o qué se suponía que era, lo que había hecho Koltsov en Moscú. Su caída y probable ejecución tuvieron lugar cuando estaba en la cúspide de su poder, y cuando se enteraba, la gente no podía creérselo. Corrieron rumores de que le habían enviado a China como agente secreto con otro nombre. Muchos de sus amigos aceptaron esta historia como cierta durante años, una forma optimista de mitigar su pena. A otros la noticia les descolocó, perdieron la esperanza y cayeron en el cinismo. En cuanto a mí, aunque le echaba de menos más que a cualquiera de mis conocidos de entonces, no puedo decir que me pillase por sorpresa. Y, por extraño que parezca, estoy seguro de que lo mismo le ocurrió a él. Había vivido, hablado y bromeado de manera osada, y no se hacía ilusiones, que yo sepa, sobre la naturaleza de los peligros a los que se enfrentaba. (Probablemente, su gusto por la vida arriesgada le había llevado a involucrarse en alguna conspiración importante). Y se hubiese tomado con ironía algunas de las protestas ridículamente sentimentales que siguieron a su eliminación[107].
Sin duda, Koltsov había considerado la posibilidad de su caída en desgracia, como demuestra el comentario que en su día le hizo a Regler acerca de su preferencia por permanecer con las gafas puestas ante el pelotón de ejecución. A principios del otoño de 1938, la posibilidad parecía haberse transformado en certeza. Esto se refleja en el relato de Cockburn sobre uno de sus encuentros con Koltsov:
Curiosamente, en una ocasión —unas semanas antes de su caída— me deleitó durante una comida con una especie de representación burlesca fantástica sobre un juicio futuro en el que se le procesaba por actividades contrarrevolucionarias. Koltsov hacía a la vez de furioso y serio fiscal, y de él mismo en el papel de un payaso al que han apresado pero que, pese a todo, no puede dejar de gastar bromas macabras. Ocurrió en Praga, en el punto álgido de la crisis de Munich.
Cockburn, como Koltsov, era plenamente consciente de la naturaleza crítica de la situación en Praga a finales de septiembre y principios de octubre de 1938. «Pasé mucho tiempo con Koltsov en la Legación rusa, pues era allí donde, de haberla, ocurriría cualquier cosa significativa. Y sabía que Koltsov era una figura al menos tan importante como el embajador ruso, y quizá mucho más, por su doble posición en Pravda y en el Kremlin»[108]. Cockburn olvidaba que en realidad Koltsov no ostentaba una doble posición, pues el Pravda era el órgano del Kremlin.
Parece que Koltsov todavía tenía esperanzas de que Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética se unieran contra Alemania para defender a Checoslovaquia. El Ejército checoslovaco se había movilizado y se había hecho fuerte en la frontera alemana. Pero es poco probable que Koltsov desempeñase el papel prominente que Cockburn le atribuye. Según él, en previsión de la resistencia checa a la invasión nazi, se había enviado en secreto a Praga una fuerza de avanzada de aviones de combate y bombarderos, y el embajador soviético y Koltsov habían recibido permiso para informar al presidente Eduard Benes de que Rusia estaba lista para mandar soldados, artillería y aviones en cuanto comenzasen las hostilidades. Pero esto resulta algo exagerado. Para que la Unión Soviética ayudara a Checoslovaquia habría sido necesario el compromiso de Francia, y el permiso de Varsovia y Bucarest, para transportar a los soldados soviéticos a través de Polonia y Rumanía hasta tierras checoslovacas. Louis Fischer dijo que Pierre Cot, ministro del Aire francés y más adelante simpatizante de los soviéticos, le había informado de que, entre mayo y septiembre de 1938, la Unión Soviética había entregado trescientos aviones a los checos. También cita documentos soviéticos que muestran que el Kremlin había puesto a las Fuerzas Aéreas del Ejército Rojo en pie de guerra y que estaba dispuesto a enviar 246 bombarderos y 302 cazas a Checoslovaquia.
De lo que no cabe duda es de que, en el verano de 1938, corrían muchos rumores e informes sobre envíos de aviones rusos a Checoslovaquia, y es perfectamente factible que una delegación de las Fuerzas Aéreas soviéticas hubiese volado a Praga para hablar de una posible colaboración. Sin embargo, Stalin difícilmente se hubiese comprometido con los checos sin saber a ciencia cierta que tendría el apoyo de los franceses. En cualquier caso, preocupado ante la posibilidad de que el Ejército Rojo ocupase Checoslovaquia, Benes estaba dispuesto a luchar solo si tenía a su lado a la Sociedad de Naciones, Gran Bretaña y Francia. No podría ofrecer resistencia a las exigencias de Hitler con la Unión Soviética como único aliado en la guerra. Koltsov y el personal de la embajada estaban abatidos y la delegación de las Fuerzas Aéreas soviéticas fue enviada de vuelta a casa. Justo antes de despegar, pareció que Benes había cambiado de opinión y que se podría llegar a un acuerdo. Koltsov se puso a bailar como un loco, «besando a la gente, lanzando su enorme boina negra al aire una y otra vez». Pero su alegría no duró mucho. Stalin y Benes no se entendieron y Koltsov se sumió en la desesperación[109].
Es irrelevante si el fracaso de la colaboración entre la Unión Soviética y Checoslovaquia contra los alemanes fue culpa de Stalin o de Benes, o incluso de los franceses y de los británicos. Koltsov temía que había llegado el final del antifascismo y que Stalin iba a buscar algún tipo de acercamiento hacia Hitler. En realidad, el dictador ruso nunca había compartido el sentimiento antifascista a ultranza de viejos bolcheviques como Bujarin y, por supuesto, Koltsov[110]. La amargura del periodista es comprensible. En la práctica, Occidente había entregado al Tercer Reich los recursos militares de Checoslovaquia, que eran considerables: más de mil quinientos aviones de combate, quinientos cañones antiaéreos, más de dos mil piezas de artillería y una cantidad importante de ametralladoras, munición y vehículos. Como diría Louis Fischer: «Todos los aviones, tanques o armas fabricados, todas las divisiones entrenadas y equipadas por Gran Bretaña y Francia entre finales de septiembre de 1938 [Munich] y el 1 de septiembre de 1939, cuando estalló la guerra, no se acercaban ni por asomo al poder de las Fuerzas Armadas de Checoslovaquia que perdieron cuando Hitler desarticuló ese estado»[111].
No está nada claro que Koltsov tuviese la «posición en el Kremlin» que menciona Cockburn, ni que hubiese sido el emisario responsable de la negociación con Benes sobre la posible ayuda rusa a Checoslovaquia. La versión de Cockburn puede ser resultado de su propia tendencia a exagerar o del estilo hiperbólico de Koltsov. Martha Gellhorn se formó la misma imagen sobre la importancia del papel diplomático de Koltsov cuando le vio en Praga. El ruso tenía el ánimo por los suelos y Gellhorn, que se había desplazado desde Barcelona para informar sobre la situación checa, se lo encontró sentado en un banco de madera en un pasillo largo y oscuro del palacio de Hradcany, «encogido, sin la brillantez de antaño. Me llevó a cenar a una tasca obrera sombría, muy distinta del tipo de sitio que frecuentaba. Cuando llegaron los pesados cuencos de sopa empezó a hablar. Llevaba esperando cuatro días en ese pasillo del Hradcany». Benes no quería recibirle y le había dejado esperando en ese lugar público. Gellhorn se quedó consternada al ver a Koltsov tan «cansado y abatido. Pronosticó todo lo que iba a pasar. Seguimos lamentándonos frente a esa sopa espesa y grasienta. Luego nos dimos la mano en la esquina de una calle oscura y nos despedimos»[112].
Koltsov mostró la misma desolación al despedirse de Cockburn. Sentados en una cafetería, analizaron minuciosamente lo que había pasado. El curso de la conversación les llevó a la «representación burlesca fantástica» mencionada por Cockburn. El inglés tenía prisa por llegar a un banco para cambiar libras esterlinas por moneda checa con la que pagar la cuenta del hotel y después coger un avión a Londres. Koltsov no tenía ganas de acortar la conversación. Le dijo que tenía un montón de coronas y le ofreció hacerle el cambio. Al tomar las libras de Cockburn, comentó: «Esto, por supuesto, podría ser mi muerte». Cuando Cockburn le pidió explicaciones, se quedó absorto y procedió a escenificar un juicio en el que hacía de acusado, juez y fiscal. Como fiscal bordó la conducta amenazadora de la profesión: «¿Niega usted, ciudadano Koltsov, que en Praga, el día en cuestión, recibió moneda británica del conocido agente secreto inglés Cockburn? ¿Niega usted que intentó introducir a ese mismo agente en la Legación de la Unión Soviética? ¿Niega usted que habló con él sobre las disposiciones militares de la Unión Soviética, incluso sobre el movimiento de aviones en el aeródromo militar de Praga?». Tras nombrar a Cockburn corresponsal de Pravda en Londres, se marchó sin muchas ganas pronunciando estas palabras: «Lo único que puedo añadir es que lo mejor que podemos hacer en el breve instante que nos queda entre la crisis y la catástrofe es tomarnos una copa de champán»[113]. El pesimismo de Koltsov y la certeza de que había llegado el final se agudizaron por otro motivo. Durante su estancia en Praga había pensado en ir a visitar a Maria Osten a París, pero, en el último momento, el embajador soviético le dijo que había recibido órdenes de regresar inmediatamente a Moscú. Debía de ser consciente de que la pérdida de toda esperanza en el futuro de la lucha antifascista estaba unida a su propia destrucción[114].
El catastrofismo de Koltsov, sin embargo, no encajaba con el incremento aparente de su éxito y prestigio público. En el verano de 1938 fue elegido miembro del Soviet Supremo de la Federación Rusa. Según su hermano, pese a su inamovible confianza en la sabiduría de Stalin, la desaparición de un número considerable de sus amigos le tenía cada vez más preocupado. Koltsov seguía viendo a Stalin en ocasiones, pero no lo suficiente como para convencerse de que las cosas iban bien, sobre todo porque no le invitaron a ninguna de las reuniones importantes con el jefe de las Fuerzas Aéreas españolas, Ignacio Hidalgo de Cisneros, que había ido a la Unión Soviética a hablar sobre suministros para la República. Ignacio era amigo de Koltsov y habían trabajado juntos en España. Lo lógico hubiera sido que el ruso, como experto en España y en aeronáutica, hubiese participado en las conversaciones sobre la posibilidad de un incremento de la ayuda soviética al gobierno de la República española. El 9 de diciembre, Hidalgo de Cisneros cenó con Koltsov. Cuando le dijo que la reunión con Stalin había ido bien y que había tenido una reacción positiva a la petición española de ayuda, Koltsov se quedó encantado. Sin embargo, la preocupación que le había causado el desaire de Stalin hacia su persona resultó obvia cuando llegó Boris Efimov. El día anterior, Nikolai Yezhov, el hombre que Koltsov veía como su protector, había sido reemplazado por Lavrenti Beria como comisario del Pueblo de Asuntos Interiores. Cuando Boris Efimov comentó que se trataba de una buena noticia, pues significaba el fin del terror de la yezhovschina, Mijaíl replicó con melancolía: «Quizá las sospechas recaigan ahora sobre aquellos que Yezhov no tocó»[115].
Sus temores debían de parecer infundados: unas semanas antes, en una función nocturna del Bolshoi, Stalin le había invitado a su palco y había alabado su diario español. Fue entonces cuando le propuso dar una conferencia sobre Historia del Partido Bolchevique, libro que acababa de publicarse y que Stalin había editado meticulosamente y para el que había escrito un capítulo. Koltsov había aceptado entusiasmado, con la esperanza de que se tratase de una señal de que las cosas iban a mejorar. Sin duda había motivos para ser optimistas: dos días antes de la conferencia sobre el libro de Stalin, Pravda había informado del nombramiento de Koltsov como miembro correspondiente de la Academia de las Ciencias, un gran honor. A última hora de la tarde del día 12 de diciembre, feliz y sonriente, Koltsov hizo su última aparición en público. Cumplió con su promesa al dictador y se dirigió a una sala abarrotada y atenta en la Unión de Escritores. Esa misma noche, regresó a su despacho de Pravda para seguir trabajando. Poco después de su llegada, unos agentes del GRU le detuvieron. Registraron su apartamento y se llevaron una «cantidad importante de escritos» que luego fueron quemados[116].
Aún no se conoce la verdadera razón del arresto de Koltsov. En 1964, Ilia Ehrenburg seguía sin explicarse cómo el periodista ruso, que «cumplió con honor cada tarea que se le asignó», había sido liquidado, mientras que alguien como Pasternak, testarudo e independiente, había sobrevivido[117]. Hay muchas explicaciones posibles, pero la más convincente apunta, en términos generales, al período que Koltsov pasó en España. A finales de 1938, Stalin y el que sería su jefe de seguridad estatal, Lavrenti Beria, colaboraban en los juicios espectáculo contra una enorme red de supuestos espías. Al mismo tiempo, Stalin no tardaría en considerar la mejora de las relaciones con el Tercer Reich, pero aún no había llegado el momento. Por otro lado, aunque la ayuda a la República española había disminuido desde finales de 1937 y a lo largo del verano de 1938, Stalin había recuperado su interés por España ese otoño. Pese a todo, Koltsov, como muchos otros oficiales del Ejército, pilotos, diplomáticos, policías y periodistas que habían servido en la Guerra Civil española, estaba bajo sospecha, pues se creía que, de alguna forma, había sido infectado por el trotskismo durante su etapa en España.
Adelina Kondratieva, que sirvió junto con su hermana Paulina como intérprete de los consejeros soviéticos durante la Guerra Civil española, y que era también agente del NKVD, barajaba una hipótesis verosímil acerca de la «ofensa» de Koltsov en España. Según ella, el principal detonante de su arresto fue una denuncia escrita del comunista francés André Marty, jefe de la organización de las Brigadas Internacionales en España. Por su parte, Vaksberg también describe como Marty se saltó el procedimiento habitual de la Komintern y envió la denuncia directamente a Stalin. Mediocre, envidioso, servil y cruel, Marty tenía las cualidades necesarias para garantizarse una posición privilegiada dentro de la jerarquía del mundo comunista[118]. La paranoia antitrotskista del francés y las sospechas que la creatividad y la energía desbordante de Koltsov despertaban en él, estaban a la altura de las del propio Stalin. Las denuncias de Marty contra supuestos «trotskistas» en España eran bien conocidas por todos. A las acciones arbitrarias contra brigadistas se unían las acusaciones devastadoras contra el personal soviético, que enviaba directamente a Stalin. Hemingway relata, con cierta verosimilitud, una escena en la que Karkov (Koltsov) corrige un error estúpido y arbitrario de Marty. En el relato, el ruso amenaza a Marty diciendo: «Voy a averiguar hasta qué punto eres intocable». Marty le observa «sin que su rostro expresara más que cólera y disgusto. No tenía en la mente más idea que la de que Karkov [Koltsov] había hecho algo contra él. Muy bien. Por mucho poder que tuviera, Karkov tendría que andarse con ojo en adelante». No existen pruebas de que ocurriera este incidente. Sin embargo, Josephine Herbst recordaba que uno de los contactos más útiles de Hemingway era un intérprete de Marty que le proporcionaba información acerca de la relación del francés con los rusos[119]. Como resultado de este episodio, o por un resentimiento más generalizado hacia Koltsov, Marty escribió una carta denunciando la interferencia no autorizada del periodista ruso en temas militares y sus contactos con el POUM. Estas últimas acusaciones, pese a ser totalmente absurdas, fueron recibidas con avidez en Moscú[120].
El general Dimitri Volkogonov, citando una fuente anónima pero «importante» del NKVD, da a entender que, antes de la carta de Marty, alguien ya había hecho llegar una denuncia oral sobre los supuestos contactos de Koltsov con servicios secretos extranjeros, pero Stalin decidió posponer cualquier acción. Sin embargo, finalmente serían las denuncias escritas, entre ellas, posiblemente, la carta de Marty, las que incitaron al dictador a ordenar el arresto de Koltsov[121]. A pesar de todo, la suerte que corrió Koltsov debe verse en el contexto general del encarcelamiento y la ejecución de muchos hombres prominentes que habían sido consejeros en España: entre otros, el general Vladimir Efimovich Gorev, cuyo asesoramiento había sido crucial durante la defensa de Madrid; Vladimir Antonov-Ovseenko, el cónsul en Barcelona; Marcel Rosenberg, el embajador en Madrid, y el general Emilio Kléber (Manfred Stern), comandante durante un breve período de las Brigadas Internacionales. Todos ellos habían participado en la aventura revolucionaria ejemplar que tuvo lugar durante la lucha antifascista en España. Es probable que los motivos fuesen distintos en cada caso, aunque, en lo referente a las ejecuciones, Stalin no necesitaba mucha provocación, y la experiencia en Occidente de estos hombres era motivo suficiente para ponerlos bajo sospecha. Sin embargo, en el caso de Koltsov, había una razón más concreta. Su libro, tremendamente popular, contaba con pasión la historia de un país donde el fervor y el idealismo revolucionarios habían florecido, en contraste directo con la situación de la Unión Soviética, donde Stalin estrangulaba a la revolución[122]. España había inspirado en la juventud soviética sueños que eran la antítesis total de la política de Stalin, y Koltsov era su cronista. Como diría Louis Fischer: «La causa de España levantó un entusiasmo intenso en toda Rusia. Muchos comunistas y no comunistas esperaban que los acontecimientos en España reavivasen la llama de la Revolución rusa. Stalin no. Había aceptado vender armas a la República española, pero no hacer una revolución. Su intención era apagar esa llama con sangre rusa lo más rápido posible»[123]. Sin embargo, Koltsov y otros que habían ido a España probablemente tenían la esperanza de que la victoria de la República consiguiera llevar el cambio a su país.
Por otro lado, las injurias que el Tercer Reich empezó a lanzar contra Koltsov a partir de finales de 1937 pudieron contribuir también a su caída en desgracia. Una publicación llamada Bolshevism and the Jews se había referido a Koltsov como «Friedland-Kolzoff» y le había descrito como uno de los judíos más importantes del periodismo ruso[124]. Dada la magnitud del antisemitismo en el círculo íntimo de Stalin, ataques como estos no podían ser desechados sin más alegando que no se podía esperar otra cosa de los nazis. Además, Koltsov tenía la desventaja de ser amigo de otro judío importante, aunque bastante intocable: Maxim Litvinov. No obstante, el acuerdo de Munich había restado fuerza a la política de seguridad colectiva asociada a Litvinov, y Stalin sopesaría en breve un posible trato con el Tercer Reich. En su opinión, Munich demostraba que los aliados occidentales estaban dispuestos a incitar a Hitler a orientar sus ambiciones hacia el Este, y, por lo tanto, el dictador ruso ya no estaba tan volcado en la búsqueda de una alianza con las democracias occidentales[125].
La denuncia de Marty debió de llegar en un momento en que Stalin estaba dispuesto a darle crédito, pues llevaba tiempo acumulando rencor contra Koltsov. Además, seguramente confirmaba las acusaciones del dosier del NKVD que el dictador había recibido el 27 de septiembre de 1938, y que afirmaban que Koltsov mantenía relaciones con trotskistas y contrarrevolucionarios y que había criticado el terror y los arrestos relacionados con este. El dosier, preparado por iniciativa de Yezhov, daba mucha importancia a la amistad de Koltsov con Karl Radek y alegaba que habían colaborado en un complot para asesinar a Stalin. También aseguraba que había algo sospechoso en la amistad íntima de Koltsov con Maxim Gorki, cuya biografía había escrito y a quien visitaba regularmente, en una ocasión célebre con André Malraux. Asimismo, la relación entre Koltsov y Maria Osten tenía un carácter profundamente siniestro. El informe decía que la amante de Koltsov era la hija de un «rico terrateniente alemán trotskista» y se refería a ella con el título aristocrático de Maria von Osten, cuando su verdadero nombre era Maria Greßhöner y Maria Osten, el pseudónimo que usaba como periodista. Se la acusaba de agitación trotskista entre los emigrados alemanes mientras vivía en Moscú con todo tipo de lujos, antes de acompañar a Koltsov a España, y de haberse ido a Francia más adelante con un amante, Ernst Busch. En realidad, Maria había ido a París a buscar refugio y el músico Busch era simplemente un amigo[126]. Se ha dicho que la malicia de las acusaciones contra Maria Osten tiene su origen en Lisa Ratmanova, la celosa mujer de Koltsov, que mantenía amistad con Yezhov y Beria, y a quienes pasaba informes con frecuencia[127]. En cualquier caso, no faltaban las acusaciones. Durante un interrogatorio, el predecesor de Beria, Nikolai Yezhov, que también había caído en desgracia, denunció a Koltsov y a muchas otras figuras literarias, entre ellas a Isaak Babel, que se había acostado con su mujer, Yevgenia Feigenberg[128].
Aunque no actuó de inmediato tras el informe del NKVD, Stalin debió de estar muy receptivo a su contenido. La invitación para dar una charla en la Unión de Escritores quizá disimulase su resentimiento contra Koltsov, pero había varias cosas que el dictador no perdonaba al periodista. Una de ellas se puede encontrar en el diario del secretario del periódico Soviet Construction, Mijaíl Prezent, una figura literaria menor. El documento deja constancia de los chismes que corrían entre los muchos conocidos trotskistas del autor. Cuando Prezent fue arrestado por el NKVD en 1935, su jefe, Genrij Yagoda, le entregó el diario a Stalin. En sus páginas el dictador pudo leer cómo Koltsov ridiculizaba su hábito de estropear los libros al separar con su grasiento dedo gordo las páginas sin cortar. Sin duda el diario de Prezent reafirmó las sospechas de Stalin sobre el pasado trotskista de Koltsov[129]. El dictador ruso jamás olvidaba un desaire, real o imaginario.
Stalin tampoco le perdonaba a Koltsov su papel en la organización del Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura en la Salle Mutualité de París en junio de 1935. En términos generales, Stalin consideraba que Koltsov se había concentrado demasiado en que los participantes condenaran a Hitler, en vez de componer himnos de alabanza a su persona. En concreto, el dictador creía que Koltsov había sido el conducto de lo que percibía como un acto de chantaje por parte de los delegados franceses, que amenazaron con boicotear el congreso si la URSS no enviaba figuras literarias distinguidas, como Isaak Babel o Boris Pasternak, en vez de escritorzuelos de partido. En realidad, Koltsov había intentado resolver el problema que planteaba el comportamiento lamentablemente inflexible de dichos escritores de pacotilla. Los franceses no eran los únicos que exigían la presencia de figuras más presentables; también lo hicieron algunos escritores comunistas como Gustav Regler. Una vez que hubo accedido y enviado a Babel y Pasternak, Stalin sufrió una nueva humillación cuando los delegados franceses y el italiano Gaetano Salvemini pusieron sobre la mesa el caso de Victor Serge, escritor trotskista francés encarcelado en Rusia desde 1933. Gide y Malraux, como presidentes del congreso, permitieron que se debatiese el asunto. Los delegados rusos, entre ellos Koltsov pero no Pasternak, contestaron negando que supiesen algo de su compañero de la Unión de Escritores, Victor Serge. Koltsov, al que Serge había descrito como «una persona del círculo íntimo del partido, un hombre que destacaba tanto por su talento como por su flexible docilidad», dio a entender que el francés estaba implicado en el asesinato de Kirov. Pese a los esfuerzos de Koltsov, y como resultado del escándalo que se produjo en el congreso, Serge tuvo que ser puesto en libertad. Koltsov acabaría pagando un precio muy alto por esta ofensa y por su confraternización con izquierdistas franceses que más adelante criticarían a la URSS. Entre ellos estaba André Malraux, aunque la amistad más perjudicial para el ruso fue la de André Gide, al que invitó a Rusia, permitiéndole así conocer a intelectuales soviéticos sin la vigilancia del NKVD. A raíz de esto, se responsabilizó a Koltsov de no haber frenado la publicación del libro de Gide Retour de l’URSS[130]. También se consideraba que había faltado a su deber al no alentar una respuesta internacional convincente que desacreditara totalmente a Gide, pese al hecho de que, para cuando salió el libro, Koltsov estaba plenamente dedicado a su trabajo en España[131].
La noticia de la detención de Koltsov se extendió como la pólvora. En círculos intelectuales, la idea de que un hombre que, supuestamente, era un héroe patriota y leal y un propagador de la línea del partido pudiera tener problemas con las autoridades, primero causó incredulidad y luego pánico. La desaparición de Yezhov había dado esperanzas momentáneas de que se acercaba el final de las purgas, pero Beria no tardó mucho en sobrepasar la brutalidad de Yezhov e incluso de Yagoda. El embajador británico en Moscú informó de lo siguiente: «Durante las últimas dos semanas, es decir, desde la llegada formal al poder de Beria, han continuado los arrestos y los rumores de arrestos, y nada parece indicar que la “purga” vaya a terminar». Tras mencionar el arresto de Koltsov y, suponemos que erróneamente, el de Boris Efimovich, el informe continuaba:
Una fuente fiable también nos ha informado de que Nikolayev, antiguo jefe de la Sección Especial del Comisariado Popular de Asuntos Internos a las órdenes de Yezhov, ha sido arrestado como enemigo del pueblo, e incluso se ha dicho que se llevaron a la mujer de Yezhov de la oficina del periódico en el que trabajaba. Se da por seguro que Yezhov está a punto de caer. Pese a todo, sus retratos siguen vendiéndose en las tiendas, y MacLean, con ocasión de su reciente visita al recinto de la Lubiyanka, se percató divertido de que en la habitación donde le recibieron había retratos de tamaño natural del antiguo «maestro» y ninguno del nuevo[132].
Koltsov se quedó estupefacto cuando el agente medio analfabeto que le interrogó por primera vez empezó a hablar de su participación en una conspiración antiestalinista, que incluía a todos los escritores y poetas importantes que aún no estaban en la cárcel. En concreto le acusaba de ser el cabecilla, junto con Evgeni Gnedin, el jefe de prensa del Comisariado de Asuntos Exteriores, de un complot antisoviético en el que estaban involucrados intelectuales y diplomáticos. Se suponía que le habían reclutado los servicios secretos norteamericanos, franceses y alemanes. Su relación extraconyugal con la alemana Maria Osten se consideraba una prueba de esto. También le acusaban de ser un agente de Trotsky y de haber colaborado con el POUM en España. Interrogado por dos de los mejores hombres de Beria en este oficio, Lev Shvartsman y Leonid Raijman, Koltsov fue torturado y, finalmente, firmó declaraciones en las que admitía vínculos con todo tipo de individuos sospechosos, algunos de ellos ya ejecutados, otros bajo arresto y unos terceros todavía en altos puestos.
Gnedin vivió lo suficiente como para escribir sus memorias y en ellas relata su careo con Koltsov en agosto de 1939, cuando los interrogadores le llevaron a su habitación. Gnedin se quedó horrorizado al ver lo cansado y extenuado que estaba el periodista. Sin embargo, a Koltsov le brillaron los ojos al reconocerle. Fue un destello excepcional de inteligencia y humor que hizo recordar a Gnedin al Koltsov de otros tiempos mejores. Incluso llegó a bromear. «Mira el aspecto que tienes, Gnedin», dijo con una mueca, y tras una pausa añadió: «Bueno, tan malo como el mío, la verdad». A Gnedin le dio la impresión de que Koltsov era un hombre roto, enfermo, cansado después de llevar varios meses bajo arresto. En parte, su desorientación se debía a que le habían quitado las gafas, y, como le había dicho a Regler en el hotel Palace de Madrid durante la Guerra Civil española, sin ellas «lo veo todo negro». En aquellos momentos, Koltsov estaba dispuesto a admitir todo lo que le achacasen. Cuando le exigieron que confesase haber conspirado contra el estado soviético con Gnedin y otros periodistas y diplomáticos, relató la historia de cómo se habían reunido con este fin en el apartamento de Konstantin A. Umanskii, el embajador soviético en Estados Unidos. Gnedin negó tener conocimiento alguno de lo que decía[133].
Los interrogadores le exprimieron al máximo. Koltsov admitió haber mantenido amistad con Karl Radek. Se había acostado con la mujer de Yezhov y confesó haberla «seducido». André Malraux le había reclutado para los servicios secretos franceses. En España colaboró con Aleksandr Orlov, conocido desertor del NKVD, lo que era un tanto irónico dado que el propio Orlov había sido enviado a España en septiembre de 1936, supuestamente como agregado político, con el cometido exclusivo de combatir el trotskismo, una tarea que cumplió con una eficencia despiadada. Koltsov también aceptó haber mantenido vínculos con el POUM, lo que era igualmente absurdo. Shvartsman y Leonid Raijman le presentaron listas de nombres de las personas a las que debía implicar, entre otros, a los escritores Babel, Pasternak, Ilia Ehrenburg y Alekséi Tolstói, y a diplomáticos como Ivan Maisky, embajador soviético en Londres, y Konstantin Umanskii, embajador en Washington, e incluso al comisario de Asuntos Exteriores, Maxim Litvinov. Koltsov firmó todo lo que le pusieron delante[134].
Unos días después del arresto, Aleksandr Fadeiev, el influyente director de la Unión de Escritores, tuvo la osadía de enviar a Stalin una nota en la que ponía en duda que Koltsov hubiese cometido algún crimen contra el estado soviético, y pedía audiencia para hablar sobre el caso. Apenas una semana antes del arresto de Koltsov, Fadeiev había publicado con Alekséi Tolstói un artículo diciendo que el diario español era un trabajo «excelente, apasionado, valiente y poético»[135]. Unos meses después, Stalin recibió a Fadeiev y le envió a otra habitación acompañado de Poskrëbyshev (secretario personal del dictador), que le entregó dos carpetas verdes con las «confesiones» de Koltsov. Cuando Fadeiev terminó de leerlas, Stalin le preguntó: «¿Te lo crees ahora?». Fadeiev, terriblemente incómodo, contestó: «No me queda más remedio». Más tarde, Fadeiev diría a los miembros de la Unión de Escritores, entre ellos a Konstantin Simonov, que las declaraciones de Koltsov eran aterradoras, ya que el periodista había «admitido» ser un espía, un trotskista y un poumista[136]. En agosto de 1939, el NKVD tenía suficiente material para acusar formalmente a Koltsov y Gnedin de haber planeado y organizado una conspiración antisoviética de intelectuales y diplomáticos. Koltsov fue juzgado por la comisión de crímenes antisoviéticos, es decir, crímenes políticos, tipificados en el infame artículo 58 del Código Penal, que sirvió de base legal para los juicios espectáculo.
Cuando Koltsov fue rehabilitado tras la muerte de Stalin, la documentación oficial reveló que había sido juzgado por su «participación en una conspiración antisoviética, por espionaje y por agitación antisoviética»[137]. El juicio de Koltsov, celebrado el 1 de febrero de 1940, duró veinte minutos. En él, el periodista se retractó de sus «confesiones» alegando que habían sido extraídas mediante torturas espantosas[138]. No obstante, fue declarado culpable y ejecutado esa misma noche o de madrugada. Desde el asesinato de Kirov el 1 de diciembre de 1934, a los condenados a la pena capital se les solía ejecutar el mismo día en que se tomaba la decisión y no se podía revisar la condena. Sin embargo, Vasily Ulrij, que presidió el juicio, mintió cuando le dijo a Boris Efimov que Koltsov había sido condenado a «diez años sin derecho a correspondencia» y que, por tanto, estaba vivo en un campo de los Urales. Ulrij también le dijo como si tal cosa que, «si se había arrestado a Koltsov, tenía que haberse hecho con la autoridad adecuada»[139]. Koltsov fue incinerado y enterrado en una fosa común de cuerpos sin reclamar en el monasterio moscovita de Donskoi[140]. No se sabe si le devolvieron las gafas antes de ponerle ante el pelotón de fusilamiento.
Algunos de los implicados a raíz de sus «confesiones», aunque no todos ni mucho menos, también fueron ejecutados. Gnedin fue recluido durante quince años en un campo de concentración, pero vivió lo suficiente como para escribir las memorias en las que describe su «careo» con Koltsov. Konstantin Umanskii, el embajador soviético en Estados Unidos, murió en un accidente en México y fue enterrado con honores en Moscú. La amante de Koltsov, Maria Osten, también tuvo un final trágico. Haciendo oídos sordos a la opinión de sus amigos de París, nada más enterarse del arresto de Koltsov se marchó a Moscú con la esperanza de poder ayudarle[141]. Cuando llegó con Jusik, que por aquel entonces tenía ya cinco años, Hubert l’Hoste, temeroso tras la detención de Koltsov de ser asociado con «un enemigo del pueblo», la rechazó. Maria le preguntó: «¿Cómo puedes creer siquiera un instante las mentiras que están diciendo sobre Mijaíl?». Él respondió: «¿Te parece que todo el mundo a tu alrededor está equivocado? ¿Cómo puede un individuo ser más inteligente o tener más razón que todos los demás?». L’Hoste acababa de casarse y quería quedarse con el apartamento de Koltsov para él y su nueva esposa. Tras esta conversación, cerró la puerta con llave y Maria y Jusik tuvieron que irse a un hotel de mala muerte.
Convencida de la inocencia de Koltsov, Maria se quedó y trabajó como traductora para la Unión de Escritores. Muy pocos de los viejos amigos de la pareja mostraron interés en verla; Ignacio Hidalgo de Cisneros sí que lo hizo. Cuando pidió ayuda a la dirección exiliada del Partido Comunista Alemán, Walter Ulbricht se la negó y recomendó que fuese investigada por haberse beneficiado de la protección de Koltsov. Maria ignoraba la investigación del KPD, y en el verano de 1939 todavía esperaba con optimismo la liberación de su amado. Sin embargo, el 14 de octubre de 1939, las maquinaciones de Ulbricht dieron fruto y Maria fue expulsada del Partido Comunista por «su falta de compromiso con la historia del partido y la teoría marxista-leninista». En un vano intento de lograr una posición más segura, se hizo ciudadana soviética. El 22 de junio de 1941, el día de la invasión alemana de la Unión Soviética, la arrestaron acusándola de ser una espía nazi y le quitaron a Jusik, su hijo adoptivo. Utilizaron su relación con Koltsov para inculparla, igual que habían hecho uso de la relación del ruso con Osten para probar su culpabilidad. Pese a las terribles torturas a las que fue sometida, se negó a «confesar» que era agente de la Gestapo. Su ejecución tuvo lugar al final del verano de 1942. En 1947, Hubert l’Hoste fue acusado de propaganda antisoviética y enviado a un campo de concentración de Siberia. Tras la muerte de Stalin fue puesto en libertad y murió en 1959[142].